jueves, 31 de octubre de 2024

JOSÉ PULIDO Y SUS SORPRESAS MILANESAS

 

José Pulido y Petruvska Simne. Fotografía es de Fernando David.


SORPRESAS EN MILÁN


Cuando llegamos a Milán para asistir a la entrega de los premios Galateo, nos movimos por diversas calles bajo una lluvia constante que hacía más lento el tránsito en la ciudad. Fuimos con nuestra hija Gabriela y nuestra nieta Palomita. El teléfono iba diciendo la dirección. Una señorita invisible repetía "gire en la rotonda, siga derecho" y así logramos arribar al lugar del evento.


Al estar sentado en el teatro donde se llevaba a cabo la premiación todo era como un murmullo creciente: sentía que un público nos rodeaba y nosotros formábamos parte de un público que rodeaba a otros. Alguien se me acercó y me saludó diciendo de entrada: soy maracucho: era el joven fotógrafo Fernando David. Cuando escuché que dijo “soy maracucho” imaginé que el lago de Maracaibo estaba cerca. Y entonces dejé de imaginar porque en realidad todo parecía haberse juntado en aquel escenario: países, paisajes, personas de los cuatro puntos cardinales.


De pronto vi de espaldas la figura de una mujer que hablaba con Petra y me pareció conocida. Era Mataji Shaktiananda (Érika Tucker), mi querida hermana del alma, y con ella estaban su hijo Jorge, Daniela, Mirko, Anna, Juan Carlos, Manuel y Ramón Navarro quien llegó desde Ecuador para reseñar el acto. 


Me emocioné tanto que no podía ponerme de pie. Y todo se volvió una emoción gigantesca y perfecta cuando en la premiación aparecieron en video con sus voces magníficas el poeta Edgar David Vidaurre Miranda, y las poetas Carmen Cristina Wolf, Yoyiana Ahumada Licea, Marisol Marrero Higuera y Farah Cisneros. El público presente aplaudió y nos acompañó en medio de una alegría que pareció de pronto una manera sentimental de cambiar y mejorar alguna pequeña parte del alma colectiva.



Circulo de escritores de Venezuela


Edgar Vidaurre

Carmen Cristina Wolf

Yoyiana Ahumada

Marisol Marrero

Farah Cisneros


Caracas 

Octubre 2024



Luego, el poeta Luis Manuel Pimentel me llamó desde España para decirme que los migrantes somos una especie de vanguardia pero que estaba intentando entender por qué ocurría en esta época algo así en todo el planeta. No supe responder, pero también lo abracé, aunque fuera por teléfono. 


Bueno: nos fuimos de Milán acompañados por el fraterno grupo de venezolanos, italianos y mexicanos, agradeciendo a Francesco Nigri y Hebe Muñoz por todo lo que han estado haciendo para difundir y respaldar la poesía y la escritura de Venezuela. Ambos son verdaderas inspiraciones de amor y amistad. Ambos forman parte de la familia que nos abraza en este otro continente.



*******



Poeta, escritor y periodista, nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.

Vive en Génova, Italia. 

En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado a creadores y artistas.



Forma parte de la Antología Por ocho centurias, XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, Salamanca, España, entre otras. Ha sido invitado a festivales en Irak, Colombia, Brasil, Chile, España y Génova. Participó, en 2012, como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en SalamancaEn el 2018 y en el 2019 invitado al Festival Internacional de Poesía de Génova. 

Publicaciones más recientes:

El puente es la palabra. Antología de poetas venezolanos en la diáspora.

Compilación: Kira Kariakin y Eleonora Requena, para Caritas.

Poeti Uniti per il Venezuela, Parole di Libertà  (Poetas Unidos por Venezuela, Palabras de Libertad) publicado por Borella Edizioni, evento respaldado por la Associazione culturale Orquidea de Venezuela, con sede en Milán.


martes, 29 de octubre de 2024

GENTE INGRIMA, DE ADHELY RIVERO

 

GENTE INGRIMA, DE ADHELY RIVERO

POR CARLOS ROJAS MALPICA.

La historia de las peleas de gallos parece remontarse muy lejos en la historia de la humanidad. Tres mil años antes de Cristo, hebreos y fenicios consideraban un arte la crianza de estos gallos. La hermosa Cleopatra fue una apasionada criadora de gallos. Se dice que Hernán Cortéz bajó de su nave con algunos gallos a cuestas, de manera que la presencia del gallo de pelea en América se remonta al mismo tiempo de la llegada de las carabelas ibéricas. Sigue siendo enigmática la sentencia y petición de Sócrates poco antes de morir “Critón, le debemos un gallo al Asclepíades. Paga mi deuda y no la olvides”. En la cultura latinoamericana, el tema de los gallos de pelea ha sido poco trabajado, a pesar de su indiscutible importancia antropológica. Dijo San Agustín (354-430) “Vimos gallos de pelea preparándose para el combate…las cabezas dispuestas para la batalla, las crestas levantadas, sus ataques certeros, los hábiles quites; pura acción animal sin mente, y, sin embargo, qué hábil en cada movimiento; porque una mente superior obra en ellos, ordenándolo todo. Al final, el derecho del vencedor: el canto de victoria, un cuerpo tenso por el orgullo del poder. Y el rito de la derrota: las alas caídas, la estampa disminuida; todo coincidiendo de manera extraña, y por su armonía con el orden natural de las cosas, bello...”. En los llanos de Venezuela se oye cantar a los gallos en todos los solares. No todos son de pelea, pero galleras hay en muchas partes. También las hay en la periferia de algunas ciudades. Pero en general se habla poco del tema. Hay un texto escrito sobre la historia de las peleas de gallo en Venezuela, pero no recordamos un reportaje de prensa escrita ni televisada dedicado a explorar ese mundo, a pesar de su inmensa riqueza antropológica y de lo que puede revelar sobre costumbres sumergidas en la historia, la tradición social, y a menudo, excelentemente descritas en la literatura.

En Doña Bárbara, la magistral obra de Gallegos donde hace la más profunda penetración antropológica del llanero venezolano que se haya escrito hasta hoy, se plantea el momento en que la madre de Santos Luzardo decide marcharse con su hijo a Caracas, cuando éste apenas contaba 14 años de edad. Durante una pelea de gallos ocurre un filicidio. “Aquí te traen a Félix, acabo de matarlo”, le dice al llegar Don José a su mujer, para entregarle el cadáver del hijo que trae a lomos de un caballo. Con ello, el problema edípico queda planteado en el núcleo mismo de la novela, pero también el valor simbólico del gallo de pelea. A partir de allí, Don José Luzardo decide encerrarse en la habitación del primer altercado que tuvo con Félix, hasta que le llegue la muerte mirando fijamente la lanza filicida que ha enterrado en el muro. También Juan Rulfo trabajó el tema de la adicción y los valores vinculados a la riña de gallos en un poético relato titulado “El gallo de oro”.

 

Una novela más reciente de Francisco Suniaga narra el caso de un alemán que se asienta en la Isla de Margarita y se hace adicto a la riña de gallos.

Cien años de soledad, la novela magistral de Gabriel García Márquez, tiene por   psicológico el temor al incesto y la tragedia surgida en una riña de gallos. José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán son un matrimonio de primos que se casaron llenos de presagios y temores por su parentesco y el mito existente en la región de que su descendencia podía nacer con cola de cerdo. En una pelea de gallos en la que resultó muerto el animal de Prudencio Aguilar, éste, enardecido por la derrota, le gritó a José Arcadio Buendía, dueño del vencedor: "A ver si ese gallo le hace el favor a tu mujer". La gente del pueblo murmuraba que José Arcadio y Úrsula no habían tenido relaciones en un año de matrimonio porque Úrsula no quedaba embarazada. José Arcadio Buendía reta en duelo a Prudencio y lo mata al atravesarle la garganta con una lanza. Sin embargo, su fantasma lo atormenta apareciéndose repetidas veces en su casa lavándose la herida mortal con un tapón de esparto. Así es como José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán deciden irse a la sierra. En medio del camino José Arcadio Buendía tiene un sueño en que se le aparecen construcciones con paredes de espejo y, preguntando su nombre, le responden "Macondo". Así, despierto del sueño, decide detener la caravana, hacer un claro en la selva y habitar ahí, en el lugar revelado en su sueño. Casi parece una versión latinoamericana del relato bíblico de Abraham conduciendo a los judíos desde Egipto hasta la tierra de Israel.

En la trama literaria de Adhely Rivero se puede leer una versión poética del criador y de sus gallos en el llano venezolano. No se trata de “literatura” solamente, sino de un relato surgido en el mundo vivencial de Arismendi, su terruño natal, de profundos registros en sus paisajes interiores. Allí aparece Don Elieche Manro:

Elieche Manro era misterioso, parco en el hablar, muy solitario.

Mi madre le mandaba dos tazas de café negro muy fuerte durante el día.

Cuando me correspondía el mandado entraba silencioso

para oírlo hablar con algún gallo.

 

Atendía veintisiete gallos de pelea todas las mañanas,

antes de irse al trabajo a desempeñar su cargo de juez.

Se decía que apestaba a excremento de ave

o aguardiente de caña que rociaba con su boca

para refrescar el cuerpo del animal.

Era de rostro colorado como la piel de un gallo.

Vivía solo en su casa grande en la calle Rómulo Gallegos,

frente a mi casa.

 

Misterioso, de poco hablar, pero se comunicaba en secreto con sus gallos. Sabía cuándo estaban listos para el combate. El mundo interior de Don Elieche estaba consumido por la rutina y la soledad, pero se enriquecía cuando hablaba con sus gallos. No sabemos qué escuchaba cuando estaba lejos de sus gallos, si ocurría un gran silencio o si seguía escuchando a los gallos que llevaba por dentro, en los rincones de su espíritu. Cuando se ama a los gallos, no desaparecen cuando te alejas, sino que siguen cantando como una extraña sensación de presencia.

El gallo es símbolo de vida y muerte, de esperanza que se abre con el amanecer del día y de pasión rabiosa que quiere ver la sangre del adversario extraída a punta de pico y espuela. En el círculo del combate, la batalla es a muerte, allí ocurre una transmutación del hombre en gallo y del gallo en hombre. Gallo/hombre y hombre/gallo que va y retorna en juego de espejos del ruedo a la grada, desde que la ira se va apoderando de uno y otro, dejando atrás el razonamiento y los sentimientos suaves, para dar paso al derroche de energía y rabia característicos del energúmeno en que se va transformando el apostador. Con cada espuelazo se incrementa la tensión que debe terminar con la vida del más débil. Es por eso mismo que no cesa la presencia del gallo en el mundo subjetivo del gallero:

Nadie se queda absorto ante la matanza de unos gallos.

No temo echarme una vaina por venganza u hombría.

Los galleros somos de una raza particular como los gallos.

Yo tengo la raza de los apureños, indio revuelto con Páez,

es una raza de gente con la sangre salitrosa.

Arismendi es un pueblo tendido en un llano de sol y silencio. Hay pocas calles, poca gente y pocas cosas. Las ventanas de las casas dan a la calle, pero nadie se asoma a los postigos para mirar la vida al interior de las casas. El peatón y el jinete son subjetividades similares, que saben por lo que sienten y no por lo poco que se oye u observa dentro de las casas…

Don Elieche caminaba silencioso por los aleros de las casas del pueblo,

para evitar el sol que lo tornaba colorado intenso en sus mejillas.

Lo invitaron a las ferias de El Baúl a unas peleas,

allí se encontró con el doctor Estanislao Mejía,

profesor de la Universidad y juez en el estado Carabobo,

quien tenía un ojo defectuoso, a su espalda le decían tuerto,

un hombre delicado y con poder.

Don Elieche para intrigarlo

cuando presentaban los animales en medio de la gallera,

le agarraba la cabeza a su gallo y decía: doctor Mejía el gallo mío ve bien.

En el desarrollo de la refriega su gallo recibió una espuela y perdió la pelea,

molesto le gritó: doctor todo tuerto es malo.

A lo que el juez inmutable contestó: así es colega y sonrió.

 

La tensión poética de Gente íngrima atraviesa todo el relato. En el habla castellana de Hispanoamérica se conoce la expresión “íngrimo y solo”, ambas palabras significan casi lo mismo, pero juntas en una sola frase, expresan el colmo de la soledad. El yo poético de Adhely Rivero absorbe la vida interior del gallero, el gallo, las calles solitarias de Arismendi en plena canícula del mediodía y la derrota final en Barquisimeto, donde hay más cosas, pero también mayor soledad para Don Elieche, quien, vencido por los años, termina con dos gallos enjaulados por toda compañía. El lector también viaja como un peregrino por su propia geografía interior guiado por la palabra íngrima y sola del poeta, se junta a sus paraísos subjetivos y calla en religioso silencio el misterio de Don Elieche.

 

Valencia, febrero de 2022


Carlos Rojas Malpica y Adhely Rivero. Marzo 11 de 2022

 *******



Gente Íngrima by Dimitri Lipo


*******




DR. CARLOS ROJAS MALPICA es reconocido por su amplia trayectoria científica,docente jubilado del Departamento de Salud Mental, Profesor Emérito de la UC,miembro correspondiente de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela, miembro de la Real Academia de Medicina de España, profesor emérito del Instituto de Psiquiatras de la Lengua Española y miembro fundador de la Sociedad Mundial de Psiquiatría Cultural.


*******




Adhely Rivero nació en Arismendiestado Barinas,  Venezuela en 1954. Está residenciado en Valencia desde 1970. Licenciado en Educación mención Lengua y Literatura por la Universidad de Carabobo. Fue Jefe del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, donde dirigió la Revista Poesía y coordinó el Encuentro Internacional Poesía de Universidad de Carabobo. Ha obtenido varios premios por su trabajo poético, entre ellos el Premio de Poesía Facultad de Ciencias de la Educación (dos años consecutivos) U. C. Premio ‘Miguel José Sanz’ de la Facultad de Derecho de la Universidad de Carabobo. Premio de Poesía de la Universidad de Carabobo. Premio de Poesía Universidad ‘Rómulo Gallegos’. Premio de Poesía ‘Cecilio Chío Zubillaga’ de Carora. Premio Único de Poesía 40 Aniversarios de la Reapertura de la Universidad de Carabobo. Ha publicado los libros: 15 Poemas (1984); En sol de sed (1990); Los poemas de Arismendi (1996); Tierras de Gadín (1999); Los Poemas del Viejo (2002); Antología Poética (2003); Medio Siglo, La Vida Entera (2005); Half a Century, The Entire Life, (2009): versión al Inglés de Sam Hamill y Esteban Moore. Poemas (Antología editada en Costa Rica) (2009): Compañera (2012). Poesíe Caré, Poemas queridos (2016), Versión al italiano de Emilio Coco, publicado en Colombia. Está representado en varias antologías nacionales y en la antología italiana La Flor de la Poesía Latinoamericana de hoy, tomo I, II, editada en Italia, 2016. Ha participado en diversos e importantes Festivales de poesía a nivel nacional e internacional, entre ellos, el Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia, en 2007 y 2016. Festival Internacional de Poesía Al-Mutanabi en Suiza. 2008. Festival Internacional de Poesía de Bogotá, Festival Internacional de Poesía del Mundo Latino, México. Festival Internacional de Poesía de los llanos Colombo-Venezolano en Yopal, Colombia. Feria Internacional del Libro de Bogotá, Colombia, Feria Internacional del Libro de Caracas, Venezuela. Festival Internacional de Poesía de Venezuela. Festival Internacional de poesía de los llanos colombo-venezolano en Arauca, Colombia. Encuentro Internacional Poesía Universidad de Carabobo, Feria Internacional del Libro Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela. Bienal Internacional de Literatura “Mariano Picón Salas”, Mérida, Venezuela. Sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, alemán, francés y árabe. La revista POESIA le rindió homenaje en su número 156.

 


Enlaces relacionados:

El poeta Adhely Rivero estará hoy, 28/06/2024, a las 11 AM en el programa radial "Mejor Vivir" de Arnaldo Rojas



Adhely Rivero: Cumplir 70 años... venirme a poner viejo ahora que me está gustando habitar bajo este cielo.




DAS SEELENFEL - CAMPO DEL ALMA. Un poemario bilingue Aleman-Español de Adhely Rivero




DAVID CORTÉS CABÁN: EL LIBRO DE CANOABO, DE ADHELY RIVERO proclama mediante la palabra bondadosa un sentido más lúcido y humano de la vida




UN HOMBRE SILBA CON LA BOCA SECA EN LA FRONTERA INVISIBLE DE ADHELY RIVERO



Disfruten el video del "Recital de Poesía" con los poetas Enrique Mujica, Carlos Ochoa y Adhely Rivero



"Recital de Poesía" con los poetas Enrique Mujica, Carlos Ochoa y Adhely Rivero el 7 de diciembre




La honda gratitud de Adhely Rivero hacia el entorno natural en su Mundo Poético



El poeta Adhely Rivero será homenajeado en la Filuc 2023



Los Poemas Queridos de Adhely Rivero



III Concurso literario de la Facultad de Derecho “Miguel José Sanz” en 1980



SEPARADOS EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO (3)


lunes, 28 de octubre de 2024

EL CARTEL DE FERIA de Enrique Mujica

 

septiembre 26, 2018


BARCA DE PAPEL (15): CARTEL DE FERIA, Enrique Mujica


Barca de Papel (15): Cartel de Feria, Enrique Mujica se refiere a este volumen de cuentos breves de nuestro escritor guariqueño. Otro título narrativo del Decir. JCDN.




El poeta Enrique Mujica (San Juan de los Morros, 1945) también ha incursionado con mucha fortuna en el género narrativo, no como compartimiento estanco sino en tanto prolongación de su indagación obsesiva en torno al lenguaje poético en toda su diversidad. La novela “Acento de Cabalgadura”  (en sus tres ediciones de 1989, 1990 y 2009: Universidad de Carabobo, Ateneo de Calabozo y Fundación Editorial el perro y la rana, respectivamente) trasciende las convenciones de género literario para recrear la lengua oral del campesinado, heredera del castellano antiguo y mestizo que constituyó a Venezuela y el Continente. Por tal razón, este título ocupa un lugar destacado en nuestro (Anti) Canon nacional y, por qué no, latinoamericano.

Enrique Mujica. 2024.


“Cartel de Feria” (el perro y la rana, 2009) es un interesantísimo volumen de cuentos breves que diversifica la búsqueda del Gallo Mujica en la vivacidad y transparencia del Decir por vía de la narrativa. La propuesta de esta “Novela de la breve historia en cuentos de campamento y otros poemas”, no sólo desafía el discurso literario canónico sino que lo subvierte: Priva el habla y el lenguaje despojado de artificios, incluso más allá de la configuración cerrada y complaciente de la anécdota.


El volumen de narrativa breve del Decir de Enrique Mujica

Mujica nos conduce por las trochas de la anti-literatura per se: Es narrativa del Decir en la más impune y díscola diafanidad. Se levanta un mural por paneles en la configuración de la polifonía que se solaza en un Elogio sorprendente a lo cotidiano. Se trata de una épica mínima y desmitologizada tanto en lo temático como en lo estilístico. Es el habla como realización poética de la cotidianidad de carretera y caminos troncales.


En este caso, el humor de la mayor parte de la muestra colinda con la picaresca rural del llano, así como en el apartado dedicado a los equívocos propios del exilio en el campus universitario y las residencias estudiantiles. La guasa también toca incluso los nombres de su pléyade de personajes anónimos: Fulvio Azuaje, El Perro, Evelio o Luis Utrera. Ello condimentado con el picante de la rima consonante de las coplas populares. ¿Acaso nuestro cancionero folklórico no es una recreación exquisita del Romancero español, como nos lo asegura Isaac Pardo?


La ruralidad del Habla y la Canta desenvueltas en este libro sabroso, desmonta la crónica romántica de costumbres: Decir a rin pelao sin invocaciones que empalaguen el paladar lector, ni del abusivo recurso de las liriquetas asimilables a las flores de papel de seda, tal como nos lo predica y ejerce el autor. Disfruten el texto “Decir por Decir”, ars poética simulada con picardía porque tal es el móvil que mueve a la voz que narra en el desenfado: “El forastero llegó hasta el campamento, vino a pedir ayuda para empujar el camión. La carretera pasaba por ahí cerca. Salieron varios a ayudar al otro. Ya saliendo, Gerbasio escuchó a Guevara que dijo, por decir: ‘Seré yo algún güinche’”.



Un clásico de la literatura venezolana, la sorprendente novela «Acento de Cabalgadura» de Enrique Mujica, editada por la UC

“El baile”, pieza con que se inicia el segundo apartado, resulta un desternillante y magistral cuento para el festejo y el velorio. El muy limitado y precario arpista reconviene a un parroquiano que le reclama el monocorde gabancito tocado ad infinitum: “Güevonese y no baile”. “Cariño por monedas” parodia el episodio de la primogenitura que le arrebató Jacob a Esaú por vía del ingenio, sólo que el Taita Melquíades descubrió al usurpador en medio de la borrachera tendida en el chinchorro.


Estos cuentos de camino y campamentos rurales y urbanos, se relacionan con la llaneza y rudeza del habla propia de la poesía exteriorista o conversacional como la de los nicas Cardenal o Cuadra. El Habla coloquial, no coloquialista que es un remedo, pertenece al ámbito esencial del éxodo y la peregrinación.


El conjunto se halla presidido, pues, del cómo y el qué contar para el crujir de dientes del diletantismo literario y académico empreñado de sus inútiles metodologías y su pasarela de alta moda. La universalidad de estos relatos sin propósito grandilocuente, estriba en una poética de la vieja y mestiza idiosincrasia del venezolano que no honra los escondrijos clasistas de ciertos cogollos políticamente correctos.


Tomada de Ciudad VLC


*******

Enrique Mujica: Escritor, Poeta, Novelista, y Profesor titular emérito de la Universidad de Carabobo. 


*******



José Carlos De NóbregaEnsayista y narrador venezolano (Caracas, 1964 - Valencia, 2023). Licenciado en educación, mención lengua y literatura, de la Universidad de Carabobo (UC). Forma parte de la redacción de la revista Poesía, auspiciada por la misma casa de estudios. En 2007 su blog Salmos compulsivos obtuvo el Premio Nacional del Libro a la mejor página web.

En 2015, fue profesor invitado por la Universidad de Salamanca para dictar un curso sobre literatura venezolana, auspiciado por la Cátedra Ramos Sucre de la USAL y el CENAL.


Ha publicado dos volúmenes de ensayo: Sucre, una lectura posible (Universidad de Carabobo) y Textos de la Prisa (Gobernación del estado Carabobo) en 1996. Los libros de ensayos Derivando a Valencia a la Deriva (2007) y Salmos Compulsivos por la Ciudad (2008, versión digital en www.letralia.com) han sido publicados por las editoriales “El Perro y la Rana” y “Letralia” respectivamente. En mayo de 2008, la Editorial Letralia publicó Para machucar mi corazón: Una antología poética de Brasil (serie Transletralia, versión digital en www.letralia.com), de la cual es el compilador y el traductor. En 2011 apareció el libro de ensayos Salmos Compulsivos, bajo el sello editorial Protagoni, c.a..


El Fondo Editorial Fundarte publicó el libro de cuentos El Dragón Lusitano y otros relatos, en 2013. En 2014,


Fundarte hizo públicas dos traducciones a saber: los libros de poesía Las imaginaciones / El soldado raso. de Ledo Ivo y la novela La Pasión según G.H., de Clarice Lispector. También tradujo Dispersión / Indicios de Oro, del poeta portugués Mário de Sá Carneiro.


Ha colaborado en diversas publicaciones periódicas: Poesía, La Tuna de Oro, Tiempo Universitario, Letra Inversa del diario Notitarde, Laberinto de Papel, Revista Nacional de Cultura, Imagen, suplemento Letras del diario Ciudad Ccs, el diario Vea y Fauna Urbana



Enlaces relacionados:


ENRIQUE MUJICA: El lenguaje y la memoria



DAS SEELENFEL - CAMPO DEL ALMA. Un poemario bilingue Aleman-Español de Adhely Rivero




Disfruten el video del "Recital de Poesía" con los poetas Enrique Mujica, Carlos Ochoa y Adhely Rivero



"Recital de Poesía" con los poetas Enrique Mujica, Carlos Ochoa y Adhely Rivero el 7 de diciembre




Enrique Mujica, poeta: Un poema debe ser claro y convincente, como un golpe de hacha...

Una entrevista de Marisol Pradas




Invitación al recital de EN/CLAVE POËTICA




ACENTO DE CABALGADURA O LA TILDE QUE PREFIGURA EL DECIR

por JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA


domingo, 27 de octubre de 2024

Walter Rodríguez: Para el librero es mejor escuchar, se aprende más y la gente se siente más cómoda


Walter Rodríguez fotografiado en 2016. Foto coloreada.

 

 


Así empezó Walter, el gran librero


– 7 DICIEMBRE, 2022



El periodista Daniel Torrealba, para licenciarse como comunicador social en la Universidad Católica Andrés Bello, realizó una semblanza de un personaje que le fascinó desde la primera vez que visitó Librería Lectura, en Chacaíto: Walter Rodríguez (1940-2022). Daniel, quien hoy vive y trabaja en Bogotá, hizo varias entrevistas a Rodríguez en días sucesivos, además de otras que sirvieron para documentarse sobre este personaje que hizo de Caracas su casa y su estafeta de afectos. He aquí un extracto sobre el periplo familiar del Walter que transita de la niñez a la juventud allá en Uruguay, mucho antes de poner pie en Venezuela. Es testimonio, crónica y semblanza ‒todo a un tiempo‒ de íntimo carácter revelador. El texto completo debe reposar en los archivos de la UCAB. El bachiller Torrealba realizó un meritorio trabajo de indagación, escribió con sentido de honra y precisión



Daniel E. Torrealba Febres-Cordero / Foto de Walter: Giuseppe Di Loreto


La tierra es eso, tierra. Un gigantesco sitio baldío. Los países se la disputan. Pero ninguno tiene gente para labrarla, cuidarla y cosecharla. Los indios la poseen, pero no es de ellos. Las fronteras hispano-portuguesas no son claras. Se la rifan brasileños y uruguayos. Esa tierra pasa a tener nombre por primera vez en 1829, cuando Fruto Rivera acompañado por ocho mil indios guaraníes funda Bella Unión, a las orillas de la desembocadura del Río Cuareim.


Pablo Rodríguez, el gallego, tiene buen ojo. Ha logrado casarse con una Artigas, familia, según dicen, del prócer José Gervasio Artigas. Algo está claro: donde Pablo pone el ojo pone 14 balas, y 14 son los hijos que tiene con esta distinguida dama, a quien la muerte sorprende antes que a él. Lástima que el tambor de Pablo siga lleno. La encargada de accionar ahora el gatillo es Emilia Echeverri, su nueva esposa, también gallega, con quien tiene diez hijos más, para dejar a Pablo Rodríguez con dos docenas de descendientes a lo largo de sus 80 años de vida.


La sangre Echeverri corre de forma distinta, alocada. Walter comenta las circunstancias:


«Muchos de la familia han salido locos, de terminar locos. Dos tías y dos primos, aparte de mi abuela. Algunos salieron ingeniosos y discutidores, no mala gente. Pero así es la sangre Echeverri. Lo malo es que después que mi abuelo se vuelve a casar, que se le muere la señora, los hermanos y hermanas de mi abuela Echeverri se casaron con hermanas y hermanos de los Rodríguez Artigas. Un despelote eso, además que la mayoría de los tíos tuvieron bastantes hijos. Por eso es que hay muchos Echeverri-Rodríguez y muchos Rodríguez-Echeverri».


Pedro María Rodríguez Echeverri es el último hijo del matrimonio de Pablo y Emilia, es decir, el descendiente número 24 de don Pablo. A principios de la década del treinta, Pedro vive en Paraguay, en la ciudad Coronel Bogado. Durante su estancia en tierras guaraníes participa en la Guerra del Chaco, conflicto que enfrenta a los paraguayos contra Bolivia por el control del Chaco Boreal, territorio limítrofe entre ambos países. La Guerra del Chaco va desde el año 1932 hasta 1935 y la labor de Pedro consiste en cavar zanjas para evitar el daño producido por las bombas.


De tierras paraguayas, el último hijo de Don Pablo se va al finalizar el conflicto bélico entre guaraníes y bolivianos, dejando mujer y dos hijos. La nueva residencia de Pedro será en Bella Unión, donde se labra una vida apacible como tendero y dueño de un bar. En tierras bellaunionenses Rodríguez consigue una nueva mujer, Luisa Pilatti. Es  uruguaya e hija de italianos, una perfecta brunetta de sonrisa tímida. Con ella sí contrae matrimonio en 1938.


Para el momento en que Daniel lo entrevista, Walter tiene un problema: no sabe a ciencia cierta a qué hora fue que nació, ¡y una señora le está haciendo su carta astral!


 


 


A principios de enero del año 1940, Europa procrea su gran obra triste de la década: la Segunda Guerra Mundial. En pleno verano, las haciendas uruguayas revisan día a día que los corrales donde está el ganado ‒primer producto de exportación del país sureño‒ no tengan bicheras, o sea, moscas capaces de poner huevos en las heridas y mucosidades de los animales que puedan producir el aniquilamiento o muerte de los mismos. Además, en enero, la trilla del trigo está en pleno apogeo y la recolección de frutas se halla en su mayor intensidad: duraznos, damascos, ciruelas, algunos tipos de peras, etc. Todo esto pasa en el campo uruguayo y en el mundo cuando el día 13 de enero de ese año, día de Gumersindo según el santoral, nace en Bella Unión el primogénito de Pedro y Luisa. Los padres dudan, no saben si llamarlo Walter o Boris. Al final se deciden por la primera opción. El primogénito de los Rodríguez será conocido como Walter Mario Rodríguez Pilatti. Un año y medio después, en 1941, nace el segundo y último hijo de la pareja,  Lilian Teresita Rodríguez Pilatti.


―¿A qué hora naciste, Walter?


―En este momento tengo un problema, porque me están haciendo una carta astral, y la que me lo está haciendo va a trabajar con las dos horas que tengo: 7:30 am y 12 pm. Mi madrina, que murió en noviembre del año pasado, me dijo que yo había nacido entre las 11:30 am y las 12 pm. Si te digo la verdad, para mí que fue en la mañanita, a las 7 am.


Aquí empieza mi historia


Nosotros vivíamos en una casa muy grande, de esas antiguas que eran 50 metros pa’ un lado y 50 metros pa’l otro. En la esquina era un almacén tipo abasto y bar, que tenía una mesa de billar y otras más para jugar cartas y dominó. Todo eso era de mi papá y lo atendía la familia. Llegaba uno al zaguán y de allí se entraba a un patio grande. La casa tenía dos patios, en uno se encontraba el aljibe. El zaguán daba al patio principal, donde había muchos jazmineros, árboles de ciruelos y dos jaulas con canarios y cardenales. Era muy lindo todo eso, tenía muchísimas habitaciones. Hasta después del zaguán era un gran salón. Había cuatro habitaciones, dos estaban frente al patio, y después, sobre el otro lado, dos cuartos más, que daban ya hacia la calle. Una calle se llama Montevideo y la otra Mercedes, la casa ocupaba toda la esquina. No éramos muy humildes, pues a mi padre siempre le fue bien con el almacén y el bar.


Mi cuarto tenía una cama de plaza y media, que no es ni la pequeña ni la grande. Tenía  un escritorito y todo lo que necesitaba para estudiar. La ventana era muy grande y daba hacia la calle Montevideo, donde había un árbol que daba nísperos. El tamaño de mi cuarto era como de tres metros y medio por seis metros. Tenía dos puertas de entrada, una daba al patio principal y la otra hacia la habitación de mi hermana. Había otro cuarto que estaba frente al patio y yo dormía mucho allí, me gustaba y era gigante. Ese dormitorio estaba entre los dos baños, de esos en los que te bañabas poniendo al agua arriba, tirabas la manijita y te salía el agua. Me acuerdo perfectamente de eso.


Mi padre trabajaba toda la noche atendiendo el bar, donde había mesas de jugar tipo bacará y bridge. Él se acostaba muy tarde todas las noches. A la mañana abríamos el negocio, mi madre y mi hermana y yo antes de irnos a la escuela. Mi mamá se quedaba a atender con un primo mío que trabajaba para la familia. Mi padre podía dormir toda la mañana, porque ya a la tarde y a la noche sí se quedaba él encargado del bar y el abasto, que en el pueblo siempre se conoció como el Almacén de Pedro.


Teníamos tres vacas que las iba a pasear sobre el río Uruguay, donde había un monte de eucaliptos y un riachuelo que salía del río. Yo tenía que dar toda la vuelta, por donde quedaba el bar, y entraba por un portón donde debía meter a las vacas. Siempre se enojaban conmigo porque las hacía entrar por el zaguán, entraba a las vacas por todo el patio y hacía que bajaran las escaleras, porque para llegar al patio había unas escaleras de piedra como de seis escalones. Las vacas se llamaban la Mocha, la Pampa y no me acuerdo el nombre de la otra, creo que era la Pintadita, mi padre les habrá puesto los nombres. Las vacas pastaban alrededor del riacho porque había mucho pasto que podían comer. A veces las llevaba  yo y a veces se quedaban allí. Antes de irnos en la mañana a la escuela, mi madre las ordeñaba y nos daba la leche caliente de la vaca. Entrábamos al colegio a las 8:30 am, entonces mi madre ordeñaba la vaca a las 7 am o 7:30 am para que nosotros tomáramos la leche. Como se hacía en el campo, de la vaca al vasito.


Antes de ir a la escuela, mi hermana y yo hacíamos unos refuerzos  en la casa, porque teníamos obviamente un negocio y había mucho fiambre, mortadela, queso y pan. Me preparaban para mí y yo a escondidas preparaba para llevarles a otros amigos que estaban esperando algo, porque a ellos no les daban nada. La escuela quedaba cerca de la plaza principal y era hasta mediodía.


En la escuela siempre me fue muy bien. No perdí ningún año, ni yo ni mi hermana. Las notas eran mal, regular, doble regular, bien, bueno, muy bueno, sobresaliente, y otra con la palabra bueno que no me acuerdo. Le llevaba los cuadernos a mi maestra, Olga Beatriz Curto, que vivía a una cuadra de mi casa y se casó con Hugo Rodríguez, que venía de Carmelo y lo trasladaron para el resguardo [punto fronterizo entre Uruguay, Brasil y Argentina]. Él vino y vivió en mi casa, en una de las habitaciones que daba hacia la otra calle, se le alquiló. Vivió con nosotros mucho tiempo, hasta que se casó con la Nena Curto, que no era muy bonita, linda de cara, pero medio gordita y altota. Tuvieron cuatro hijas y luego se fueron a vivir a Barcelona, España.


Salía en bicicleta desde pequeño, aprendí con cinco o siete años. Agarraba la bicicleta y me hacía todo el pueblo, llegaba hasta la estación de ferrocarriles, por esa parte del hospital y donde estaba la casa rosada, el prostíbulo del pueblo. A mi padre siempre le gustó el fútbol y su equipo era el Uruguay. Él era de la junta directiva y se reunían en mi casa una vez cada dos semanas. Los otros grandes equipos eran Santa Rosa y Defensor. Había otros equipos de pueblos en el distrito de Artigas, pero no eran tan poderosos como los de Bella Unión.  Yo jugaba básquet y fútbol. En esos pueblos  uno nace con una pelota debajo del brazo.


Recuerdo el Maracanazo, tenía 9 o 10 años. Mi padre y yo nos fuimos a la cancha. Jugaba Uruguay contra Santa Rosa, era el clásico. Cuando se terminó el partido dieron los dos equipos una vuelta olímpica y luego se salió a festejar. Recuerdo que regresando a mi casa hubo manifestaciones en carro. También se hicieron parrilladas afuera para los que querían comer. Quizás no le di la importancia que tenía que haberle dado. Fue como las historias que uno siempre escuchaba por radio, las de las Olimpiadas de 1924 y de 1928, y el Mundial de 1930.


Se hablaba de política en mi casa, mi padre era el representante de un candidato, de Eduardo Blanco Acevedo. Vamos a suponer que estaban los adecos y ellos estaban divididos en uno o dos candidatos, y un adeco independiente que no sólo abarcaba los votos de ese partido sino de otra gente también. Mi padre pertenecía al ala independiente del Partido Colorado. Recuerdo que en el año 1954 ya andaba yo con un micrófono y un altavoz haciendo campaña por nuestro candidato. Cuando Blanco Acevedo iba al pueblo se quedaba a dormir en mi casa. El Partido Colorado y el Partido Nacional eran los dos grandes partidos de esa época.


Éramos católicos y estábamos metidos en la Iglesia porque mi madre tenía un grupo allí. Cada cierto tiempo bautizaban a todos los muchachos que no habían recibido el sacramento bautismal. Eran cerca de cien muchachos y fueron todas las madrinas, como cinco, y de padrino fui yo solo. Los otros padrinos no fueron, y había que bautizarlos. Tenía como 13 o 14 años. El problema fue con mi padre, pues luego venían los ahijados a pedir caramelos o un pancito con mortadela. Yo les daba y él se calentaba conmigo.


Por lo general, en la tardecita nos íbamos todos los muchachos al río Uruguay; íbamos caminando y comiendo de los árboles de pitanga, que es como una cereza, también comíamos burucuyá, que es como un mango, pero más pequeño y medio dulzón. Una vez en el río nos poníamos en plancha dejando que el pene saliera pa’ fuera y, bueno, algunos se dedicaban a cazar moscas, les quitaban las alas y las llevaban en cajas de fósforos; entonces, nosotros nos enjabonábamos la cabeza del pipí y nos poníamos las moscas allí y llegaba un momento en que todo el mundo largaba para arriba. Cosas de pueblo. Era una fuente mandando la leche pa’rriba, las mayores masturbaciones las teníamos en el río Uruguay.


Con 12 años, ya usaba pantalones largos. Hice el liceo durante los 13, 14, 15 y 16 años en el Liceo de Enseñanza Secundaria de Bella Unión. Allí jugué fútbol, estaba en el equipo de básquet y tuve mis novias. Tuve dos novias en serio, otras más porque me las encajaron. Los niños de otros lugares venían al liceo de Bella Unión porque no tenían donde estudiar. Una de mis novias era de un pueblo vecino, no tirábamos ni nada, solo un besito de vez en cuando y pidiendo permiso.


La vida en el liceo fue muy linda porque allí ya yo estaba jugando basquetbol de manera formal en el equipo del pueblo. Tú ves una foto mía y ves que era alto, flaco y tenía una cara de viejo que pareciera tuviera los mismos años de los otros que jugaban, algunos hasta me doblaban la edad. Era rebotero, no de los más altos, pero sí era mucho más ágil porque los otros eran más viejos. A veces, hasta jugaba de pívot. Entramos en un campeonato de básquet que eran como seis equipos y nosotros salimos campeones del departamento de Artigas; los juegos se llevaron a cabo en la capital del estado, en la ciudad de Artigas. Nos recibieron en Bella Unión con una caravana de carros viejos y unos whiskys.


Salí de Bella Unión porque no había para hacer el bachillerato. Por ese motivo, me fui a vivir a casa de mi tío en Montevideo. Habré ido como cuatro veces a la capital antes de irme a vivir para allá. Siempre iba con mi padre para visitar a la abuela Echeverri, quien estaba internada en una colonia de enfermos mentales.


WALTER RODRÍGUEZ LLEGÓ A MONTEVIDEO EN 1956, DONDE SUS PADRES LO ENVIARON PORQUE ALLÍ HABÍA MAYORES OPORTUNIDADES PARA TRABAJAR Y ESTUDIAR


Empecé las clases en el bachillerato del Vázquez Acebedo, en marzo de 1957. Un mes más tarde, en abril, Alba Julieta Margarita Rodríguez, mi prima, ya me había puesto a trabajar en La Feria del Libro, una librería de Montevideo. Empecé a trabajar con 17 años. Esta librería quedaba frente al Vázquez Acebedo, en la Avenida 18 de Julio con 1308. Trabajaba de día y estudiaba de noche. El único contacto que había tenido con el libro antes de tener esta ocupación había sido en la escuela. De leer, leía, pero en mis ratos libres de verdad que no agarraba un libro. Sólo leí Tabaré, de Juan Zorrilla de San Martín, y El gaucho florido, de Carlos Reyles, porque eran las dos obras que todos los uruguayos leían. Mi amor antes de entrar a trabajar en la Feria del Libro era con los libros de estudio, porque yo era muy estudioso, pero es solo hasta que trabajo con el libro que me enamoré de ellos de verdad. Trabajar con 17 años en una librería fue algo casual que luego marcaría el resto de mi vida.


Mi prima me consigue el puesto en la librería porque era contable y había estudiado con el hijo del dueño del negocio, Domingo Maestro, que también era contador y librero de esa librería. El empleo era de 10 am a 5 pm, si mal no recuerdo. Tomaba el autobús desde casa de mi tío y en 15 ó 20 minutos ya estaba en La Feria del Libro. El primer día llegué y me presentaron a todos. Luego empecé como iniciaban todos allá, te ponían un tobo con agua y tenías que limpiar las estanterías. Creo que eso me enseñó que cuando tenía gente nueva en las librerías donde trabajé lo primero que hacía era ponerlos a limpiar, al igual que yo hice allá. Había que agarrar el libro y no solo limpiarlo, había que ver el título y luego mirar el lomo para encontrar el mismo título: eso se te iba a quedar dentro de la cabeza y si un día te lo pedían lo ibas a recordar.


Después me enseñaron a recibir la mercancía, ponerle precio y ordenarla; todo eso lo hacía para 1958, con 18 años, y lo sigo haciendo todavía. Además, aprendí que cuando llega el libro lo primero que hago es mirarle la carátula bien, lo veo, lo leo un poquito así pa’ ver de qué se trata, luego le miro el lomo y ya sé que nunca se me va a ir de la cabeza, lo voy a recordar; vuelvo a mirar y recién lo paso a la venta.  Pero eso no me lo enseñó nadie, lo hago yo porque sé que no lo pienso, lo veo y creo que se me queda en el subconsciente, porque me pueden preguntar dentro de 20 años y lo recordaré. En serio, te acuerdas de que viste el libro en algún momento. No sé si será memoria o cómo hago, pero lo recuerdo.


Una de las personas que más me enseñó en este oficio fue Héctor Rodríguez, el librero principal de La Feria del Libro. Yo había trabajado en mi pueblo en el abasto y el bar de mi papá, pero nunca había vendido libros. Lo que más aprendí de Rodríguez, a quien puedo recordar hasta ahora, es que era un gran conversador con los clientes. Luego, por mi cuenta, fui aprendiendo que mejor era escuchar: aprendes más y la gente se siente más cómoda. Con el tiempo uno se va haciendo librero; en menos de un año que llevaba trabajando con el libro lo tomé con tanta seriedad que lo demás era un hobby.


En La Feria del Libro marchaban muy bien los incunables y los libros usados. Todo el segundo piso era de libros usados; subías por una escalera que estaba al fondo del primer piso, justo al lado de la caja. La librería era de unos 10 metros de ancho por unos 30 metros de largo. A cada lado del primer piso estaban unas mesas que mostraban las novedades, y detrás de estas mesas estaban las repisas con el resto de los libros.


Cuando llega la Navidad de 1958, los de La Feria del Libro me pasaron a una librería que tenían en el Palacio Salvo, el edificio más alto de Uruguay, que queda en la Plaza Independencia, Avenida 18 de Julio y Andes. La casa de gobierno está frente a esa plaza. Yo les veía pasar a ellos, a muchos de los presidentes de esa época y los de ese gobierno colegiado, que fueron siete u ocho, no recuerdo. Venían caminando al Palacio Estévez y todos los días les veía. Los presidentes siempre han sido muy accesibles.


Ellos me pasaron a la librería del Palacio Salvo para que pudiera estar en la hora pico, de más gente, que era en la tarde-noche.  Yo trabajaba en La Feria del Libro hasta las 12 pm o 1 pm; luego me iba hasta la librería del palacio donde me quedaba hasta las 8 pm y me pagaban horas extras. Otro librero se quedaba hasta las 12 am, que era cuando cerraba la librería de la Plaza Independencia.


De La Feria del Libro salí con 19 años, a finales de 1959. Me fui para donde unos señores ecuatorianos que compraron tres librerías: eran los dueños de la librería y editorial Ciencia, que se dedicaba a libros de medicina, y tenían dos librerías más que eran Los Apuntes y Olivera. De La Feria del Libro me fui porque Eduardo Sanseviero, que también era librero allí, arregló con estos ecuatorianos una buena paga. Estuve primero en Olivera, ocho meses, y luego, un año, en Los Apuntes. Eduardo fue al revés.

Walter Rodríguez fotografiado en 2016. Foto: Giuseppe Di Loreto




Tomada de Hable conmigo


Enlaces relacionados:


Manuel (Manucho) Mujica Láinez es el escritor porteño por excelencia

Casi toda la verdad




Julio Cortázar: Ese muchachote pícaro




¿Adiós a las librerías en Venezuela?.

La librería Libroria de Caracas cierra sus puertas




Se acabaron los "ratones" en la Librería Lectura en Caracas