Fotograma de El Hombre Invisible de 1933. |
Carlos Yusti
El escritor Rafael Bolívar Coronado, durante su exilio español, apremiado por el hambre, prepara
algunas antologías de poetas latinoamericanos. Lo distintivo de estas
antologías fue que si al compilador le faltaba algún poeta, sencillamente se lo
inventaba. No obstante su osadía no llegaba hasta allí, sino que también
escribía los poemas y le concebía una vida, con algunos libros publicados con una
que otra chispeante anécdota. Así fue armando las antologías para darle grosor
de páginas y cobrar más de lo acordado. Sin duda fueron antologías un tanto
descocidas, pero innegablemente creativas, arbitrarias y rebosantes de
imaginación creadora.
Esto de inventar
escritores (con sus obras irreales respectivas) es una práctica recurrente de
una buena porción de escritores. Algunos lo harán por hambre como Coronado,
otros por juego intelectivo, en un lúcido alarde de erudición y otros por
sátira para desacralizar el boato ecuménico que muchos profesores y críticos
bartheianos le imponen a la literatura.
Jorge Luis Borges, en
unos de sus obras, hace la reseña de una novela imaginaria, escrita por un
autor hindú ficticio, Mir Bahadur Alí, de Bombay. Él, que nunca escribió una
novela, en su exégesis refiere la trama y las vicisitudes que le ocurren al
protagonista. Para darle un tono creíble cita la fecha en la que se imprimió el
libro, describe el papel, etc. O así Borges lo escribe: “La editio princeps del Acercamiento a
Almotásim apareció en Bombay, a fines de 1932. El papel era casi papel de
diario; la cubierta anunciaba al comprador que se trataba de la primera novela
policial escrita por un nativo de Bombay City: En pocos meses, el público agotó
cuatro impresiones de mil ejemplares cada una.(…) Bahadur publicó una edición
ilustrada que tituló The conversation with the man called Al-Mu'tasim y que
subtituló hermosamente: A game with shifting mimo» (Un juego con espejos que se
desplazan). Esa edición es la que acaba de reproducir en Londres Victor
Gollancz, con prólogo de Dorothy L. Sayers y con omisión -quizá misericordiosa-
de las ilustraciones. La tengo a la vista;…”
Inventar autores va a la
par en eso de imaginar libros no escritos. Santiago Key-Ayala tiene un exiguo
volumen, que Pedro Téllez encontró traspapelado en sus obras completas,
titulado Cateo de bibliografía.
En el cual reseña libros, pero no impresos sino esos que “jamás existieron”,
otros que “fueron concebidos y no llegaron a nacer” y otros que “fueron
ajusticiados”. Key-Ayala escribe de esos
libros abortados, perdidos o que se quedaron varados en ese limbo de la no
impresión, que fueron ideas (o anhelos)
que jamás cristalizaron.
Stanislaw Lem, escritor
polaco destacado autor de ciencia ficción, en dos libros hace un compendio de
libros imaginarios, con sus respectivos autores: Vacío perfecto y Magnitud
imaginaria. Libros algo agemelados, pero con subrayadas diferencias. En
el prólogo del primero se lee: “La crítica de libros inexistentes no es una
invención de Lem. Encontramos intentos parecidos no sólo en un escritor
contemporáneo como J. L. Borges (por ejemplo, Examen de la obra de Herbert
Quain, en el tomo Ficciones), sino en otros mucho más antiguos, y ni siquiera
Rabelais fue el primero en poner en práctica esa idea. Sin embargo, Vacío perfecto constituye una
especie de curiosum, por cuanto la
intención del autor es presentarnos toda una antología de esta clase de
críticas. ¿Cuál fue su propósito? ¿El de sistematizar la pedantería o la broma?
Sospechamos que en este caso se trata de un subterfugio jocoso,…” Se ocupa de
libros y autores bastante raros, pero en Magnitud
imaginaria revisa a unos artistas que hacen pornografía utilizando rayos X, científicos que realizan cultivos de
bacterias que pueden comunicarse empleando el código Morse y capaces de
predecir el futuro, vendedores de enciclopedias impresas con la historia que
todavía no sucede, inteligencias artificiales que escriben obras de autores clásicos
con una brillantez creativa que ni ellos mismos habrían podido elucubrar.
Vacío
perfecto se
inicia con el análisis al libro Gigamesh de Patrick Hannahan (Transworld Publishers, Londres). Gracias a
Lem el lector se informa que Hannahan sentía una rivalidad envidiosa por Joyce; que su libro es una proeza
lingüística y vanguardista, etc. Esto lleva al escritor español Luis Goytisolo
ha redactar el ensayo “Joyce por fin superado”. Goytisolo puntualiza: “Mi
propósito no es el de polemizar con Lem sino, muy al contrario, el de aportar
mis propias consideraciones al caudal bibliográfico que gracias a Lem y a
tantos otros exegetas (exegetas mejor que críticos) se ha ido desarrollando en
torno a la obra de Hannahan”. Goytisolo cuenta que fue una odisea conseguir el
libro, hasta que por azar y en Londres descubre en una librería, en la mesa
saldo, un pirámide de Gigamesh.
Señala así mismo que “el propio Hannahan, con su prólogo de 847 páginas para
una novela de 395, se haya convertido en el principal exegeta de sí mismo?” En
fin que el escritor español hace un exhaustivo estudio sobre la novela para
concluir: “Lo realmente decisivo ha sido el hecho de que, con la publicación
de Gigamesh la polémica ha
sido obviada: la presunta copia (Gigamesh)
supera el modelo (Finnegan's wake),
quedando para Joyce el papel de mero precursor”.
Roberto Bolaño hace otro
aporte con “La literatura nazi en América”. Su intención fue (como lo expresó él
mismo) recopilar “una antología vagamente enciclopédica de la literatura
filo-nazi producida en América desde 1930 al 2010”. Con un estilo abstracto y
profesoral va presentando la biografía de unos autores con sus respectivos
títulos. Hay una mezcla de lo ficticio con lo real para darle credibilidad a
esta aterradora invención literaria. La obra cierra con un extenso complemento:
Epílogo para monstruos, en cual contiene
un índice onomástico y una investigada e irreal bibliografía de los autores
citados.
Otro libro infaltable es La sinagoga
de los iconoclastas de J. Rodolfo Wilcock, en la se que registran, con innegable genio,
los retratos biográficos prefigurados por Marcel Schwob y la de libros
inventados. Solo que estos seres se encuentran en ese limite de los extremos
donde el suicidio (o la locura) aguardan con fría paciencia. Estos
«iconoclastas» reinventan el universo conocido para arrastrar al lector a una
delirante aventura.
Dos escritores
imaginarios insignes son Marcelo Chiriboga y Bustos Domecq. El primero nació en 1933 y era
el menor de tres hermanos; pero lo relevante es que forma parte del conocido
Boom Latinoamericano. Sus dos libros que han cimentado su fama son: La línea imaginaria(1969) y Diario del infiltrado(1973). JoséDonoso ha escrito: "Marcelo Chiriboga, el más insolentemente célebre de todos
los integrantes del boom, sus ediciones alcanzan millones en todas las lenguas,
incluso en armenio, ruso y japonés: este ecuatoriano ha hecho más por dar a
conocer su país con sus novelas, que todos los textos y las noticias publicadas
sobre el Ecuador".
Chiriboga surgió de la
imaginación de dos escritores: José Donoso y Carlos Fuentes. Al parecer su
aparición fue como una necesidad para colocar en el mapa de la literatura a Ecuador
o como lo expresó Fuentes: “Por lo menos ese favor le hicimos a Ecuador: le
dimos un miembro del boom. Por ahí anda Chiriboga. Y, a lo mejor, hasta nos
sobrevive”.
Bustos Domecq según
semblanza contenida en Seis problemas
para don Isidro Parodi de la educadora, señorita Adelma Badoglio: “El doctor Honorio Bustos Domecq nació en la
localidad de Pujato (provincia de Santa Fe), en el año 1893”. Este libro
también trae una palabra liminar escrita por Gervasio Montenegro, De la
Academia Argentina de Letras. Buenos Aires. Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy
Casares a cuatro manos escriben las obras de Domecq y en esta conjunción de
nombres y prólogos Lisa Block de Behar escribe: “Borges y Bioy inventan a un autor ficticio
(Bustos Domecq) y también inventan a la autora de la biografía de ese autor
inventado (Adelma Badoglio) a quien precede un invento anterior (Adelia
Puglione),(…)inventan además al prologuista (Gervasio Montenegro), miembro de
la Academia Argentina de Letras (institución que aparece mencionada en la
edición del 64,no en la del 42),quien es asimismo personaje de la ficción,
invadiendo, más de una vez, el espacio de verdad que el prólogo -otra
convención- suele acreditar”.
Lo atrayente es que el tal Domecq escribe Crónicas de Bustos Domecq en la que también
inventa a escritores y artistas; la sátira de altos vuelos está servida: las
reseñas apelan a todos los recursos del ensalzamiento ripioso y ditirámbico.
Graciela Sheines escribe: “Crónicas de
Bustos Domecq puede entenderse como una burla a
las escuelas y estilos en boga, a las estéticas de vanguardia, a los cultores
de la originalidad a ultranza, a los escritores vernaculos que veneran la
literatura del Norte a tal punto de no poder concebir la escritura sino como
copia de los modelos consagrados”. El libro está conformado por veinte breves comentarios
sobre arte y literatura con ese estirado, pomposo y rebuscado estilo utilizado
por las revistas especializadas en arte o literatura.
Lisa Block de Behar |
Después que Domecq escribió el libro Un modelo para la muerte hizo un
paréntesis. Borges y Bioy Casares seguían frecuentándose, pero Domecq estaba
engavetado a decir de Bioy: “Bustos Domecq se había convertido en un bromista
insoportable, similar a Rabelais, autor que no nos gustaba”. Transcurrió un buen tiempo y Borges pasaba por otro amor
naufragado y Bioy Casares le propuso sacar de su retiro a Domecq o como lo
escribió él mismo: “Una mañana yo sacaba a pasear a mi hija y al hijo de la
cocinera. Cada uno de esos chicos tenía en la mano un muñeco y se lo describía
al otro. Yo estaba calentando el motor del auto y los oía atrás, describiendo,
como si no pudieran ver uno el muñeco del otro. Entonces esa noche le propuse a
Borges que escribiéramos un cuento sobre un escritor que describiera por el
solo placer de la descripción, aunque fuera la cosa más desprovista de interés:
el lápiz, el papel, la mesa de trabajo, la goma de borrar, etcétera. Así surgió
“Una tarde con Ramón Bonavena”, que es la primera de las crónicas. Meses
después, porque con Borges siempre fuimos reticentes y corteses, me agradeció
porque comprendía que yo le había propuesto ese cuento para hacerle olvidar su
mal de amores. No fue así. Yo se lo propuse simplemente porque se me había
ocurrido el cuento”.
Muchos poetas y escritores se inventan
heterónimos y Pessoa fue un mago consumado en dicha materia. El poeta Luis
Alberto Ángulo ha creado a un poeta malo llamado Armando Amanaú. No entiendo si
se puede inventar un poeta competente con las metáforas, a que viene crear un
poeta segundón. Los poco datos del poeta son: Armando Amanaú (Valencia,
Venezuela, 1988) es un poeta del Decir que incursiona en el poema político y
popular. Textos suyos aparecen en compilaciones como «Poetas venezolanos en
solidaridad con Palestina, Irak y El Líbano», «El Corazón de Venezuela. Patria
y Poesía» y «100 poemas contra el fascismo». Su poesía es algo así: “Aliado
siempre con Cristo,/No me rindo a los imperios,/Mi corazón es un nicho,/Para
guardar los recuerdos”.
Luis Alberto Angulo. Fotografia de MAAO. |
La captura de Josu Ternera, terrorista etarra,
prófugo de la justicia española por múltiples crímenes se llevó a cabo en
Francia. Para ocultarse se había convertido en Bruno Martin, escritor
con pasaporte venezolano. Como es lógico Bruno Martín escribe libros infantiles
que hablan de la libertad y de esa capacidad imperiosa de soñar. Uno de sus
libros más editados es La niña que se
alimentaba de nubes. Otros libros suyos son: La araña que no sabía tejer y El poético cantar de Grillo Zurdo, escrito en verso con
chispeantes trabalenguas y juegos de palabras que recuerda mucho al libro Chamario de Eduardo Polo.
De Bruno Martin he leído frases delirantes que me recuerdan al siniestro y desquiciado
escritor imaginado Jack Torrance del libro El resplandor, de Stephen King que en un absurdo soliloquio,
casi hamletiano, se dice:
“Era cuestión de usar el cerebro, el celebrado cerebro de Jack Torrance. ¿No es
usted el tipo que pensaba vivir de su ingenio? Jack Torrance, autor de
best-sellers. (…) Jack Stephen Torrance, hombre de letras, pensador de valía,
ganador del premio Pulitzer (…) Y toda esa mierda se reducía a una sola cosa,
se dijo, vivir de su ingenio. Vivir del propio ingenio es saber siempre dónde
están las avispas”.
Stéphane Mahieu publicó La Bibliothèque invisible, (Éditions du Sandre), Paolo Albani y
Paolo Della Bella escribieron Mirabiblia.
Catálogo razonado de libros que no se encuentran y Alberto Manguel con Gianni
Guadalupi publicaron Breve guía de lugares imaginarios, en el que se compilan
todos esos territorios que solo existen en la literatura. Algo así se podría
hacer con los escritores inexistentes, una especie de Breve catálogo de escritores imaginarios.
Coda final: Un escritor irreal escribe un libro ficticio
sobre escritores que no existen, lo extraño es que muchos escritores del Canon literario nacional aparecen allí
como fantasmas inleíbles.
Carlos Yusti en Barcelona, con la estatua de Colon al fondo, al final de la Rambla donde desemboca en el puerto.
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Carlos Yusti (Valencia, 1959). Es pintor y escritor. Ha publicado los libros Pocaterra y su mundo (Ediciones de la Secretaría de Cultura de Carabobo, 1991); Vírgenes necias (Fondo Editorial Predios, 1994) y De ciertos peces voladores (1997). En 1996 obtuvo el Premio de Ensayo de la Casa de Cultura “Miguel Ramón Utrera” con el libro Cuaderno de Argonauta. En el 2006 ganó la IV Bienal de Literatura “Antonio Arráiz”, en la categoría Crónica, por su libro Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasión. Como pintor ha realizado 40 exposiciones individuales. Fue el director editorial de las revistas impresas Fauna Urbana y Fauna Nocturna. Colabora con las publicaciones El correo del Caroní en Guayana y el Notitarde en Valencia y la revista Rasmia. Coordina la página web de arte y literatura Códice y Arte Literal
Tomado de Letralia