lunes, 30 de septiembre de 2024

Eugenio Montejo: Blaga, el rumano, vivirá lo que viva su lengua una de las más hermosas y más apta para el arte de la poesía






Ensayo sobre Lucian Blaga

BLAGA, EL RUMANO

 

 

 

   Cuando en 1956 los académicos suecos consideraron el otorgamiento del Premio Nóbel de Literatura, ganado finalmente por Juan Ramón Jiménez, un nombre había entre los finalistas casi desconocido fuera de Rumania, su patria, casi desconocido todavía entre nosotros: el del poeta y filósofo Lucian Blaga. La más oriental de las lenguas románicas, la lengua de la tierra adonde Ovidio fue deportado, asomaba por una de sus voces mayores el vigente reclamo de atención a la -madurez de su lirismo. En la obra de Blaga, sin duda, podían verificar una alta concreción de la poesía rumana. Uno de esos momentos en que el espíritu de un pueblo cristaliza en algunos libros que ponen de manifiesto vasta tradición y acendrada experiencia colectiva.

 

   Resulta difícil, después de tanto, estimar el resultado del premio concedido a un poeta de nuestro idioma, sin solidaria satisfacción. Difícil resulta también, cuando el demonio de la objetividad ronda cerca de nosotros, desconocer que Blaga, el rumano, lo habría merecido con solvencia nada inferior al andaluz. A la postre, consignando tal parecer quizá otorguemos al famoso premio una importancia mayor que la señaladamente publicitaria que éste suscita. Pero el hecho que tiene ver, de modo vidente, con la proyección de las lenguas actuales en el ámbito occidental. El asunto adquiere notoria importancia entre los escritores de nuestros días, sobre todo entre aquello que, por heredar un campo lingüístico de influencia restringida, ven limitado el conocimiento de sus obras sólo en un número reducido de lectores.

 

   A la hora del exilio no han sido pocos los que, al mudar de tierra, tuvieron que mudar la lengua. La mudanza es tan dolorosa como arriesgada, y sólo en raras ocasiones resulta recompensada a por el éxito. Lo contrario es, como se sabe, siempre más probable, El ruso Nabokov pudo, gracias a su genio, convertirse en maestro de la moderna prosa inglesa. El rumano Cioran es hoy merecidamente reconocido, si no por su pensamiento, acibarado y cáustico, sin duda por el señorío del buen estilo francés que ha logrado hacer suyo. Sabemos que la poesía, lo sabemos por los poetas desde Ovidio y Dante, puede soportar el exilio y sobrevivir en la tierra nueva; más difícil es, sin embargo, pedirle que sobreviva cambiando de lenguaje. De otro rumano, Mircea Eliade, recordamos su reiterada preocupación por el tema. En su Diario una y otra vez vuelve a referirse al triste destino de quienes se ven fatalmente replegados a las cortas fronteras de sus lenguas de origen. Con insistencia poco convincente, Eliade menciona el caso de Blaga, su amigo, y de otros rumanos, tal vez sin reparar en que la cantidad de sus posibles lectores cuenta muy poco en la misión que se proponen. Digamos también que Eliade, al anhelar un cambio de lengua por parte de tales creadores, acaso desee que las más difundidas logren vislumbrar algo del arte que se oculta en aquellos idiomas menos divulgados. No sé qué habría podido pensar Lucian Blaga, políglota calificado, que poseyó el alemán desde su niñez, sobre el intento de verter su canto en moldes ajenos, pero no es extremado suponer que prefiriese la mudez a la privación de su idioma natal.

 

   La mudez, en todo caso, fue el ámbito de su privilegio. Se sabe que en su infancia tardó más que el común de los niños en articular palabra. Por ello, no se aparta de la verdad cuando, al componer en plena madurez su breve y enigmático Autorretrato, se dibuja a sí mismo en estos términos:

 
Lucían Blaga es mudo como un cisne. 

En su país, la nieve del ser

ocupa el lugar de la palabra.

 

   Por otra página del Diario de Eliade llegamos a enterarnos de lo incómodo que a éste le resulta en ciertos instantes su visita a la casa del poeta, cuya conversación se limitaba a uno que otro vocablo pronunciado cada tres minutos. Lo más extraño, pese a todo, le ocurría al despedirse, cuando la señora Blaga lo instaba a volver, agradecida por tanto como hacía hablar a su marido. La mudez de Blaga contrasta, sin embargo, con el ingente volumen de su obra, impresionante por su variedad, que comprende la reflexión filosófica, el ensayo humanístico y literario, trabajos científicos en el campo de la biología, la traducción de cinco idiomas que dominaba a perfección y el destello de su propio lirismo, única porción de su obra que hasta ahora parece tentar a los traductores occidentales.

 

   Lucian Blaga nace en Lancrarn, Transilvania, el 8 de mayo de 1895. Lancram, al que llama en poema filial " pueblo de lágrimas sin remedio". Pueblo de la región que en otro tiempo formó parte del imperio austro-húngaro y que quedaría incorporado a Rumania a partir de 1918, Hijo, como Gottfried Benn, de un Pastor instruido, Blaga asiste en su niñez a una escuela alemana, más tarde sigue estudios de Teología y obtiene finalmente su doctorado en Biología en la Universidad de Viena, hacia 1920, La Viena de Wittgenstein, para decirlo con el título del magistral estudio de Allan Janik y Stephen Toulmin, que es también la de Freud , Shoenberg, Kokoschka, Karl Kraus y tantos otros espíritus notables. En la capital austríaca pudo imbuirse no sólo en el pensamiento científico y filosófico, sino también en el movimiento expresionista, una dirección espiritual de la que su obra, no obstante, su sello personalísimo, se reconocerá deudora. Desde el inicio alternará su producción en ambas vertientes, atraído a la vez por el conocimiento y el misterio. Una búsqueda múltiple que parece ofrecernos en su tentativa otra comprobación del llamado complejo fáustico, el de la insaciable necesidad de conocer. Y al señalarlo hemos de anotar que dejó, por cierto, al decir de Da rio Novacianu, la más lograda traducción rumana del Fausto de Goethe.

 

   En 1919 aparecen sus Poemas de la luz; y los aforismos de Piedra para mi templo, a los que seguirían una docena de títulos de poesía, otros tantos de teatro y tres densas trilogías filosóficas: la del conocimiento, de la cultura y del valor, que, sepamos hasta ahora no divulgadas fuera de su patria. Esta obra multiforme y reveladora es también la de un silencioso diplomático, cuya carrera se cumple sucesivamente en Varsovia, Berna, Viena y Lisboa, de donde regresa definitivamente a Rumania. Fallece en Cluj, en 1961. Habría podido sumarse a la diáspora que aventó por el mundo a tantos de sus coterráneos. Blaga prefirió en cambio el exilio hacia dentro, la vecindad inenajenable de su tierra. Lo que es un memorable ensayo definió como "el espacio miorítico", el espacio de la Mioritza, la oveja de la célebre balada rumana, le era imprescindible para vivir.

 

   Poemele Luminii (Los poemas de la luz) es el título que dio a su primera obra lírica, el mismo bajo el cual, atinadamente, han reunido sus editores rumanos la casi totalidad de su producción poética. En pocos líricos contemporáneos la reiteración de las imágenes lumínicas alcanza un sentido tan preferente en el alfabeto de sus visiones. Se trata, por momentos, de una contemplación profunda, que parece surgir del fondo 'arquetípico de la memoria, asombrada ante los relámpagos de la caverna platónica. Esta contemplación de la luz, en el juego dialéctico de claridad y oscuridad, viene asociada, como afirma Ramul Munteanu, si no con una visión trágica, al menos sí con una expresión angustiosa, que desnuda el ser y está lejos de proporcionarle, como a otros artistas, sentimientos de seguridad. "¿De dónde viene la luz del paraíso?/ Yo lo sé: es el infierno que lo alumbra con sus llamas", escribe en un texto en que es posible advertir algún lejano eco de Blake.

 

   En Blaga van a convivir, a lo largo de su vida creadora, un poeta y un filósofo en tan cordial acuerdo como para reforzar sus mutuos aportes sin acarrearse hostilidad alguna, vale decir, sin que el uno se adueñe de la voz del otro. El desconocimiento y el misterio constituyen los dos polos por los que su sensibilidad se muestra intensamente atraída, pero en ningún momento el yo lírico disputa sus hallazgos a su doble, el versado filósofo. No pueden tomarse por tanto sus poemas como meras ilustraciones de sus teorías, como ya lo advierte Munteanu. Y diríamos más: acaso porque sabe como pocos abordar el pensamiento sistemático, no se siente tentado a contagiar el poema con la rigidez objetiva del intelecto. La hondura que logra trasmitirnos es la de la palabra poética aislada en su propia revelación, -la que emana del diálogo sentimental con la tradición de su lengua y de sus gentes. Observemos que la misión que reconoce al poeta es la de un redentor, la de alguien capaz de "sacar las palabras de su estado natural y llevarlas a su estado de gracia". Declaración de fe vecina; en cierto modo, a la proclamada por Mallarmé, que distingue al poeta como el señalado para purificar las palabras de la tribu, si bien Blaga se halla lejos del credo glacial y por instantes deshumanizado del maestro francés.

 

   Acaso la frecuentación temprana del expresionismo, de la cual va a librarse no obstante después, preservó su escritura poética de la frialdad razonadora que, en los tiempos actuales, en grave contraste con el arte del pasado, es objeto de un culto tan frecuentado. Otra razón la hemos de hallar en la atención que reservó a "la cultura popular folclórica;' y "más específicamente a la creación anónima nacida del espíritu cristiano como de la proveniente de herejías", donde creyó reconocer la verdadera fuente de la creatividad rumana. Una devoción próxima, en este caso, a la manifestada por Antonio Machado respecto del acervo popular español.

 

El arte de Blaga, aunque se nos aparece cabalmente inserto en las circunstancias de su hora, ahonda y rezuma las experiencias de una tradición, al punto que parece recorrido por un ansia intemporal, confrontado siempre con las preguntas de todos los siglos. Es moderno, porque moderno es su tono, la presentación de sus imágenes y la construcción del poema, pero su modernidad no resulta adrede ni declarativa. Al reparar en que le tocó vivir en una época sacudida por sucesivos experimentos en todos los géneros del arte, la fidelidad a su propia voz adquiere el distingo de un mérito infrecuente. Como Supervielle o Ungaretti, como Machado o Saba, sus contemporáneos, Blaga cava en el hontanar de su lengua, de la cual apenas se reconoce un fervoroso traductor: 

Aun cuando escribo versos propios 

 no hago más que traducir. 

   Traduzco siempre. Traduzco 

 para la lengua rumana 

 un canto que mi corazón 

 suavemente va dictándome en su lengua.

 

   Con los años su poesía, confrontada con sus hondas ralees mitológicas, va profundizando gobernada por una desnudez ascética. Ascética, aclaremos, no en el sentido que hoy se traslada al término en la crítica de poesía, para aupar cierta mutilada sequedad huérfana de toda gracia. Es verdad que esta obra no acusa alteraciones ni cambios de óptica que distingan de modo ostensible los hitos de su periplo creador. En tanto que espectador y participe en las convulsiones artísticas que tienen lugar a comienzos de siglo, Blaga se nos presenta sorprendentemente unitario. Si abandona ciertos recursos expresionistas, visibles en su comienzo, ello resulta de su lealtad a la voz rumana, que él prolonga, tanto como de la atención reveladora con que su palabra busca encarnar el espacio miorítico. Pero en lo esencial la propensión aforística, el registro de las imágenes, la obsesión angustiosa por la luz, "el fantasma del tiempo" y el tono denso e impredecible que gobierna su universo lírico serán siempre reconocidamente los mismos.

 

   A su primer libro ya citado pertenece el siguiente poema, donde fija para siempre la sugestiva proposición d su itinerario lírico. Me permitiré citarlo íntegramente porque creo que nos deja ver, pese a la mengua de la traducción, algo de la precisión verbal y la difícil gracia que hacen de su autor uno de los más altos poetas europeos de nuestro tiempo:

 

Yo no aplasto la corola de milagros del mundo

 ni destruyo

 con la mente los misterios que hallo 

 en mi camino, 

 (en las flores, los ojos, sobre labios o tumbas. 

 La luz de los otros 

 estrangula el insondable hecho oculto 

 en abismos de sombra, 

 pero yo, 

 yo con mi luz multiplico el misterio del mundo. 

 Y así como la luna con sus blancos rayos 

 no disminuye, sino trémula, 

 torna más grande el misterio de la noche, 

 así yo enriquezco también el sombrío horizonte 

 con estremecimientos de sagrado misterio

 y todo lo que es incomprensible

 se convierte en misterio más grande todavía
 
 ante mis ojos 

 porque yo amo

 flores y ojos y labios y tumbas.

 

Blaga, el rumano, vivirá lo que viva su lengua. En el actual mapa lingüístico de Occidente, la suya no sobrepasa los mares ni desborda los límites de la tierra que nombra; es quizá, desde una perspectiva literaria, la menos difundida entre las neolatinas, pero él nos invita a comprobar que es también una de las más hermosas y más apta para el arte de la poesía. Pudo escribir en otras que dominaba y asegurarse, de este modo, más amplia audiencia; pudo también traducirse. En su elección de lealtad a la voz de su tierra se concreta, a mi ver, una sabiduría y una dignidad que nos hablan tanto como la grandeza de su poesía.

 



Este artículo fue tomado de la Revista de la Universidad de México, nueva época, diciembre de 1983.

 
 


Eugenio Montejo (Caracas, 1938-Valencia, Venezuela, 2008) es uno de los poetas venezolanos de mayor trascendencia del siglo XX. Se desempeñó como profesor universitario, investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, director literario de Monte Ávila Editores y diplomático, siendo consejero cultural de la embajada de su país en Lisboa (1988-1994). Vivió algunas temporadas también en Francia, el Reino Unido y Argentina. En la ciudad de Valencia (Venezuela), cofundó las revistas Azar Rey, Poesía y Zona Tórrida. A partir de la década de los sesenta su labor como escritor empieza a difundirse y, a partir de los ochenta, a conocerse internacionalmente, con traducciones al inglés, el portugués, el italiano y el francés, entre otros idiomas. En su país recibió doctorados honoris causa de la Universidad de Carabobo y de la Universidad de los Andes, así como el Premio Nacional de Literatura, en 1998; en México, en 2004, el Premio de Poesía y Ensayo Octavio Paz.

 

En Pre-Textos se han publicado: Obra completa Tomo III. Blas Coll y los colígrafos (2023), Obra completa Tomo II. Ensayo y géneros afines (2022), Obra completa. Poesía I (2021), El cuaderno de Blas Coll y dos colígrafos de Puerto Malo (2007), Fábula del escriba (2006), Papiros amorosos (2002), Partitura de la cigarra (1999).

 
Lucian Blaga (1895-1961) fue uno de los creadores más importantes de la primera mitad del siglo XX de Rumanía. Personalidad polifacética, es autor de más de cincuenta libros de poesía, teatro, filosofía, traducciones y memorias. Su obra poética, iniciada en 1919 con Los poemas de la luz, continúa en vida del autor con Los pasos del profeta (1921), En el gran tránsito (1924), La alabanza del sueño (1929), En la divisoria de las aguas (1933), En las cortes de la añoranza (1938) y Los insospechados peldaños (1943). La edad de hierro, Navíos con cenizas, La canción del fuego y Qué oye el unicornio son libros póstumos publicados en el volumen Poemas en 1962.

 

Fuente biográfica: Editorial Pre-Textos

 

Tomado de Revista El Golem


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