sábado, 29 de julio de 2017

Cristhian Hova: El ILUSTRADOR QUE ROMPÍA VENTAS.






He usado como portada de mi perfil en facebook la ilustración de Cristhian Hova de Darth Vader sosteniendo un helado con la leyenda “Helado Oscuro”. Me agrada todo lo que he visto de la obra de este ilustrador peruano, me place su reconocible estilo y los motivos que ilustra. Mi opinión sobre su arte no ha variado un ápice, me sigue gustando mucho.

El pasado 25 de Julio de 2017 en clasesdeperiodismo.com publicaron el artículo que estoy introduciendo: un trabajo de investigación de Diego Salazar donde demuestra que Cristhian Hova ha mentido, se ha atribuido méritos que no posee, publicaciones de sus trabajos que son falsas, ha hinchado su currículum para acrecentar su fama y (supongo yo) facilitar la venta de su obra.

No voy a desvelar como acaba el artículo, el trabajo de Diego Salazar merece ser leído, y ya de paso contemplar la obra de Cristhian que ilustra magníficamente el artículo.

Comentar mi primera reacción de incredulidad. ¿Alguien se ha tomado la molestia de investigar algo tan nimio? ¡Pero si no le hace daño a nadie! Ese fue mi primer pensamiento, instantes después reaccioné aterrorizado de mi mismo, de esa primera opinión instintiva, no filtrada por mis esfínteres mentales. Y acabé abochornado. Esta entradilla es mi redención, mi condena. Lo admito, la corrupción ha anidado en mí, prometo combatirla. En mi interior daba por bueno mentir en el currículum vitae para beneficiarse. Me parecía poca cosa. Vivo en una sociedad, la española, que ha aceptado que el Rector de una Universidad pública, que ha plagiado continuadamente, no dimita de su puesto (LINK 1). Una sociedad que aplaude y sostiene a ministros reprobados por el parlamento que no sólo no dimiten, sino que se atreven a dar lecciones de moralidad. O ese otro ministro también reprobado, y que tampoco dimite, ha visto como el Tribunal Constitucional sentencia que la Amnistía Fiscal que él promovió es inconstitucional y no lo destituyen. Pero en el rizo de lo esperpéntico, los españoles se quedan impasibles ante el Presidente del Gobierno que acaba de declarar ante la justicia sobre la probada financiación ilegal de su partido. Su defensa ha sido negar cualquier conocimiento sobre el asunto… no sé que me da más miedo: que me gobierne un corrupto o un necio que nada sabe.

En cualquier caso la corrupción generalizada tiene efectos perversos: el evidente empobrecimiento de la sociedad española, la destrucción del tejido empresarial honesto a manos de los empresarios corruptos (la forma de corrupción más extendida es la de una empresa que da dinero a un político para que este la conceda contratos públicos) y la aceptación de su existencia, de su inevitabilidad, por parte de los ciudadanos.

Los españoles estamos aceptando como algo dado por descontado, intrínseco al gobierno, la existencia de la corrupción generalizada, sistemática y constante en el tiempo. El umbral de aceptación es tan alto que mentir en el currículum no llama la atención. ¿Por qué va a estar mal si todo el mundo lo hace?

Una vez sentadas las bases de la aceptación de la corrupción, es fácil deducir el proceso por el cual, a pesar de los continuos escándalos de corrupción del partido político en el gobierno, las encuestas de intención de voto lo dan como ganador e incluso con un leve crecimiento en el número de sus votantes.

Es sutil pero constante, es lento pero imparable, la corrupción al no atajarse pudre nuestras creencias, embota nuestra percepción de la realidad, desequilibra nuestra báscula moral, en suma nos hace proclives a ella.

Por eso hay que aplaudir y darle resonancia a todas las acciones que la combata. Aplaudir a esos empleados que denuncian las prácticas corruptas de sus empleadores (lo que suele costarles el puesto de trabajo), a los arrepentidos que confiesan y denuncian, a la policía y guardia civil que la investiga pese a las presiones y represalias, a los fiscales y jueces que, como superhéroes de cómic, se enfrentan a ella arriesgando incluso sus vidas y no digamos ya su carrera judicial. Y también a quien combate la pequeña corrupción, la de estar por casa, la que no hace daño a nadie, también hay que dar difusión al trabajo de Diego Salazar. En el fondo es un ejemplo de la controvertida teoría de criminología: Ventanas rotas (link X).



by PacoMan


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El ilustrador peruano que no publicó en The New Yorker



Por Diego Salazar  (*)
El sábado 22 de julio, la revista Somos del diario El Comercio publicó un artículo sobre el artista peruano Cristhian Hova, quien, decía la nota: “ha ilustrado cuatro portadas alternativas de películas de Marvel, 11 para DC Comics y una para Century Fox. Además, tres tapas para la revista The New Yorker”.

Fue esto último lo que me llamó la atención. Yo he visto el trabajo de Hova antes. He sonreído, como muchos, ante el nostálgico y sutil sentido del humor de la que debe ser su obra más conocida: Helado Oscuro, un retrato de Darth Vader sosteniendo una paleta de negra de helado -un Jet de D’onofrio para los peruanos- mordisqueada en la mano derecha.

De hecho, como buen fanático de Batman, tengo uno de sus afiches homenaje al Caballero de la noche. Pero, además, soy subscriptor de The New Yorker desde hace años. Al igual que mi esposa, Elda Cantú, que fue quien me mostró el artículo sobre el ilustrador peruano que hacía portadas de nuestra revista favorita. Snobs, nosotros, nos dijimos: ¿Cómo es posible que un artista peruano haya publicado no una sino varias veces en The New Yorker -portadas, de hecho- y no nos hayamos dado cuenta?

En el artículo de Somos un recuadro indicaba que “Este año, por medio de un ilustrador de The New Yorker que conoció, la revista lo contactó para que produzca algunas portadas. A la derecha, Donald Trump protagonizó alguna de ellas”.

La “portada” en cuestión es esta:

No recordaba haber visto nunca esa imagen en The New Yorker, y mucho menos en portada, así que de inmediato fui al archivo digital de la revista. Había algo familiar en la ilustración, además del trazo de vectores que ha hecho reconocible el trabajo de Hova, pero en ese momento todavía no sabía qué. En el archivo del New Yorker revisé todas las portadas de la revista entre 2016 y 2017, un total de 75, ninguna de las cuáles mostraba la ilustración del artista peruano. Había una, publicada en el número del 23 de enero de 2017, con motivo de la toma de poder de Trump, que tenía un vago parecido temático. Aun cuando el trazo de su autor, Barry Blitt, no tiene ninguna semejanza con el de Cristhian Hova:

Intrigado, me fui a revisar la página pública de Facebook de Hova, a ver si había algún error y la ilustración en cuestión había aparecido en alguna otra página de The New Yorker. De ser así, seguramente el ilustrador había compartido en sus redes sociales la página correcta. Ahí encontré esto:



La ilustración, entonces, según esa imagen compartida por Cristhian Hova en su página de Facebook, no había sido portada sino que había ilustrado un artículo en las páginas interiores de la versión impresa. Un artículo escrito por Jeffrey Frank y titulado Trump Can’t Stop Himself. Para cualquiera familiarizado con el diseño de The New Yorker, esa página resulta extraña. No se parece en absoluto a la icónica y clasicista maqueta de la revista.

De todas formas, busqué el artículo en el archivo digital. Nada. No existía. Lo siguiente fue buscar artículos de Jeffrey Frank sobre Trump en newyorker.com. Ahora sí. El artículo existía, solo que nunca se publicó en la revista impresa. Apareció en una sección de la web llamada Daily Comment, donde distintos autores escriben textos cortos comentando noticias del día.

Esta es la cabecera del artículo de Jeffrey Frank, como apareció publicado el 14 de marzo de 2017 en la página web de The New Yorker:

La imagen que ilustra la nota es una fotografía de Al Drago, fotógrafo de The New York Times, y, como cualquiera puede ver, no un trabajo de Cristhian Hova. Este hallazgo hizo que me sumergiera de lleno en la página de Facebook de Hova y en su cuenta de Instagram, a la que también había llegado buscando la dichosa portada de The New Yorker. En Somos hablaban no de una portada, sino de tres. No tuve que buscar mucho más. Las redes sociales de Hova son pródigas en muestras de su trabajo.

El 16 de marzo, el ilustrador compartió esta imagen en su cuenta de Instagram:



Al parecer, otro trabajo suyo había aparecido en las páginas de The New Yorker. De hecho, en una entrevista aparecida en la sección postdata del diario El Comercio el viernes 7 de abril de 2017, el periodista Renzo Giner Vásquez dice lo siguiente: “El año pasado uno de sus dibujos acompañó la nota que hizo The New Yorker tras la muerte de David Bowie y en marzo de este año volvieron a recurrir a él para graficar al presidente Donald Trump”. A continuación, Giner Vásquez le pregunta al artista: “¿Cómo te contactó The New Yorker?”, a lo que Hova responde: “A través de una agencia con la que trabajo. Yo solo hice el dibujo y ellos se encargaron de todo”. El mismo ilustrador compartió ese día la entrevista en su cuenta de Instagram:



Una vez más, hay algo muy extraño en esa página de The New Yorker ilustrada con una imagen de David Bowie obra de Hova. La maqueta dista bastante del estilo clásico de la revista. Así que volví a newyorker.com. Bastó buscar el titular de la nota publicitada por Hova en su Instagram para llegar al artículo original:



Es una nota de la periodista Sarah Larson, corresponsal de Cultura de newyorker.com, que no se publicó en la versión impresa de la revista ni fue ilustrada con el trabajo del artista peruano. Pero no sólo eso. La primera línea del artículo posteado por Hova en Instagram dice: “This was not supposed to happen”, mientras que la nota de Larson empieza así: “Like many of us who adored David Bowie, I’ve had his music in my head lately”.

¿De dónde había salido esa primera línea? Una vez más, Google tenía la respuesta. Una sencilla búsqueda me llevó a otro artículo publicado en la web de The New Yorker, esta vez obra del crítico de arte de la revista, Hilton Als, titulado Postscript: David Bowie, 1947-2016. Esta es la cabecera de la nota, una vez más, publicada únicamente en la página web de The New Yorker:

Y este es su primer párrafo, de donde sale la primera línea de la página publicada por Hove en su cuenta de Instagram:



Alguien, no podía saber quién pero tenía una sospecha, había fabricado esa otra página de The New Yorker, cogiendo un titular de aquí, un arranque de artículo de allá, y pegando una ilustración obra de Cristhian Hova.

La supuesta relación del ilustrador, siempre según sus redes sociales y sus declaraciones en entrevistas (y los crédulos periodistas que las repetían sin verificación alguna), con The New Yorker no quedaba aquí. El 16 de abril de 2017, Hova posteaba esta nueva página en su cuenta de Facebook:



A diferencia de los otros artículos, este relato de Stephen King sí había sido publicado en las páginas de la revista impresa de The New Yorker. Apareció en el número del 9 de marzo de 2015 y fue ilustrado de esta manera:

La ilustración pertenece al artista Jon Gray, no a Cristhian Hova. La siguiente página, donde comienza el texto del relato, es esta:

De hecho, en la entrevista de El Comercio de abril de este año, el periodista Renzo Giner Vásquez señala que la primera colaboración de Hova con The New Yorker fue la imagen que “acompañó la nota que hizo The New Yorker tras la muerte de David Bowie”. Bowie murió el 10 de enero de 2016, así que, según el relato del periodista y del propio Hova, es imposible que el artista haya realizado una ilustración para The New Yorker para un relato que se publicó casi un año antes, en marzo de 2015. Las fechas, además de la maqueta de las páginas, el archivo de la revista impresa, las notas de la página web y demás evidencia, no cuadran.

Como tampoco cuadra esta otra supuesta página de The New Yorker que Hova publicó en sus cuentas de Facebook e Instagram hace poco más de un mes, el 2 de junio de 2017:



De nuevo, el artículo que se supone ilustra la imagen del artista peruano, escrito por John Cassidy y titulado “Donald Trump’s ‘Screw You’ to the World”, fue publicado únicamente en la página web de la revista, nunca en la versión impresa:



Y, una vez más, había sido ilustrado con una fotografía y no con una obra de Cristhian Hova, como mostraba la página que el artista había posteado en sus redes sociales.

A través de un amigo periodista que trabaja en The New Yorker, me comuniqué con Genevieve Bormes, asistente editorial de la editora de Arte de la revista. En un email le envié las imágenes con ilustraciones de Hova que él mismo había posteado en sus redes sociales y le pregunté si podía confirmarme que esos trabajos habían sido encargados y publicado en la revista o no. Un par de horas después, Bormes respondió: “Hasta donde tengo conocimiento -la expresión en inglés es ‘To the best of my knowledge’, una formalidad habitual en las comunicaciones oficiales-, puedo afirmar que este artista no tiene relación alguna con The New Yorker ni con sus portadas”.

Con esa confirmación, decidí ponerme en contacto con los periodistas de Somos y El Comercio, que habían escrito o editado artículos sobre la obra de Cristhian Hova en los que se mencionaban las portadas que supuestamente había hecho para The New Yorker.

Primero llamé a Rafaella León, editora de Somos, para contarle lo que había encontrado y preguntarle si ellos, en la revista, habían realizado algún tipo de comprobación. León respondió que no. A continuación me explicó que Cristhian Hova había ido a la entrevista acompañado de dos personas de la agencia de comunicación con la que trabaja, que la revista recibió un USB con el dossier del artista y ellos dieron por bueno todo lo que afirmaba. “Fue un acto de fe”, me dijo León cuando insistí y le pregunté si en ningún momento se les había cruzado por la cabeza verificar si en efecto el trabajo del ilustrador había aparecido en The New Yorker.

Luego de hablar con León, llamé a Renzo Giner Vásquez, autor de la entrevista publicada en abril de 2017, quien había escrito: “El año pasado uno de sus dibujos acompañó la nota que hizo The New Yorker tras la muerte de David Bowie y en marzo de este año volvieron a recurrir a él para graficar al presidente Donald Trump”. Giner se mostró tan sorprendido como Rafaella León cuando le comenté lo que había encontrado. Le pregunté de dónde había sacado que The New Yorker había publicado ilustraciones de Hova. A lo que respondió de inmediato: “Me lo dijo él. Y estaba en la nota de prensa cuando me ofrecieron la entrevista”. Así que repregunté: ¿En ningún momento verificaste si en efecto se habían publicado? “No”, me dijo Giner. 

Después de esto, hablé con la autora de la nota en Somos, Brunella Vásquez. Su editora, Rafaella León, me facilitó su número de teléfono. Cuando me comuniqué con ella, Vásquez me dijo que León le había contado lo ocurrido. Después de hablar con su editora, Vásquez, me dijo, llamó a la responsable de la agencia y le explicó lo que pasaba. “Ella está haciendo todas las averiguaciones del caso”, me dijo Vásquez. Una vez más, como había hecho con León y Giner, le pregunté a Vásquez si en algún momento se le había ocurrido verificar si lo que decía Cristhian Hova, que The New Yorker había publicado varias portadas realizadas por él, era cierto. Al igual que sus colegas, Vásquez me dijo que no.

Ni bien colgué con Vásquez, llamé a la responsable de la agencia de relaciones públicas que maneja la comunicación de Cristhian Hova para solicitarle que me contactara con él. Le dije que Brunella Vásquez, de Somos, me había dicho que la había llamado antes y explicado la razón de mi interés. La responsable, que me pidió que no mencionara su nombre, me explicó que ella se había sorprendido también y que había hablado con Hova para exigirle que le explicara qué estaba ocurriendo. Las respuestas que le dio, que una supuesta galería de arte en Estados Unidos le había solicitado realizar unas ilustraciones para homenajear portadas de The New Yorker, con consentimiento de la revista, no la convencieron y su agencia había decidido ya terminar la relación laboral con el artista.

Cuando le pedí que me pusiera en contacto con él, me dio su teléfono y me dijo que le había recomendado que aceptara conversar conmigo y, sobre todo, que tuviera a mano el supuesto email o recibo o lo que fuera que comprobaría el pedido de la galería. “Porque si no aclara esto resulta que le ha mentido hasta al curador de su exposición en Índigo, donde hay una línea de tiempo que señala que ha publicado trabajos en The New Yorker”, me dijo.

La explicación, por supuesto, resulta bastante improbable. Sobre todo cuando desde el mismo The New Yorker, recordemos, la asistente editorial de la editora de Arte señala que: “hasta donde sé, puedo afirmar que este artista no tiene relación alguna con The New Yorker ni con sus portadas”. Y cuando las páginas fabricadas que Cristhian Hova publicó en sus redes sociales no corresponden a portadas sino a supuestas páginas interiores de la revista.

Las publicaciones de Cristhian Hova en las páginas de The New Yorker no son el único caso sospechoso que he podido desenredar echando un vistazo a sus redes sociales, haciendo uso de Google y redactando unos cuantos emails y mensajes de Facebook messenger.

El 27 de marzo, Hova publicó en su página de Facebook esta imagen:




Pero si uno descarga la imagen de Gallagher sosteniendo el cuadro y realiza una búsqueda en Google Images, se encontrará con que la foto ha sido modificada, tomando como base esta otra:

El 19 de marzo, Daniel Pitts, un artista inglés residente en Manchester, compartió en sus varias redes sociales la imagen de Liam Gallagher sosteniendo un cuadro pintado por él. El cuadro era un homenaje a la portada del soundtrack de la película Quadrophenia. Luego de encontrar la imagen, contacté a Pitts a través de Facebook messenger. Me respondió de inmediato.

Antes de explicarle la razón de mi mensaje, le pregunté si podía decirme cuándo, dónde y quién había tomado la foto de Gallagher sosteniendo su cuadro que estaba en su página de Facebook. Pitts me dijo que la foto fue tomada el 17 de marzo por una amiga suya que conoce a Liam Gallagher y que le habló al músico del trabajo del pintor. O sea, 10 días antes de la primera publicación de Hova. Digo primera porque un par de meses después, el 4 de junio, el artista peruano volvería a compartir la misma imagen de Gallagher con su ilustración. Esta vez en su cuenta de Instagram:




Al terminar de hablar con la responsable de la agencia de comunicación que trabajaba con Hova, lo llamé una decena de veces. No hubo respuesta. Le dejé un mensaje de voz y varios mensajes a través de messenger en sus dos cuentas de Facebook. La responsable de comunicación me escribió minutos después diciéndome que el ilustrador le había escrito por whatsapp diciéndole que tenía varias llamadas perdidas y que ella le había dicho que “conteste y que asuma lo que tenga que asumir”. Las llamadas eran mías. La responsable de la agencia me pidió un momento para volver a hablar con él. Segundos después me escribió: “Nada, a mí tampoco me contesta”.

RECONOCE ERROR

EL COMERCIO SE PRONUNCIÓ
“A raíz de la publicación “El ilustrador peruano que no publicó en The New Yorker” en el blog del periodista Diego Salazar, El Comercio ofrece disculpas a sus lectores por no haber hecho las verificaciones respecto a la versión ofrecida por Cristhian Hova quien en una entrevista en la sección Posdata y en la revista Somos aseguró que había ilustrado cuatro portadas alternativas de Marvel, 11 para DC Comics y una para Century Fox. Además, de tres tapas para “The New Yorker”. Todo ello, según reveló Salazar y confesó luego Hova, resultó falso”, señaló el diario.

(*) Este artículo se publicó inicialmente en el blog de Diego Salazar.

Cristhian Hova | the new yorker

Fuente:

http://www.clasesdeperiodismo.com/2017/07/25/el-ilustrador-peruano-que-no-publico-en-the-new-yorker/


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by PacoMan 

En 1968 nace. Reside en Málaga desde hace más de tres lustros.
Economista y de vocación docente. En la actualidad, trabaja de Director Técnico.
Aficionado a la Ciencia Ficción desde antes de nacer. Muy de vez en cuando, sube post a su maltratado blog.

Y colabora con el blog de Grupo Li Po

jueves, 27 de julio de 2017

Milagros Bordones: Lo que hacemos los bailarines no nos pertenece, es del espectador





Estimados Liponautas

Una de las finalidades de nuestro portal es difundir  el talento local y hoy retomamos este objetivo regalandoles esta entrevista al bailarina valenciana Milagros Bordones.

Deseamos disfruten de la entrada.

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16/07/2016

Bailarina y maestra con 27 años de carrera



(Notitarde/)

Daniela Chirinos



Notitarde.- A las 7:00 de la mañana Milagros Bordones está lista para comenzar su estricta rutina. Parada frente al espejo del salón donde dictará clases, repasa mentalmente las coreografías y ejercicios para estirar y oxigenar cada músculo de su cuerpo. Éste es su instrumento de trabajo, su canal de expresión artística y el templo que resguarda su espíritu. Yoga, ballet y danza contemporánea. Ése es el orden del día.

Su cuerpo fibroso la delata. Cada centímetro ha sido trabajado para sostenerse a sí mismo -y otros como el suyo-, en posiciones casi acrobáticas y con la maestría que solo una bailarina como ella, con 27 años de trayectoria, puede lograrlo, y demostrar lo que aprendió junto a precursores de la danza y el ballet en la región, Juan Monzón y Nina Nikanorova, respectivamente.

Su historia la cuenta sentada de piernas cruzadas en la alfombra roja de las escaleras del Teatro Municipal de Valencia. Está cómoda. No es para menos, porque en los salones de este recinto y en la Escuela de Teatro Ramón Zapata, ha pasado casi 30 años formándose como bailarina en Valencia Danza Contemporánea.

En esta institución, fundada por Juan Monzón, también descubrió sus habilidades para enseñar a otros a contar historias con la danza, sobre todo a disfrutar la simbiosis con el público, cada vez que se sube a un escenario. Así se hizo coreógrafa y fundó su escuela Rendija Danza Contemporánea, en 1999.

  Me dedico 100% a esto. La danza es mi vida con todo lo que vibra en ella. Mis dos hijos, Carlos Jesús y Mariana García son bailarines; mi pareja, César Arrayago es coreógrafo e investigador y cocreador de Rendija  , que funciona bajo el lema: La danza es un bien para la humanidad.



El día en que se enamoró de la danza

Nada es producto del azar, sino del esfuerzo y la constancia. Esto lo aprendió del maestro Juan Monzón. Verlo bailar junto a su compañía en 1988, definió su vida.   Siempre cuento esto. Fui a la primera función de la Compañía de Danza Contemporánea de Carabobo (hoy, Valencia Danza Contemporánea). Ahí supe que esto era lo que quería hacer  .

Ese día se enamoró de la forma como esos bailarines se movían, sus trajes, su andar descalzos, la estética y la puesta en escena. Sobre todo, se dejó atrapar por las coreografías, que tocan temas comunes,   son más cercanos al ser humano  . En 2015, asumió la subdirección.   Ahí nací como bailarina, de la mano de mi papá Juan Monzón  .




  Rendija soy yo buscando mi lenguaje 


Desde 2010, se dedicó a su proyecto Rendija Danza Andante. Con esta agrupación han llegado hasta México y experimenta más con la danza.   Soy yo buscando mi propio lenguaje como coreógrafa, artista de la danza, como creadora  .

Se refiere a la integración de la literatura, las artes plásticas y visuales, a las obras como en Estéril, la primera de Rendija, que está basada en unos poemas suyos referidos a la mujer, mostraba con bocetos del artista y docente de la Escuela de Artes Plásticas Arturo Michelena, Luis Noguera.

El año pasado estrenaron Cuando hablemos desde el alba, inspirada en la obra Sonata del alba de César Rengifo. Este trabajo conjugaba la plástica con la danza, el vestuario y las posturas reflejan cuadros del maestro como Diciembre (1971), Una Rosa para mi ciudad (1971) y La flor del hijo (1954), todo esto al compás de la Sonata de Beethoven.



Nutrirse de otras artes


Hoy amanecimos lavados por la lluvia y nos asombró vernos tan limpios, sin odios, sin rencores, sin caca de pajaritos, sin nostalgias muertas de hambre, sin basura. Ojalá mañana llueva torrencialmente. Este poema de Mario Benedetti es el preámbulo de la obra Los sentimientos del maestro Juan Monzón, que Milagros está preparando junto a Yacanna Martínez, César Arrayago, Carlos Jesús García y Mariana García, para reestrenarla este 22 de julio, en el Festival de Teatro Juan Moreno de la Escuela Ramón Zapata. La pieza se presentó por primera vez en 1999, y es un repaso por la ira, el dolor, el amor y la alegría.

  Siempre hay que nutrirse de la literatura, afinca. Con Valencia Danza Contemporánea montaron H2O (2007) que está inspirada en la obra de Laura Antillano, y Momentos de vida (1998), basada en un poema de Reinaldo Pérez Só.




  Esto que hacemos, no nos pertenece 

Con casi tres décadas de trayectoria, ha comprendido que la experiencia del bailarín no es solo la puesta en escena, sino que va más allá de lo estético, trasciende a lo sensorial y se conecta con el público.

Para ella, hoy el arte transforma,   no golpea como en otras épocas  . Se refiere al surrealismo, que irrumpió bruscamente para conseguir su lugar en la escena artística.   Ahora -dice- es más una invitación a disfrutar las propuestas, de regocijarse en ellas  .




- ¿Cuál ha sido la principal enseñanza que le ha dejado la danza?

- La danza hace bien al cuerpo y al alma, nos hace más cercanos a los demás, rompe la timidez, es un arte maravilloso. Desde que lo descubrí he querido compartir esto, porque lo que hacemos (los bailarines) no nos pertenece, es del espectador, porque experimenta, vive lo que le mostramos.

Tomado del Notitarde


Enlaces Relacionados:
  






































Actualizada el 29/01/2024




miércoles, 26 de julio de 2017

Julio E. Miranda: Me parece peligrosísimo depender editorialmente del Estado. Es mejor depender de los lectores



Julio E. Miranda. fotografía de Miguel Gracia.


Estimados liponautas.


Hoy compartimos con ustedes esta vieja entrevista al escritor venezolano, ya desaparecido, de origen cubano Julio E. Miranda (La Habana, Cuba,1945- Mérida, Venezuela,1998).


En estos momentos donde se debate si hubo  o no un Pum (Boom) editorial, literario o lector en 1998 Miranda aporta su opinión de forma contundente sobre el papel que ha tenido el estado venezolano en el mundillo literario local. La entrevista toca otros temas y no tiene desperdicio.

Disfruten de la entrevista.


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JULIO MIRANDA: "ESCRIBIR ES UN ACTO  IMPÚDICO..."


Entrevista: Libia Planas
Casi como en el lugar de siempre, posiblemente el más frecuentado por poetas, escritores e intelectuales en Mérida -en la Librería Universitaria- fue la cita con Julio Miranda. La idea de que compartiríamos uno de esos cigarrillos de tabaco fresco y fuerte que él solía fumar, animaba el encuentro, cosa que fue imposible disfrutar esta vez, porque ahora procura, al menos en las mañanas, no cargar de humo sus resentidos pulmones, y porque aquellos ya no se venden en el mercado.
Sin embargo, a tiempo nos fue servido un café, con la libertad de elegir un lugar entre los espacios de libros.
A la espera, y haciendo alarde de mi puntualidad, nos remontamos por aquellos tiempos de Granada, por esa novela corta que es Ciudad con nombre de mujer.
Cansado, o como el dice, más viejo, la entrevista -en relación a otros encuentros- no estuvo impregnada de aquella energía que solía transmitir en sus inicios. No obstante, las pilas se fueron cargando paulatinamente para llegar a aquella ciudad hispana.



-La novela trata de la ciudad de Granada, donde viví y estudié por los años sesenta. Entonces recree un poco el mundo de la época, de un grupo de gente joven que está estudiando y comenzando a escribir y publicar. Que está, a su manera, haciendo cierta oposición. Acuérdese que era el tiempo de Franco. Entonces, por ejemplo, una de las cosas que hacen es organizar un recital de García Lorca, que era un poeta prohibidísimo en Granada, casi un subversivo. Es una novela que ronda a cinco o seis personajes y, por supuesto, habla mucho de la ciudad.
¿Es casi autobiográfica; se podría decir?
- Siempre, aunque escribiera ciencia-ficción, estaría trabajando con elementos autobiográficos. Lo que pasa es que yo he juntado y sintetizado en varios personajes cosas que me han sucedido en otros momentos de la vida y los he retrotraído a Granada. Es una novela que yo llevaba pensando mucho tiempo y al fin la escribí. Claro, es una novela corta.
¿A qué atribuye usted que haya sido galardonada en la IV Bienal de Literatura "Mariano Picón Salas", y qué es lo novedoso en ella?.
No sé. Habría que conocer el resto de las obras que concursaron para dar una opinión. En mi caso, es una novela muy fragmentaria, que trabaja con pequeñas escenas, un poco como lo que hice en Casa de Cuba, donde algunas de las fuentes narrativas son poemas. Pensé que, siendo un grupo de poetas, los poemas tenían que aparecer, pues es lo que ellos escriben. Quizás lo más difícil fue producir poemas que respondieran a los distintos personajes: cada uno tenia una personalidad, preocupaciones, en fin, toda esa carga de cada cual y, desde luego, cada uno tenía que escribir una poesía distinta.
Y, bueno, ya que me preguntas por lo novedoso, quizás pueda ser eso: cada capítulo se cierra con un poema de uno de los personajes. Uno de los capítulos se cierra con varios poemas sobre el mismo tema, y otro de los capítulos se cierra con un poema que han hecho entre varios.


En el 61, a los 17 años, Miranda sale de Cuba, su país natal, para estudiar Filosofía en Granada. Allí permanece por el lapso de cinco años, un tiempo que considera muy importante, muy marcante , como el mismo afirma, agregando que en esa etapa, "aunque suene tonto, te haces hombre". En su caso, también se trataba de hacerse escritor. Es la fuerza de la búsqueda, de la adolescencia hecha furor, y con esa determinación escribe cosas personales, casi un diario.
Es esa literatura melancólica que haces, en primer lugart pensando en que no la lea nadie; pero hay un momento en que pasa a ser una cosa que haces pensando en que se va a publicar, y que la van a leer otros. Digamos que hay un corte, y quizás un momento en que decides acabar con el pudor. Escribir es un acto impúdico, finalmente.



Del Jurado que lo calificó en este género, ¿qué opina?.
-Me pareció realmente un jurado muy riguroso, muy exigente, el cual estuvo integrado por Noé Jitrik, de Argentina, Oscar Rodríguez Ortiz y Antonio López Ortega. Siento una especial de que me haya premiado ese jurado.
De su incursión en distintos géneros; ¿qué ha sido para usted lo más difícil de abordar como creador?
Yo creo que lo que me cuesta más trabajo es la narrativa, finalmente. Primero, siempre tiendo a hacer una narrativa muy breve, y creo que eso es un vicio de poeta, que se acostumbra a escribir unos cuantos versos, lo esencial. Entonces, cuando tienes que narrar, te fastidias. O sea: si el personaje entró, salió, cómo está vestido, etc. Ese tipo de cosas te producen eso. Es tan así que las dos novelas, Casa de Cuba y esta última, son de ochenta a setenta páginas, no llegan a más.

Lo mismo me pasa con el cuento. Yo tengo muchos cuentos, incluso de una página, que no son propiamente minicuentos. Son cuentos, si se quiere, encogidos. Si en una página he dicho todo, eso basta. Pero yo me siento mucho más cómodo en la poesía (que cada vez escribo menos), como en el ensayo, que es un género que me gusta mucho. Permite jugar, narrar. Creo que se puede considerar muchas veces casi un género de ficción. He estado casi seis años sin escribir poesía, y llevaba sin escribir novela desde el noventa.
Al parecer lo fuerte en él es el ensayo. Actualmente sigue escribiendo ensayo, a propósito de un curso que dicta sobre cine, literatura y artes plásticas, cuyos materiales está elaborando.
Son muy conocidos sus ensayos en torno al cine venezolano y cubano Sigue escribiendo sobre este arte, pero más sobre la relación de éste con la literatura.



De ese trabajo, vida, hombre, medio ambiente, ¿Cuál cree usted que debe ser la posición del escritor?.
El escritor debe ser lo más auténtico posible, y no fijarse temas ni necesidades exteriores. Tiene que tratar de escuchar sus voces interiores y responder a ellas lo mejor que pueda. No creo que deba plantearse nada más.
¿Cómo cree que está el movimiento literario; tras la realización de esta última Bienal?.
La Bienal [de Literatura Mariano Picón Salas] de Mérida es un evento distinto de los que se hacen aquí. Las Bienales, hasta ahora, han sido unos concursos con unos premios. Mientras que la Bienal "Mariano Picón Salas" -que ya tiene cuatro convocatorias y ocho años- instauró otro tipo de Bienal: con invitados extranjeros y venezolanos, los mejores posibles, que dan una serie de ponencias, hay lecturas de cuentos, de poemas... Un tipo distinto de Bienal que, por ejemplo, la ha retomado la Bienal "Ramos Sucre" de Cumaná, y ahora, en la convocatoria de este año, la Bienal de Valencia.


Mariano Picón Salas cerca de 1940.

Creo, sin duda, que la Bienal de Mérida ha creado escuela. No es simplemente que se reúne un jurado y hay unos premios, o que se publican los libros alguna vez, sino que se convierte realmente en un evento cultural. En Mérida hay una garantía, la Bienal realmente se desborda sobre la ciudad. Tú ves un interés, ves sesiones donde hay doscientas a trescientas personas, eso es muy importante.
En otras Bienales a las que he ido, sólo ves en las sesiones de conferencias y lecturas de textos de veinte a treinta personas, donde a veces la mitad la conforman los invitados a ese evento.



¿Como escritor, ¿usted vive de su oficio?.
Vivo de lo que hago, en un sentido muy amplio. Aquí no hay un mercado para vivir de lo que uno escribe. Yo hago muchos trabajos infraestructurales para editoriales: corrección de pruebas, de estilo, lecturas de originales. La mitad de lo que gano es de eso.
¿Proyectos particulares?
No. Ninguno. En el campo editorial todas esas que se llaman editoriales alternativas dependen del CONAC (Consejo Nacional de la Cultura, un órgano desaparecido sustituido por el Ministerio de Cultura en la actualidad), sencillamente. Aquí la edición sigue siendo en gran parte un asunto de estado. Del Estado en cualquiera de sus modalidades. Cuando el estado da dinero, se produce, digamos que hay un florecimiento, y cuando no lo da, se distrae.




¿ Ud piensa que el Estado es el que debería dar esos respaldos?
Pienso que debería haber un mercado, pero no lo hay Me parece peligrosísimo depender del Estado. Es mejor depender de tres mil, cinco mil personas, que conocen o no el libro o, en el caso del cine, de un millón o dos millones de personas que van a ver o no la película Si de los libros de literatura vendes mil ejemplares estás muy contento, pero con eso ni vive una editorial ni vive un autor
De lo transitado por ese mundo de vida y letras, ¿qué es lo que más le importa?.
A mi lo único que me importa es que la literatura es mi vida. Yo tengo que escribir, eso es una necesidad absoluta. Trato de expresar lo que debo expresar No vería más nada.



Temas, ¿cualquier tema?.
No cualquier tema. Por ejemplo, yo no voy a escribir de física, yo no sé nada de eso Hay persistencia. Mis campos de trabajo, desde hace años, son la literatura y el cine venezolanos. Pero, digamos, yo no le doy mayor importancia a mi narrativa, o a mi poesía, que a mi trabajo como ensayista o como crítico.

[Esta entrevista, realizada por la periodista Libia Planas, se realizó en enero de 1998, meses antes de la sorpresiva muerte del escritor].

Voz y Escritura (Mérida) (8-9): 221 -234. Diciembre, L 999. 222