viernes, 30 de septiembre de 2022

LA CASA DEL POETA VICENTE GERBASI


Casa natal de Vicente Gerbasi en Canoabo. Fotografía del año 2011.Imagen tomada de Vicente Gerbasi.


 


23 de agosto de 2023


LA CASA DEL POETA VICENTE GERBASI


**Carlos Ochoa**


De izquierda a derecha Carlos Ochoa, Reynaldo Pérez So, Vicente Gerbasi y Adhely Rivero. Fotografía de Vasco Szinetar.



Iniciando la década de los 80, en compañía de los poetas Reynaldo Pérez y Adhely Rivero le hicimos una entrevista a Vicente Gerbasi para la revista Poesía de la Universidad de Carabobo, fue un encuentro grato en su casa de Caracas, en donde su amada esposa y el poeta nos brindaron hospitalidad y compartieron historias de sus muchos años como diplomáticos representando al país en medio de la tertulia en principio literaria.


Casa de Vicente Gerbasi. Fotografía de Víctor Julio González.


En esa entrevista se hizo inevitable recordar ese hermoso poblado enclavado en la cordillera de la costa carabobeña que es Canoabo, donde el poeta nació y vivió su infancia con sus padres llegados de Italia en compañía de sus hermanos.


Casa de Vicente Gerbasi. Fotografía de Víctor Julio González.



El poeta Adhely Rivero lo acompañó años después a Canoabo, para recibir un homenaje que le brindaron sus coterráneos, en ese regreso entró a la casa familiar y se le nublaron los ojos recuerda Adhely, estaba emocionado y hambriento ese día cuenta el poeta valenciano nacido en Arismendi de Barinas.

Casa de Vicente Gerbasi. Fotografía de Víctor Julio González.



Esta historia que recuerda a nuestro gran Vicente Gerbasi la traigo a propósito de la decisión de las autoridades de Canoabo de derribar su casa natal por las recientes lluvias que afectaron a la edificación, en realidad lo que deterioró a la casa fue el abandono de los entes encargados de velar por el patrimonio de los venezolanos, muchas personas se han preguntado porque no la cuidaron y en vez de meterle máquina para borrarla del paisaje no la restauraron y concretaron el proyecto de la casa museo “Vicente Gerbasi”.

Casa de Vicente Gerbasi. Fotografía de Víctor Julio González.



Si algo tienen las revoluciones es su resentimiento por todo aquello que recuerde la democracia, el poeta Gerbasi adversó la dictadura gomecista y la de Pérez Jímenez, sus hijos abiertamente han adversado a Chávez y a Maduro, sus sobrinos en Carabobo los Celli Gerbasi han sido dirigentes de Acción Democrática, la primera obra del poeta recuerda la épica de los europeos que llegaron a Venezuela para quedarse para siempre, la historia del padre inmigrante es ahora la épica de millones de padres y madres venezolanos que han emigrado para darle a sus familias lo que en su propia tierra no pueden ofrecerles.


Casa de Vicente Gerbasi. Fotografía de Víctor Julio González.



El derribo de la casa natal de Vicente Gerbasi es un acto de barbarie e ignorancia, visito el pueblo con cierta frecuencia y siempre paso por esa esquina y repito como un mantra Vicente, Vicente, Vicente, estoy casi seguro que volveré y repetiré el nombre del poeta, pero su rostro sonriente no podrá asomarse imaginariamente a la ventana a saludar, no queda casa física, se consumó una venganza inútil, porque al preguntarle en esa entrevista de los 80 si él era Canoabo, respondió con serenidad y la certeza de lo vivido, “si, yo soy Canoabo”.

Casa de Vicente Gerbasi. Fotografía de Víctor Julio González.



La casa de los Gerbasi son ahora todas las casas del pueblo, dondequiera que vaya un canoabero desde la Valdivia Patagónica hasta la ciudad milenaria de Petra, capital del reino de los nabateos en Jordania que impresionó al poeta diplomático, llevará consigo la casa del poeta que nos pertenece a todos menos a quienes ordenaron su demolición, porque la poesía es peligrosa y una vieja casa de pueblo puede ser un arma, si los que nacieron en sus muros comprometieron sus versos a la tierra, a la familia y a la libertad. Ver menos

Casa de Vicente Gerbasi. Fotografía de Víctor Julio González.


Enlaces Relacionados:


SELVA INFANTIL PARA GERBASI

Un poema de José Pulido.



EL ESPACIO VACÍO GERBASI




“Venimos de la noche y hacia la noche vamos ...aquí estoy debatiéndome con sangre, imagen y lamento...”

Demolieron la casa natal de Vicente Gerbasi



El día que el poeta Gerbasi invitó a tomar un refresco al poeta Pulido



Vicente Gerbasi: Poeta del Resplandor



La poesía, por Vicente Gerbasi



CONVERSACION CON EL POETA VENEZOLANO VICENTE GERBASI



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jueves, 29 de septiembre de 2022

Valencia memoriada, poema libro de Marisol Pradas y Anna Fioravanti

 




Valencia memoriada, es un poema libro perteneciente a la colección Valencia Horizontal, realizado en conjunto por Marisol Pradas y Anna Fioravanti.




Cuando llegué a Valencia,

Ella era mujer de anchas caderas y largas piernas verdes

Permitía  vestirme  de  fucsia con zapatos azules.


Deambulé esta ciudad cuando el mañana era apenas sospecha

Entendí que ya estaban muertos oficios que me aguardaban.


Buscaba sin cesar lo que llegó en diferente forma

  

Amé algo inútil que sin embargo dijo, adentro,

era mi forma perfecta

cuando me separé del error, del jamás y del siempre




Conocí el dolor pero nunca como aquel vestido de hierro


Implacable

  

Aun conservo el atardecer en los ojos, el neutral amanecer en mis oídos.


Mi voz hizo en el tiempo lo que esta ciudad hace: Estremecer


Valencia partida en dos como el recuerdo...




La fragancia naranjal huyó de los poros.


Las ruinosas calles del centro me enseñaron a cultivar un puente de fe,

crecimiento, purificación y amor interior.

Reconocer lo más valioso que estaba ante mí y no veía.

hasta perderme y encontrarme en su corazón y reconocer el arquetipo

De mi nueva madre ampulosa en los árboles,


Mar de fondo en tierra firme.



 







Me has mirado con la notoriedad de hacerme sentir amada,

por eso entiendo a los pájaros que te circundan y anidan

y el concreto que intenta cristalizar fantasías y memorias.


Después de mi hermoso girasol,

mi marinero ataviado de estrellas,

mis amantes sin gloria,

me sumergí en el reparto de la fugaz enredadera del tiempo.


Finito océano de colores inesperados. 




Valencia me has hecho llorar, perfumar delirios

Amar como la primera vez es lo que merece quien ahora me ama

sin importar haber pertenecido a tus calles,

a tu río turbio,

tus calamidades ruinosas,

las mascaras de los conflictos y las perdidas.

Valencia, aun me animas a encender deseo


A entre mecerlos…


a colocar papagayos en el cielo

a rezarte en tus templos,

a admirar los religiosos que a tempranas horas cierran las puertas de la Iglesia,

a ver el vuelo de tus pájaros

a confundirme entre la gente

a teclear tus tañidos.





Tomado de Azul Fortaleza.


miércoles, 28 de septiembre de 2022

Melancolía en la literatura de Israel en el 5765




Desierto de Negev.



Estimados Liponautas


Hoy compartimos este texto que no es futurista. El año es el correspondiente a la tradición judía que asume que su calendario se inició con el Génesis del mundo en el año 3760 a. C., el año 2022 del calendario gregoriano correspondería con el año 5783 del calendario hebreo.

Esperemos disfruten de la entrada.


Atentamente

La Gerencia.


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Melancolía en Israel en el 5765


05/03/2012




El pasado cinco de Iyar de 5.765 cumplía la nación-Estado de Israel cincuenta y cinco años de vida independiente. Desde el punto de vista geográfico, el pequeño territorio por cuyo dominio comenzaban a luchar hace unas décadas los nuevos ciudadanos consiste en una zona costera, abierta al comercio marítimo, y un ancho litoral de cultivos intensivos que da lugar paulatinamente, conforme el país se adentra hacia el interior, a una zona montañosa en la que alternan los minifundios, las explotaciones ganaderas y las forestales para, finalmente, abrirse a una extensa zona desértica, en el que durante estos años sólo han osado vivir una parte insignificante de los nuevos ciudadanos —unos cabreros nómadas que en pos de los rebaños mueven sus tiendas—.

Un rincón poco particular del mundo, pues, parecería el nuevo Estado, si no fuera por una ciudad antigua, pétrea, hermosa —es decir, disputada— que se llama Jerusalén. Los siglos han arrojado allí sobrados repre- sentantes de las múltiples razas y religiones significadas en el Mediterráneo oriental y el Próximo Oriente: musulmanes palestinos y palestinos cristianos; judíos jerosolimitanos viejos y los llegados de la diáspora; griegos ortodoxos, monjes y laicos; armenios cristianos, y romanos, y reformados; de más lejos, la ortodoxia rusa; del Occidente tecnológico, los del protectorado inglés, la colonia americana y los vecinos alemanes... Con todos ellos Jerusalén ha creado un centro urbano poco más que medieval: la judería, la aljama, el barrio armenio se yuxtaponen sin mezclarse, como las colonias residenciales fuera de la ciudad vieja, que se rozan apenas cuando sus vecinos se ignoran muy conscientemente unos a otros o se amenazan con miradas que devienen no pocas veces gestos de desafío. Jerusalén es una ciudad compleja, importante y dramática, apta para encuadrar un poema épico, un texto heroico que no ha encontrado todavía vecino o vecina que lo escriba. 

De momento, la asombrosa ciudad ha producido algunos relatos memorables, protagonizados la mayoría por niños israelíes, vencidos precisamente por la complejidad de la ciudad en la que viven.

Haim Beer. Imagen tomada de Wikipedia.


Haim Beer es uno de los mejores contadores de historias jerosolimitanas (inéditas por desgracias en España). En El puro elemento del tiempo, por ejemplo, Beer ha dado forma a las tensiones —que serían contradicciones, si el protagonista tuviera madurez neuronal para sustanciar el uso de la lógica— con las que convive un niño a quien subyugan las fantásticas, apenas verosímiles pero nunca necias del todo, historias que le cuenta su abuela relativas a tiempos pasados y a tierras lejanas que aportan no obstante destellos de significación a su vida cotidiana; un niño, pues, ilusionado, que pasa acto seguido al estado previo al desen- gaño cuando su madre trata de apearle de esas fantásticas memoraciones a fuerza de análisis racionales con que ella, en absoluto el tipo de cre- yente ultraortodoxo que es la abuela, pugna por explicar a su hijo los mecanismos de la realidad en la que viven. Un colapso.

Ciudad asombrosa e imposible es también aquella en la que transcurre la historia de Una pantera en el sótano, según reza la traducción al castellano del relato que Amos Oz ha situado, asimismo, en Jerusalén. El título basta para sabernos frente a otro relato fantástico, escuchando la voz de otro niño israelí hechizado por el mundo en el que vive. (Es notable la afición que los escritores de esta nación tienen por la literatura infantil: Oz, Grossman, Shalev, Beer han escrito relatos infantiles, y cuando han querido meterle mano al mundo de los adultos, lo han hecho con frecuencia a través de los ojos de un niño).

Amos Oz. Fotografía de Michiel Hendryckx.
Imagen tomada de Wikipedia. 



La historia de Una pantera en el sótano ocurre pocos días antes de la declaración de independencia del Estado de Israel, aquel catorce de mayo de 1948. La dominación inglesa tiene sus agentes; el pueblo israelí, sus sublevados; los vecinos de Jerusalén, sus opiniones y los niños, dominación, resistencia, patriotismo y traiciones-juguete. La política en este país que está por nacer, como el descubrir las formas de una mujer joven un hombre que está en trance de serlo cabalmente, colocan los primeros fardos de realismo en el alma de quien de allí a poco será considerado un adulto lucha- dor patriota, un voceador de opiniones políticas, un experto interlocutor del bello sexo.

Es verdad, sin embargo, que en Israel hay también ciudades importantes que no son Jerusalén. Tel Aviv es una de ellas, balanza o contra- polo de la ciudad santa, según algunos la pintan allí. Ella es muy capaz también de generar historias dignas de una memoria transhodierna. La última novela de Oz, por ejemplo, traducida al castellano como El mismo mar, se refiere a varios vecinos de esta ciudad, alguno de los cuales, buscando la definición de su personalidad, marcha hasta... el Tibet. Tel Aviv parece más promiscua que abigarrada; una ciudad que colapsa más que entusiasma, apta más para el éxtasis pasional que para la exaltación intelectual o el enardecimiento patriótico. Tel Aviv dista de Jerusalén lo que Sión de Sodoma, a ojo, digamos.

No ha de incomodarnos, sin embargo, binomios tan intransigentes como el de estas ciudadanías tan opuestas, pues en el nuevo Israel hay otras ciudades y sobre todo hay desiertos, valles y campo. De hecho, relatos humanos, historias de seres ni dioses ni diablos ocurren la mayoría extramuros de la ciudad, a cielo abierto, en tierras que cultivan los isrealíes nuevos.

Unos lo hacen sometidos a esas férreas organizaciones que son los kibbutzim. Instituciones para pioneros convencidos, modelos de socialización agrícola que no acertaron a poner en marcha los soviéticos en sus mejores tiempos; a los habitantes de esas cárceles del entusiasmo ha dedicado Oz Un descanso verdadero, que se cuenta entre sus últimas novelas.

Otros israelíes han vivido sometidos a esa extraña lógica con que procede el azar, es decir, la no-lógica. A ella quiero ahora prestar atención, pues la primera obra de Meir Shalev traducida en nuestro país creo que la merece por más de una razón.

Meir Shalev.
Imagen tomada de Wikipedia. 




El autor de Por amor a Judit (Salamandra, 2003) ha posado su mirada en el valle de Jezreel, una zona ya algo elevada sobre el nivel del mar, cerca de Haifa, no lejos del Carmelo. Un valle apto para ofrecerse como tierra prometida a quien viniera de cumplir una larga travesía por el desierto, pues en él hay manzanos, hay perales, en Jezreel se da el maíz, diversas especies de flores se cultivan allí, prospera el ganado, prospera la apicultura, hay muchachas y canciones también. Es un valle agradecido para quien dobla el espinazo y lo trabaja.

Como casi todo en este Israel de 1950, los habitantes de Jezreel son recientes vecinos de estos pagos. Se apellidan Rabinovich, Scheinfeld, Globerman o similares; las historias de sus respectivas familias vienen de lejos, pero las suyas personales, que ahora comienzan, parecen construirse con dos tipos de teselas que abundan en tierras de alu- vión, como ésta.

Las vidas que arrollan en el nuevo país son, para empezar, soberanamente anecdóticas, rebosantes de eventos, se diría que fantásticas —en el sentido de fantasiosas—. Como en las marcas anulares de un árbol medra- do; como las sinuosas líneas de plancton, conchas y algas que las olas más impulsivas han dibujado sobre la playa, así la vida de cada israelí parece teji- da de peripecias, avatares y antojos de un sino mudable y complejo. .

Tantos vaivenes, sorpresas y definiciones a medias que al cabo ni siquie- ra una tierra nueva puede naturalizarlas todas. Para no pocos de los recién llegados, la vida en Israel será solamente una estación de tránsito, una parada más en un trayecto con destino desconocido mas casi siempre de largo recorrido. Las vidas del marido y de la hija de Judit, la protagonista de la novela, han corrido esa suerte: llegaron a Israel por casualidad y la misma casualidad ha querido sacudírselas de encima. El traqueteo violento de un tren, pues, que agita a quien entra en el país hasta que sale un día de él con la misma figura que trajo: en calidad de extranjero.

Otros sí llegan a enraizarse, como Zaide, el narrador, el hijo de Judit, la abandonada. Su voz es la de un israelí nuevo, asentado más por fuerza, desde luego, que de buen grado. «Cada vez que me harto del caos sobre el que se me ha decretado vivir, o que me encuentro asqueado en el abis- mo de las suposiciones y a merced del viento dé las conjeturas...», declara Zaide, hijo de un vecino de Jezreel llamado Rabinovich, más hijo también de otro vecino llamado Scheinfeld, e hijo del vecino ganadero de la comarca, llamado Globerman, es decir aquí: declara este hijo de Israel, que es tanto como decir: este producto del acaso.

El segundo rasgo que corresponde a los neonatos israelíes es la añoranza de su primera patria. Hay quien sueña con las frondosas riberas del Dnieper que recorrió durante su infancia; o con la ciudad gótica centroeuropea, si no son los amaneceres sobre el puente viejo de Marraquex lo que vislumbran los ojos abiertos de un israelí que ensueña. Si Israel es el país del albur, es también el de la añoranza del suelo firme, de la alianza sagrada con la tierra.

Sobre el humus del anhelo de una sustancia imputrescible cunde entre estos seres un anhelo grande, impulsivo, poderoso de amar. La fórmula más probada aquí contra la nostalgia de otros mundos parece ésta: amar. Ama y desenraizarás de tu alma los fantasmas de otras patrias. Junto a los animales, junto a las plantas, junto al agua que arroya y al tiempo que pasa: cumple aquí el ciclo natural al que perteneces y empezará para ti una vida nueva. Ama y será tuya esta tierra. Nadie que ame será un apátrida en ella. Dale un hijo a este suelo, verás cómo te lo agradecerá. Ama, y atrás quedarán el frío, la soledad y la añoranza que cortacircuitaban tu potencial, extranjero.

Un curioso tutor para el amor se introduce en el último capítulo de la novela, rompiendo la clasicidad, por así decir, de los personajes primeros de la novela: un «gentil» meridional, homosexual y básicamente iletrado, enseñará a un israelí cómo ha de amar. Como si, entre las muchas reglas que hubiera en Israel, faltara precisamente la más importante: aquella que conduce al reconocimiento en el amor. Bailar un tango, condimentar la comida, zurcir un traje: la seriedad en el cumplimiento de estos oficios del amor habrá de conducir por necesidad a la unión con la mujer que se desea, pues en el plan, en la seriedad de quien lo ha previsto todo, asegura este italiano, se condensa la fórmula secreta del amor.

Pero también este recurso falla en Israel, el azar se impone a los más prometedores cálculos metódicos. La vieja y alegre gentilidad no puede enseñar nada al nostálgico Jacob. Éste ha experimentado momentos de alegre esperanza, pero al cabo vuelve a la añoranza, al anhelo de la mujer amadá, que nunca poseerá. .

¿Cómo redimir esta ansiedad? ¿Cómo asentarse en esta tierra, fracasado el último Salvatore que llegó a ella arrastrado por la guerra? El trato de Jacob con la tierra del nuevo Estado ha hecho de él un ser simple, natural, obstinado como la propia naturaleza, pero no un hombre abotargado ni bestial; el trato con los gentiles ha derramado sobre este campesino una mano de mundanidad, de heterogeneidad social que no obstante ha seguido mereciendo el respeto de sus vecinos. La vida en el nuevo Estado ha producido en el ciudadano Jacob una suerte de ciencia, de saber existencial que, aunque de aparente simplicidad, merece ser contado.

Primero, Scheinfeld el recién llegado a Israel; luego Scheinfeld enamorado; luego Scheinfeld frustrado; finalmente Scheinfeld el sabio, convocan al narrador, Zaide, junto a la mesa de la cocina para contarle allí la verdad de su vida; una experiencia que podrían resumir las palabras de otro anciano de Israel, rey de Jerusalén, que dibujó así la almendra de su vida: «Emprendí grandes obras, me construí palacios, me planté viñas, me hice huertos y jardines y planté en ellos toda suerte de árboles frutales. Me hice estanques para regar con ellos el bosque donde los árboles crecían. Compré siervos y siervas y tuve muchos nacidos en mi casa; tuve mucho ganado, vacas y ovejas, más que cuantos antes de mí hubo en Jerusalén. [...] Y de cuanto mis ojos me pedían, nada les negué. No privé a mi corazón de goce alguno, y mi corazón gozaba de toda mi labor, siendo este el premio de mis afanes. Entonces, miré todo cuanto habían hecho mi manos y todos los afanes que al hacerlo tuve, y vi que todo era vanidad y apacentarse de viento y que no hay provecho alguno bajo el sol» (Ecl. VIII, 14 ss.).

Hay grandes diferencias entre este rey de Jerusalén, que fue Cohelet, y el contemporáneo inmigrante apicultor llamado Scheinfeld. En la vieja ciudad se asentaba el Templo y el poder; en el valle de Jezreel, el cultivo de la tierra y el medro de la ganadería; al asentamiento urbano pertenecían el comercio y la artesanía; al valle, las familias campesinas, los arroyos traicioneros, las asambleas de los cuervos. Muy distintos los trabajos, muy distintos los bienes que gozaron uno y otro. Pero al término de las experiencias más importantes de sus vidas, cuando el rey se sienta a escribir y el campesino a comer junto a su hijo, concluyen por igual:

«Esto es lo que queda de sus trabajos en los días de vida que le da Dios al hombre bajo el sol: comer, beber y alegrarse».

Hay, pues, una sabiduría añeja que, renovada, se transmite en este reciente Israel. Pero en un punto parecen separarse la vieja gnosis israelita y la de estos nuevos campesinos. Pues aquéllos parece que vivieron junto a un Dios que se gozaba estableciendo su tienda entre las de los hijos de los hombres, mientras los nuevos ciudadanos viven libres de aquel que se hacía llamar padre, un severo aunque eficaz protector del que apenas se acuerdan hoy sino para, tal vez inconscientemente, invocarlo con melancolía.

No es sólo, pues, añoranza de la infancia abandonada, ni añoranza de la tierra prometida: orfandad se llama la última componente de la nostalgia que entrañan los ciudadanos dé Israel. El niño narrador de la novela, Zaide, tiene una madre, Judit; la nación-Estado recién nacida tiene también la suya: el azar, ya lo hemos dicho, pero ambos carecen de un padre. Es verdad que, del primero, hasta de tres progenitores sacan cábalas los vecinos; pero es tan decisivo el peso del azar, tan engañosas las apariencias del amor que todos tres valen tanto como ninguno.

Y lo mismo sucede a Israel: hijo de la vida y el tiempo, hijo del amor y de la historia, hijo de la inmigración y la añoranza, este Israel no tiene ahora un Dios que repita como antaño: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy» (Ps. II). Llegar a saber si hubo alguna vez un Dios como ése o si fue un sueño de los ancestros; si aquel padre ha regresado o si ha preferido buscarse otras naciones; una cuestión, una circunstancia importante para un relato a gran escala que está por escribir en Israel.

Mientras llega o no llega, no hay camino único que los israelíes recorran a una, como un pueblo. Oded, el huérfano de la novela, «el eterno abandonado, el Simbad furioso, el lechero que sueña otras tierras más vastas», construye para sí un «estrecho caminito de orfandad y de reproche», al margen de las reglas y las normas colectivas. Y muchos como Oded marchan en Israel por la senda que abren cada día sus zapatos.

Scheinfeld renuncia a comprender a la divinidad, se siente viejo: «El Dios de los judíos —sentencia rencoroso— entiende muy bien la soledad, pero no comprende el amor. Un Dios único como el nuestro, solo en el cielo, sin hijos, sin amigos ni enemigos y, lo peor de todo, sin mujer, acaba por volverse loco de soledad y por eso nos vuelve locos también a nosotros, llamándonos puta, virgen, novia y todo tipo de nombres con los que los hombres estúpidos llaman a la mujer».

Todas estas nostalgias se amalgaman en el más veloz y el más esquivo de los sentimientos, según Shalev, y en la novela se dan cita en las comidas. «Ve —dice Cohelet—, come alegremente tu pan y bebe tu vino con alegre corazón», pues esta es la parte que, según Cohelet, le ha tocado en suerte a cada uno.

Y comparte, añade el anciano Jacob, tus nostalgias junto al fuego: la nostalgia del pasado, la nostalgia de la infancia, la nostalgia de la mujer que pudo ser amada. Al calor del hogar y con vino viejo, se confunden las voces del pasado y las del futuro, la del padre con la del hijo, la del sabio y la del campesino, la del judío se une con la del comediante gentil.

¿Qué es lo que resulta al final de esta jomada? Resulta la melancolía. La que podemos sentir por «alguien que se ha marchado pero que quizá vaya a volver»; o por alguien que ha vuelto pero que «ya no es el mismo»; y la peor de todas, concluye Jacob, ésa que sentimos por alguien que ha muerto: la nostalgia que no lleva consigo esperanza de regreso.

Una cosa comparten todas las nostalgias: que no hay alimento que las sacie, bebida que las calme ni medicamento que las cure. La nostalgia no tiene razones para existir, porque no las necesita. Existen hombres y mujeres fuertes para sentir melancolía, simplemente, y ésos no necesitan motivos para aceptarla, para convivir con ella cada día.

Meir Shalev es un escritor poderoso y sabio que en cuatro comidas ha referido una parte de la nostalgia de Israel. Un país complejo, amenazado, contradictorio; un país que puede despertar en nosotros, sin motivos aparentes, una bella aunque amarga nostalgia y que agudiza lo que es mejor que la imaginación, que la invención incluso, y que será lo más nuestro hasta la hora de la muerte, dice el sabio Shalev: aquello que nos salva, cuando lo recordamos.


RAFAEL LLANO



Tomado de Antroposmoderno





martes, 27 de septiembre de 2022

A 118 años del nacimiento de Mario Briceño Iragorry

 


Crónicas del Olvido


A 118 años del nacimiento de Mario Briceño Iragorry


“NO HAY ABISMO, HAY CAMINOS”

Alberto Hernández


1

¡Cuánta Venezuela latió en la incertidumbre de aquel hombre que pasó por muchos esteros, avatares y pruebas que hoy aparecen en medio de tantas espinas! ¡Cuánto país olvidado se reveló en las páginas de una obra que sigue siendo ardor en quienes recurren a ellas para encontrarse con los mismos acentos extraviados, los amagos verbales y hasta las heridas incurables que hoy son llagas dolorosas! ¡Cuántos momentos para no olvidar a quien hizo mapa y patria a través del insomnio, la cárcel, el exilio y la responsabilidad al frente de algunos cargos burocráticos!

Mario Briceño Iragorry encarnó aquel país que hoy es un ladrido silencioso provocado por cierta jauría irrelevante. Este humanista e intelectual, nacido en Trujillo el 15 de septiembre de 1897, emerge de su silencio en boca de alguien que ha decretado otra muerte, la que le asigna la intemporalidad de la ignorancia, la bravuconada de una apuesta falsa. A 118 años de su nacimiento, Mario Briceño Iragorry retorna al mapa vivo de esta Venezuela irredenta, rebelde y enloquecida por la fiebre histórica de saberse dolor ajeno, levantisco, oscuro, sembrado en la imaginación de la retórica, en la quebradiza pronunciación de alguien que jamás ha leído una de sus brillantes páginas.

¡Cuánta Venezuela, entonces, será necesario recorrer y vivir para que el absurdo no nos siga carcomiendo el alma, no nos siga alterando el destino, el mensaje que no termina de llegar desde lo más profundo de la racionalidad!

Briceño Iragorry dejó sembrada una semilla. No ha germinado en algunos de sus coterráneos. El país, el que entra y sale de ciertos asombros, sabe que MBI es un temblor en nuestra historia, un aparte como también lo es Mariano Picón Salas.

2

A 118 años de su nacimiento, el nombre de Mario Briceño Iragorry se revuelca en su tumba, sobre todo en la tumba que los venezolanos llevamos en la sangre. En la migraña de un decreto regional que intentó borrarlo de su terrón por “traidor a la patria”. De modo que estamos frente a una de las calumnias más horrendas que se hayan enunciado en nuestro país. Mario Briceño Iragorry fue un hombre que pasó por muchos caminos tortuosos, como le ocurrió, por ejemplo, a Ramos Sucre, a Rómulo Gallegos, a Teresa Carreño, a Pedro Emilio Coll, a tantos otros que vivieron, trabajaron o sufrieron el ritmo circadiano de la política criolla. MBI ejerció la burocracia como muchos que dejaron páginas brillantes para regocijo de quienes hoy somos sus herederos.

Allá en Trujillo, donde un muy reducido grupo la tomó con su memoria y obra, el nombre de Mario Briceño Iragorry continuará siendo factor de discusión para bien, para seguir haciendo país, nacionalidad y orgullo.

3

Algunas obras de Briceño Iragorry lo revelan como uno de los intelectuales más preclaros del país. Así, “Lecturas venezolanas”, páginas que —como afirma José Nucete Sardi— contienen una “colección de páginas literarias de escritores nacionales, antiguos y modernos”. “El caballo de Ledesma”, que avanza en la historia para contarnos la de un Quijote americanizado que hace frente a los piratas que atacaron Caracas. Oviedo y Baños lo escribe así al comienzo de la obra del trujillano: “Sólo Alonso Andrea de Ledesma, aunque de edad crecida, teniendo a menoscabo de su reputación el volver la espalda al enemigo sin hacer demostración de su valor, aconsejado, más de la temeridad que del esfuerzo, montó a caballo, y con su lanza y adarga salió a encontrar al corsario, que marchando con las banderas tendidas, iba avanzando la ciudad, y aunque aficionado el Draque a la bizarría de aquella acción tan honrosa dio orden expreso a sus soldados para que no lo matasen...”.

La historia, por demás fascinante, se hace en la prosa de MBI un espacio donde palpitan las acciones de un anciano que salió solo a defender un país. Una lección que merece ser estudiada para salirle al paso a tanto estrafalario.

4

En “Casa León y su tiempo” nos encontramos con el verdadero camaleón de la política. Un sujeto que cambiaba de traje de acuerdo con las circunstancias. Pues bien, Mario Briceño Iragorry lo desnudó, lo dejó a merced de su propia ambición, de sus intereses oscuros, de sus traiciones y perversiones. Se trata entonces de un personaje que vive en el diario devenir de la historia de este país.

Tres, sólo para mencionar tres obras, abrevan en la memoria de este país engullido por la miseria intelectual, por la arrogancia política, por la avilantez de quienes no miden la boca para ensordecer la atmósfera social e histórica de un mapa aturdido por tanto sismo verbal.

Mario Briceño Iragorry pertenece a los inmortales. Por allí anda, solitario pero fortalecido por la acritud de quienes jamás han sabido ser aceptados por el mundo de la cultura.

Alguien sufre de pesadillas en estos años.

5

Una vez el maestro dijo: “No hay abismos, hay caminos”, y así quedó escrito. En 1991, incorrupto su cuerpo luego de cincuenta años de su muerte, fue exhumado y cortado para extraer su corazón. Ese evento describe muy bien una de las tantas muertes de este hombre, como lo ha dicho Miguel Ángel Campos. Sumemos la del insulto, el de algunos enfermos y trasnochados de Trujillo, para enviarlo a la eternidad donde aún palpita su corazón.


Enlaces relacionados:

Mario Briceño Iragorry: 1952 Y LA USURPACIÖN DEL VOTO POPULAR



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Alberto Hernández. Fotografía de Alberto H. Cobo.


Alberto Hernández, es poeta, narrador y periodista, Fue secretario de redacción del diario El Periodiquito. Es egresado del Pedagógico de Maracay con estudios de postgrado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Es fundador de la revista literaria Umbra y colabora además en revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Ha publicado un importante número de poemarios: La mofa del musgo (1980), Última instancia (1985) ; Párpado de insolación (1989),  Ojos de afuera (1989) ganadora del 1r Premio del II Concurso Literario Ipasme; Nortes ( 1991), ; Intentos y el exilio(1996), libro ganador del Premio II Bienal Nueva Esparta; Bestias de superficie (1998) premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y diario Antorcha 1992 y traducido al idioma árabe por Abdul Zagbour en 2005; Poética del desatino (2001); En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (México, 2001);Tierra de la que soy, Universidad de Nueva York (2002). Nortes/ Norths (Universidad de Nueva York, 2002); El poema de la ciudad (2003). Ha escrito también cuentos como Fragmentos de la misma memoria (1994); Cortoletraje (1999) y Virginidades y otros desafíos.  (Universidad de Nueva York, 2000); cuenta también con libros de ensayo literario y crónicas. Publica un blog llamado Puertas de Galina. Parte de su obra ha sido traducida al árabe, italiano, portugués e inglés. 


lunes, 26 de septiembre de 2022

Manuel Puig: Yo trato de escribir para el lector que tiene mis mismas limitaciones .

Una entrevista de José Pulido.

   

Imagen tomada de Biografías y vidas.

 

Manuel Puig

 

QUISIERA ESCRIBIR UNA TELENOVELA

 

José Pulido

 

—No tengo ropa –dice Manuel Puig con su sonriente nerviosismo habitual y muestra en ese instante una prueba fehaciente de lo que afirma: para el acto de inauguración del Congreso de Escritores se metió la guayabera por dentro y de corbata se puso un pañuelo volátil. Parece disfrutar de esa improvisación. Sonríe con la malicia de quien siempre trama algo inusitado. Sus dientes tienen roturas de anarquía infantil.

 

Dice que está escribiendo tranquilamente una novela en Brasil, y que pronto la terminará, pero manifiesta que no le interesa revelar el tema. Prefiere contar lo sorprendido que está con el buen recibimiento que ha tenido en España y Brasil su novela “El beso de la mujer araña”.

 

—¿Sabes que dos peruanos montaron una versión pirata sin mi permiso ni mi revisión, aquí en Caracas? —comenta Puig. “Fue un asunto muy desagradable”, dice. Luego añade que le gustaría que se conociera en Venezuela su adaptación teatral.

 

—El espacio narrativo es más reducido: tienes que desechar material. No es muy agradable, pero finalmente se me ocurrió una estructura narrativa para teatro, diferente a la de la novela. Es una amistad que se establece entre dos personajes con problemas de comunicación. Uno de ellos cuenta seis filmes al otro y en la adaptación al teatro dejé la narración de un solo filme... el error hubiera sido querer abarcar los seis filmes —explica como quien habla de cotidianidades: está muy compenetrado con el oficio de escribir.

 

Un fotógrafo se acerca casi de puntillas, como buscando sorprenderle un gesto y Puig se da cuenta, pero se limita a quedarse en silencio un instante, mientras observa una fuente moderna, donde el agua rueda infinitamente, sin belleza. Manuel Puig desborda un tic que parece originarse en la nostalgia de sus años infantiles: se ve claramente en su rostro que de buena gana se lanzaría en esa fuente a darse un baño. El fotógrafo toma la gráfica y es probable que en la foto aparezcan los ojos de Manuel Puig zambulléndose  en el agua. El escritor sonríe y sus dientes son como una hilera de piedras de dominó cayéndose.

 

—¿No ha pensado llevar esa obra a la televisión?

 

—Creo que el escritor puede acercarse al público a través de ese medio y que debe apoyar la difusión de sus novelas a través de él. Escribir para la televisión es otra historia. A mí me gustaría mucho hacerlo ¿sabes?, pero conciliar el lado comercial con lo literario no es fácil. Hacer una telenovela que no fuera de esas, interminables, sería muy interesante para mí... haría una de veinte capítulos.

Puig señala que cuando se adaptó al cine su obra Boquitas pintadas y se presentó la necesidad de resumir, "el vehículo ideal no era el cine sino una serie de televisión".

 

A cada rato se le acerca una mujer distinta, de cualquier edad, con maquillaje o sin maquillaje y Puig las atiende con interés. Encuentra una golosina especial en estas conversaciones.

 

—¿Es usted un escritor feminista?

 

—Sí, claro. Yo estoy convencido de que la escuela de la explotación es aquella pareja enfermiza mujer débil, hombre fuerte. Creo que el movimiento feminista es altamente positivo, sobre todo para el hombre, porque le va a permitir compartir más los problemas con su pareja y le quitará aquella máscara de macho seguro de sí mismo. Yo recuerdo que en los años 40 se llegaba a afirmar que no había placer sexual sin una sensación de dominación: la mujer sólo lograba  goce sexual si se sentía dominada por su pareja... ese era el mito, y se daba por sentado que era una ley de la naturaleza. Es un perfecto disparate.

 

Sobre sus inicios como novelista, respecto a la verdadera historia de esos comienzos, Puig cuenta que siempre sintió la necesidad de narrar.

 

—Desde niño miraba muchas películas y pensé hacer cine. Cuando pretendí expresarme, me di cuenta de que no me alcanzaba  el espacio que hay en hora y media de una película. Mis temas se adecúan más a un tratamiento novelístico que proporcione espacio para escribir con detallismo. Sin darme cuenta pasé del cine a la literatura: un guión se volvió novela.

 

Cuando se le toca el tema del Premio Nobel –la prensa publicó que era candidato—, Manuel Puig pasa una mano por su improvisada corbata de varios colores y dice que le incomoda eso porque “en la Academia de Estocolmo no se publican listas, son secretas y los candidatos tienen de más de 60 años y con una obra casi hecha”.

 

—Me sorprendió mucho eso y si hubo algo serio lo agradezco, pero no lo espero ni remotamente”, añadió. Hace el comentario de que en Latinoamérica son muchos los que se merecen ese premio, como Octavio Paz y Borges. “Supuse que este año se lo darían a Borges —apunta.

 

—¿Por qué no se lo habrán dado? —se le inquiere.

 

—Creo que por política —responde.

 

—¿Es cierto que tiene ocho años sin ir a Argentina?

 

—Tengo problemas de censura allá. Mis libros están prohibidos y hay un boicot de prensa que supongo proviene de una prohibición oficial.

 

—Sus libros se siguen leyendo en todo el mundo con pasión de bestsellers.

 

—No son bestsellers, pero vivo del oficio porque las traducciones son muchas.

 

Se le pregunta cuál es el secreto de su éxito, mientras mentalmente se da un baño en la fuente monótona.

 

—Mi caso es curioso –dice– yo trato de escribir para el lector que tiene mis mismas limitaciones. Mi órgano de atención ha sido condicionado por el cine: nací viendo cine y tengo cierta dificultad para concentrarme en la lectura. Trato de facilitar el trabajo de leer al lector, pensando en eso, intento tomar en cuenta los límites de su poder de concentración.

 

Se pone de pie, lo rodean más mujeres de boquitas pintadas. Sonríe a manera de despedida, mientras en el agua de la fuente se escucha un chapoteo como si alguien  estuviese saliendo a flote.

 

Le piden autógrafos y Manuel Puig firma libros, papeles, cuadernos y servilletas,  bañado en sudor.

 

 

 

El Nacional, 21 de octubre de 1981.

 

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José Pulido. Fotografía de Gabriela Pulido Simne

José Pulido

Poeta, escritor y periodista, nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.

Vive en Génova, Italia. 

En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado a creadores y artistas.

(Ha fundado y dirigido varios suplementos y revistas de literatura. Si se requiere información detallada sobre estas publicaciones, favor solicitarla a este  correo: jipulido777@gmail.com)

Forma parte de la Antología Por ocho centurias, XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, Salamanca, España, entre otras. Ha sido invitado a festivales en Irak, Colombia, Brasil, Chile, España y Génova. Participó, en 2012, como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en SalamancaEn el 2018 y en el 2019 invitado al Festival Internacional de Poesía de Génova. 

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