viernes, 12 de abril de 2013

Según David Mitchell, el autor de El atlas de las nubes:

“Toda novela tiene un número. Es arquitectónico”




  • El escritor habla sobre la relación de los humanos con el poder en ‘El atlas de las nubes’

  • La adaptación al cine, de los hermanos Wachowski, se estrenó en España el 22 de febrero

 

Álvaro P. Ruiz de Elvira


Madrid 20 FEB 2013 



En su libro de notas, el novelista David Mitchell (Southport, 1969) se escribe cartas a sí mismo firmadas por sus personajes. En ellas, cada protagonista se presenta y le explica cuál es su edad, su estado civil, sus deseos, anhelos y temores, su relación con el dinero, el sexo, la política o el trabajo. Son perfiles en los que los personajes definen cómo hablan y cómo se expresan y con los que el autor monta novelas como El atlas de las nubes (preseleccionada para el premio Booker) o El bosque del cisne negro, ambas publicadas por Duomo Ediciones. La primera acaba de llegar a su tercera edición y su adaptación cinematográfica, escrita, producida y dirigida por los hermanos Wachowski (Matrix) y Tom Tykwer (Corre Lola, corre), se estrena este viernes en España. La segunda, una exploración a su niñez y a las dificultades que se encontró por su tartamudez, saldrá a la venta el 18 de marzo.




Lo que más seguridad le da a Mitchell, que hace un par de años publicó la exitosa Mil otoños, es escribir en primera persona, un estilo que manda en casi toda su obra. Y por eso escribe esas cartas. “Es la voz y el lenguaje lo que te persuade si el personaje es real o no. Luego, de esa carta a una novela en primera persona es una traducción sencilla”, explica en conversación telefónica desde su casa de Clonakilty, al sur de Irlanda, donde se ha establecido tras vivir en Italia y Japón –donde decidió que quería ser escritor profesional y se disciplinó en ello-.

A Mitchell le apasionan el lenguaje y las palabras. A la sencilla pregunta de “¿dónde estás ahora mismo?” para que el periodista le sitúe a la hora de la entrevista, el autor se explaya con una idílica y detallada descripción “de célticos campos grises y verdes” de lo que ve por la ventana,a lo que sigue su propia curiosidad para que el entrevistador le describa la redacción del periódico. “Como escritor desarrollas una relación con el lenguaje que va evolucionando, como si fuera con otra persona. Es un menage a troi, porque también está la imaginación y necesitas que tu lenguaje trabaje con ella también”. “Todos los escritores son traductores. Trasladas a texto las imágenes que hay en tu cabeza, lo haces desde un mundo que no existe. Leer es otra forma de traducción para los lectores. Todo es un arte misterioso”, dice. Escribir es también un proceso de elección continua para este escritor: “Siempre estás valorando cuál es la mejor palabra, la mejor frase, la mejor forma de hacerlo”.

El escritor David Mitchell. / bernardo pérez. Parece miembro de aquel grupo llamado Loco Mía.



En El atlas de las nubes, Mitchell se lanza a la aventura de contar seis relatos diferentes ambientados en distintos momentos de la historia. Dos en el pasado, en el siglo XIX y principios del XX. Dos contemporáneos, en los años 70 y en la actualidad. Y dos en un futuro en el que ha desaparecido la tecnología y la humanidad retorna a su esencia más primitiva. Cada relato, excepto el central, tiene dos capítulos, uno en la primera mitad, y otro en la segunda, que están estructurados como si el autor hubiese puesto un espejo a la mitad. “Quería ver cómo se vería un libro con una estructura como una extraña muñeca rusa”, explica. Cada relato –un diario, una serie de cartas, una novela de misterio, una película, una confesión y una narración oral junto a una hoguera- está relacionado respecto al anterior de forma sutil.




La figura del narrador oral, que está en el centro de la novela y sirve de cúspide de las seis historias, es la que parece apasionar a Mitchell. “Cuando desaparezca la tecnología usaremos esta forma de narración otra vez, la más básica y la menos artificial. Está bien leer y obtener información en Internet y de los periódicos, pero no creo que sea tan bueno como escuchar una historia de un amigo, o algún cotilleo o una broma”. El pegamento que lo une todo es la estructura piramidal en forma de sexteto: “Toda novela tiene un número. No es misticismo, es más arquitectónico. Quizá estético también. Es como la firma de tiempo en la música”. Y también la temática: “Cada una de las secciones es como un ensayo de ficción sobre cómo funciona el poder, cómo una persona se sobrepone a otra, el poder entre tribus o entre individuos con un estado, o un estado con una compañía depredadora”.

¿Piensa que todo está dirigido hacia un futuro apocalíptico como expone en su novela? “Los lunes, miércoles y viernes lo creo, los martes, jueves, sábados y domingos, no”, bromea Mitchell. Su verdadera preocupación a largo plazo es la energía: “Con las renovables podemos crear luz y generar suficiente energía para escuchar la radio o utilizar ordenadores, pero sin petróleo no podemos mover los aviones, los buques de carga, los ejércitos, los camiones que nos traen los alimentos a los supermercados que comemos todos los días…”.



Hace cuatros años, los hermanos Wachowski se quedaron encandilados con su novela y compraron los derechos para trasladarla a imágenes, algo que Mitchell nunca pensó que fuera posible. “Ya con el guion escrito, estuvimos todo un día hablando. Fue una visita de cortesía, pero querían mi aprobación, lo cual les honra, y me encantaron sus ideas”. Y niega que haya algo que no le satisficiera: “Hay muchas cosas que me encantan del libro que no están en la película, pero son formas de arte diferentes. La clave no es cómo de diferente es respecto al libro sino qué tal funciona la película como una película. Tiene su propio espíritu”.


David Mitchell podría estar hablando horas y horas de forma apasionada. Y en cuanto puede, aprovecha para preguntar al entrevistador por el mundo del periodismo. Es un curioso nato y sus respuestas y preguntas se pueden alargar minutos. Durante la conversación, los únicos silencios se producen antes de arrancarse a pronunciar palabras que empiezan por determinadas consonantes. A la edad de 13 años, comenzó a tartamudear. Una discapacidad que con el tiempo ha llegado a dominar y convertir en su aliada y que trasladó a papel en El bosque del cisne negro, su próxima novela en España. “No tuve que investigar mucho, lo tenía todo en mi cabeza”, cuenta el escritor. “Fue una forma de exploración interior. Fue muy saludable mirar hacia mi tartamudeo y mi fluidez al hablar, ver qué forma toma y cómo moldea mi psique y mi futuro”. Fue en esa edad cuando empezó a soñar con los cuentos, historias, lugares lejanos, mapas y atlas que hoy en día aparecen en sus novelas. Mitchell reconoce que los mapas le atraen, le cautivan, y que podría estar examinándolos eternamente: “Es una puerta a la narrativa. Veo en un mapa las montañas y ciudades e inmediatamente me pongo a pensar quién vive ahí, cuál es la relación con sus vecinos, qué pasaría si uno de esta ciudad se enamora de una de esa otra, dónde podrían encontrarse…”.



El mapa que tiene ahora en la cabeza para su nueva novela es el de Brighton, en un hotel donde se celebra una boda a la vez que una convención de ciencia ficción. Mitchell, que no suele hablar sobre lo que está escribiendo, regala detalles: “Hay una niña de seis años que desaparece. Su padre la busca en este gran hotel, y reza por que no haya salido fuera y que no haya sido raptada. Y trata de encontrarla en este hotel de pesadilla de Darth Vaders, Chewbaccas, Spocks, Capitanes Kirks y monstruos”.

Tras hablar de sus libros, su amor por la escritura, el cine, Japón, los mapas, su afición a las historias de ciencia ficción con máquinas del tiempo (“Me encanta el hecho de que los regímenes totalitarios como China tengan miedo de la ficción de viajes en el tiempo y las prohíban”, dice en un momento dado, como tomando nota para una posible historia) y su tartamudez, Mitchell se despide con una sentencia para escritores: “Hay un elemento de esquizofrenia en escribir, un elemento de desorden de la personalidad, de agresión pasiva y de megalomanía. Y todas estas cosas son necesarias”.


Tomado de El País


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