jueves, 26 de octubre de 2017

MIGUEL OTERO SILVA: Nuestra historia ha sido un encadenamiento de frustraciones.






MIGUEL OTERO SILVA | 18 DE FEBRERO DE 1969 

Prueba oral de un novelista 


Por Leonor Botifol



—¿En el caso de las novelas Fiebre, Casas muertas y Oficina Nº 1, los ambientes son estrictamente venezolanos o se puede pensar en una intención de reflejar algo también de Hispanoamérica?



—La concepción de los ambientes es estrictamente venezolana, porque mis novelas son reflejos de una realidad venezolana más o menos vivida o presenciada por el autor. Si esos ambientes corresponden igualmente a otras regiones latinoamericanas, y no solamente latinoamericanas, sino también a otros sitios del mundo, no ha sido por intención mía, sino porque en esos países existen condiciones económicas, políticas, sociales, históricas y aún raciales similares a las nuestras. Por lo demás, no creo —o lo dificulto muchísimo— que pueda escribirse una novela con la intención premeditada de abarcar ambientes diversos sin que ella caiga en artificio o falsedad. Las grandes novelas universales del pasado y del presente fueron escritas para interpretar o revelar un ambiente localista: el Quijote es La Mancha, Madame Bovary es un pueblo de provincia francesa, el Ulises es Dublín.




—¿Qué elementos autobiográficos están proyectados en estas novelas?

—Todo novelista inicia por lo general su carrera de escritor con un libro autobiográfico. Y sucede también que el 90% de ellos (o tal vez más) se quedan en ese primer libro. También por lo general, cuando un novelista trae su segundo libro, con o sin autobiografía, es cuando comienza a ser escritor profesional.

En Fiebre, mi primera novela, hay innumerables elementos autobiográficos, no solamente de mi persona, sino también de mi grupo, de mis compañeros de lucha, de eso que se ha llamado la generación del 28. Las cosas que le suceden a Vidal Rojas en la primera fase del libro (la trama amorosa, la acción política) me sucedieron a mí, como son igualmente experiencias personales los acontecimientos de la montonera. En cambio, la parte que sucede en Palenque, es una experiencia de mis compañeros de lucha que fueron a parar a ese campo de concentración, ya que yo logré escapar al extranjero después de haber participado en las guerrillas y deseaba concluir el libro, no en el destierro, sino en aquella cárcel tenebrosa de los llanos del Guárico.

En las novelas posteriores hay menos sucesos autobiográficos, aunque siempre los hay. Algunos personajes de Oficina Nº 1 e incluso de La muerte de Honorio, repiten experiencias mías, pero que no las uso en un sentido estrictamente autobiográfico, sino como elementos existenciales que sitúo en un personaje cualquiera.



—En el caso de haber tomado ambiente, situaciones o personajes auténticos, ¿han sido llevados a la novela objetivamente o deformados literariamente?

—Deformados literariamente, por supuesto. En las novelas posteriores a Fiebre  he tomado de la vida real los personajes secundarios, aunque “deformados literariamente” como dicen ustedes. Los personajes principales, en cambio,  han sido personajes de creación, es decir, inventados por mí. En cuanto a los personajes que he denominado secundarios, existieron realmente en las poblaciones de Ortiz o de El Tigre. Les advierto que realizo para mis novelas un trabajo preparatorio de indagaciones y apuntes que me sirve luego para edificar el ambiente y dar vida a los personajes (salvo en el caso de Fiebre, que todo me lo saqué de adentro y lo completé con los relatos de los ex presidiarios de Palenque). En el caso de Casas muertas, me fui a Ortiz, que para entonces estaba derrumbándose completamente, busqué a los sobrevivientes de la época terrible, que eran muy escasos, y ellos me contaron cómo eran los árboles y los pájaros, qué se comía, cómo se vestían, qué canciones cantaban, y yo comencé a llenar los cuadernos con sus palabras. Entre estos personajes estuvo una maestra de escuela que suministró los mejores datos, me contó las mejores historias y por ello aparece luego en mi novela con el nombre de “la señorita Berenice”.



—Hemos notado en sus personajes en general un sentimiento de frustración. ¿Obedece esto a razones especiales?

—Les confieso que nunca he pensado deliberadamente crear personajes de frustración para mis libros. Tal vez ese efecto se deba, no a mis personajes, ni a mí, sino a nuestra historia, que ha sido en nuestro tiempo un encadenamiento de frustraciones. Fiebre es la novela de la llamada generación del 28, una generación frustrada que da lugar a una novela frustrada. Casas muertas es la novela de una ciudad mal muerta por el paludismo, el caudillismo, la dictadura y las guerras civiles: una ciudad frustrada.” es la historia de una ciudad mal nacida, parida por la explotación petrolera, con características anárquicas de campamento, con rasgos evidentes de frustración. Esa debe ser la razón especial que determina el sentimiento de frustración que ustedes han observado en mis libros. En cuanto a La muerte de Honorio, si bien concluye con una esperanza, la esperanza de la unidad de las fuerzas progresistas y democráticas que se logró el 23 de enero, la verdad histórica es que esa esperanza también se frustró después, aunque yo no tuve tiempo de registrar el descalabro en mi libro, porque para entonces ya mi libro había sido publicado.



MOS por MOS

Antes de dar comienzo al temario de la entrevista, el escritor Miguel Otero Silva hizo una breve reseña autobiográfica:

Debo iniciar este experimento con la advertencia de que no soy ensayista, ni crítico de obras literarias ajenas, mucho menos de las mías. Tuve una formación cultural deficiente e irregular. Los únicos estudios universitarios que hice fueron los de ingeniería, bastante mal llevados, y luego los de periodismo en una promoción que fue bautizada justicieramente como “Promoción pirata”. Antes había hecho un bachillerato trashumante en varios liceos diferentes: uno de ellos de curas salesianos y otro dirigido por un católico fanático que nos levantaba a media noche para rezar el Vía Crucis de rodillas. Con tales antecedentes me sentiré en desventaja si ustedes me disparan preguntas de técnica literaria, de escuelas literarias. Para las otras cosas, estoy completamente a la disposición de ustedes, por más indiscretas que sean las indagaciones que se les ocurran.

Me preguntarán ustedes por qué estudié ingeniería y por qué, con una preparación tan deficiente, decidí meterme a escritor. Les contaré. La Universidad de Caracas en 1924, año en que me gradué de bachiller, no era una universidad moderna como la de ahora, ni tenía estas decenas de facultades especializadas. Aquel era apenas un claustro de Capitanía General, en el cual, quien no estudiaba Ingeniería, tenía que estudiar Medicina, o Abogacía, o Dentistería, o Farmacia, y nada más. Los que se sentían inclinados hacia la literatura se inscribían generalmente en la facultad de Derecho, no me explico por qué causa, ya que los códigos, los pleitos tribunalicios y los embargos, están a mi juicio, más lejos de las letras que la disección de un cadáver. Yo preferí la Ingeniería porque allí, al menos, se veían algunas materias de Matemáticas puras que era lo único más o menos poético que podía aprenderse en aquella universidad semifeudal. Pero finalmente dejé la ingeniería y me puse a escribir porque no me agradaba otro oficio sino el de periodista (que la dictadura no me permitía cumplir en su verdadera misión) y el de escritor.



Gallegos el maestro

Yo  creo sinceramente que, al menos desde el punto de vista consciente, no empleo símbolos en mis novelas, ni en las situaciones, ni en los personajes, ni en el paisaje, a pesar de ser un discípulo de Rómulo Gallegos, el gran maestro de los símbolos en la novela latinoamericana. En realidad, Gallegos fue mi maestro de literatura y filosofía en el liceo, y es indudable que sus novelas deben tener determinadas influencias sobre las mías. Pero no en lo del símbolo. Cuando Gallegos pone en sus libros una hacendada, esa mujer encarna al latifundismo; cuando a un americano, ese gringo encarna las compañías petroleras o al imperialismo; cuando a un peón, ese representa a la clase campesina, etc., y como tales se conducen a lo largo de sus libros. No sucede lo mismo con  mis personajes, quienes no siempre actúan de acuerdo con el oficio o posición social que tienen.

Les contaré una anécdota. Cuando leyó mi libro Casas muertas el maestro Gallegos me llamó a su casa para decirme que la novela le había gustado mucho, y agregó después: “Hay, sin embargo, una cosa que no me explico. Y es que tú metes un cura en el relato y el cura te sale bueno, lo cual es algo difícil. Y unas páginas más adelante metes otro cura y también es bueno, lo cual es todavía más difícil. Y por último, metes un tercer cura y también es bueno. Ya eso es inverosímil”.

Yo le respondí:

Mire maestro, lo que pasa es que cuando yo meto un cura no estoy metiendo al clero en su totalidad, como tal vez haría usted. Cuando yo pinto un cura es simplemente un cura de carne y hueso; y esos tres me salieron buenos porque dio la casualidad que en Ortiz, el pueblo de Casas muertas, vivieron tres curas en la época de mi relato y los tres eran almas de Dios. Y concluí para consolarlo: pero no se preocupe, maestro. Ahora estoy escribiendo un libro llamado Oficina Nº 1, donde aparece un cura que es un bandido.


Tomado de El Nacional



3 comentarios:

  1. Soprendente, cuánta sabiduría, mil gracias, hoy he aprendido lo que Casas muertas nos ha ensenado hace ya tantas lunas. Gracias a los editores de Letralia por rescatar estos materiales sagrados de la cultura latinoamericana.

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    2. LETRALIA??? será que te llegó por esa vía, pero fue el Grupo Li Po el que se tomó la tarea de rescatar este material del diario El Nacional. Genial miguel otero Silva. Gracias por el aporte Grupo Li Po.

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