Y un breve artículo que publiqué sobre el poeta
Tantos años en Caracas y nunca he visto un carro que contenga en su interior a Eugenio Montejo. Y eso que su rostro es como un celaje de ventanilla. Lo he encontrado caminando, con el silencio metido en una carpeta. Su figura sobresale en el caos de la calle, por la nobleza de una seriedad pintada con el brochazo de un bigote, sobre el porte científico de su cabeza. La verdad es que uno se alegra cuando se topa con él, por lo que vale su obra, que no para de crecer. Pero también porque su persona se mantiene en digna concordancia con lo que escribe y con su creación literaria.
Su saludo siempre es breve pero verdadero. Nada de hola ¿qué tal? ¿cómo está la cosa? ¿cómo anda la familia? Que se pronuncian habitualmente sin pensar ni sentir lo que se dice. Eugenio es un caballero montado en el caballo de sus principios. Expresa lo que quiere expresar. Avanza por el camino que se ha trazado y lleva de bastimento su hondura poética.
Uno se imagina que desde niño se interesó en las palabras, en sus raíces y obedeció el llamado del lenguaje como si fuera su Constitución particular. Porque el nombre Eugenio significa “bien nacido” y él ha respondido a ese significado.
En el año 2000, Eugenio Montejo escribió, citando a Octavio Paz y a otros, sobre un tema que él comparte plenamente: “No andaba lejos Octavio Paz, cuando escribió que el verdadero autor de un poema no es el poeta ni el lector, sino el lenguaje… Jacques Derrida, por su parte, llega a afirmar que la lengua usa a quienes la hablan, en lugar de ser estos quienes se sirvan de ella. Somos los sirvientes antes que los amos de nuestras metáforas. Se trata de una observación que en cierta forma había anticipado José Martí casi un siglo antes, al afirmar que el lenguaje no es el caballo del pensamiento, sino su jinete”.
Para quienes no lo han leído y desean comenzar a conocerlo, siempre es recomendable abrir las páginas de El cuaderno de Blas Coll, que revela el florecimiento de una aguda inteligencia, y el uso de una ironía y un sentido del humor, tan naturalmente desatados, que no menoscaban la fuerza de su literatura.
En El cuaderno de Blas Coll recrea su consciencia sobre la pesadez y la levedad de las palabras, su brújula de viajero poético.
“…Para nombrar la doceava parte de un año usamos sólo una sílaba: mes; para algo en cambio mucho más corto, una hora, utilizamos dos; y si queremos referirnos a algo tan breve que casi no existe, como es el segundo, ¡debemos emplear tres¡”.
“Estoy hablando ante el mar, tan vasto y dilatado, y reparo en que lo nombro con una sola sílaba. Pasa, perdida, una mariposa, tan efímera que a poco de pasar no se sabe si vive, y necesito en cambio cuatro sílabas para mentar su brevedad”.
Y asombra, que tantos años atrás, haya escrito algo como esto: “La contemplación es el abandono de las imágenes lingüísticas por las más inmediatas de las cosas en sí mismas. El río que contemplamos no cabe en sus tres letras, la mente cesa de percibirlo como nombre o máscara y se funde en su fluencia maravillosamente. En la contemplación no hay abreviación”.
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José Pulido. Fotografía de Gabriela Pulido Simne |
Era tan caballero como poeta de Caracas, del Ávila,de la infancia y de los árboles como de las chicharrass.Eugenio Montejo nos dejo un tesoro en su trópico de palabras.
ResponderEliminarGracias Erika Reginato por la visita y por dejar tu parecer sobre Montejo. Bienvenida al blog
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