HELSINKI, 26 jul (Tierramérica).- Después de décadas de preparación e investigaciones, Estados Unidos abandonó su plan de almacenar residuos nucleares en la montaña Yucca, en el occidental desierto de Nevada.
Pero Finlandia y Suecia siguen adelante con sus propios planes y se proponen colocar su combustible gastado en unos cilindros de hierro y cobre y enterrarlos en un lecho de roca. La empresa finlandesa Posiva está construyendo un vasto sistema de cuevas dentro de una formación rocosa cerca del complejo de energía nuclear Olkiluoto en el golfo de Botnia, oeste del país. Posiva confía en que el sistema de cuevas Onkalo sea capaz de almacenar en forma segura, por lo menos durante 100.000 años, el combustible nuclear usado por los generadores eléctricos de Olkiluoto. Cuando el combustible es sacado del reactor y depositado en una pileta de enfriamiento está muy caliente y tiene aproximadamente 1.000 millones de veces más radiactividad que el uranio natural. Después de 100 años, el combustible nuclear usado es 100.000 veces más radiactivo; después de 1.000 años, 5.000 veces y después de 100.000 años solamente 200 veces más radiactivo que el uranio natural. Para entonces, las sustancias naturales existentes en la corteza terrestre producirán, por cada kilómetro cuadrado, más descomposiciones radiactivas que un depósito de combustible nuclear como Onkalo. Pero hay un problema más grave, que pasan por alto las autoridades encargadas del control nuclear, la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) y las empresas nucleares. Entre los residuos radiactivos, hay también unos 20 o 30 kilogramos de plutonio por cada tonelada de combustible nuclear usado. El plutonio puede separarse del uranio por métodos químicos, desarrollados en el siglo XIX. Cada país que posee combustible nuclear usado puede fabricar una bomba atómica simplemente disolviendo las barras de combustible en ácido y extrayendo el plutonio. Otro método para hacer una bomba es enriquecer la proporción del isótopo fisionable 235 en el combustible de uranio. Esto es mucho más complicado porque los distintos isótopos no pueden ser separados por medios químicos. Cuando los científicos al servicio de Adolf Hitler los intentaron en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) sólo consiguieron enriquecer el contenido del uranio 235 de 0,7 por ciento a 1,5 por ciento en un gramo de gas de hexafluoruro de uranio. Como hubieran necesitado 400 kilogramos con un contenido de 20 por ciento de uranio 235 para fabricar una pequeña bomba nuclear, ni siquiera se acercaron a ese objetivo. Con plutonio hubieran podido hacerlo en cuestión de meses o semanas. Finlandia, por ejemplo, planifica enterrar 11.000 toneladas de combustible nuclear usado, suficiente para obtener decenas de miles de bombas atómicas como la arrojada sobre Nagasaki, en un sistema de cuevas cuya ubicación exacta es de dominio público. Además, el plutonio se vuelve más peligroso, y no menos, a medida que pasan los años. Cuando el combustible nuclear es enterrado contiene entre 65 y 70 por ciento del isótopo 239, ideal para fabricar armas nucleares. Incluso este tipo de plutonio usado en reactores puede emplearse para una bomba, pero otros isótopos de plutonio (238, 240 y 241) son causantes de una serie de complicaciones, aunque tienen una vida media más corta que el 239. Eso significa que el plutonio en un depósito de combustible usado deviene naturalmente enriquecido, convirtiéndose primero en plutonio apto para armas, “de grado de armamento”, y luego en plutonio de grado de reactor. Finalmente, se transforma en plutonio 239 casi puro y sólo una minúscula cantidad es suficiente para la primera fase de un arma nuclear masiva de dos o tres fases. Los Hitler, Stalin o Gengis Kan del futuro buscarán sin descanso los depósitos de combustible nuclear gastado, con ayuda de geólogos, antropólogos, historiadores y aparatos como espectrómetros y contadores Geiger. Acceder a una cámara del tesoro como Onkalo después de 10.000 o 100.000 años permitiría fabricar un enorme arsenal nuclear y aseguraría el dominio del mundo a un futuro Hitler. ¿Es éste el legado que queremos dejar a las generaciones que nos sucedan?
Risto Isomäki es un Ambientalista y premiado escritor finlandés cuyas novelas han sido traducidas a varios idiomas. Su cuarta novela "El Deshielo" fue publicada en español por Booket. Derechos exclusivos IPS.
Publicado con Autorización del semanario Tierramerica
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