lunes, 3 de marzo de 2014

"La politización de los poetas no vale nada. Un poeta no ha de amar al público, sino a la humanidad "

LOS MEJORES ESTÁN CALLADOS,

por Herman Hesse






Estimados Amigos

Hoy compartimos con ustedes las siguientes palabras del escritor alemán más conocido en Valencia. este es un buen momento para acercarse nuevamente a ese escritor y a su peculiar visión del mundo.

Deseamos disfruten de la entrada


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“No hay rectitud de ideas y de carácter que valga nada, que a la más ligera manifestación no sea combatida en los editoriales, ridiculizada y arrastrada por el fango por los héroes de la pluma, en nombre del amor a la patria y a otros ideales. Cuando contemplo la poesía y la espiritualidad de hoy no me asusta en absoluto su bajo nivel, porque sé: los mejores están callados. Intuyen que no tiene ningún valor intervenir escribiendo y chillando, o siquiera defender sus bienes. Siguen los acontecimientos con el interés que exige a diario su triste grandeza; pero la mayoría no tiene ya la ilusión de que un poeta, de pronto politizado, vaya a mejorar esencialmente los asuntos públicos. La politización de los poetas no vale nada. Un poeta no ha de amar al público, sino a la humanidad (cuya parte mejor no lee sus obras, pero las necesita). Un poeta no debe convertirse en periodista o en hombre de partido por amor a la patria; ni debe mezclarse con los abastecedores de material de guerra por muy seductor que pueda ser comercialmente. Ni por él mismo ni por su pueblo está obligado a hacer cosas a las que nada le obliga.”

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Cuando usted pide a un poeta que dé noticias de sí mismo, no espera de él un informe. Verdaderamente yo no tengo nada que informar. Mis líneas podrían venir de Sirio o de Berna o de alguna lejana isla perdida.

NO HAY RECTITUD DE IDEAS Y DE CARÁCTER QUE NO SEA COMBATIDA POR LOS HÉROES DE LA PLUMA EN NOMBRE DEL AMOR A LA PATRIA Y A OTROS IDEALES

En estas islas vivimos nosotros ahora, los poetas. No todo el mundo es capaz de hacer oír sus poemas y pensamientos entre cañones y partes de guerra.



A esto se añade la experiencia que casi toda persona decente ha hecho durante la guerra: no hay rectitud de ideas y de carácter que valga nada, que a la más ligera manifestación no sea combatida en los editoriales, ridiculizada y arrastrada por el fango por los héroes de la pluma, en nombre del amor a la patria y a otros ideales. Durante algún tiempo parecía que el odio era la fórmula prescrita, y el salvaje fanatismo el comportamiento actualmente prescrito; quien no era capaz de ambos estaba excluido.

Sé que las cosas ya no son así, y si recuerdo aquellos tiempos de inaudita falta de libertad de expresión y de pensamiento no es por razones sentimentales. Por el contrario, lo poco que entonces arrojaron sobre mi persona no sólo hace tiempo que ya no duele, sino que incluso fue saludable y dio frutos.

Entre ellos, que me deshabitué de la necesidad de hablar. Entre nosotros estaba en boga sobrestimar a los poetas, en el sentido de que se les pedía en todo tipo de ocasiones su apreciada opinión y se creía necesario leer de cuando en cuando sus estimables nombres en los periódicos. Hasta qué punto esta amabilidad correspondía por otra parte a un completo desconocimiento y desprecio de la poesia por parte de la mayoría de nuestros círculos cultos, lo sospechábamos todos un poco, pero ninguno quería admitirlo.

En vez de vivir en buhardillas, comer cortezas de pan y escupir sobre las cabezas de los burgueses, los poetas nos habíamos convertido en señores agradables que casi podían aparecer en sociedad y que formulaban frases ingeniosas sobre las cuestiones del día, algún chiste y alguna leve y graciosa ironía.

Si algo me hubiese podido inducir jamás a participar durante un solo instante en el ridículo y blasfemo sermoneo de los pedantes de biblioteca sobre la grandeza de los tiempos de guerra, sería este despertar, estos remordimientos, esta súbita escisión respecto al mundo de los pedantes, con los que en general me había entendido pasablemente.

Esto valía la pena, era vital y profunda experiencia: reconocer que no habíamos sabido dónde estábamos, que habíamos desempeñado un papel, que con toda inocencia nos habíamos puesto al servicio de una “cultura” que en el fondo nos resultaba despreciable y negrera. Por ejemplo, nos dejamos decir por críticos y redactores lo importante que era nuestra misión de predicar al mundo de los lectores la naturaleza, y al hacerlo apenas notábamos que no sólo éramos engañados, sino que también estábamos a punto de engañar.

En suma, también en nosotros se notaba la “paz podrida”. Pero ahora todo eso está destruido. Cuando contemplo la poesía y la espiritualidad de hoy no me asusta en absoluto su bajo nivel, porque sé: los mejores están callados. Viven en islas perdidas, separados de las masas y del tono del día por las distancias de siglos de desarrollo. Intuyen que no tiene ningún valor intervenir escribiendo y chillando o siquiera defender sus bienes. Siguen los acontecimientos con el interés que exige a diario su triste grandeza; pero la mayoría no tiene ya la ilusión de que un poeta, de pronto politizado, vaya a mejorar esencialmente los asuntos públicos.


La politización de los poetas no vale nada. Al contrario, estamos más ávidos que nunca de islas lejanísimas de Robinson, donde florezcan nuestros sueños y pueda desplegarse nuestro amor a los hombres en vez de ser maltratado, en vez de trabajar a medias en otros terrenos, en vez de digerir para el querido lector las experiencias del día vividas. No interesa el querido lector. No interesan los poetas como charlistas amablemente tolerados o como figuras paternales que aleccionan noblemente: son una invención del público.

UN POETA NO HA DE AMAR AL PÚBLICO, SINO A LA HUMANIDAD, Y NO PUEDE CONVERTIRSE EN PERIODISTA U HOMBRE DE PARTIDO

Un poeta no ha de amar al público, sino a la humanidad (cuya parte mejor no lee sus obras, pero las necesita). Un poeta no debe convertirse en periodista o en hombre de partido por amor a la patria; ni debe mezclarse con los abastecedores de material de guerra por muy seductor que pueda ser comercialmente. El poeta debe vivir su época, no intentar explotarla sin haberla vivido aún; ni por él mismo ni por su pueblo está obligado a hacer cosas a las que nada le obliga.

Mientras fuera se suceden las ofensivas, en los países neutrales se celebra un certamen implacable, pero pacífico, cuya meta consiste en ganar simpatías y demostrar la superioridad de la patria. Orquestas y compañías de teatro, directoras de orquesta y actores alemanes y franceses, ballets rusos, exposiciones de pintura y de artesanía son utilizados para impresionar al extranjero.

Si la música alemana que dirige Strauss y los textos que monta Reinhardt en el extranjero no se encontraran muy por encima del nivel de la guerra y de la época, podrían volverse a casa, cubiertos de ridículo. Las cosas buenas que podemos mostrar en el arte y la poesía no han nacido de una capacidad de adaptación barata, ni de un feliz sentido de la oportunidad, sino del carácter y de la necesidad, en su mayor parte en la resistencia y la guerra contra el presente y sus exigencias niveladoras.

Ustedes quizá me escuchen asombrados y por fin pregunten: “Bueno, muy bien, pero ¿por qué decir todo eso? ¿Para qué escribir un artículo literario? ¿Por qué no callar?”

Tienen ustedes razón. Sin embargo, estamos en guerra, y si hoy emprendo alguna cosa pública, siempre estará relacionada con la guerra. Si como poeta rechazo someterme a las exigencias de una época con escasos vuelos intelectuales, puedo a pesar de todo hacer mi trabajo como persona, como número y como soldado. Y este trabajo me importa mucho, no sólo porque es patriótico, sino porque es necesario y vital.

Así como un predicador ambulante, en cada ocasión que reúne gente a su alrededor, repite sus sermones y pasa su hucha, así tengo yo que recordar, en cada ocasión que se me ofrece, el trabajo que me ha impuesto la guerra. Es un trabajo muy pequeño, como la última rama en un gran árbol. Pero es necesario, hace bien y ayuda a salvar hombres.

¡Ayudadnos en esta tarea! Dadnos dinero, dadnos buenos libros… Día a día nos llegan deseos acuciantes de prisioneros, a los que no podemos hacer frente con nuestros medios… Muchos han colaborado y a muchos les estamos agradecidos. También a aquel que sólo mete un par de buenos libros en un paquete y nos lo manda. Pero tienen que colaborar aún más, la necesidad crece…

Y si este ruego logra atraer nueva participación activa, mi saludo desde Berna no habrá sido escrito en vano. El poeta movilizado para el servicio de prisioneros intenta movilizar en la patria nuevos corazones, nuevas bolsas de dinero para sus protegidos. Y así el poeta ha vuelto a establecer una relación intachable con la opinión pública.



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HERMANN HESSE, Saludos desde Berna, 1917. Biblioteca Hesse, Alianza Editorial, 2004.

Traductor: Anton Dietrich.


Tomado de Filosofía Digital



1 comentario:

  1. Afirmando que un poeta no se vende,se esconde cuando sus palabras a bien ciertas no van a ser oídas,estoy de acuerdo con todo el articulo.Pero diria tambien que esto no solo abarca a las letras como formación de poesía sino también a la fotografía,la pintura,al video y todas las expresiones de arte que hoy vivimos.

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