jueves, 26 de diciembre de 2013

Cuando las Galaxias cantan...

Los hombres atentos escuchan






La curiosidad del ser humano por la gigantesca maquinaria que es el Universo solo rivaliza con su capacidad para desentrañar el funcionamiento de sus engranajes. No es una cuestión en absoluto baladí: una vez dimos con un método —casi— a prueba de nuestros propios sesgos cognitivos, hemos aprendido que vivimos en la superficie de una enorme roca que surca el vacío alrededor del horno descomunal que nos alumbra, que a su vez no es más que un vecino vulgar y corriente de un barrio —o galaxia— abarrotado llamado Vía Láctea, donde ocupamos un lugar cada vez menos especial y en el que las distancias son tan ridículamente inabarcables que se miden por los años que tarda la luz en recorrerlas. Y todo ello en unos pocos siglos y a partir, única y exclusivamente, de esa misma luz que llega hasta nosotros desde los rincones más distantes del Cosmos.

Como en cualquier novela de misterio que se precie, cada respuesta en esta búsqueda nos llevó a nuevos interrogantes. Hace poco más de cien años creíamos que nuestra galaxia era la única en el Universo. No podíamos, entonces, ni imaginar que la Vía Láctea no era sino una entre las miles de millones que pueblan el Universo; ni que las había de las formas y colores más variopintos: desde elípticas y enrojecidas hasta espirales azuladas con varios pares de brazos retorcidos en torno al bulbo central, algunas dotadas de una barra central plagada de estrellas, otras carentes de ella, otras irregulares o en proceso de colisión con sus vecinas... 



Habíamos encontrado un auténtico zoo escondido en el firmamento, un zoo cuyo origen y dinámica nos dispusimos a comprender. Construimos modelos que explicaran la compleja danza de gas y estrellas que observábamos, sobre todo en las galaxias espirales. Postulamos ondas de densidad, zonas de acumulación de gas a la manera de los patrones de vibración de un tambor o de los atascos de tráfico —donde las estrellas entran, se ralentizan y terminan saliendo tarde para la cena—, que mantenían los brazos espirales en posición sin que se enrollaran hasta desaparecer.

Y entonces, cuando creíamos tenerlo todo perfectamente controlado, nuevas observaciones nos demuestran que no íbamos muy desencaminados, pero que las cosas —cómo no—, son aún más complicadas de lo que habíamos supuesto. Vamos, lo habitual en este viaje apasionante que es la Ciencia.


Miguel Santander

Investigador en el Observatorio Astronómico Nacional de Madrid.

Escritor de Ciencia Ficción ganador del Premio UPC en 2012 y con dos libros editados:




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Astrofísicos españoles descubren la «música de las galaxias»


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