Dice Maslow que las
necesidades humanas se pueden clasificar en una estructura jerárquica estricta
y con forma geométrica: la pirámide de
Maslow. Que hasta que no se cubren satisfactoriamente las necesidades del
primer escalón: alimento, vestido, cobijo… no se pasa a cubrir las necesidades
del siguiente escalón, y así sucesivamente. Pues de los últimos escalones se
encuentra la necesidad de reconocimiento,
de reconocimiento social, que no médico. Desconocía que la alta sociedad
mexicana cubría esta necesidad escribiendo y publicando libros. Pero al igual
que el chiste; lo importante no es tener un affaire con Claudia Schiffer,
lo prioritario es contarlo.
Por
analogía, lo importante para conseguir el reconocimiento social (sobre todo inter
pares) es tener una impactante y lucida presentación del libro. Una
presentación ampliamente cubierta por los medios de comunicación, sobre todo de
los locales (aquí el localismo prima a la universalidad). Y en este punto es
donde encaja el amigo redactor de Daniel
Espartaco Sánchez. En este artículo Espartaco nos disecciona con humor y un
punto de acidez ese acto social que es la presentación de un libro. Sin
necesidad de reverdecer
los méritos de alcanzar la universalidad desde el localismo, el color local
que DF imprime a esta crónica no imposibilita, de ninguna manera, el
reconocimiento de los arquetipos humanos que intervienen. Los mismos que
aparecen en los actos sociales de la créeme de la créeme allí donde se
celebren.
Portada de Cosmonauta, una novela de Daniel Espartaco Sánchez |
Lentamente y entre
los girones del texto, aparecen los motivos de la obsolescencia económica y
técnica de la presentación de libro. Se hace inevitable rememorar al argentino Julio Cortázar y su
memorable: Sobre
el serio, angustioso y argentino predicamento de encabezar una carta,
disponible en este mismo blog.
Internet, ¡Ay
internet! Que todo lo cambia para que nada cambie… En este caso parece que si
está modificando la industria del libro. Tanto es así, que las presentaciones
(físicas) de los libros han quedado para acto social de la alta sociedad
mexicana o para acto a mayor lucimiento de políticos, próceres económicos y
demás paniaguados del poder en España. La promoción de la novedad editorial se
ha convertido en un esfuerzo de autopromoción y bombo del autor, sobre todo si
el libro ha aparecido en una de las miles de microeditoriales. Y no digamos
nada, si lo edita el propio autor. Los trepidantes y efímeros voceros de las
redes sociales digitales se llenan de mensajes y refrescos de estos: informando
de la obra unas veces, valorando la obra otras, aumentado el presupuesto inicial
de la obra siempre y por fin poniendo la bandera en la cubierta de la obra [1]
las menos de las veces.
by PacoMan
[1] La bandera se pone en el tejado de una casa en
construcción cuando "se han cubierto aguas" que se puede explicar
cómo que se ha terminado la cubierta superior o tejado. Normalmente implicaba
que el empresario pagaba una comida a los trabajadores para celebrarlo.
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Daniel
Espartaco Sánchez presentando Gasolina y Autos usados en una feria de provincia |
En contra de las
presentaciones de libros
Cuando recién me fui a vivir a la ciudad de
México tenía un amigo que trabajaba para un semanario literario llamado Op
Cit, el cual no solo publicaba notas sobre las novedades editoriales, y entrevistas
infumables a escritores de los que no volví a saber nada, y cuyas declaraciones
llenas de clisés eran los encabezados de la publicación (cosas al estilo de
“Escribo para que me quieran mis demonios” o “Escribo para exorcizar a los que
me quieran”), sino que además pretendía cubrir semanalmente las presentaciones
de libros en la ciudad. Mi amigo no ganaba mucho dinero, era un artista del
hambre, y cuando el periódico comenzó a tener problemas financieros terminaron
debiéndole muchas notas, muy al estilo de la cultura editorial mexicana. A mí,
como buen joven provinciano veinteañero, recién bajado del autobús, me gustaba
acompañarlo a las presentaciones no solo por los bocadillos y el vino barato
gratis, sino también por una sincera necesidad de empaparme del mundillo
literario (ingenuo yo).
Sabrá Dios cuántas presentaciones de libros se
hacían en la ciudad de México a la sazón, de lo que sí estoy seguro es que una
buena parte de ellas corrían a cargo de Carlos Monsiváis. Libros de cocina, de
fotografía, novelas, autobiografías, todos ellos escritos por señoras y señores
de la alta sociedad a los que Monsiváis les cobraba una buena cantidad de
dinero (suponía yo). Mi amigo cubría a veces varias presentaciones por día, y
yo llegué a pensar que Monsiváis tenía el don de la ubicuidad (como el perrito
Droppy de los dibujos animados). Recuerdo un jueves lluvioso en el que
estuvimos en una presentación en el sur, en Coyoacan, en la que estuvo el autor
de la columna “Por mi madre, bohemios”. Cuando esta terminó, y nos desplazamos
a otra presentación al norte, en Polanco —con muchas dificultades, debido al
tráfico y a la lluvia—, Monsiváis ya estaba ahí, antes que nosotros,
confortable y seco como un bebé al que le acaban de cambiar los pañales,
hablando del libro de una emperifollada matrona de la alta sociedad.
Una vista de Daniel Espartaco Sánchez presentando Gasolina y Autos usados |
—¿Se habrá venido en helicóptero? —dijo mi amigo,
mientras nos sentábamos, empapados, y veíamos a Monsiváis en el estrado junto a
la autora, quien lo presentó como su “gran amigo”.
Acompañar a mi amigo un par de semanas en sus
periplos me bastó para desengañarme de las presentaciones; desde entonces les
tengo más que aversión. Solo voy a las de mis amigos (de la misma manera en la
que solo voy a las bodas de mis amigos), aunque muchas veces no puedo llegar, y
también procuro presentar lo menos posible mis propios libros. Confieso que
respecto a esto último he tenido que transgredir mis convicciones debido a la
amistad con mis editores, los cuales consideran, erróneamente, que las
presentaciones de libros sirven para algo (sobre este punto hablaré más
adelante). Aunque espero en un futuro muy próximo prescindir de estas
ceremonias.
¿Existe algo más absurdo, más ridículo, un
espectáculo de pueril vanidad más fatuo que la presentación de un libro? Sí,
tal vez el informe anual del presidente, o de un gobernador o, en el peor de
los casos, de un presidente municipal. Este tipo de reuniones, o “eventos”,
como los llaman los burócratas y los periodistas, generalmente se celebran en
alguna olvidada casa de cultura de una delegación, con el nombre de una vaca
sagrada muerta. En la mesa está el “moderador”: un burócrata que gana 12 mil al
mes y se odia a sí mismo y a los demás, pero tiene secretaria sindicalizada que
gana más que él. A su lado está el autor del libro (generalmente con un título
pretencioso con la fórmula sustantivo pedante + adjetivo pedante, al estilo de Estuario
carmesí, o bien Noche trashumante, etcétera), una joven promesa
que dejó de ser joven y promesa hace algún tiempo. Y en medio está el compadre
del autor (de camisa blanca y relamido, o bien, con boina y paraguas y saco de
tweed). No puede faltar la vaca sagrada viva y disponible, de primera o segunda
o tercera categoría, dependiendo de las relaciones sociales del autor. Entre el
público podemos ver a la mamá y a la abuelita del autor y a los amigos íntimos.
Nunca falta tampoco el desdichado que llega ahí
porque iba pasando o porque era el novio de la hermana del autor y está todavía
en la etapa en la que pretende quedar bien y es capaz de tragarse muchas cosas.
Primero, tragarse al compadre de autor, quien dice no venir preparado para
hablar de un libro tan complejo como Estuario trashumante o Noche
carmesí (whatever!), pero que saca del bolsillo trasero de su
pantalón o de un morral estilo guatemalteco, de esos que venden en Coyoacan, un
manojo de 10 o 12 cuartillas escritas a espacio sencillo y a 9 puntos, mismas
que piensa leer de la manera más tediosa posible, sin ningún respeto para los
presentes, quienes ya quieren que todo acabe para ir a la verdadera
celebración, a una cantina.
Hay que ponerse en el lugar del novio de la
hermana. Después de esos interminables treinta minutos en los que el compadre
comparó al autor con Joyce, con Beckett, con Mickey Mouse, llega el turno de la
vaca sagrada, quien obviamente no leyó el libro (aunque cobró buena plata para
estar ahí), pero se pone a hablar de Góngora y Quevedo, y la rivalidad que
estos tuvieron, y luego de Teresa de Ávila, etcétera. Hay que decir que esta
parte puede ser interesante si la vaca sagrada es un buen orador y sabe
salpimentar las rancias anécdotas con algo de sexo o de revisionismo histórico
al estilo de “Góngora era gay”.
El novio de la hermana ya está en las últimas,
cabecea, le sudan las manos y las muñecas; mira con impaciencia la mesa,
cubierta con un mantel lleno de hoyitos de cigarros, con los canapés y el vino
tinto chileno apenas apto para consumo humano, pero que es bueno para limpiar
utensilios de cobre. Cuando termina las segunda intervención, el novio de la
hermana está a punto de levantarse cuando mira con tristeza cómo el micrófono
va de un lado a otro de la mesa, hasta el que alguna vez imaginó como cuñado
(pero ya no está tan seguro). Esta es la parte donde el autor habla de todas
las dificultades por las que pasó para escribir Trashumancia nocturna,
como si esto pudiera interesarle a alguien. Luego un breve momento de silencio.
Se oye un murmullo. La gente está a punto de levantarse cuando alguien detrás
del novio de la hermana habla y le pide al autor que lea algo de su obra. El
novio de la hermana quisiera voltearse para estrangular al tipo, pero no lo
hace.
Asi terminan muchos en las presentaciones de libros : Zombies |
—Ya que el público insiste… —dice el autor.
Toma agua de una botellita, con parsimonia, y
abre el libro en una parte que ya ha sido previamente señalada (aún cuando no
tenía pensado leer) con un separador de texto con tema de Remedios Varo, y lee,
lee, lee… lee.
Para el novio de la hermana es como si se tratara
de una especie de competencia entre el compadre y el autor para ver quién es
capaz de torturar más al público. Veinte minutos después todo ha terminado y
los asistentes, hambrientos, se lanzan a la mesa con los canapés y las copas de
vino. ¿Qué sentido tiene todo esto? Algunos dirán: es para dar a conocer el
libro al público. ¿Cuál público? Me resisto a creer que seis gatos sean un
público. Otros dirán: es como una fiesta de quince años del libro, o algo así,
una especie de ceremonia de bautismo. En este caso lo mejor sería hacer una
fiesta en casa, y poner a la abuelita a hacer pozole y comprar una caja de
botellas de tequila. Siempre llega un momento en la que esta clase de autores
se preguntan frente al espejo por qué nadie los lee. Respuesta: por
pretenciosos. En mi pueblo tenemos una expresión: “si así está el caminito,
cómo estará el ranchito”. Si se está en una presentación tan soporífera, ya
puede uno imaginar cómo está el libro. También está el argumento de que la
presentación sirve para vender libros. Supongamos que llegan treinta personas,
y que estas compran el libro. ¿Tanta alharaca para vender treinta libros?
Pero hay algo peor que esta presentación modelo
estándar. Y esa es la presentación modelo De Luxe® en el Palacio
de Bellas Artes. Ahí, rodeado de todo ese mármol, de todo ese bronce, de toda
esa historia, la joven promesa se siente homenajeada en vida, siente que está
entre los grandes del panteón nacional, junto a Paz y a Fuentes y la Pony. El
procedimiento es el mismo, solo que con mármol, bronce y más aburrido, y con
menos público porque la institución a cargo de dichas presentaciones las
programa siempre a una hora en la que es imposible llegar al centro en auto, en
metro y está muy lejos caminando. El asunto resulta ser menos animado que un
funeral. Hay que agregar un aspecto de estas ceremonias que nunca tiene éxito,
pero que a nadie se le ha ocurrido suprimir: la parte donde el funcionario
moderador se dirige al somnoliento público y dice:
—¿Alguna pregunta?
La mayoría de las veces un arbusto seco pasa
rodando por el pasillo entre la mesa con los presentadores y las sillas del
público; desafortunadamente no siempre es así, y de entre el público se levanta
otro compadre del autor (¿cuántos compadres puede tener un autor?) y pregunta
algo incoherente, o lo felicita, o simplemente hace un comentario aún más
incoherente sobre Nocturnidad trashumantita. He sabido de casos en los
que suceden las tres cosas al mismo tiempo, pero, gracias a Dios, no he estado
ahí.
Y aunque el lector no lo crea, hay algo peor.
Volvamos a aquel novio de la hermana del autor. Después de aquella experiencia
traumática decide que ya no quiere emparentarse con esa familia en la que
dichas ceremonias son motivo de alegría, pues no lo comprende. Así que termina
con la hermana del autor y decide vivir libremente. Decide volver a ver a sus
amigos, y se cita con ellos en una cantina del centro para hablar de futbol, o
del trabajo, es decir, de cosas que realmente importan. Van por la cuarta
cerveza, el ex novio y sus amigos, la música está a todo lo que da (música
popular, entrañables canciones de amor que duran tres minutos), y de pronto
esta se apaga, las luces se encienden y a un lado de la barra hay una mesa con
un mantelito, y sentados frente a ella hay tres tipos, un autor, un compadre y
una vaca sagrada, con sendas botellitas de agua, porque, ¿cómo decirlo?, uno ya
no está seguro en ningún lado. Ahora hay autores que creen que las
presentaciones de libros son tan aburridas que hay que hacerlas en otros lados
(es decir: llevar el aburrimiento a otros lados). Autores que además se creen
tan buena onda, tan cool, que presentan sus libros en cantinas, en
escuelas, en peluquerías, en arenas de lucha libre, habitaciones de hotel y
hasta me han contado de uno que lo hizo en una carnicería. Y pretenden
disfrazar su propio tedio ególatra con elementos casi oníricos: performances,
tríos románticos, máscaras de luchadores. A veces parece que los autores están
más preocupados por la presentación que por el contenido de sus libros. Eso ya
no hay quien lo aguante.
Daniel Espartaco Sánchez leyendo su libro, ya merece el infierno por eso |
Habría que añadir la modalidad “Presentación en
feria del libro de provincia con dos gatos y medio (los presentadores y el
moderador)®”, pero resultaría infinitamente tediosa.
Aunque esta historia tiene un final feliz. De las
pocas cosas buenas que han traído las redes sociales es que ahora más que nunca
podemos prescindir de esos patéticos espectáculos de vanidad llamados
presentaciones de libros. Si la finalidad original de estas era dar a conocer
una obra a un público, ahora lo podemos hacer por Facebook o por Twitter. Si
tienes unos dos mil seguidores o contactos siempre puedes escribir “este es mi
nuevo libro”, poner la foto de la portada, y punto (ahí está tu presentación);
muchas más personas se van a enterar de que existe; muchas más que los
asistentes a la Casa de Cultura Regional Juanito Popochas en el Municipio de
Rajatlán de las Tunas. Eso, señores, es lo que llaman la globalización. Ahora
que si el objetivo es celebrar la aparición de un nuevo libro (algo no solo
comprensible sino loable), pues hagan una fiesta en casa, e inviten, pero no
hablen de su libro, es de muy mal gusto.
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En 1968 nace. Reside en Málaga desde hace más de tres lustros.
Economista y de vocación docente. En la actualidad, trabaja de Director Técnico.
Aficionado a la Ciencia Ficción desde antes de nacer. Muy de vez en cuando, sube post a su maltratado blog.
Y colabora con el blog de Grupo Li Po
21/06/2024