LAURA HELENA CASTILLO lcastillo@el-nacional.com
FOTOGRAFÍAS FELIPE DI LODOVICO felipedilodovico@hotmail.com/ ARCHIVO EL NACIONAL
14 de octubre de 2001
La venezolana que ha vivido en tres siglos
Nació a finales de 1800, vivió todo el siglo XX y disfruta el inicio de un nuevo milenio. No fue literata, sibarita o músico, pero vivió rodeada y admirada por muchos que sí lo fueron. Durante buena parte de su vida luchó a dentelladas, aupada por el animal político que la habita. Con 104 años de edad, desafía el paso del tiempo con un humor corrosivo y un temperamento resuelto, que refresca a diario con un religioso vaso de whisky.
Si hay una cualidad humana que no envejece, esa es la tozudez; más bien, se robustece con el tiempo. Cuando suman 104 los años de vida, es muy probable que sea precisamente el carácter recio lo que mantenga al corazón latiendo. El día del patronato de San José, un 19 de marzo de 1897, nació en Caracas Josefina Juliac, hija de José Manuel y Concha. Más de un siglo después, discute con todas las enfermeras que sus familiares insisten -inútilmente- en contratar para su cuido, con la misma determinación que la propulsó a batallar -en distintas fases de su existencia- contra el gomecismo, a favor de los derechos de la mujer o de las libertades de hacer y creer. Los bríos y ocurrencias de la Juliac centenaria confirman que la vejez es un privilegio de los vivos.
En los corredores de su plácido hogar -en ocasiones perturbado por uno de los perros que tiene muy mala conducta-, Josefina Juliac disfruta con sosiego del colofón de una vida más que agitada. Las primeras palabras de Juliac tienen un tono grumoso, que no es producto de la centena que acumula, sino un rasgo que la ha identificado siempre. “Yo te voy a traducir, porque a ella nunca se le ha entendido lo que dice”, advierte Cristóbal Palacios, uno de sus tres hijos varones. Juliac tienen la clarividencia fugaz de los niños y lo hace notar con breves declaraciones. De Caracas, ciudad que disfrutó enteramente, hay algo que dice gustarle mucho: “Yo misma”. Al parecer Juliac siempre ha estado clara acerca de sus gustos, y de ahí el encanto de morena altiva -es la negra Juliac para algunos allegados- con el que conquistó a los 40 años -aunque no era exactamente una mujer bella- a Inocente Palacios, un apuesto representante de la godarria criolla, 11 años menor que ella, a quien llamaban el Príncipe Azul. “Tienes que ponerte linda para la foto”, le pide Paulina Palacios, la nieta que vive junto a ella y con la comparte el lazo indestructible de los caracteres impetuosos. “Yo soy linda”, responde como un resorte de suave tirabuzón la abuela.
“Sonrisas fingidas no son sonrisas”, dice Juliac cuando le piden alegrar la cara ante la cámara, porque ya está un poco cansada de fotos e interrogatorios. “¿A ellos les pagan por esto?”, le pregunta luego a su nieta, refiriéndose a las impertinencias de la periodista y el fotógrafo. “Le estoy contando a ella mi vida azarosa, de aventuras”, le sigue diciendo. Y en un intento por saber, en primera persona, sobre sus peripecias, Juliac responde: “Mis aventuras son absolutamente privadas”. “A ella nunca le ha gustado hablar de su vida pública”, advertiría después Paulina. Sofía Imber, una de las amigas más cercanas de Juliac, refuerza la observación de la nieta: “Josefina se daba aparentemente con la gente, pero era muy reservada. Tenía una lengua viperina y un humor ácido. Nos entendíamos muy bien, compartíamos una forma misteriosa de amistad”.
PAULA Y JOSEFINA. LOS AÑOS DE LUCHA.
“El 28 es muy tarde”, dice Juliac cuando se refiere al año en que comenzó su brega política y cultural. Ya tenía la cabeza y el corazón calientes antes de la Generación del 28 y de los sucesos que siempre se han señalado como el germen de muchos cambios. Ella formó parte de los antecedentes de los antecedentes. El profesor Jesús Sanoja Hernández corrobora con precisión las palabras de Juliac: “Josefina figura en una cuestión increíble de la historia venezolana. Entre 1920 y 1923, la relación entre Venezuela y México era muy tensa, hasta que en 1923 se rompieron las relaciones diplomáticas. Ella aparece firmando una carta de solidaridad hacia Salvador Guzmán, un diplomático mexicano que vivía en Caracas. Eso fue un acto de valentía muy grande, porque desde México denunciaban la represión de la dictadura gomecista y era una época de coacción de la libertad de expresión”.
El furioso animal político que roncaba dentro de Josefina Juliac la alentó en la lucha por las reivindicaciones femeninas, tanto en la dictadura gomecista -época en la que formó parte de la organización de la oposición- como en el inicio de la era democrática. “Peleaba por una verdadera República”, revela Juliac acerca del leit motiv. “A Josefina todos le temblaban. Tenía mal carácter y era muy sagaz”, recuerda Sofía Imber. Para 1936, cuando terminó la dictadura de Gómez y se inició el mandato de López Contreras, el retrato blanco y negro, en plano medio de Juliac -como una clásica pose de archivo policial- era el único de mujer alguna que ilustraba las temidas páginas del Libro rojo, 1936. El rótulo comunista en el régimen del general López Contreras. En esta publicación se jactan de poseer “la verdad de las actividades comunistas en Venezuela”, y para demostrarlo hace gala de haber descubierto un buen número de códigos secretos, seudónimos y costumbres de los venezolanos involucrados en la difusión de propaganda comunista. Ahí se lee una revelación: Josefina Juliac era conocida con el alias de Paula por sus compañeros del clan de agitadores. “Si estuve presa no fue por más de 10 días; pero creo que no”, dice. Varios datos coinciden en que nunca lo estuvo, aunque tenía excepcionales méritos para haberlo logrado con inmensa facilidad. “A mí no me perseguían, yo perseguía a los demás”, remata Juliac sus recuerdos de cuando era Paula.
Ahora, sentada en el hermoso salón de su casa, dice que “tal vez el de Medina” fue uno de los mejores gobiernos que ha tenido Venezuela. Juliac se refiere al presidente Isaías Medina Angarita (1941-1945), reconocido por dejar una impronta de desarrollo democrático durante su período gubernamental. Para 1944, un sólido grupo de mujeres negadas a confinar sus energías a los fogones o a las sesiones de bordados caseros, conformaba varias asociaciones activas públicamente. Ese año, Eumelia Hernández escribió en la revista Aquí está un lúcido artículo titulado “¿Por qué fuimos al mitin del cine Apolo?”, en el que declara lo siguiente: ” Imposible resulta exigir que mujeres politizadas, marcadamente democráticas, permaneciésemos en la sombra, comentando los acontecimientos políticos dentro del hogar o en las tertulias amistosas, mientras en la calle se libraba la contienda eleccionaria que haya despertado mayor pasión y más entusiasmo en la capital”. La convención femenina en aquel cine sería de película. Ese día hablaron ante mil personas Antonia Palacios de Frías, Josefina Juliac de Palacios, Luz Casado Lezama, Auramarina Colmenares, Isabel Jiménez Arráiz, Angela Doria y la autora del texto. El voto femenino estaba cada día más cercano, y el camino para lograrlo fue allanado por mujeres socializadas en los fervores de la contienda por las libertades, que tantos planazos habían recibido y seguirían recibiendo.
Al día con los titulares de la prensa, Josefina Juliac prefiere no aventurarse -a pesar de la insistencia- a opinar sobre el presidente Hugo Chávez. Ofrece hacerlo después, cuando él termine su mandato. Por los momentos sólo adelanta que “no es nada del otro mundo. Ninguno de los políticos de hoy es extraordinario”. A ella le sobra tiempo para hacer juicios correctamente.
WHISKY Y CHICHARRÓN: PÓCIMA PARA LA LONGEVIDAD.
La segunda mitad de 1900 fue políticamente más correcta. Tras la calma de la conquista democrática, vinieron jornadas de menor efervescencia para la pareja Palacios Juliac, que hasta había vivido en el exilio. La transformación de los partidos políticos de izquierda llevó a muchos de sus militantes hacia las filas de Acción Democrática. “Inocente Palacios fue dirigente de AD hasta 1944, cuando fue expulsado después de algunos inconvenientes”, relata Sanoja Hernández y reseña que en la casa del matrimonio ubicada en Colinas de Bello monte, se reunía El Sindicato de la Inteligencia, en el que estaban agremiados Alejo Carpentier, Miguel Otero Silva, María Teresa Castillo, Carlos Eduardo Frías, Antonia Palacios, entre otros sindicalistas del buen vivir y mejor pensar. Juliac disfrutaba junto a su esposo de una vida holgada, amenizada por la mejor música -Palacios era chelista y fue fundador de la concha acústica del Club Táchira- y plena de viajes por el mundo: “Mi ciudad preferida es París, y el país, Venezuela. Me gustan tantas cosas de los venezolanos que no sé escoger una, pero la generosidad me gusta mucho. Casi se puede decir que todo el mundo es generoso. También la jocosidad”, explica Juliac.
“Durante la dictadura de Pérez Jiménez yo estaba viviendo en París con mi esposo, Guillermo Meneses. Josefina e Inocente nos visitaban mucho. Entre la cantidad de cosas que yo hacía, siempre pensaba en el día en que se las iba a mostrar a Josefina. Le tenía la mejor librería, la mejor tienda de moda para que ella las conociera. A ella le gustaba muchísimo comprar prendas y ropa”, cuenta Imber. Aunque Juliac no llegó a usar bikini, siempre llevó los pantalones bien puestos. Imber continúa: “El sibarita era Inocente y ella gozaba con ese sibaritismo”. Amigos y familiares coinciden en el placer de Juliac hacia la buena mesa -no así por la cocina-. Hoy come chicharrón de cochino casi a diario y toma whisky puntualmente con el mayor de los deleites. Durante la sesión fotográfica, le preguntaron si ya quería tomarse el traguito de rigor. “No -respondió. Porque tengo que repartir ocho o nueve whiskys y se me acabaría el litro”, respondió en defensa de sus pasiones. Además de practicar yoga, la otra disciplina física que realizó rigurosamente fue “brincar, pelear e ir a mítines”. Juliac no profesa ninguna religión: “Admiro una cantidad de hechos en el mundo, pero mi religión soy yo misma”. Partiendo de los hábitos de Juliac, podría patentarse una fórmula de longevidad: whisky a diario, algo de chicharrón, esperar hasta la cuarentena para casarse, creer en sí misma y no padecer la culpa de ninguna religión.
Josefina Juliac se lamenta porque ya no le restan tantos amigos vivos. Hasta su dilecta cuñada, la poetisa Antonia Palacios, murió recientemente. Los amigos que le quedan pertenecen a otras generaciones, son 20 o 30 años menores que ella -es el caso de Imber, por ejemplo-. Sin embargo, un espíritu dispuesto a los cambios no sólo los sobrevive: los conquista. “Entre las dos hubo química y entendimiento. Ella era una mujer de avanzada”. Hay una respuesta que Juliac otorga automáticamente. Cuando le consultan sobre sus mejores amigos, ella responde en singular: “Sofía”. ¿Alguna otra? “Sofía”, repite sin asomo de duda. “María Teresa se va a poner brava”, le dice su hijo Cristóbal, en relación con la presidenta del Ateneo de Caracas, con quien trabajó Juliac al frente de la Federación Nacional de Ateneo. “Nosotras éramos amigas en las cosas pequeñas de la vida, que al final son las más importantes. Josefina no era una intelectual, pero tenía intuición, charming, una inteligencia natural que yo llamo gran pouvoir de Dieu. Era mi amiga de la vida, una de las pocas personas a la yo escuchaba”, dice Imber.
Dentro de las gavetas a medio cerrar de su memoria quedarán resguardados muchos lances asombrosos, olorosos a revuelta contra las tiranías y a triunfos de igualdad. También descansarán historias de viajes, cenas de gala, veladas musicales, exposiciones de arte, tertulias de intelectuales. En tres siglos caben demasiados recuerdos. El ímpetu de Juliac ha trascendido las lindes de la muerte. No es para menos
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13/11/24
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