lunes, 7 de enero de 2019

Cecilio Acosta, los desafíos del intelectual





Cecilio Acosta, los desafíos del intelectual


Por LUIS A. CARABALLO VIVAS

Nació en San Diego de Los Altos en 1818 y falleció en Caracas en 1881. Fue abogado, articulista, ensayista y poeta. Se le considera una de las figuras fundamentales del pensamiento del siglo XIX. Papel Literario rinde hoy un homenaje a su memoria a propósito del bicentenario de su nacimiento, que se celebra este año





 Cecilio Acosta

Por LUIS A. CARABALLO VIVAS

25 DE MARZO DE 2018

La vida de quien fuera uno de los máximos exponentes del pensamiento venezolano, transcurre en una sociedad que intenta a lo largo de una centuria ser una nación. Nace y muere en una época signada por la violencia, es un torbellino que destruye lo poco que se puede edificar; esa endemia de guerras civiles y caudillismo fue un verdadero azote que imposibilitó el propósito de quienes asumieron, a partir de 1811, crear un orden republicano estable y de prosperidad.


El ciclo vital de Acosta va de 1818, año en que la independencia está más cerca después de la degollina de la guerra a muerte, hasta 1881, en plena “paz guzmancista”, donde el país intenta cerrar las heridas profundas de la guerra federal; a los 63 años se apaga la existencia de quien fuera “grande entre los grandes” en la odisea de mantener viva la esperanza en medio de la más grande adversidad.

La naturaleza de nuestro proceso histórico del siglo XIX debe, en esta hora, servirnos de acicate en la lucha por la restauración de la democracia. La destrucción y el rezago histórico fue fruto, como acción, de los caudillos, de aquella anomalía histórica que nace en medio de nuestras guerras civiles, el militarismo, de los que consideraron que la sinrazón de las armas y la violencia sobre la sociedad eran la fuente del poder, solo para reproducir el dolor e imposibilitar la anhelada paz y el progreso. En paralelo, coexistió la pléyade de hombres cuyo hábitat no fueron los campos de batalla esmirriados, sino los claustros universitarios, los seminarios y conventos y las bibliotecas personales, de quienes en compañía de Minerva, dedicaron sus vidas y sus obras a pensar y repensar el mejor destino para Venezuela. La obra trascendente de los intelectuales que vivieron como Cecilio Acosta, con inquebrantable fe en el porvenir nacional basado en la educación, en el desarrollo de la cultura ciudadana, en la creación de partidos políticos, en una economía que generara riqueza para superar el atraso del cual no podíamos salir, de sólidas y efectivas leyes que regularan la vida social y no el capricho de los mandones de turno.

Todo lo que pensaron y escribieron esas generaciones constituyen hoy el manto de roca sobre el cual se ha venido edificando la república civil. Desde la Generación del 28, heredera de esa tradición intelectual, y particularmente de Cecilio Acosta, la civilidad venezolana no ha cesado de asumir con la responsabilidad que le incumbe pensar y, en consecuencia, actuar en la construcción de un orden a la altura de como aspiran a vivir los pueblos en libertad. Y en ese trajinar, las páginas del pensamiento político venezolano, al cual contribuye de manera fundamental Cecilio Acosta, están fundadas sobre bases filosóficas modernas, y a las cuales llegan por el profundo estudio de doctrinas y de grandes polémicas en la búsqueda de la ruta que, desde sus posiciones, abrieran los horizontes a un país que solo pudo existir gracias a sus intelectuales, maestros forjadores de la base constitutiva de la democracia: la preeminencia de la civilidad. Leamos lo que en 1869 escribía Acosta: “Hasta la verdad puede decirse, por dura que sea; quítensele las espinas, es decir, vaya sin odios, y ella va bien y es bien aceptada, porque es la justicia en traje de historia. Háblese, escríbase; y la libertad será práctica, y el orden estado, y el progreso ley, y el gobierno centro armónico de fuerzas y delegadas. La tiranía reina sobre el silencio, la anarquía sobre la confusión; solo la libertad reina sobre el pensamiento, que toma la forma de doctrina que enseña, de la opinión que difunde, y de la censura que corrige”. Y en 1877 sentenciaba: “La tolerancia, que es el respeto a las opiniones ajenas, es tan sagrada, que nunca es lícito faltar a ella; y el verdadero republicano es el que inculca la doctrina sin forzar jamás la conciencia”.

Con estos conceptos enseñaba su pedagogía política, pero también polemizaba, de allí que su evocación no es para la nostalgia, es para recordarnos que en horas difíciles para la república siempre existirán Cecilios Acostas, que se enfrentarán, con su verdad, a cualquier forma de tiranía.

Tomado de El Nacional


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