martes, 8 de enero de 2019

Van Meegeren un “Cristo entre los adúlteros”

Por Armando Boix





Armando Boix Milián


Me fascina la figura del falsificador de arte, porque el suyo es un crimen que requiere de talento enorme. De hecho, para la creación de una pintura falsa que sea capaz de engañar, al menos temporalmente, a los expertos, se necesita habilidad manual, profundos conocimientos de la historia del arte, preparativos técnicos muy minuciosos y una sensibilidad especial que le permita “entender” al artista que está imitando. Pintar una obra original no resulta tan exigente.

Por otro lado hay una cuestión estética, que es una parte de la filosofía: ¿Cuánto hay de prejuicio en nuestra valoración de los méritos de una obra de arte? ¿Hay valores objetivos en la apreciación de la belleza? ¿No caemos, cuando manifestamos nuestras preferencias, en el puro fetichismo? ¿Por qué, si no, concedemos más valor al original que a la copia?

Uno de los falsificadores de arte más famosos de la historia, hay quien lo llamaría el mejor, fue el holandes Hans van Meegeren. Estudiante de arquitectura, abandonó la carrera para dedicarse a su gran pasión, la pintura. Logró un cierto éxito popular con sus primeras exposiciones pero la crítica fue demoledora con él: “Posee todas las virtudes, menos la originalidad”. Van Meegeren era un continuador de la tradición realista de los grandes artistas del siglo XVII y su obra no encajaba en la corriente transformadora y rebelde de las primeras décadas del XX. Van Meegeren había sido bendecido con un ojo y una mano de gran pericia, sin embargo se encontraba desplazado en el tiempo.

En los años treinta, por tanto, renuncia a impresionar a nadie con su obra original y se dedica a estudiar e imitar a Veermer. Y digo “imitar” porque Van Meegeren nunca fue un simple copista: reproducía el estilo de su modelo, para pintar obras completamente nuevas. Eso lo convertía en el falsificador ideal y a esa actividad se ocuparía durante años, procurándole una doble satisfacción: la económica y la humillación de la crítica, que habría de expresar enormes elogios de esos Veermer recién “descubiertos”, cuando en realidad habían salido de sus pinceles.

Hans van Meegeren en 1945

Uno de sus mayores logros lo consiguió durante la ocupación de Holanda por los nazis. Van Meegeren vende a los alemanes unas cuantas de sus falsificaciones de Veermer, y una de ellas, “Cristo entre los adúlteros” termina en la colección de Hermann Göering, lo que por otra parte demuestra que Göering era de esos necios que se acercan al arte solo por el prestigio que comporta, pues no saben apreciarlo. Un vistazo un poco inteligente a ese cuadro nos revela que es una de las obras de Van Meegeren en la que se permitió más traslucir un estilo propio.

Hermann Göering.

Lo que podía considerarse la burla suprema, en la que se mofaba de los falsos entendidos al tiempo que estafaba a los invasores de su país, pudo llegar a costarle caro. Terminada la guerra, sus ventas de cuadros a los alemanes fueron consideradas un colaboracionismo que atentaba contra el patrimonio cultural holandés, acusación que podía suponerle la pena de muerte o, al menos, una cadena perpetua. Ante la perspectiva de una condena muy dura, Van Meegeren se vio obligado a confesar la verdad, que aquellos cuadros vendidos a los alemanes, como todos los anteriores, los había pintado él. Tuvo que presentar pruebas, incluso pintar personalmente ante la mirada de un comité de peritos. No hubo duda de que estaba diciendo la verdad: un buen número de Vermeer muy apreciados eran falsos. Su engaño a los nazis lo convirtió, entre sus compatriotas, en un héroe popular. Aún así fue condenado por sus delitos a una pena leve, de un año solo. No llegó a cumplirla. El hombre que engañó a Göerin engañó también a la justicia, porque murió antes de entrar en prisión de un infarto.





Quedémonos, para la reflexión, con unas palabras de Van Meegeren pronunciadas durante su juicio:

Ayer esta pintura valía millones y expertos y amantes del arte hubiesen venido de cualquier parte del mundo para admirarla. Hoy no vale nada, y nadie cruzaría la calle ni para verla gratis. Pero la pintura no ha cambiado. ¿Qué es lo que ha cambiado?


*******








Armando BOIX (1966). Formado en artes aplicadas, ha desarrollado una carrera profesional como dibujante  técnico  y diseñador, al  tiempo que, desde 1994, empezaba a publicar sus primeros relatos y artículos en fanzines y revistas. Dirigió la revista especializada en cine fantástico Stalker y ha recibido diversos premios literarios, como el Gran Angular de novela juvenil por  El Jardín de los Autómatas  (1997),   el   Pablo  Rido   de   relatos  o   el   Gigamesh   de  ensayo.  

 Sus últimos libros publicados son  la novela  La joven a la que amaban las hadas(2012), la antología  El noveno capítulo y otros relatos (2014) y el volumen contres novelas cortas En calles oscuras (2015).


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