jueves, 3 de mayo de 2018

Los amores sombríos de Javier Solís




Por Héctor Seijas


Mi infancia son recuerdos de viejas películas rancheras, transmitidas en horario vespertino. Una tanda, pues, de filmes protagonizados por charros que ya eran legendarios dentro de nuestra incipiente memoria de adolescentes adictos a la tv. Ellos eran, por orden fantasmal y mítico sentimental: Jorge Negrete, Pedro Infante, Miguel AcevesMejía con su mechón de falsete blanco; el Ruiseñor de las Américas, Pedro Vargas (que no era charro), vestido de impecable traje como de abogado o de bachiller lustrado con brillantina y letras apiladas en algún despacho ministerial del gobierno de MiguelAlemán.

Y uno que me parecía el más dramático, el más barrio adentro, el más vibrante de sentimiento y experiencia de duro trabajador (panadero, carnicero, cargador en el mercado, lavador de automóviles, aficionado al boxeo, al béisbol, a la lucha libre), y el amador más concreto, más urbano, a medio paso de zaino entre el campo y la ciudad de México D.F. y sus charros de plazas y meados.

Éste era el payaso con careta de alegría –de quien se dice que nació en una localidad (Nogales) de Sonora y que luego se vino a la capital–. El loco abrazado de un árbol, ese que aún camina tanteando las sombras de un amor ciego, borracho, perdido en los espesos infiernos del despecho y la desgarradura interior. Un charro con psiquis, y punto y aparte.

Era la tele ni más ni menos el túnel visual por donde penetraba toda la corte de las sombras, muy adentro por los ojos, se nos metía por los ojos.

Y decir la tele era decir Televisa.

En las pantallas donde las estrellas brillaban en blanco y negro, veíamos cada tarde aquellas películas aliñadas con lágrimas furtivas y cierta propensión a la miopía que nos obligaba a una distancia de espejo contra espejo. Tirados cuan largo éramos a ras del piso frente a frente con aquella caja sonora de sombras mexicas asomadas desde los umbrales de Tlatelolco.

“Sombras nada más, entre tu vida y mi vida, sombras nada más, entre tu amor y mi amor”.

La educación sentimental a caballo, a veces con cananas, aperos de faena o de guerra y gruesas notas de reciedumbre herida por una hembra perdida en la noche de Huitzilopochtli.

A contraluz:

Las sombras ofrecen serenatas de cuadrillas enguitarradas colgadas de las madrugadas debajo de los balcones (romeosjulietas) de la casa de la hacienda patriarcal donde una paloma acurrucada despierta cucurrucucú paloma.





Y el eterno caballo cuyo olor (se supone) se confunde con el aroma de las rosas y jazmines del jardín perpetrado por los juglares parranderos que también son los amiguetes del jilguero ataviado a la ranchera con calzones de lana y terminados de cuero, tequila y valor. Hay que darse ánimo para confrontar la ofrenda ritual de la serenata. Y es que un estambre de esa flor puede más que un regimiento de Pancho Villa.

Javier Solís (1931-1966) representa la debacle del Imperio de los sentidos (¿Se acuerdan de aquella película japonesa?), en una época pre-porno, más allá de los prostíbulos del “porfiriato” revisitados por Carlos Monsiváis.

Una tierra de nadie de los corazones sacrificados en medio de la multitud de la capital azteca. Y un charro que tiende a proletarizarse. A sufrir de soledad urbana, de amor de pobre, a quien el mundo se le revela como un “cofre de vulgar hipocresía”.

El charro se inscribe en el PRI y vota por un candidato y busca trabajo en lo que sea y así va siendo la necesidad de amar como los trabajos y los días.

Por ningún lado hay sexo (parejo quiero decir), sino metafísica y espejo negro de la vida. Un charro extraviado en Garibaldi con una pea depre. Puros machos. Hasta que llega Juan Gabriel y estallan los estereotipos y otros astros; otros ídolos agrupados como Maná y Café Tacuba, aledaños al Zócalo.

El caballo quedó atrás, en las praderas que no son verdes sino pixeladas de negro coyote bajo la luna de un México idealizado, una y mil veces por guionistas y novelista y poetas ejidos.

Prorrumpe el vozarrón melodioso y afincado como un aria de barrio donde tendrá lugar un haraquiri espectacular; digno de una de las primeras películas de Akira Kurosawa, también en blanco y negro:

Quisiera abrir lentamente mis venas, 
mi sangre toda verterla a tus pies, 
para poderte demostrar 
que más no puedo amar 
y entonces morir después.”




La biografía de Gabriel Siria Levario mejor conocido como Javier Solís –protagonista citadino de las composiciones de Agustín Lara, Rafael Hernández y Pedro Flores–, puede resumirse en un antes y un después de la música de mariachis. Asume la lírica urbana propia del tango, la milonga y el huapango que desembocan en una síntesis de bolero ranchero. Una ópera de barrio, al igual que la Lupe, tan desgarrada muy adentro como María Callas. Y en este reparto Javier Solís es el dramatis personae de una muchedumbre de sombras que vienen desde Comala (el mismo pueblo de Juan Rulfo), rumbo a la ciudad de México, sombras nada más.




*******





Héctor Seijas 

Ha publicado: La posibilidad infinita (1989); La flor imaginaria (1990); Cuadernos de pensión (1994); Cruz del Sur, una revista, una librería, una causa (2002); Comprensión de nuestras ciudades (2005); Siete poetas rumanos (2009); Caracas revisited. Una poética de la nocturnidad (2010); Amada Caracas. Antología esencial de la ciudad contemporánea (2014) y El spleen de Caracas. Crónicas en el bajo mundo (2015). Ha colaborado en publicaciones periódicas de larga enumeración. Fue jefe de redacción de la revista A Plena Voz y durante la cuarta república trabajó como docente en barrios de pobreza crítica para el ministerio de la Cultura, la Biblioteca Nacional, el Ministerio de la Familia y otras instituciones. Hasta el año pasado (2015) se desempeñó como cronista en El Correo del Orinoco, pero fue desalojado de allí por una junta interventora. En la actualidad, integra el Ejército de Reserva del Proletariado, a causa del desempleo inducido por el macartismo y la lumpen burocracia que prevalece.  Por ahora. 

P.D.: En busca de editor: Los asesinos del zen. Crónica de los hombres infames (2016).



No hay comentarios:

Publicar un comentario