jueves, 9 de abril de 2015

Guia estelar para morir dos veces y hacerlo con estilo






A veces me hace gracia cómo se representa la ciencia en la cultura popular. Considérense los videojuegos, por ejemplo. En la conocida saga Civilization, uno elige qué área de conocimiento desarrollar (ya sea la alfarería, la astronomía o la química) sabiendo de antemano qué tecnologías y beneficios va a obtener de dicha inversión. En la realidad, mucho más a menudo de lo que uno podría pensar, ocurre justamente al revés: uno investiga un campo por la curiosidad de conocer la realidad que le rodea. Y por el camino se encuentra con nuevas preguntas y caminos a recorrer y, a menudo, con tecnologías que jamás habría podido ni imaginar. Y si no, vayan y pregúntenles a Planck, Heisenberg y demás padres fundadores de la mecánica cuántica, si se imaginaban que sus divertimentos teóricos sobre la naturaleza de lo más pequeño resultarían en que hoy yo pueda escribiendo esto en una pantalla táctil y usted leerlo cómodamente en su móvil u ordenador a cientos o miles de kilómetros de distancia.

Werner Heisenberg
 

En resumen, en el juego de la ciencia uno no sabe lo que se va a encontrar. Y a veces la respuesta que se encuentra es la de una pregunta completamente diferente. Como en la entrada que nos ocupa, que relata un artículo publicado recientemente en Nature (
Volumen 519, Numero 7541), donde unos investigadores (entre los que un servidor tienen el honor de incluirse) buscaban resolver la pregunta de porqué la mayoría de las nebulosas planetarias no son redondas, y acabaron confirmando la posibilidad, hasta ahora sólo teórica, de que dos estrellas enanas blancas se fundan en un abrazo mortal y pasen a mejor vida como una violenta supernova. Cosas de ese juego esquivo pero apasionante que es la ciencia.






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Ilustración artística del núcleo de la nebulosa planetaria Henize 2-428. ¡Esa sí que tiene suerte! Crédito: Gabriel Pérez, SMM (IAC)



Imagina que eres una estrella. No, no una de Hollywood, una de verdad. Tu vida se reduce a fabricar elementos químicos que expulsarás al morir y que terminarán ensamblándose, cual Lego cósmico, para formar nuevas estrellas, planetas y pequeños agregados de moléculas capaces de ver vídeos de gatitos en internet. Vamos, que naces, creces, mueres y te reproduces. Y nadie sabe por qué. Algunos afirman que tu vida, fusionar elementos en tu núcleo, tiene como propósito generar luz que alumbre tus planetas y lo que en ellos more; otros, en cambio, creen que los planetas no importan, que si sigues con vida es únicamente por la presión que ejerce tu radiación luminosa. Su objetivo, dicen, es oponerse a la diosa gravedad, que lucha incansable por hacer que te hundas bajo tu propio peso descomunal. Pero quizá la pregunta esté mal formulada, quizá no haya un propósito en absoluto. Quién sabe. Lo que sí que sabes seguro es que, ya sea en decenas o en miles de millones de años, las reacciones nucleares en tu núcleo se apagarán algún día para siempre. Que, tarde o temprano, morirás.

En el mundo de las estrellas, con tanta masa naces, tal es tu destino. Crédito: molasaber.org


Pero claro, a ti no te vale morir de cualquier manera. Quieres hacerlo a lo grande, quizá en medio de una violenta explosión, como esas estrellas tan masivas, tan brillantes. Solo que tú eres una estrella del montón. Ya sabes cómo va, “nueve de cada diez estrellas envidian la muerte de la décima”. Y por mucho que tus libros de autoayuda te aseguren que “cuando realmente deseas algo, todo el universo conspira para que lo consigas”, la triste realidad es que, si naces brillante, mueres brillante, y si naces del montón, mueres del montón. Solo quienes tienen la suerte de nacer con mucha materia pueden darse el lujo de una muerte de las que llegan a primera plana. Tanta masa, tal muerte. Y es que el destino está, verdaderamente, escrito en las estrellas. El tuyo está escrito en ti, se selló en el momento en que te encendiste, naciendo de la nube de gas agrupada merced a la gravedad. La gravedad, sí, la misma deidad que un día te arrebatará la vida. O, como se suele decir, lo que la gravedad te da, la gravedad te quita.

Aunque, en realidad, esto no es del todo cierto. De acuerdo, el destino, la gravedad, o quien sea no te han dotado de la suficiente masa. Pero eso no quiere decir que no puedas morir con estilo. Podrías hacerlo dos veces, incluso. Naturalmente, lo que ocurra al final difícilmente se deberá a tus méritos, pero, qué demonios, merece la pena examinar tus opciones, a ver si con algo de suerte te ha tocado la lotería.

La belleza está en el exterior

Vale, no eres una estrella masiva. Y qué. Como si eso significase que tu muerte no puede ser igual de espectacular. Si no tienes la desgracia de haber nacido con muy poca masa, puedes al menos tener la certeza de que en tu último suspiro exhalarás tu corteza, una preciosa nube de gas que se expandirá lentamente por el espacio, iluminada por tu cadáver aún incandescente. Habrá quien, en pleno acto de ombliguismo, confunda tu corteza gaseosa, vista a través de sus primitivos telescopios, con planetas como el suyo, y las llame nebulosas planetarias. En fin. Serán las mismas criaturas que llamarán enana blanca a tu cadáver. Enana. Ellos. Ya ves. Todo porque eres mucho más pequeña que una estrella viva: ahora que la fábrica de elementos de tus entrañas ya no funciona, lo único que se opone a la gravedad es la presión de tus electrones, que llevan fatal las aglomeraciones y empujan con todas sus fuerzas, decididos a impedir el colapso total. Hacen lo que pueden, consiguen que tu cadáver sea del mismo tamaño que el planeta en el que viven esas arrogantes criaturas, pero a ellas les da igual. Enana. En fin. Al menos la nebulosa será espectacular. Es-pec-ta-cu-lar. Abarcará años-luz de tamaño y se podrá ver desde el otro lado de la galaxia. ¡Ja! Ellos no pueden decir lo mismo, ¿eh?

Algún día, hija mía, te parecerás a alguna de estas nebulosas planetarias. Crédito: Judy Schmidt’s flickr 



Hasta que tu muerte me convierta en escultor

Todas las nebulosas planetarias son bonitas, pero algunas más que otras. Si tienes la suerte de vivir en pareja y tienes una relación lo suficientemente cercana con ella, enhorabuena, porque lo más probable es que la tuya sea de las más bonitas. Algunos dicen que es el amor, otros el momento angular de tu compañera. Sea como fuere, si sois lo suficientemente cercanas, a tu muerte tu compañera se convertirá en escultora de tu cadáver [ref. 1]. Moldeará tu nebulosa, dándole una forma ahusada o bipolar, esculpiendo una cintura estrecha alrededor de vuestra órbita, un anillo del que surgirán dos lóbulos de forma variada y ricos colores. Los agregados de moléculas las contemplarán asombrados y les darán nombres sencillos que les recuerden a su mundo, denominaciones prosaicas que abarcar con su torpe intelecto: el reloj de arena, el rectángulo rojo, la hormiga, la mariposa… Esta nube de gas será única y durará diez mil años antes de diluirse en el espacio circundante. ¡Diez mil años! Las pirámides esas, ¿cuántos decíais que tenían?

Muere otra vez

A lo mejor a ti no te basta con morir como nebulosa planetaria. A lo mejor a ti lo que te va es la marcha, morir por segunda vez y de manera que se entere toda la galaxia. Ningún problema. Si hay que morir dos veces, se muere dos veces y santas pascuas. Todo lo que necesitas es una viuda lo suficientemente cercana y tan afligida por la pena —o tan distorsionada por tu tirón gravitatorio, según quién te lo cuente— que se desviva por agasajar tu cadáver con materia nueva. Tú quemarás este exceso, malhumorado, según llegue a tu superficie. Eso es lo que ocurre en la mayoría de los casos. Pero en algunos sucede lo impensable: la transferencia de masa de tu viuda a ti es tan rápida que no te da tiempo a quemarla y se te acumula. Engordas. Y, ay amiga, si superas cierta masa crítica, entonces ni siquiera la presión de tus electrones será capaz de impedir que te hundas sobre ti misma y choques contra tu propio núcleo. Tu explosión será tan brillante como la Galaxia entera, y será visible a plena luz del día, durante meses, en mundos situados a miles de años-luz de distancia.

Si vivías en pareja y tienes mucha suerte, quizá puedas morir una segunda vez como supernova de tipo Ia
 
Esta muerte, claro, no es en absoluto frecuente. Por eso, y por ser el brillo de la explosión tan regular, les llama tanto la atención a esos monos presuntuosos. Las llaman “supernovas de tipo Ia” y las usan para medir distancias a otras galaxias. Gracias a ellas —¡qué serían esos monos sin nosotras, las estrellas!—, descubrieron que el Universo se expande cada vez más rápido. Solo que no tienen ni idea de cómo, así que, haciendo gala una vez más de su ignorancia, lo atribuyeron a una tal “energía oscura” [ref. 2]. Ya ves.

Pero a lo que vamos: si quieres (y puedes) morir dos veces y hacerlo con el mayor estilo posible, muere como supernova de tipo Ia. Fliparán.

Una relación explosiva. Literalmente.

En realidad, la cosa no acaba ahí. Es posible morir con más estilo todavía. Las criaturas de antes llevaban tiempo discutiendo sobre esta posibilidad teórica y acaban de descubrir un sistema que cumple con los requisitos para ser el más afortunado: el núcleo de la nebulosa planetaria que han llamado Henize 2-428 (se les acabó la imaginación con los nombres chorras y han empezado con los aburridos) morirá, en total, tres veces [ref. 3].


La extraña y explosiva historia de amor de las estrellas centrales de la nebulosa Henize 2-428, sistema que morirá, en total, tres veces. Crédito: ESO/L. Calçada
Si tienes una compañera de masa muy parecida a la tuya, quizá corras la misma suerte. Una de las dos morirá primero; la otra moldeará su nebulosa. Millones de años más tarde, ocurrirá al revés. Después, si vuestros cadáveres están lo suficientemente cerca, caerán en espiral el uno sobre el otro. De nuevo, hay quien dice que es debido al amor que os profesasteis en vida y quien dice que se debe a la emisión de ondas gravitacionales. Sea como fuere, cientos de millones de años más tarde os fundiréis en una sola. Y si esa estrella combinada supera el umbral crítico, entonces, y solo entonces, ambas moriréis de nuevo, explotando como supernova de tipo Ia.

Tal destino les está reservado a muy pocas estrellas. Lo más probable es que no sea el tuyo. Pero alégrate: en cualquier caso, morirás de forma espectacular. Mucho más que la manera en que morirán ellos. Dónde va a parar.

Referencias

1. de Marco, O. The origin and shaping of planetary nebulae: Putting the binary hypothesis to the test. PASP 121, 316–342 (2009).

2. Riess, A.G. et al. Observational Evidence from Supernovae for an Accelerating Universe and a Cosmological Constant. The Astronomical Journal 116, 1009 (1998)

3. Santander-García et al. The double-degenerate, super-Chandrasekhar nucleus of the planetary nebula Henize 2–428. Nature, DOI 10.1038/nature14124 (2015)



Este post ha sido realizado por Miguel Santander (@migusant) y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU



Para ver la publicacion original pulse aqui


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Miguel Santander


Investigador en el Observatorio Astronómico Nacional de Madrid.


Escritor de Ciencia Ficción ganador del Premio UPC en 2012 y con dos libros editados:






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