miércoles, 22 de noviembre de 2023

Reynaldo Pérez Só: la poesía no es más que un instante de oración, muy íntimo sin ninguna utilidad meramente física, un dar sin peso materializado

 

 

Estimados Liponautas

El pasado 18 de noviembre el poeta Reynaldo Pérez Só hubiese cumplido años, por esta razón compartimos con ustedes esta entrevista del año 2011.

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Atentamente

La Gerencia.

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ESCRITURA DE PÁJARO

Entrevista a Reynaldo Pérez Só


Por Luis Alberto Crespo, Gonzalo Ramírez, y Andrés Mejía


¿Poesía es constatar que nada es realidad y que al hacerla verificamos ese vacío para después darle realidad en la escritura?


La realidad debe existir si de verdad verdad existe. En verdad como que no hay mucho en qué podamos sustentarnos, a veces creemos que tiene una forma, otras veces dudamos de ella. Es posible que esté, de hecho, distorsionada y lo que vemos, sentimos, no sea sino una confusa interpretación de nosotros y nuestro entorno. Ahora bien, la poesía no convierte nada en realidad, debe pertenecer a ese desdibujamiento arrebujado del mundo. Se constatan cosas, impresiones, pero de ahí no se pasa. La esencia como que no es tocada y menos con la poesía. Claro que la poesía por momentos no es más que un instante de oración, muy íntimo y en ese estado se convierte en otra cosa, sin ninguna utilidad meramente física, sino la expresada por la misma oración, más que un pedir, un dar, un recibir en consecuencia, aunque un dar sin peso materializado, como una sensación de otro cuerpo, un agradecimiento.

La escritura no es para mí substantividad, sino conversa con una especie extraña en que a uno se le acepta. No es el lector ideal. Más bien alteridad, a veces humana, a veces fantasmagoría, a veces alguien más allá de uno. Una existencia, si bien se manifiesta, efímera. No pudiera, sin embargo, llamarla realidad, tal como se entiende. Más específicamente un cierto estado de ser, experimentado en un raro aquí y ahora, sentido pero no palpable donde las palabras rozan pero no son.


¿Cómo actúa la memoria en tu poesía? Nunca mira hacia atrás y de hacerlo, no es costumbre de la memoria: devolverse y buscar dónde se ha quedado. ¿Por qué entonces en tus poemas tiembla tanto extraviándose, oscureciéndose en la alteridad? ¿Por qué no sabe detenerse?


Le tengo, por instantes, rabia a la memoria. En la memoria no soy yo ni es el otro. La memoria es, sí, la imposibilidad de vivir, una fotografía borrosa, amarilla, de una proyección atemperada nuestra. En algunos de mis poemas la utilicé para confrontarla al presente. No como comparación sino como apuntalamiento de la presencia viva.

También puede ser comodidad, en la memoria no existe riesgo, el abrirse a lo diferente. Ella tiende a sumergirnos en la nostalgia, la  cual no me interesa mayor cosa. Posiblemente se le asocie a la queja, no del pasado sino del presente. Jorge Manrique expresa algo pero nunca se detiene a ver, apenas un recuerdo, porque la mujer de Lot que busca mirar hacia atrás siempre está presente, como un remordimiento junto a uno. Lo mejor es no ser una estatua de sal. Por otra parte, no estoy seguro de nada, dudo de mis percepciones, incluso de las sensaciones que están en contacto con todas las impresiones. Un horror a que nada pueda ser asido, tal como Heráclito nos comunicara. Lo vivido siempre ha sido por primera vez, por última vez, nuestro tiempo, nuestra gente, los amores, hasta las mismas creencias. Cuando niño el horizonte me fascinaba, nunca llegué a tropezarlo, un horizonte devolvía otro horizonte. Esa línea curva que nos empequeñece frente a la mar. No tengo ninguna seguridad. ¿Existe?



En tu poesía —¿en tu poética?— la muerte no es término, no es sensación, es algo que forma parte de lo que es, poco importa si se mezcla con lo viviente, lo que está siendo. También muerte es ese campo, esa lluvia, la cosa, el ser que miras, que piensas, que sientes, es decir la vida misma. ¿No?


Debes tener razón. No hay duda que la muerte anda por el lado izquierdo del cuerpo, la vida por el derecho. ¿Por qué el izquierdo, por qué el derecho? El cielo bajo los pies, en la cabeza el infierno. Muerte y vida como que no tienen mayor diferencia. Los sueños, por ejemplo, mueren al despertarnos. Lo peor de todo, es que los años van viniendo y pasamos por personas, experiencias, casas y animales. Nos quedan trozos, dejamos pedazos. Al final, nada sabemos, Uno mira irse a sus amigos, sus familiares. Se encoge el corazón y uno se va volviendo una isla, en tanto los años siguen, hasta que uno forme parte de la mar de otra isla. Puede ser que tenga yo, en esto, un pensamiento primitivo, pero no siento mayor diferencia entre la vida de los campos y la muerte que se acerca por incendios, excavadoras, ciudades. Pero cuando el incendio se levanta la vida también se ofrece. Esta mirada, la opinión, debe venirme de la alegría de los seres vivos que se avalancha sobre los sembradíos quemados o las tierras escarbadas. Al final como que no hay gran cosa por defender del pedazo de tierra que tiene mi propio tamaño. ¿A quién le interesa?¿Y si interesa cuál es el sentido?



La humildad se descubre muy a menudo en tu poesía. En medio de esa inmensidad de cosas y de seres que es lo real o el mundo y al quetanto necesitas para expresarte poéticamente, ¿te ha visitado alguna vez la vanidad de la creación o de su creador que es el yo?


Siempre anda del lado derecho, a la derecha de la vida contrario a la muerte, pero como que es igual a una muerte menos tangible, pero desagradable. Se esponja como gallina, le brillan los ojos, parece flotar. Se confunde con la alegría, con la felicidad. Vanitas vanitatis. Uno la conoce, siempre mira al cielo. Lo que hago es no destruirla, lo que es imposible, sino observarla para que no se ajuste al corazón, para que no crezca. Ella no es inocente, tiene peso y personalidad: arrogante, soberbia. Hay días que se disfraza de humildad. En Las Florecillas se ven ejemplos y eso que el Santo de Asís fue un caso muy especial. Pero la humildad debe ser vigilada, cuidada. En qué momento no se está trabajando para la otra. Recuerdo a Cantinflas: “Nadie sabe para quién trabaja”. La vida es la vida y creo que no tiene esos atributos desvergonzados que la soberbia, la vanidad, ofrecen. Yo le tengo miedo a la vanidad. Además la poesía vanidosa pertenece al pavo criollo, más que al pavo real, que en cierta forma, podría tener hasta sus derechos. ¿Se podría hablar de poesía guanaja? ¿De poesía humus, estiércol? La humildad que se reconoce es pura vanidad. Se debería estar alerta, más bien, de no ser mala gente aunque el soberbio, el vanidoso, diga que lo eres. Nunca sabremos si somos soberbios, ni siquiera humildes. No es lo que se diga, debe ser importante hacer las cosas como Dios manda, me dijo hace años un policía. Pudiera haber sido Dios, pienso, o el otro quien trata de vendernos la buena costumbre, las reglas de cortesía. Demasiado lenguaje y palabras. Esto es más sencillo: vivir sin dañar a los otros, morir sin dañar a los otros.



¿Cuerpo es no tenerlo? ¿Alma es perderlo?


Esto es un enredo. Alguien me dijo que al cuerpo debe achicársele, se refería al volumen, para que el alma crezca. Hoy hablaba con una joven muy bella pero obesa y le dije que no se preocupara tanto que la gente flaca como que no es buena. Nadie representa a Satán gordo. Todos los malos hombres de la historia fueron flacos, aunque debe haber sus excepciones, le dije y yo no soy una de ellas. Supongo que la pregunta no va en esa dirección. Bueno, me preocupa como a todos el cuerpo físico, pero también el espiritual. Ya que estamos sobre este misterio llamado vida/muerte. El cuerpo es lo meramente palpable, cambiante, muriente. El alma debe ser lo contrario. Lo cierto que alma y cuerpo son como siameses que andan obligados en una especie de unidad. En hebreo hay tres almas. A nosotros se nos complica más que a un perro o a un mosquito que tienen menos. Sin embargo, los defectos de uno de los dos, alma o cuerpo, también como los siameses se pagan, al final, juntos, en unidad. Esta pregunta se contesta en algunos poemas, quizás en donde el otro, el del alma, asume el lenguaje y el cuerpo, acepta.El cuerpo no sabe escribir ideas: toca, mira, oye, presiente, huele, saborea. El alma debe sentir, interpretar, sopesar, es como un espíritu sin cuerpo. De las otras dos almas son tan mecánicas que no saben sino respirar, son muy simples. Son pura humildad. Hace años me preocupaba la eternidad, hasta me aterraba. Hoy como que alma y cuerpo ya casi ni hablan, se han vuelto analfabetas.

Teófilo Tortolero. Fotografía de Héctor López Orihuela. La fotografía ha sido coloreada.


¿Qué le debe tu poesía (su materia, su motivación) al budismo, al zen, a la poesía galaicoportuguesa?


Al mundo zen pienso que nada, si me refiero a la escritura. Mis dos primeros libros se publicaron siendo un auténtico ignorante sobre el zen, sin embargo, a priori, Teófilo Tortolero en 1966 me puso en guardia contra esa manía, que en sus lecturas la asociaba al surrealismo. Teófilo fue como un padre, un maestro, que me defendió de todos los peligros, incluso del surrealismo mismo. Cuando viajé a París ni me interesé por nada sobre el tema, con todo lo que los franceses pudiesen aportar sobre el tema. Ni siquiera sabía que el zen era una especie de filosofía práctica, ¿una gimnasia mental? Después, en 1973, sí lo supe, leí, y hasta traté de practicarlo, no de escribir sobre experiencias ilusorias y literarias, hasta que un toro negro bramó junto a mí y un trueno quebró el silencio de los campos de Barrera, en Tocuyito. En ese momento, hice conciencia que todas esas “filosofías” no hay que buscarlas en los lejanos orientes, que andan por aquí en otras formas, incluso, mucho más digeribles, pero nunca como punto de partida literario, ni vital. Creo que me divertí con todas las historias y cuentos zenistas. Al pathos galaicoportugués sí debo mucho, pero es cuestión de familia más que todo, nuestros antepasados huyeron de Portugal y se radicaron en la Isla de la Palma, Canarias, donde la Inquisición no fue tan efectiva. Allí se reunieron, en una parte de la isla, hacia el norte, hablando portugués hasta bien entrado el siglo XVIII, luego en castellano antiguo salpicado de lusitanismos. De ahí la saudade por algo siempre perdido o en trance de perderse, más que todo un sentimiento. Igualmente, los encuentros con lo parecido: la poesía gallega, portuguesa, e incluso ciertos acentos del asturiano o mirandés, y por último del papiamento. Mis lecturas en poesía siempre, en un principio, fueron castellanas. Me llamó la atención la poesía indígena americana, su brevedad contundente, el ahorro del lenguaje. Eso está también en las cantigas.

Eso lo descubrió el poeta y crítico Guillermo Sucre, en mis dos primeros libros. Otros asociaron el poema corto con el tanka y no miraron la cultura cercana que nos rompía los dientes. Pero así son las opiniones y no hay nada que lamentar. Toda lectura es una traducción y el lector parte de lo que conoce, recibe impresiones, y percibe lo que sus propios moldes le dictan. Repito no hay nada que lamentar.



¿Hay algún poeta venezolano al que te acercas o que ha nutrido tu forma o que haya educado tu concepción de la poesía?


No uno sino muchos. Ya de Teófilo hablé. De Andrés Bello, su intento pedagógico. De Salustio González Rincones, su desparpajo. La locura de Luis Enrique Mármol. La brevedad de Luis Castro. La ternura de Enriqueta Arvelo. De Andrés Eloy Blanco, la solidaridad con los desposeídos y su sabiduría amable. De Pérez Bonalde, la buena traducción, el amor por la tierra. De Vicente Gerbasi, la mirada al paisaje, a la familia. De Ramón Palomares, la humildad de la palabra.

Hay muchos más, versos. Eugenio Montejo, por el desasosiego de la forma. De Ana Enriqueta, su dignidad frente a un caballo blanco. He dejado a muchos y siento remordimiento: Rafael José Muñoz, Juan Liscano, Juan Calzadilla, Juan Sánchez Peláez, Jesús Sanoja Hernández, Pérez Perdomo, Gustavo Pereira, Caupolicán Ovalles, Rafael Cadenas, José Barroeta, Rafael José Álvarez, Julio Miranda. Los más nuevos nos acompañamos “subiendo bajando la ladera”. Como se ve son demasiados pero para todos “bien valdrá, como creo. Un vaso de bon vino”.



El ejercicio de la medicina te ha permitido acercarte al cuerpo humano, averiguándolo, viéndolo cesar físicamente o dolerse. ¿Ser médico cambió en ti tu voz o la hizo más hacia fuera, “más figurativa”?


Bueno no sé a qué te refieres con acercarse al cuerpo humano. Siempre nos acercamos, y la poesía es siempre un doble reclamo al cuerpo y a lo otro. Lo que ocurre con la medicina es que nos abre una puerta por donde se miran ángulos desconocidos. Otros misterios, pudiera decirse.

Es sorprendente el estado de amor que puede ofrecer la enfermedad, pero también el estado de violencia que se transmite a veces. Depende cómo es asumida la enfermedad por parte del paciente, y de qué manera el médico la percibe. En cuanto a cómo ha incidido el trabajo médico sobre la poesía, no tengo ninguna duda de que sí ha marcado pautas, pero todo, absolutamente todo lo que me toca o me ha tocado vivir, se resume por las palabras y entre las líneas, mejor. Si se quisiera hacer una biografía de un poeta bastaría sólo con seguir sus versos, sumergirnos en ellos. En cada uno de mis poemas se va reflejando mi experiencia, mis contactos con la vida, directa o indirectamente. José Regino Peña, cuando fue Decano de Medicina en la Universidad de Carabobo, me entusiasmó a que retomara un deseo de adolescente, el de estudiar Medicina, puesto que en los años de la violencia, 1960, fui una especie de paramédico. Él, José Regino, es de los pocos lectores limpios de poesía que he conocido, me dijo que como poeta yo estaba de un solo lado de la vida, que la medicina me permitiría saltar al otro lado del ser humano. Eso me convence y empecé, luego de múltiples impedimentos, a dar mis primeros pasos entre enfermedades, libros y poemas. Aunque mis primeros libros fueron consecuencia de la violencia que me tocara vivir. Nadie lo percibió así. Se pensó en la mera ejercitación literaria. Lo “figurativo” siempre ha existido, el problema se suscita en el momento de presentarse el poema, o cómo se lo presenta, me refiero a la escritura. El tema exige diferentes formas, por momentos los versos son más lineales. Son meras fotografías, encuadres para la vista. Para morirnos y Tanmatra los encuadres se corresponden al monólogo aparente. Px son instantáneas vitales comentándose, comentadas para ajustarlas a la vida de quien al final se nos está yendo. La “figuración” la encontramos los lectores.

Creo que fue un crítico inglés o irlandés que dijo que toda mi poesía era minimal. Debe ser, aunque no entendí mucho, y menos para entonces.



¿Qué cercanía tiene tu libro Px con la poesía de Gottfried Benn? ¿La tiene?


El tema de la enfermedad, entre otras cosas, aunque no soy venereólogo, pero Benn lo asume, incluso al paciente, como naturaleza muerta, para evidenciar, tangencialmente, con cierto efectismo, la indolencia que estaba por volcarse en Europa, pero sin mostrar reacciones. Es más, al principio participa de aquella espantosa mancha viscosa que se apodera de Alemania. Sin embargo, me refiero a Morgue, pienso, no obstante, que no fue un acto “humano” descriptivo, de posible solidaridad, consciente del poeta. Todo lo contrario o simplemente estetizante. William Carlos Williams tiene algo muy diferente que sí me atrapó. Los hospitales de Benn están en blanco y negro, sórdidos, nuestros hospitales tienen otro brillo. Carlos Contramaestre en su Homenaje a la necrofilia pudiese haberme influenciado, pues las imágenes visuales se acercan más a mis versos que las resonancias verbales. Matadero fue escrito, y tiene ese nombre, partiendo de una impresión que tuviera en el matadero municipal de Tocuyito, cuando un toro desollado se levanta chorreando sangre hasta que el matarife, entre risas, lo abate. También fue un homenaje a Echeverría, el narrador argentino. Se ha sugerido relación con Benn. En todo caso, la poesía no anda aislada, hasta Shakespeare debe sentirse en los versos. Nadie ha hablado del cine ni del teatro en mis versos. La medicina me enseñó una cierta agudeza formal, un escudriñamiento mediante las herramientas de la escritura sobre el tema, igualmente, a no diferenciar “paisaje” para la poesía, con paisaje, geografía humana, anatomía del dolor. La  mirada del poeta debe estar ahí, no importan las circunstancias. En Rosae Rosarum, el último libro, se reúnen las miradas, se ha cambiado el medio, el lenguaje busca cómo trepar para atrapar la poesía. Lo que entendemos por lírica asociada al romanticismo se seca. El humor es protesta, la ironía es una calle, casas, paredes, la mística se subleva, la soledad es lo que se mantiene, el hilo de Ariadna se nos escapa. Y al final solo baste estar presente, testigo, de otra vida que pudiese ser la misma nuestra, con la visión de la nadidad permanente. Benn fue un poeta mirando por una ventana un cuerpo enfermo, frío, lejano. En Px se habla en algún momento de bellos objetos, naturalezas muertas, pero ciertamente es parte del lenguaje deshumanizado que el mismo título mantiene. Ninguno estamos exentos.



Usted es un poeta que irrumpe en la literatura venezolana con una obra poética cuya voz es interior y su fuerza expresiva es la de un silencio que retumba; un tiempo más tarde y luego de fundar y dirigir la excelente revista Poesía, encontramos a un poeta dedicado con pasión y entrega al ejercicio de la medicina social en nuestra humanísima Misión Barrio Adentro. ¿En qué momento ocurrió este encuentro entre el poeta y el médico, cómo funcionan estos dos oficios que, como sabemos, siempre han tenido su raíz y fundamento en la defensa de la vida?


No hago el mayor esfuerzo, hago lo que me gusta. No tiendo a dividir al poeta y al hombre de lado y lado. Maimónides escribió una inmensa obra filosófica y no dejó de ejercer la medicina. Garcilaso, fue soldado, y sin embargo tiene una de las mejores obras líricas. Yehuda Haleví, poeta y médico. Y muchos otros, incluso en nuestro país. No se trata de dicotomías, detrás del médico, detrás del escritor tiene que estar el hombre. Por mi parte, no es enemiga una del otro, medicina y poesía. Quizá la docencia sí. Al menos, la docencia literaria. No hay nada que mine más al poeta que las clases de Literatura. De hecho, existe un gran cementerio de poetas asesinados por la retórica didáctica. Veamos las heladas publicaciones profesorales y tendremos una muestra representativa.

En Barrio Adentro, el ejercicio de la medicina me ha permitido adentrarme a un mundo prácticamente vedado, pues no es sólo medicina, en el sentido de curación, sino es prevención ante todo. La relación con el entorno es fundamental. La comunidad te rechaza o te acoge y todo depende de la actitud, del franqueo. Más de tres años estuve trabajando en La Guásima, Tocuyito, y tengo de esa población los más bellos recuerdos. Es una mezcla de medicina, misión religiosa, y por supuesto poesía. Hoy por hoy estoy incrustado en la Alcaldía de Valencia, con una población totalmente distinta, pero también de una gran nobleza, en especial los niños y los mayores. Aquí, en la práctica medica, la poesía no está reñida con nada, todo lo contrario. A mí me permite congraciarme con la vida. Cuando alguien emerge de una enfermedad, siento que he salido de un mal verso. La alegría del paciente es la misma alegría del instante de la hechura del poema. No es otra cosa que la vida. Y pueden ir juntas, así lo siento.



En su poemario Px parece encontrarse un cambio sustancial en su poética, la voz interior y densa, ahora sin perder nitidez ni intensidad, pasa a ser testigo del otro o los otros y aparecen el miedo, el dolor, el llanto, la materia y la sangre. ¿Este cambio en la forma de indagar y hurgar la realidad se debe a su relación con la ciencia, al ejercicio de la medicina social?


Ya lo he dicho otras veces. No es sólo en Px, ya se daba esa mirada en Matadero, pero hubo intentos anteriores en 25 Poemas. El poeta es el poeta y sus circunstancias, para recordar a Ortega. Realmente la materia poética la dicta la vida, o Dios como diría el pobre Aquilino.

El problema es no copiarse a sí mismo. Tener mis propios versos, repitiéndose, una y otra vez, como variaciones de un mismo lenguaje. A mí me asustó mucho cuando un nuevo poema surgía con el mismo tono. ¿No es posible que se hable con las mismas cadencias, los mismos temas, las mismas palabras y mirada? Hay que cambiar el chip y Picasso y Marcel Duchamp me indicaron el camino. El intento mayor fue Matadero, lo que produjo reacciones y agresiones verbales. Fui muerto por mis congéneres y admiradores. El libro no  gustó, sino en las grandes ciudades y no propiamente en Caracas, sino a contados poetas. Juan Liscano lo asoció al amor barato, pasajero, de los hoteluchos de los triángulos de las Bermudas (en el municipio Naguanagua del estado Carabobo hay un área llamada el triangulo de las Bermudas formada por por tres moteles ubicados en los alrededores de la autopista en forma triangular, nota del editor). Nunca lo pensé, más bien sentía un diálogo de no sé qué espiritualidad. El rojo del libro asustó a muchos. Fue el libro del descarnamiento. A Px, me lo planteé de otra forma, era la vida y muerte de mi padre, por el paso de las diferentes salas de hospital, la niñez, la juventud y sus últimos años. Sonia Brayner, ensayista y profesora brasilera, de esa forma lo presintió, es una oración a la vida. Hay quizá reminiscencias de Jorge Manrique, de las elegías al padre de Ramón Palomares, de Vicente Gerbasi, de Teófilo Tortolero, de Pepe Barroeta, de Caupolicán Ovalles, pero la materia acá, se fragmenta, hacia un portavoz que va que viene, viniendo de cuerpo en cuerpo, enfermedades distintas, vecindades de los males, hasta que la vida triunfa, hasta que la muerte sigue como parte, pago, de una nueva estación, diferente. Haya o no haya dolor siempre es la vida y el agua como ocurre siga corriendo.



La entrevista, Escritura de pájaro, fue realizada por los poetas venezolanos, Luis Alberto Crespo, Andrés Mejía y Gonzalo Ramírez, con motivo del homenaje al poeta Reynaldo Pérez Só en el Octavo Festival Mundial de Poesía, Venezuela 2011.


Homenaje a Reynaldo Pérez Só (8vo Festival Mundial de Poesía 2011)
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