martes, 3 de septiembre de 2024

Enrique Labrador Ruiz: Un crayón cubano, por Vicente Gerbasi

 



Estimados Liponautas

Hoy tenemos el gusto de compartir con ustedes un texto del siempre recordado Vicente Gerbasi descubierto por nuestro amigo David Cortés Cabán.

David Cortés Cabán. Imagen tomada de Crear en Salamanca.


El texto es un acercamiento a la obra  del escritor cubano Enrique Labrador Ruiz y fue publicado en la revista Puerto Rico Ilustrado, el 2 de Octubre de 1948.




Disfruten de un texto que muy  pocos venezolanos han leído y que sirve para desmontar el supuesto aislamiento cultural en que vivían los escritores latinoamericanos previo al famoso Pum (Boom) latinoamericano


Gracias David Cortés Cabán por el regalo.


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“Un crayón cubano” por Vicente Gerbasi



Enrique Labrador Ruiz desanuda su desesperación en la búsqueda de su propia libertad, y es como una silueta cubana que surge junto a la piedra antigua y el perfume de los jardines... entre las palmeras que se levantan en medio del crepúsculo frente a la bahía de la Habana. 






Enrique Labrador Ruiz colecciona el ensueño en Reina 108. Para este escritor La Habana abre un viejo abanico de colores cerca del lento y fabuloso Barrio Chino. En su biblioteca las horas se detienen en estatuillas de marfil, en barrocos y relucientes objetos de porcelana, en agresivas máscaras de Oriente.

En su casa Pablo Neruda ha apresado en ‘un gordo' frasco la cromática magia del mar. La anémona marina y la retorcida caracola nacarada; la convulsa rama de coral y el vidrio ultravioleta pacientemente gastada por las olas; al alga de frágil verde y la porosa piedra estrellada; la esponja, la geografía del abismo y el reflejo, del alba en el agua.

Enrique Labrador Ruiz vive en una biblioteca-museo, en medio, de una decoración descuidadamente realizada cómo para que en ella pueda habitar la soledad y dialogar en la penumbra con esa misteriosa pianista Con rostro y vestimenta de monja, de novia y de muerte, que el gran pintor Fidelio Ponce ha colgado entre los libros y las pipas de Enrique.

Fidelio Ponce


 —Todo coleccionista es un descentrado—, me decía hace poco este inmejorable amigo cubano,mientras, paseábamos por el ancho malecón de La Habana, de esta Habana tan parecida en algo a Nápoles, de esta Habana que el mar toma por la cintura, mientras ella toca una joven guitarra sensual. 



Tambor, tamboril, tamborilero de Africa.- Son en la brisa del surgen la palmera, en la bahía de la noche iluminada, en la mañana que sostiene lentas gaviotas en el aire, de los grises edificios. Aquí la piedra antigua y la flor de los jardines; la áspera muralla hispánica y el flamboyán equinoccial; las calles con sombrillas; muchachas con ligeros trajes que recuerdan tiempos helénicos; los galgos que van a lamer los arrecifes de coral.

Es un español muy francesamente pronunciado, el hierático poeta negro de Haití, Roussan Camille, nos dice cuando de pronto se aparece en silencio a esta ciudad:

"—¡Qué Havana! ¡Queeeee Havana! Es la ciudad donde uno siente más..sed, porque siente sed de ella misma. "


Enrique Labrador Ruiz prefiere a La Habana, de noche, ruidosa e iluminada, con anchos bares hasta en la puerta del cementerio, con barcos que pasan como grandes ataúdes rodeados de cirios entre montañas de carbón relucientes bajo las estrellas, y acordeones de marineros. Prefiere a La Habana de noche, porque el día es para su biblioteca, para sus novelas gaseiformes y sus cuentos neblinosos.

—Entre mis libros, en la penumbra de mi biblioteca, yo soy el gobernador del mundo—nos dice-, así cómo tú eres el jefe civil, de una nube, según Andrés Eloy Blanco.



Y en verdad su biblioteca-museo es un mundo, un maravilloso mundo. De México, de los Estados Unidos, de Colombia, de todos los países que ha visitado, se ha traído las más raras y antiguas ediciones, los más subyugantes títulos, hay en su biblioteca toda una serie de libros sobre el mar. Él gran amigo del Profesor Been, el hombre que en batisfera ha descendido a la noche imperturbable del océano, a los silenciosos abismos, allí donde descansan los barcos hundidos, los esqueletos de los monstruos marinos; donde los ahogados han construido sus negras ciudades, iluminadas por raudas constelaciones de peces fosforescentes.

Enrique Labrador Ruiz guarda la poesía de todos los tiempos en volúmenes empastados a manera de sabrosas tablas de chocolate. En lujosos estantes de madera labrada, están la filosofía, el ensayo, la novela, el cuento; los alucinantes libros dé viajes.

"—La vida del hombre es un extraordinario viajé. Cuando no se puede viajar en barco o en avión, hay que hacerlo en la lectura. Pero viajar, viajar, siempre viajar, caer de pronto en lejanas ciudades, cruzar comarcas salvajes, llegar a parajes que antes sólo han existido en nuestros sueños."

Unos cuantos libros de cabecera están en un mueble giratorio: Dostoiewsky, Balzac, Poe, Meville. Claro, es "Moby Dick”, la ballena blanca, la anónima aventura de los océanos, las soturnas tempestades ululantes entre las flotantes montañas de hielo, las tranquilas noches de los mares tropicales que impulsan lejanas músicas de estrellas, la muerte tendida en las aguas, con brazos y cabellos y los ojos vueltos hacia las nubes y el lento vuelo de las aves migratorias.

Sí, este es el mundo de Enrique. Le hubiera gustado pescar ballenas, o andar por las nieves del Gran Lama, o buscar la muerte como la buscó Gauguin. Por eso cuando , no viaja está entre sus libros, como la bestia herida se refugia en su cueva.

Su dramática nostalgia, de viajes le ha permitido darle extraña forma a su existencia. No es un tipo monástico, pero sí le gusta encerrarse para vivir imaginando, recordando, reconstruyendo días. Le gusta tener ante sus ojos las cosas que ha recogido en sus viajes. Cuelga de las paredes armas de guerrilleros, sombreros charros, idolillos; animales disecados, pipas, retratos.

Este escritor no usa espejos. Prefiere mirarse en las numerosas caricaturas qué tiene en su cuarto. Sabe que las furias de los días no podrían reducir a nuestra propia caricatura. Los espejos nos muestran, apaciblemente, lo que somos; las caricaturas, violentamente, lo que podríamos llegar a ser.

En la azotea dé su apartamiento, en medio de techos habaneros, Enrique hace al levantarse media hora de ejercicio con un par de muletas, mientras lo miran asombrados dos pequeños morrocoyes que hace poco le mandó en avión desde Ciudad Bolívar, Venezuela, el Profesor Sifontes, un venezolano que se conoce la vida íntima del Orinoco. 

Entre cajas de tabaco, revólveres, pistolas, objetos de bronce realizados por el genial Rebajes, uno de los dueños espirituales de New York,  está su ya prediluviana máquina de escribir, de la que han salido sus raras novelas gaseiformes y sus cuentos de demoníaco dinamismo. Actualmente Enrique Labrador Ruiz escribe la angustiante biografía de un maniquí. Encontró a su personaje, ya muerto, descolorido y con un brazo desgarrado, en un oscuro rincón de uña sastrería habanera. 

Enrique escribe en una penumbra presidida por los grandes pintores contemporáneos de Cuba: Amelia Peláez, Fidelio Ponce, René Portocarrero, Carlos Enriquez, Cundo Bermúdez, Felipe Orlando, Luis Martínez Pedro, Mario Carreño, Jorge Arche y Víctor Manuel

Para estos extraordinarios creadores,, color y movimiento son una sola cosa. Ponce logra, inclusive, el dramatismo del color. Para Enrique Labrador Ruiz la literatura es vida: movimiento y color


Por eso, como hombre y como escritor prefiere por sobre todas las cosas el viaje. En el viaje se unen la realidad y el sueño. En ellos la imaginación se hace realidad, y la vida, regida por el misterioso, destino, se enriquece de maravillosas experiencias. 

Vive inventando viajes. Hace poco fue a New York con el único y fantástico objeto de ver la más grande nevada que le ha tocado en suerte a aquella urbe, días después fue a Venezuela. El Orinoco le sorprendió de tal modo que al verlo se lanzó a sus turbulentas aguas. En la Guayana allá, dónde según, la leyenda, se esconde El Dorado, quiso visitar "las mansiones verdes”. Anduvo por la ruta de Marco Vargas, el personaje de Rómulo Gallegos, y en los parajes más sombríos de la selva oyó el grito lúgubre de la araña mona, la voz de Canaima, el demonio de los indios. En la Gran Sabana, una alta meseta venezolana, que cercada por caprichosas convulsiones geográficas, se extiende hasta la frontera del Brasil, se hizo amigo de los caciques indígenas, quienes en una bulliciosa fiesta nocturna, iluminada con fogatas, le ofrecieron típicos presentes que ahora guarda en su apartamiento entre otros recuerdos de lejanas geografías.



Es amigo del pseudónimo, pero nunca ha usado ninguno porque sabe que su nombre posee la calidad rebuscada de los pseudónimos. Muchos de los que se cambian el nombre lo hacen porque con el propio no podrían ir a ninguna parte. En su libro “Papel de Fumar”, que subtitula Cenizas de Conversación, nos recuerda que Boccaccio se llama Gíovanni di Certaldo, buen nombre para un mercader florentino; que Stendhal, era Enrique Beyle; que el diabólico Lautreamont era Isidro Ducasse; que André Maurois es Emille Herzog; que el verdadero nombre de Apollinaire era Kostrowisky.

Me imagino que los que adoptan un pseudónimo comienzan a vivir, desde el momento en que abandonan el nombre con el cuál se han visto crecer, una vida pirandelliana, ún dramático desdoblamiento... Enrique no  quiere ser, ya pasados los cuarenta años, un Difunto Matías Pascal. Por lo aquí descrito a tan rápidas pinceladas, diríase que la vida de este artista, ha venido transcurriendo en un teatral desorden. Pero nada menos cierto, pues su vida está regida por un maravilloso orden espiritual y creador. Lo que hay en él es angustia, lucha por alcanzar la conquista de si mismo. Es una vida personal, propia, cuyas diarias experiencias, cuyo arduo desenvolvimiento, cuyo difícil rumbo, son intransferibles. La propia vida, con su secreto imperio, con todo lo que tiene de dolor y de alegría, es la única propiedad sagrada. Pero hay que saber ser dueño de ella. Hasta los momentos más tremendos y oscuros de nuestros días, hasta esas horas en que nos hemos visto caer en húmedos rincones negros, en medio de los harapos de la pobreza, propia o ajena; en que nuestros ojos han estado fijos en los muertos; en que la más desolada tristeza nos lleva por turbias alamedas crepusculares, son solamente nuestros, profundamente nuestros, definitivamente nuestros. Enrique Labrador anda en busca de sí mismo y de su propia muerte. Ese afán de viajes, de ver el mundo, de verse en el mundo, rodeado por las cosas de aquí y de allá, de añorar lo lejano y alcanzarlo y luego buscar lo que de nuevo está distante, es para él una dolorosa tarea que cumple para ver su vida, y para dejar en sus novelas y cuentos un testimonio de que él, como hombre, ha existido. Este escritor que se siente esperado por la muerte, que siente la angustia que la muerte nos impone, quiere llegar a ella ofreciéndole una existencia plena, creadora. 

Existe en él un devorador sufrimiento por la muerte física. Su obsesión son los ataúdes. Los lleva en la palabra, en los Sueños, en sus relatos, y los ve bambolearse en los puertos cuando la mar se enluta entre reflejos de farolas.

Todo ser atormentado. Le tiene pavor a los ataúdes. El ataúd es el lecho eterno en que nos quedaremos acostados sin poder ver más las cosas de .aquí; sin poder hablar, sin, poder gritar. En él se pudrirán nuestros labios, nuestros ’ ojos, nuestro sexo.

Cuando esto suceda, es verdad, no tendremos conciencia de ello. Pero lo terrible es que ahora, cuando estamos vivos,, sabemos que eso habrá de suceder.. ;

¿Acaso es malsano hablar de esto? ¿Pero quién nos prohíbe pensar en este horror? Lo importante es poder evadirse de tan espantosa Verdad. Para lograrlo es necesario vivir l0 más intensamente posible, como lo hace Enrique Labradór Ruíz, el perseguido por el ataúd. Por eso él anda por el mundo huyendo de crueles, sombras, de tenaces fantasmas. En este azaroso deambular ha encontrados u vida. Ha visto su vida. Es testigo de su existencia, así como es testigo,de su muerte. Esto le obliga a buscar, a lo largo de sus torbellinosos días, su propia libertad, La búsqueda de esa libertad lo lleva a la desesperación.

Algunos dé sus personajes son abatidos brutalmente porque rehúsan someterse al destino. Este es el tremendo problema de gran parte de la humanidad, especialmente de la humanidad de hoy. Nos estamos olvidando de esta expresión: “El destino conduce a Quien consiente y , arrastra a quien rehúsa”, Hay algo superior a nuestra voluntad a lo cual es menester someternos si queremos ser dueños de nosotros mismos.

Creo qué existe un estrecho parentesco entre vocación y destino. Darle la espalda a la propia vocación es rehusar el destino para ser arrastrados por éste hasta el caos y hasta una muerte que no es propia.

Enrique Labrador Ruiz se ha hecho un solitario para poder cumplir con su irrevocable vocación de escritor, vocación que le impone él duro deber de ser “testigo”, no sólo de su existencia, sino del mundo, de la humanidad.



Vicente Gerbasi


“Un crayón cubano”, pp. 21, 22, 25 y 30.


Puerto Rico Ilustrado, Octubre 2 de 1948.



Puerto Rico Ilustrado, Octu... by Dimitri Lipo







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