Gladys Ramos:
“SOY UNA MUJER DE ESPACIOS ABIERTOS: SIENTO QUE ME CRECEN ALAS”
**Alberto Hernández**
Gladys Ramos vive en Urbanización El Centro una zona de Maracay que tiene eco en quienes van y viene de la ciudad, e inclusive en quienes no la conocen. Urbanización El Centro es el espacio donde el encanto no se ha perdido. Entonces, ella, la poeta, puede ver el resto del mundo desde su piso 13 e imaginar barcos en el friso azulado del Lago de Valencia.
Su poesía, apegada a esos amores, a los que habitan en su ciudad y mucho más allá de la memoria, le permite respirar a placer las palabras que muchos han escrito y la han inclinado a ser más densa en su poesía, desde la vocación del padre hasta los libros que aún conserva como recuerdos.
Ha escrito varios libros de poesía mientras ejercía como abogada.
Su vocación es la palabra como predestinación. Como relámpago del pasado. Como herencia sostenida por esa memoria que cada verso sopesa y mide en el clima de su contenido.
Gladys Ramos conversa y deja correr todo el bastimento de su existencia. O casi todo, porque la poesía también a veces oculta y emerge con la gracia de los juegos que en la infancia anidaron y se hicieron poemas más tarde.
-¿Cómo ha influido el paisaje de tu ciudad en tu poesía?
-Soy una mujer de espacios abiertos. Cuando he podido escoger donde vivir siempre he buscado una casa o un apartamento, de acuerdo a mi capacidad económica y necesidades familiares, que tenga una buena vista al paisaje y donde yo me asome y me sienta suspendida en ese espacio lleno de maravillas de mi ciudad. He tenido suerte y hoy estoy en un piso 13 con un balcón de extraordinaria vista de cielo, agua y tierra. Me gusta la altura porque siento que me crecen alas y puedo atravesar barrotes en mi imaginación para integrarme en la línea donde el horizonte se pierde entre los azules del cielo y la laguna que parece cercana. A lo lejos observo los penachos de humo de las fábricas cercanas a la laguna y hago mi conversatorio con todos esos elementos, que me responden en silencio. Yo los escucho y los convierto en parte de fragmentos de recuerdo en mi memoria…luego escribo sobre esos retazos que quedan girando en mis pupilas.
-La casa como referente. El país íntimo. Háblanos de eso.
-Como dice Anna Ajmátovah: “Hay en la intimidad un límite sagrado”. Para mí, la Casa Vieja, donde transcurrió parte de mi vida, es mi país secreto con un límite íntimo y sagrado, lugar resguardado por un ángel que cuando yo lo solicito enciende una lámpara y esparce un perfume que me devuelve al inicio. La casa se convierte en mi pequeña Petrópolis interior donde busco con los pies descalzos llenar las huellas de los ancestros, y dejar abierta la memoria al recuerdo de los muebles, las camas, las cortinas de plástico, los remiendos en el piso de cemento , la corola pintada por mi padre en la persiana de tela de la sala y el olor a barro fresco con el que fabricamos, mis hermanos y yo, soldaditos para guerras de niños contra ranitas escondidas alrededor del tanque en las fronteras del patio.
-¿De dónde surgió tu vocación por la escritura, por la poesía?
-Para entender de donde surge mi vocación por la escritura y la poesía tengo que hablar de mi padre, quien me dejó como legado su vocación por la lectura y la escritura. Narro brevemente su historia: José Ramos Pereira, mi padre, oriundo de Curarigua, Estado Lara. Un mediodía sin fecha, dejó atrás la tiendita y el corralito de chivos de mi abuelo para mudarse a esta ciudad, con su morral de sueños. Aquí aprendió el arte de la sastrería, compró con sus ahorros una máquina de coser usada y adquirió, no sé de quien, una maquinita rudimentaria para encuadernar libros y allí los vecinos del barrio, quienes al parecer eran buenos lectores, le llevaban sus libros para que mi padre los encuadernara. Mi padre aprovechaba para leerlos y eso despertó mi curiosidad por la lectura. Mi padre me los prestaba y me hacía comentarios sobre su contenido para aclararme algunas cosas todavía no entendibles para mí. Por mi vista y mi cerebro pasaron entre los diez años y el resto de mi infancia Don Quijote de la Mancha, la saga del Corsario Negro, el Tigre de Monpracen y otros libros de aventuras. Continúe leyendo de adolescente muchos de los libros que encuadernaba mi padre. El lobo Estepario, de Herman Hesse, se me quedó grabado al igual que El Principito, Platero y yo, Doña Bárbara. Empecé a escribir a los doce años una novelita que a mi progenitor no le gustó. Recuerdo que se llamaba “Morir de amor” y estaba llena de situaciones absurdas que no cuento aquí porque ahora me da risa. Entonces probé escribir poesía y me apasioné porque sentí que había llegado a mi verdadero sitio de confort, y pasaba casi toda una mañana o una tarde en mi cama con la “ruma” de papeles llenas de borrones, correcciones a mi manera y una bolsita de basura al lado de la cama para los desechos. Mi madre no entendía por qué yo prefería estar en la cama con libros y cuadernos deshojados y no en la cocina ayudando a fregar platos. En ese tiempo, leía a Bécquer, Amado Nervo y otros que no recuerdo en este momento. Entonces leía con la frecuencia que me permitía mis trabajos en distintos organismos públicos a Palomares, Paz Castillo, Pereira, Pérez Perdomo, Pérez Só, Pizarnik, Mistral, Whitman, Calzadilla, Pantin, Sánchez Peláez, Rojas Guardia, Gerbasi, Valera Mora, Antonia Palacios, Cadenas, Saint John Perse, Cavafi, Paul Laraque, Silvia Plath y otros.
-¿Existe alguna vinculación de la figura de la familia y tu escritura?
-Agrego que a lo largo de la historia se ha creado una concepción mítica de la familia, pero sin entrar en esas consideraciones yo afirmo en mi caso que la vinculación de la figura de mi familia y mi escritura es un fuerte lazo que me mueve sin poder detenerme hacia la poesía. En muchos de mis trabajos hago alusión a los seres familiares que estuvieron y ya no están, a mis antepasados a quienes no conocí pero que siento reverberan en mi sangre. Mis alas nacieron y se extendieron para el primer vuelo en la casa paterna y materna. Padre y madre estimularon mis impulsos de hacer visible lo que muchos no veían y en las grietas ruinosas de las paredes de mi Casa Vieja, que subió a otros planos de mi memoria y en las flores de cayena y en los tallos de la trinitaria están impresos los sentimientos y las emociones generadoras de mis vivencias poéticas. Mi padre y mi madre me infundieron grandes valores, entre ellos el amor, la lealtad, la autenticidad de las emociones y el amor al arte.
¿Quién es Gladys Ramos?
Gladys Ramos es una mujer que a esta edad, sigue construyéndose, escribo lo que soy, lo que veo y sobre lo que no veo pero tengo la certeza que está ahí y que con mi palabra puedo darle forma. Es como si fuese una especie de masa moldeable, le doy la forma que percibo y surge la magia del poema. Tengo un país muy especial al que llamo “Santa Poesía” y no tiene capital. Para ese lugar me marcho cuando necesito desahogarme porque con frecuencia me siento a punto de explotar de emociones y palabras. Acepto que allí existen esquinas sombrías y algunos recovecos de penas antiguas que me atrapan momentáneamente y me clavan sus espinas dolorosas. Las conjuro con mis poemas llenos de soledad y cierta nostalgia, pero tengo mucho amor a la vida y sigo adelante en búsqueda de mi rinconcito de paz y silencio.
Cuando estoy sumergida de cabeza en mi terruño especial siento que me desdoblo en dos Gladys con elementos parecidos una frente a otra algo asi como verse reflejada en un espejo. Somos gemelas con algunas diferencias En la que se refleja siento que, a veces, que el “yo” de mis poemas se repliega y se oculta a veces en “ella” o “nosotros” tratando de evitar un posible y antipático egocentrismo. La Gladys que está frente al espejo es la de lo cotidiano, la que cocina a diario masticando soledades, la que limpia los pisos con la ilusión de la transparencia humana, la que conjuga el lápiz de labios con la tinta del bolígrafo, la que conversa en la noches de insomnio con la computadora, la que oculta cierta tristeza por las ausencias con el rímel en las pestañas y llora a veces manchando los retazos de poemas que escribe sobre la cama a media noche. La que se mira en el espejo y se pregunta a veces “¿Esta tan arregladita soy yo? La que se hunde cada vez más en las profundidades mágicas y misteriosas de la poesía? La misma que quisiera perderse a veces en las aristas de la última estrella de la noche para detener el tiempo? Ni el espejo, ni el piso, ni los granos en la hornilla, ni la estrella que busco me responden.
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Gladys Ramos
Maracay (1950). Poeta venezolana Estudió Derecho en la Universidad Central de Venezuela. Tiene un posgrado en Derecho Penal en la Universidad de Carabobo, y un diplomado en Docencia, en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Trabajó como abogada para diversos entes públicos y privados y fue Fiscal del Ministerio Público. Por más de diez años dirigió la sala de exposición de pintura y fotografía del Colegio de Abogados del estado Aragua. Ganó el primer premio en el Concurso Orígenes del diario El Aragüeño (1980). Publicó el poemario Tiempo de pájaros caídos (Ediciones del Concejo Municipal de Girardot). Textos suyos han sido publicados en los diarios El Periodiquito, El Siglo, El Aragüeño y El Carabobeño, así como en la revista Estrías y Letralia.
Su poemario Donde la piel se hace silencio, prologado por el poeta Luis Alfonso Bueno, permanece inédito.
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