A un congreso de escritores en México, cuenta el escritor
español Vila Matas en una entrevista, asiste una comitiva china
integrada por un novelista, su traductor y un tercer personaje
presentado como poeta, pero cuya apariencia hace sospechar a los demás
que se trata de un comisario político. Cuando le preguntan acerca de qué
tratan sus libros, el novelista chino, que un rato antes los ha
sorprendido con el dato astronómico de las cifras de ventas, se queda
dudando un instante y luego responde crípticamente, traductor mediante:
tratan acerca del color azul. La historia, sea verdadera o inventada,
juega con el misterio y el desconocimiento que rodea a la literatura
china y su mercado editorial, un sistema dinámico y en plena transición,
caracterizado por una compleja interrelación entre actores privados y
estatales.
Empresas culturales
Cao
Kou es un narrador de poco más de 30 años, de la ciudad Nanjing, que
este año acaba de publicar su tercer libro de narrativa. Como muchos
autores de su generación, su carrera comenzó en internet, en donde fue
haciéndose conocido y terminó por llamar la atención de los editores.
Antes de convertirse en un escritor freelance , Cao Kou trabajó durante
casi diez años como profesor de lengua en una secundaria rural del área
de Nanjing y luego, cuando decidió dedicarse a la literatura, comenzó a
escribir para un diario y a colaborar como editor en una “Empresa de
libros”. “Empresas de libros” es uno de los tantos nombres que pueden
tomar en China las editoriales privadas. Puesto que las estatales son
las únicas legalmente habilitadas para tramitar un ISBN y por ende para
editar libros, las editoriales privadas, llamadas también “el segundo
canal”, sólo pueden existir bajo la condición de asociarse con alguna de
las 581 editoriales oficialmente registradas. Bajo el nombre de
“empresa de libros”, “club cultural” u otro similar, realizan todas las
actividades propias de una editorial (la elección de autores, diseño de
colección y de libro, corrección, etc.), pero lo que el lector ve en la
tapa del libro es el nombre de su socio estatal.
Un caso de las
llamadas editoriales de “canal alternativo” es la Chu Chen Cultura, una
editorial con base en Pekín. Su fundador, Chu Chen, es un periodista que
fue adquiriendo contactos durante sus años de trabajo en los medios
gráficos y televisivos, y que en el 2000, como fruto de esos contactos,
terminó fundando en Nanjing la empresa Nanjing Maitian Wenhua. Su
empresa actuaba como editora en las sombras de varias de las colecciones
de una editorial estatal de la provincia de Henan, pero luego de un par
de años la colaboración se cortó abruptamente debido a un cambio de
autoridades, y Chu Chen decidió mudarse a Pekín. Empezó a colaborar con
otra editorial estatal, diseñando y editando varias colecciones, aunque
siempre con la insatisfacción de que su trabajo como editor permanecía
invisibilizado ante los lectores. Finalmente, en 2009 volvió a cambiar
de socio estatal y a refundar su empresa, a la que rebautizó como Chu
Chen Wenhua (Chu Chen Cultura).
La mezcla de volatilidad y
constancia que se observa en la biografía profesional de Chu Chen es
típica de muchos editores del sector privado. Sus editoriales son las
responsables de algunos de los catálogos más arriesgados, pero también
de la mayor parte de la literatura más comercial que empezó a aparecer
en la década del 90. Las editoriales del Estado, por su parte, aunque en
términos generales más conservadoras o cautas, también han contribuido
en muchos casos a ampliar el panorama literario. Fue una editorial
estatal de Yunnan, una provincia del sur de China, la que por la década
del 80 lanzó una colección de autores de Latinoamérica que dio comienzo a
un pequeño “furor latinoamericano”.
Censura y retromanía
Aún
sin entender palabra de lo que se escucha, un zapping de canales de
televisión puede llevar rápidamente a la conclusión de que en China hay
un nivel importante de retromanía. La cantidad de telenovelas históricas
es sorprendente: desde las múltiples historias ambientadas en tal o
cual dinastía, hasta el amplio repertorio del ciclo revolucionario que
arranca con el derrocamiento de los manchúes en 1911 y llega hasta la
fundación de la República en 1949. Es una retromanía, sin embargo, que
excluye premeditadamente buena parte del pasado más reciente: la
Revolución Cultural, el movimiento democrático de 1976, o los incidentes
de la plaza Tiananmen en 1989. Aunque la literatura goza de mayor
libertad que la televisión y el cine, los límites existen, para el
tratamiento ya sea de estos o de otros temas sensibles como la religión y
el sexo; cuando los límites se sobrepasan, puede haber consecuencias.
Lo
más habitual, sin embargo, es que sea la misma editorial la que
ejercite, interiormente, la autocensura, a partir de una evaluación de
esos límites. En una “editorial privada”, esta evaluación va a surgir de
la interacción entre el editor-fantasma y el editor estatal o “lingdao”
(jefe). Las “editoriales privadas” son, también, las que empujan esos
límites, pues a diferencia de las estatales, que cuentan con un
presupuesto y con la meta de vender una cuota de libros, las privadas
están frecuentemente dispuestas a arriesgarse en pos del rédito
económico. El riesgo es concreto, pues la prohibición puede incluir,
aparte de la confiscación de los libros, la aplicación de una multa que
duplique las ganancias obtenidas y el cierre de la editorial.
Como
suele pasar, en muchos casos la prohibición del libro no sólo no impide
su circulación sino que incluso la favorece. Un caso paradigmático es
el de la novela La capital abandonada , de Jia Pingwa,
un escritor de Xi’an. Publicada en 1993 por la Beijing Chubanshe, la
novela fue un éxito inmediato, en gran parte debido a su contenido
sexual, y pese a que este había sido parcialmente expurgado por la
editorial. Antes de fin de año la novela ya había vendido casi un millón
de ejemplares y el gobierno decidió prohibirla y retirar los ejemplares
de circulación. Pero el libro no dejó de circular por eso. Las
ediciones y reimpresiones piratas podían conseguirse fácilmente en los
puestos ambulantes y librerías de saldo.
Aparte de las editoriales
oficiales o semioficiales, y de la circulación fantasmal de parte de
sus libros en forma de ediciones piratas, hay otro tipo de libros y
emprendimientos que se encuentran directamente afuera del sistema. Se
trata de los libros y revistas “minjian”, es decir, aquellos realizados
totalmente por actores privados, sin fin comercial ni cooperación con el
estado.
Las publicaciones minjian, que no suelen pasar de los
400 o 500 ejemplares, fueron tradicionalmente el canal de circulación de
la poesía, a partir de mediados de la década del 70, pero también la
narrativa utiliza este medio para dar a conocer autores nuevos. El
primer libro de Cao Kou, un volumen de unas cuatrocientas páginas, bien
encuadernado e impreso, con el título de Los cuentos completos de Cao Kou , fue editado por una editorial minjian. Sacaron 200 ejemplares, que fueron vendidos a conocidos o a través de internet.
Entre
lo minjian y lo oficial hay oposición pero también, cada vez más,
canales de comunicación. Gu Gang es un poeta y narrador nacido en
Shanghai, que trabaja en una editorial del Estado. A pesar de trabajar
dentro un espacio oficial, Gu Gang tiene una identidad más ligada a lo
minjian, y se encarga desde hace años, junto con un amigo, de la edición
de una revista-libro que circula de mano en mano entre escritores. En
el 2005, un funcionario del Departamento de Publicaciones de Shanghai
los citó a su oficina para decirles que lo que estaban haciendo era
ilegal y les exigió el pago de una multa de 30.000 rmb (alrededor de US$
5.000), una suma equivalente a lo que puede costar la compra de un
ISBN. Gu Gang y su amigo se negaron, y finalmente las amenazas del
funcionario quedaron en la nada.
Asociación de escritores
Hasta
la década del 80, la opción principal para quienes querían dedicarse a
escribir profesionalmente era pertenecer a la Asociación de Escritores,
el organismo que se dedicaba a reclutar, encuadrar y sostener
económicamente a los escritores. Esta situación cambió rápidamente en
los años siguientes, con la introducción de la economía de mercado que
permitió el surgimiento de una figura distinta de escritor profesional,
ya no dependiente del Estado sino de la venta de sus libros, pero
también debido al veloz achicamiento presupuestario de la Asociación de
Escritores, que dejó de ejercer muchas de sus funciones tradicionales. A
pesar de esto, la Asociación continuó cumpliendo un rol importante
dentro del Estado, y muchos de los escritores más exitosos en términos
de venta y de crítica, como Mo Yan, Jia Pingwa o Wang Anyi, ocupan
cargos altos en la estructura burocrática.
El término
“Asociación de Escritores” puede traer reminiscencias de asociaciones
similares que existen en otros países, como por ejemplo la SADE en
Argentina, y en algún punto tiene elementos en común. La diferencia
fundamental es que la Asociación de Escritores se inserta dentro del
marco del Estado y constituye una de las herramientas de la política
cultural del gobierno. Una de las funciones principales es la de
repartir prebendas y jerarquías dentro del sistema literario, a través
de los premios literarios y otros incentivos. Los dos premios más
importantes de China son otorgados por la Asociación de Escritores. El
Mao Dun, el más antiguo de los dos premios, había sido otorgado a Mo Yan
en 2011, justo un año antes de que recibiera el Nobel.
También
en lo que respecta a la promoción de la literatura china en el exterior,
algunos escritores se quejan de que un autor que no pertenece a la
Asociación de Escritores se encuentra en desventaja con respecto a sus
colegas miembros de la Asociación, aunque la queja suena, en parte, algo
desactualizada: en el catálogo de autores de China Book International,
un organismo que se dedica a promover la traducción y publicación de
literatura china en el exterior, conviven escritores oficiales y no
oficiales. Una señal de que los tiempos están cambiando.