- Bénédicte des Mazery novela la historia del cruel control del correo de los soldados franceses en la I Guerra Mundial
16/05/2012
Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra. Aquellos valientes, casi siempre héroes anónimos, podían con todo. Con el frío, con la nieve, con el barro, con las trincheras infestadas de ratas, con el gas clorhídrico de los boches, con una lata de sardinas para dos como todo alimento, con los cadáveres de sus compañeros a tres metros sin poder ser enterrados, con las cargas suicidas a bayoneta calada, con el terror, con el insomnio, con las noches iluminadas por los obuses de los temibles cañones Bertha. Durante cuatro larguísimos años, los soldados franceses lucharon hasta la extenuación ante un enemigo generalmente mejor armado, preparado y comandado.
Bénédicte des Mazery |
Sangre en las tierras de Francia
Mientras ellos regaban generosamente con su sangre las tierras de Francia, en la retaguardia los mandos, los políticos y la Prensa solo hablaban y se vanagloriaban de victorias sin cuento, de hazañas bélicas galas que ponían pies en polvorosa a los germanos, de días y senderos de gloria en los que siempre ondeaba en lo más alto la bandera tricolor.
La gran Bertha
Pero en el frente, bajo el diluvio interminable de las balas enemigas, la realidad que los combatientes sentían en carne propia era muy otra, y su sincero patriotismo, su esforzada valentía, no siempre podían evitar el desánimo, la soledad, el desamparo, el sufrimiento, el dolor, sentirse abandonados en medio de la nada por los prebostes y burócratas de París.
El ardor guerrero fue sustituido por el ardor del alma, y aquellos soldados empezaron a dejar constancia de su estado de (des)ánimo, en las cartas que remitían a sus novias, a sus hermanos, a sus padres: «Día y noche es un diluvio de hierro y de acero que se abate sobre nosotros. Nos echamos a tierra como bestias acorraladas. ¿Cómo no he muerto ya cien veces? Quiero salir de aquí. Quiero vivir...». La sinceridad (quién le mentiría a una madre) de los soldados es tan elocuente como sobrecogedora: «Mamá, tengo muy baja la moral y tengo miedo de no volver. Mamá, reza por mí. Tu Henri, que lo intenta todo por aguantar».
Sin novedad en el frente occidental. Trailer de la película de 1930
Cartas sin destino
Esas cartas «antipatrióticas» nunca llegaron a su destino. La Unidad de Censura Postal del Ejército se encargó de ello, unas cuatrocientas. La retaguardia no estaba para malas y desmoralizantes noticias. De ese hilo ha tirado Bénédicte des Mazery para novelar (aunque las cartas que aparecen son totalmente reales) esta desoladora historia en «Vidas rotas» (Alianza).
Todo empezó cuando unos amigos de Mazery le enseñaron unas misivas de su abuelo, Théophile, olvidadas en un desván. Théophile murió en el frente, en 1915, pero a Bénédicte se le despertaron el olfato y la curiosidad: «Fui al Servicio Histórico del Ejército y consulté los diarios de su regimiento. Empecé a darme cuenta de que muchos soldados ocultaban a su familia la realidad de lo que vivían en el frente. Y descubrí que lo hacían debido a la existencia de un control de la correspondencia organizado en comités por toda Francia. Estaba claro, era un sistema de censura».
Todas reales
Des Mazery optó por la novela, pero «todas las cartas son reales, porque quería darles voz a aquellos soldados a los que se la habían robado ».
A la terrible experiencia bélica, aquellos hombres tuvieron que añadir la crueldad de sus propios camaradas y jefes. «Negarles la palabra fue algo muy violento. Para quienes luchaban y también para Louis, el censor y protagonista, porque él estuvo en las trincheras y sabía que lo que cuentan sus compañeros es verdad».
No contentos con mandarles al matadero, les censuraron su dolor, su sufrimiento. Descansen en paz.