miércoles, 31 de octubre de 2012

Un campesino guatemalteco halla un mural maya en su cocina



Fotografía de Robert Slabonski




viernes 12 de octubre de 2012



CHAJUL, Guatemala (Reuters) - En una casa rural desvencijada en las tierras altas de Guatemala, el agricultor Lucas Asicona nunca se imaginó que tendría el extraño trabajo de ser un guardián de tesoros mayas, hasta que decidió remodelar su cocina.

Cuando retiró el yeso en su humilde casa de la época colonial hecha de piedra, adobe y tablones de madera, descubrió unos murales de 300 años de antigüedad, una obra de valor incalculable de la historia de Guatemala.

Escenas de europeos altos tocando tambores y flautas aparecieron en el inmueble de una sola habitación, en donde su familia, incluyendo cinco niños, cocinaban, dormían y jugaban.

Así que cuidadosamente retiró el mobiliario y movió la estufa de leña de la cocina al exterior para proteger la preciada obra de arte, muestra del rico pasado de Guatemala.


Fotografía de Robert Slabonski
"Tratamos de no dejar que los niños los toquen." dijo Asicona, de 38 años, y quien descubrió los murales por casualidad en 2005 durante los trabajos de remodelación de su casa, que ha pertenecido a su familia por generaciones.

"Cuando llueve la casa se pone muy húmeda y algunos de los colores han perdido su intensidad. Por ejemplo el negro se ha convertido en gris y algunos de los otros colores ya no son tan brillantes como antes, pero tratamos de conservarlos lo mejor que podemos sin fondos", agregó.

Asicona está entre cuatro jefes de familia en Chajul, una comunidad Maya Ixil a unos 350 kilómetros de Ciudad de Guatemala, que luchan por preservar murales encontrados después de quitar el yeso en las paredes de casas antiguas.

Los expertos creen que murales similares podría estar ocultos en otras ocho casas del pueblo.

Pintados por los ancestros mayas de los actuales ocupantes, los frescos cubren varias paredes en las casas, cuya historia colonial se vislumbra en detalles como puertas pesadas de madera y pilares de piedra tallados que sostienen techos de metal.

Los murales ofrecen un registro visual único del momento histórico en que los mayas locales, algunos ataviados con disfraces emplumados, se encontraron con altos y barbados conquistadores de España.

Fotografía de Robert Slabonski
Los historiadores aseguran que los murales en casa de Asicona ilustran el llamado "baile conquistador", un periodo de la década de 1650 en el que los españoles obligaron a los locales a construir iglesias católicas, que todavía están de pie en el centro del pueblo.

Otras pinturas en una casa vecina muestran bolas de fuego en espiral, que según la tradición cayeron del cielo a la par del encuentro colonial en el siglo XVII y que los mayas creían se trataba de una señal de furia de los dioses.


"Consideramos que es un documento único", dijo la antropóloga guatemalteca, Ivonne Putzeys. "Es patrimonio tangible que está implícito allí (...) y representa escenas en un momento determinado de los señores en sus propios hogares", agregó.

LO MEJOR QUE PODEMOS

La civilización maya floreció entre los años 250 AC al 900 de nuestra era, y se extendió desde lo que actualmente es Honduras hasta el centro de México. Dejó atrás un tesoro de pirámides y docenas de grupos indígenas mayas que aún perduran.

Casi la mitad de los 14,5 millones de guatemaltecos son de ascendencia indígena, muchos de los cuales siguen hablando 21 lenguas reconocidas oficialmente y usan colorida y brillante vestimenta.

Fotografía de Jorge Dan López
Los historiadores en Chajul aseguran que conservar la rica herencia pictórica es vital para el pueblo de 25.000 habitantes, que fue fundado hace cuatro siglos por grupos mayas que huyeron de los invasores españoles de Antigua, a unos pocos kilómetros de la capital guatemalteca.

"A través de nuestra historia, nuestra gente pintó estos murales para que sus historias no sean olvidadas", dijo el historiador Felipe Rivera.

Pero en un país en donde más de la mitad de la población vive en pobreza, la conservación es un reto.

Asicona dijo que la última vez que contactó al gobierno por ayuda fue en 2007 pero nunca recibió una respuesta. Como otras familias, asegura que está simplemente haciendo lo mejor para conservar los frescos.

Fotografía de Robert Slabonski
Ha recibido visitantes de lugares tan lejanos como Europa, que le han pagado más de 10 dólares para entrar en su hogar y ver las pinturas, pero sin más apoyo le preocupa que los frescos puedan desaparecer.

"Tratamos de dar el mejor mantenimiento a la casa", dijo.

"Hemos contactado al gobierno sobre los murales pero, como te dije, solo (hemos conseguido) promesas sin acciones", agregó.

El portavoz del Ministerio de Cultura, Sergio Igax, dijo que para que las familias reciban fondos para conservar los murales, los hogares tienen que ser declarados patrimonio nacional, un proceso largo que involucra un denso papeleo.

Aseguró que la oficina no ha recibido una solicitud de Chajul para realizar una evaluación en años recientes.

/Por Mike McDonald/

 Tomado de Reuters



Las imágenes de Robert Slabonski fueron tomadas de Sott


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martes, 30 de octubre de 2012

Vivir con menos de mil euros

 

Mar López, profesora, y Andreu Arnavat, estudiante: dos 'nimileuristas' de Girona. / PERE DURÁN

 

Vivir con menos de mil euros

Los jóvenes 'nimileuristas' se ven forzados a practicar el funambulismo presupuestario cada mes

Para no renunciar a un mínimo bienestar recurren a todo tipo de descuentos y trueques

 

Carmen Mañana.

Madrid. 9 MAR 2012



Compartir coche y casa, realquilar habitaciones, acumular cupones de descuento, recorrerse varios centros comerciales para hacer la compra semanal... todo vale para salir adelante cuando el sueldo no alcanza los cuatro dígitos. Los nimileuristas se ven forzados a hacer un auténtico ejercicio de funambulismo presupuestario cada mes para poder pagar sus facturas. Muchos de estos jóvenes han crecido considerándose clase media, o incluso clase media acomodada. Algunos llegaron a comprar una vivienda en los tiempos de bonanza, y ahora ven cómo la hipoteca se come prácticamente todo el sueldo. Una situación que les obliga a aguzar el ingenio y a convertirse en auténticos cazadores de gangas.

“Han vivido el espejismo del estado de consumo y lo han perdido", señala Juan Carlos Monedero, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. "Es una generación que ha leído los niveles de bienestar como un derecho y no una dádiva, pero que es consciente de que no alcanzará jamás el nivel de vida de sus padres", apunta.

Mar López, licenciada en fisioterapia y magisterio de 31 años, pertenece a dicha generación. Gana poco más de 900 euros como sustituta a tiempo parcial en una escuela de Girona y tiene el puesto asegurado hasta agosto, "que ya es mucho", señala. Su novio, Andreu Arnavat, de 33 años y oficial de primera en la construcción, ha empezado a cobrar este mes la prestación por desempleo. Entre los dos no llegan a los 2.000 euros, una cifra que muchos considerarían envidiable pero que a ellos apenas les llega. Para poder cuadrar su presupuesto han realquilado, por 200 euros, una de las habitaciones de su piso.



Muchos se consideraban a sí mismos 'clase media acomodada' y se les ha roto el espejismo.


Buscar "formas de convivencia más barata" es, junto a la ampliación de los estudios, la principal herramienta de la que se valen los jóvenes españoles para "adaptarse y conseguir vivir mejor estando peor", explica el catedrático de Sociología de la UNED Luis Garrido. "Lo más común es quedarse en casa de los padres, pero los índices de emancipación ya eran bajos antes de la crisis", sostiene.

López asegura que ahorra “en todo lo ahorrable”. Antes gastaba 120 euros en gasolina al mes en ir al trabajo. Ahora ha reclutado a otras tres profesoras para compartir coche y minimizar costes (y emisiones contaminantes). Un práctica muy extendida, en torno a la que han surgido páginas como www.blablacar.es o www.comparteviaje.es. Porque la Red acumula miles de espacios con información para ayudar a exprimir cada euro.

"Desde que la crisis estalló en 2008 se nota que la gente se ha espabilado y busca alternativas para no pagar dos cuando pueden pagar uno o cero", reconoce Juanma Sánchez, autor de Sindinero.org, uno de los sitios de Internet pioneros en difundir datos, consejos y direcciones para ahorrar. Con 10.000 visitas diarias, una de sus secciones más populares es la de ocio. "Llega el fin de semana y la gente no tiene un duro, así que busca conciertos gratuitos o exposiciones con entrada libre. Es cierto que hay un mercado cultural que deja fuera de juego a la gente que no maneja mucho dinero. Pero te puedes apañar una agenda de ocio gratuito que no tenga nada que envidiar a la mercantil, gracias a los proyectos de fundaciones, cajas de ahorro…"

lunes, 29 de octubre de 2012

Jugando Atari con Allen Ginsberg




A los ojos de un niño de nueve años, Allen Ginsberg parecía algo muy distinto a un gran poeta beat. Feo, raro, hippie y mal jugador de Frogger, así lo recuerda el autor en este artículo.





Yo tenía nueve años en 1983 cuando mi padre, profesor de la Universidad Rice, invitó a Allen Ginsberg a dar un recital de poesía en Houston, prometiéndole asistencia financiera por parte de la Decanatura de Humanidades. Ginsberg pidió un pago de trescientos dólares y un tiquete aéreo en clase económica, lo cual debe clasificar todavía entre las mayores gangas del entretenimiento en la era moderna.


No estaba programado que yo fuera en la caravana ruidosa que recogería a Ginsberg en el aeropuerto. Inicialmente, mi padre insistió en que el comité de bienvenida no fuera más que una “operación académica”: solo él y el decano de Humanidades. Pero la información del itinerario del poeta se filtró entre los estudiantes. Vivíamos en el campus de Rice y mis padres eran prefectos de uno de los edificios residenciales. Por lo que podía observar, el trabajo de los prefectos consistía en aconsejar a los estudiantes drogadictos y asegurarles que sus padres no los desheredarían si cambiaban su especialización de ingeniería mecánica a lengua francesa.

–¡Dios santo, el niño se va a contagiar! –clamaba mi madre mientras se desparramaba por nuestra casa un tropel de entusiastas de la poesía beat, profesores adjuntos, diplomados en literatura inglesa y otros tantos vagos fritos–. ¡Richard, saca esta banda alegre de delincuentes de nuestra sala y mételos a una camioneta o algo así, por favor!




Mi padre hizo lo mejor que pudo y los dirigió hacia la acera de enfrente.

Le pregunté a mamá por qué tanto alboroto. Después de todo, ya habíamos recibido algunos dignatarios en casa. El renombrado experto en ciencias chinas y practicante del nudismo Joseph Needham pasó, dio una conferencia y compró juegos de video. El escritor James Dickey se escurrió hacia el estrado, empezó a leer los comentarios introductorios del maestro de ceremonias, alzó una ceja y terminó bailando una mazurka frente a la esposa del procurador. Habíamos tenido eminencias pero esta vez, me decía el nerviosismo de mi madre, era diferente.


Horas más tarde, mi padre guiaba al decano y a Ginsberg (escapando de la multitud de desadaptados) hacia la puerta de mi casa. Los tres se veían exhaustos. Hubo presentación y saludos cortos entre Ginsberg, mi madre y yo. Me dio la mano. Me gustaba apretar lo más fuerte posible para mostrar que era un niño potente. Ginsberg me siguió el juego y hasta fingió que lo había lastimado.


–Uh, macho. Un empuñar aferrante –lo primero que recuerdo acerca de Ginsberg es que no hablaba como la gente que yo conocía, la gente de Texas.


Cuando oyó mi nombre repitió el estribillo de una vieja canción popular:


–“Tippecanoe y Tyler también”. ¿Has oído eso, hombrecito?


–Sí –contesté–, mi dentista me lo dice todas las veces que voy. Tiene los brazos peludos y huele a cigarrillo.


–Mala medicina –dijo Ginsberg. Noté que había rastros de comida en su barba.



Cartucho de Combat

Para los criterios tradicionales, o al menos para un niño de nueve años, Allen Ginsberg era feo. Pero era una fealdad serena como la de un monstruo amable, como Yoda en La guerra de las galaxias, solo que con orejas más grandes. Su pelo era de un salvaje innato, y más aún cuando se pasaba los dedos regordetes en su agitación perpetua. Era también un prodigio de la sudoración: a cada rato se acomodaba los anteojos, solo para que sucumbieran a la gravedad y volvieran a deslizarse por su nariz grasosa a los pocos segundos.

Sentados en la sala, Ginsberg y yo nos conectamos gracias a nuestra compartida admiración por la música de The Clash, aunque en mi caso lo que me atraía primordialmente eran los uniformes militares que usaban en el videoclip de “Rock the Casbah”. Me inventé un show para Ginsberg en el que, mientras sonaba el álbum Combat Rock en mi radiocasetera, yo hacía de cantante, vestido con un uniforme que compré en una tienda de productos del ejército en Galveston. Mi posesión más preciada era un fusil Kalashnikov de plástico que sonaba ratatatatá como los de verdad, y mientras payaseaba delante de Ginsberg le disparé con mi arma. Pareció divertirle porque reaccionó fingiendo gritos de guerra y estertores de muerte. Me asombré aún más cuando supe que Ginsberg había sido llamado por The Clash para recitar el Sutra del Corazón en la canción “Ghetto Defendant”.




Antes de irme a dormir me leyó unas páginas de Donde el camino se corta, de Shel Silverstein. Nuestro poema favorito era “Capitán Garfio”. Me dijo que conocía a Silverstein y que el hombre estaba “putamente loco”. Luego agregó:

–No le digas a tu mamá ni a tu papá que dije esa palabra.


–No hay problema. Ellos dicen “putamente” todo el tiempo.


–Hermoso.


Combat


A la noche siguiente, pasado el recital de poesía de Allen Ginsberg (¿por qué habría yo de ir a eso?), varios estudiantes ansiosos por escucharle impartir bocados de sapiencia fueron obligados a esperar afuera de mi cuarto mientras jugábamos con mi Atari 2600. Yo le gané en Frogger, pero él me destripó totalmente en Combat. Haciendo un flojo intento de armisticio, me explicó algo acerca de los ángulos de trayectoria y las matemáticas, que no entendí en absoluto. Dijo que nunca antes había jugado Combat, pero nadie está libre de sospecha.


Claro que no todo fue Atari, Shel Silverstein y The Clash. Para el tercer día, la residencia de Ginsberg en mi casa se había vuelto parte de la cotidianidad. Mi mamá, el poeta y yo nos levantábamos temprano en la mañana y nos reuníamos en la mesa del comedor a desayunar cereal de avena.





–Siento que no tengamos mejor cereal, Allen –le dije–. Siempre pido bolas de chocolate pero mis papás no me las quieren comprar.

–Bueno, uno siempre tiene que pensar en sus dientes. Lisa, pásame el azúcar, si tienes la bondad.
Mi mamá le pasó el azúcar y Ginsberg volvió a su montón de papeles. Ella volvió a su crucigrama y yo a mi revista Boys’ Life. A Ginsberg lo conmovió especialmente mi lectura en voz alta de “Scouts en acción”, una historia sobre un niño que se caía de una lancha, se atascaba entre los rotores y era salvado por un boy scout que usaba todos sus recursos, incluido un pañuelo.


–¡Auch! Menos mal existen los boy scouts, ¿no? Tyler, ¿tú eres scout?

–No, yo fui lobato.

–¿Qué?

–Es antes de ser scout. Pero me sacaron.

–Bastardos –exclamó Ginsberg–. ¿Por qué?

Frogger

–Le pegué a Jason Yost en un encuentro de exploradores porque dijo que el pan de ajo de mi mamá sabía a pedo –contesté, y vi a mi mamá sonreír.

–Eso no se hace, hombre –dijo Ginsberg meneando su cabeza. En retrospectiva, quisiera considerar que Ginsberg quiso decir: uno no dice que el pan de ajo de la mamá de alguien sabe a pedo. Nunca. Pero a veces se me ocurre que quiso decir que uno no le pega a la gente.

Ginsberg salió a hacer cosas con mi padre, un corrillo de académicos atolondrados y gente que no tenía nada más que hacer. Yo me puse a hacer mis cosas, ansioso por su regreso.

La última mañana de su visita, el paraíso se tornó problemático. Ginsberg nos pidió a mi padre y a mí que lo acompañáramos en su sesión de yoga y meditación. Se tomaba su hinduismo con total seriedad, así que antes de iniciar el proceso en la sala nos dio una charla breve pero apasionada sobre la importancia del yoga.






Antes de que el poeta pudiera recitar los versos de su mantra y asumir la postura correcta de la meditación, a mi papá y a mí nos dio un ataque de risa incontrolable. A nuestro gurú no le gustó nada, se levantó y salió histérico de la sala, mientras nosotros nos quedamos rodando por el piso a carcajadas.

Mi papá me aseguró que habíamos sido perdonados por la compasión yogui de nuestro poeta beat residente. No obstante, sugirió que fuera y le ofreciera disculpas. Entonces fui. En ese momento, Ginsberg empezó a hacer muecas, se orinó en los pantalones, se aferró violentamente con su mano a mi hombro y cayó de rodillas.


Resultó que estaba sufriendo un ataque de cálculos renales. Salí disparado a mi cuarto, dejando a Ginsberg en una situación de lo más incómoda sobre el piso de nuestra cocina. Sentía un enredo de emociones: traición, culpa, una sensación de haberlo estropeado todo con este tipo feo y cool, a cuyos pies el mundo parecía inclinarse. Estaba destrozado, furioso conmigo mismo por no tomar las cosas un poco más en serio.

Un equipo de médicos llegó a nuestra casa. Ginsberg fue atendido sobre el colchón auxiliar de mi cama. Convaleció rápidamente y ya en la tarde se sentía bien como para hablar por teléfono a gritos con alguien en México. Al final de la tarde fue hora de dejar a nuestro poeta en el aeropuerto. Ginsberg permaneció en silencio durante casi todo el recorrido hasta que, quizá en un último esfuerzo por poner el cosmos en orden, sugirió de mala gana que mi padre y yo lo acompañáramos en un mantra. Comenzó a recitar:

Gate Gate,
Paragate Parasamgate
Bodhi Svaha.

Por poco lo logramos. Pero hubo un ronquido casi imperceptible (¿de mi padre?, ¿mío?) y fue todo lo que se necesitó para que el eco de un blasfemo paroxismo de risa retumbara en el interior del Toyota Carina. Entonces entonamos nuestro propio mantra:

–Perdóoooon.

Disgustado, Ginsberg se bajó del automóvil sentenciando en voz baja:

–Ustedes dos tienen mucho que aprender acerca de la perfección de la sabiduría –agarró su maleta y desapareció tras la puerta giratoria del Aeropuerto Intercontinental de Houston.

Veinticinco años más tarde, estoy afuera de un centro de yoga en Austin. Me encuentro en el interior hirviente de un Honda Civic con las ventanas cerradas, esperando a que mi novia salga de su clase. Entonces aparece frente a mí una visión de Allen Ginsberg: “Tienes mucho que aprender acerca de la perfección de la sabiduría”, musita. Se le ve cansado. Hay rastros de cereal de avena entre sus barbas


 Tomado de El Malpensante.


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domingo, 28 de octubre de 2012

La China subterránea de Qiu Xiaolong



Qiu Xiaolong. Fotografía de Howard French


Escrito por Lina Huang

Con más de un millón de copias vendidas y la traducción de sus libros a 20 idiomas, se ha convertido en un fenómeno editorial gigante. Censurado en su país, Xiaolong retrata la China subterránea a través del descubrimiento de extraños crímenes en en las calles de Shanghai.

Las historias de Qiu Xiaolong parecen a simple vista argumentos sencillos para engrosar la lista de las novelas policíacas más vendidas. El escritor, que nació en Shanghai y tradujo clásicos del género negro estadounidense e inglés, vive actualmente en St. Louis con su esposa y su hija, y desde el año 2000 comenzó a publicar en inglés sus novelas de misterio.

Las obras de Xiaolong se desarrollan en la China contemporánea que tras superar los traumas del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, inició una época de reforma económica dirigida por Deng Xiaoping. Aunque estos cambios implicaron prosperidad y el aumento del comercio internacional, aparecieron otras dificultades. La explosión del consumo y el despilfarro, el crimen, la corrupción, el deseo de codicidia y de ascender socialmente mueve a los personajes de estas novelas.  Ya poco importa la moral o la familia siempre y cuando se gane algún dinero prostituyéndose o dedicándose a cualquier otro oficio non sancto. 

Chen, el personaje principal, trabaja como policía, mientras que en las noches se dedica a traducir literatura para ganarse unos pesos de más y cultivar su afición. Hijo de un estudioso de Confucio representa al ciudadano que, a pesar ser un intelectual, se ve arrollado por el sistema de competencia económica. Chen Cao no es Sherlock Holmes; es más bien, un detective relajado que encuentra las cosas sin buscarlas, a la manera taoísta o zen, mientras que su compañero Yu trabaja como una hormiga recolectando datos en ambientes oscuros; karaokes, hoteles de dudosa reputación, aguas termales que recuerdan la antigua Roma en su decadencia y restaurantes de lujo.

Empresarios, “mujeres acompañantes”, detectives, cocineros, periodistas y funcionarios corruptos aparecen como una muestra pequeña de los diversos caracteres que conviven en una Shanghai convulsionada por los cambios económicos y por una lucha entre los valores tradicionales y modernos. Como ejemplos de lo último está la convivencia del mercado estatal y el mercado privado o la opulencia de los nuevos ricos frente a la miseria de los trabajadores hacinados en pequeños cuartos con baño común. Como dice Xiaolong a travé de Yu, subordinado de Chen: “Hoy en día, un puñado de nuevos ricos vive en unas condiciones de lujo que hoy superan todos los sueños del pueblo y, mientras tanto, se despide a cantidad de trabajadores: “Esperad la jubilación” o “esperad a que os asignen un empleo”, dicen” (Muerte de una heroína roja, p64). 


Chen Cao camina por la cuerda floja tratando de hacer equilibrio, tanto en su vida personal, como en su trabajo y en sus guanxi o relaciones de interés, quienes muchas veces le ayudan con las pistas para solucionar los enrevesados orígenes de un crimen. Pero también, como apasionado por la literatura que es, saca tiempo para recordar la poesía clásica china. De forma espontánea, el autor convierte ciertas poesías en claves para el desarrollo de la historia. La búsqueda del detective está llena de frustraciones y continuos contratiempos ajenos que determinan el siguiente paso; Chen es arrastrado por los cambios de escenario y las decisiones de “altos niveles” políticos.

En Seda Roja, su última novela (2010), Xiaolong, a través de un asesino serial que envuelve a sus víctimas en un vestido mandarín, nos sumerge en las consecuencias de la Revolución Cultural y la impunidad de los crímenes cometidos durante la época. Leer a Qiu Xiaolong es también, al fin al cabo, una lección de historia y de cultura china, y hace que el lector desee conocer esa Shanghai llena de múltiples contradicciones.




Tomado de Gran Garabaña




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sábado, 27 de octubre de 2012

Saul Singer, coautor de 'Start-up nation', que explica la innovación tecnológica en Israel





"Si dejan de quejarse, verán sus puntos fuertes"

23/03/2012 - 00:00




La educación para los judíos es religión, puesto que veneramos la lectura individual: no hay judaísmo sin alfabetización. Y se es mejor judío, más ejemplar e influyente, cuanto más se estudia.

Quizás eso explicaría la tríada judía de la modernidad: Marx-Einstein-Freud...

Es que con la educación va la crítica. Antes de fundar el Estado de Israel, la comunidad judía fundó allí universidades. Y en ellas se cuestionaba todo desde el principio...

Si no se discute, no se aprende.

Y los judíos, más que hablar, discutimos con Dios. Ya desde Abraham. Nuestro patriarca le discute a Yahvé sus decisiones: si es moral que haya exterminado a miles de personas... ¡Moral! ¿Ve?: ¡Abraham se mete en el departamento de Dios! ¡Hasta la cocina!

Impensable para otros patriarcas.

Si discutes con Dios, cuesta menos discutir a Bill Gates. Y por eso también te puedes proponer hacerlo mejor que él. Nuestro concepto de autoridad es muy discutible. De hecho, lo discutimos continuamente.

¿Eso no los convierte en indisciplinados, ergo débiles?

Eso nos convierte en mejores para innovar, y reconozco que menos buenos para adquirir grandes economías de escala. La irreverencia es el fundamento de nuestra cultura innovadora: incompatible con los dogmas.

Pero disciplinada.

A nuestro modo. En nuestro ejército no se mantienen las formas jerárquicas como en otros. Y de los oficiales, esperamos más que obediencia: deben tener iniciativa. Queremos ganar, no ser perdedores obedientes.

Más les vale: su mili es muy larga.

Tres años obligatorios para los varones y dos para las mujeres. Es una etapa decisiva en la que el trabajo en equipo, la planificación y la subordinación del individuo a los fines del grupo se convierten en hábito.



Saul Singer. Foto: Xavier Cervera

¿Discutiendo a los generales?

Si tienes más datos decisivos que ellos, sí. La idea es que quien tome la decisión en cada momento sea quien tiene más y mejor información: sea cual sea su rango.

Efectivo, pero difícil de realizar.

También es el núcleo de la cultura de la innovación. Quien más sabe es quien decide en la empresa: las demás jerarquías son relativas; no decisorias. Y eso ayuda a pensar. Si te pones nervioso cuando llega el jefe, no puedes pensar...

Si le haces la pelota, ¿cómo discutirle?

Todos deberíamos ser un poco jefes en algún momento en el que sabemos más: muchos cerebros piensan más que uno.

Funciona hasta cierto punto.

Por eso somos mejores creando start-up (empresas recién nacidas innovadoras) que haciéndolas crecer. Porque tomar las decisiones por consenso es más eficiente en equipos de diez personas que de diez mil.

Sólo las grandes ganan a lo grande.

Immelt, presidente de General Electric, nos dijo: "Ustedes son buenos creando empresas, nosotros somos buenos haciéndolas crecer. Así que cada uno haga lo que sabe hacer: ustedes creen empresas en Israel, que nosotros ya se las compraremos".

Es la especialización de las naciones.

Y nosotros viajamos por todas. Somos un país de inmigrantes, luego innovadores. La emigración es emprendedora, porque emigrar ya es emprender, arriesgar, esforzarse y a veces ganar, pero siempre intentarlo. No hay innovación sin viaje.

El inmigrante debe ser optimista.

Porque los países tendemos a ver sólo lo malo de nosotros mismos. En Israel solíamos quejarnos de nuestra incapacidad de crear grandes empresas en lugar de apreciar que logramos incluir más start-up en el Nasdaq que la Unión Europea o China.

EE.UU. les ayuda, pero ¿ayuda a los emprendedores el Gobierno israelí?

Ha sido un milagro. ¡Nos han dejado tranquilos! Lo mejor que puede hacer un gobierno por la creación de empresas es autolimitarse. Hacer sólo lo que puede y sabe hacer: proveer servicios básicos y dejar que el emprendedor emprenda y cree empleo.

¿Pide al Gobierno que no gobierne?

Pido que no pretenda dirigirnos, porque es más ineficiente que nosotros. De esa forma también necesitará menos impuestos. Y la expectativa de pagar pocos tributos es un gran acicate para la iniciativa empresarial. Evite frenar al emprendedor con trámites, permisos... Para cobrarnos más impuestos.

¿Alguna lección para España?

Conozcan, estudien y admiren a sus emprendedores como si fueran estrellas del pop o cracks del fútbol. No por ellos, que no les hace falta, sino por la prosperidad del país.

¿Ustedes lo hacen?

En Israel el caso ICQ, en 1996, marcó la diferencia: un grupo de veinteañeros ideó el primer programa que permitía chatear en el incipiente internet de entonces.

Chatear fue una revolución.

Por eso, los cuatro chavales vendieron la empresa por 400 millones de dólares. Y se convirtieron en los ídolos de la juventud israelí. Como los de Skype en Estonia o...

O aquí con el mejor fútbol del mundo.

También tienen Zara-Inditex y Mango: genios de la logística. Su genialidad no es la high tech, sino revolucionar el modelo de negocio, por eso son líderes mundiales. La innovación no son sólo aparatos.

Hay que saber convertirlos en dinero.

Apple no es la invención del aparatito, sino, sobre todo, cómo sabe convertirlo en servicio y beneficios. Eso es innovar.


En nuestras manos

El relato de Singer es estimulante, pese a obviar la ingente ayuda norteamericana a un Israel que sería más innovador aún si incluyera en su prosperidad a los palestinos. Por lo demás, da en el clavo: crear riqueza consiste en tomar nuestro destino en nuestras manos, sin esperar que ningún partido político o Administración solucione nuestras vidas. No basta con quejarse o manifestarse, hay que actuar, convencidos de que lo que no hagas tú con tu equipo no lo hará nadie por ti (más bien debes prepararte para que te frenen). ¡Y hacerlo! Crear empleo. Es la lección del Israel, que prospera en el desierto, rodeado de enemigos y carente de materias primas, pero lleno de emprendedores.