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Cristóbal Ruíz. Fotografía de José Antonio Rosales |
UN INMIGRANTE DE LA LUNA.
Una entrevista al pintor, nativo de La Luna, Cristóbal Ruíz.
Hoy le obsequiamos este texto de Vielsi Arias que nos muestra aún mas sobre Cristóbal Ruíz, (La Luna, 6/02/1950- Naguanagua, 5/02/ 2005) nuestro pintor selenita. El texto fue tomado de la revista La Tuna de oro, número 42, correspondiente al lapso julio-diciembre de 2005.
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Cristóbal Ruiz, bohemio en lo contemporáneo. Partió de La Luna bajo el sedante de su propio sueño, manteniéndolo despierto, hasta volver la mirada, llorar ante el altar de los recuerdos y nuevamente seguir caminando, sonreír ante la ironía de la existencia misma intuyendo lo que quería decirle el viento para luego salir desnudo detrás del pincel y pedirle a la tinta, casi suplicando que le confiese. Entonces y estando de rodillas nace el engendro, que es a veces más grande y más valioso que el artista mismo.
En su andar solitario, cuántas pisadas, cuántas manos habrán despreciado su presencia,. Sin prejuicios sigue caminando por instinto, los sentidos le son suficientes para estar de pie. Aunque se duerma en la calle, se flagele entre los escombros de la acera, se minimice en cada trazo dibujado en la ciudad. Continua aún más sólido que las vitrinas de los salones, quienes viven peregrinando profecías de las que no están seguros. Su vida un paradigma contrario, burlado en todos los espacios. Tantas veces ha dejado sus heces, su cuerpo desnudo y sus sinceras palabras como síntesis de la obra misma, en rincones de esta ciudad, que se siente pequeña y acorralada, cada vez que Cristóbal hace referencia. Como perfecta unión de los opuestos, esta ciudad (Valencia) y Cristóbal han convivido juntos, sin estar cada uno al margen del otro. El rechazo, tal vez el repudio de la elitesca valencianidad, han alimentado al artista, el sarcasmo, lo inadecuado que siempre se le critica a la obra hecha carne y que tanto gusta a la obra hecha metáfora y símbolo. Una dualidad que a la vez se conjuga y se divorcia.
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La Tuna de Oro. Número 42. |
En su andar solitario, bajo los escombros de la noche. Cristóbal vive una batalla, angustiado, nervioso, inseguro, ante el vacío que deja la hipocresía del oportunista, los llamados amigos, espera paciente, a que el hombro de la tarde llegue a recogerle. Señala Dickinson (1986): "Sabré el por qué cuando termine el tiempo, no me pregunte ya a mí misma; nos explicará Cristo toda angustia en el aula del cielo, clara y linda".
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Cristóbal Ruiz |
Tal vez pasará el peligro y su muerte muy de cerca, pero sólo rozará, su brazo jamás estará tranquilo hasta haberlo encontrado todo. Por su parte el mecenas intentará despertar, vestir su razón. Sin embargo la intención resultará inútil, porque al fin y al cabo para Cristóbal estar poseído es lo más importante. Su cuerpo es apenas un instrumento para crear, un vehículo que se toma, se usa y es dado al olvido. Su ser es dadivoso, es en serio un compromiso consigo. Plantea Rilke (1903): "Para los creadores no hay pobreza, ni lugares pobres, comunes incluso si estuviera en una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar los ruidos del mundo hasta sus sentidos. ¿No tendría usted aún su niñez, esa deliciosa, magnífica posesión que son los recuerdos? Vuelva hacia allá su intención, intente recuperar las sensaciones hundidas de ese amplio pasado: su personalidad se consolidará, su soledad se ampliará y se convertirá en una habitación a media luz frente a la cual pasa, a lo lejos el ruido de los demás".
Es la misma constancia, que aun seca, permanece colgando, la del revolucionario que da su vida por el proceso de transformación, el que deja a un lado familia, academia, por la lucha incansable. Ese que muere de pie con la frente en alto, sin sentirse pequeño. Se erige aun en sus debilidades, porque definitivamente se siente seguro, aunque no sepa donde terminará, aunque intuya y de pronto dude, aún descalzo sigue caminando.
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Caricatura de Carlos Tovar |
Tendrá Cristóbal que esperar la muerte, para que la memoria tenga consideraciones consigo, después de todo será grato recordarlo, entre las anécdotas de los amigos, cuando sus trazos hayan desaparecido en manos de los hipócritas, donde más allá de su talento, son atributos lo que le hace mantenerse de pie. Señala Ernesto Sábato: "El coraje para decir la verdad, su tenacidad para seguir adelante, junto a esa fe en lo que tiene que decir y de una combinación de modestia ante los gigantes y arrogancia ante los imbéciles, una necesidad de afecto y una valentía para estar solo rehaciendo la tentación y el peligro de los grupitos de galerías de espejos". El porvenir en cualquier caso será siempre incierto, trágico, si se fracasa, solitario si se triunfa en medio de los malentendidos y manoseos. Cristóbal siempre está preparado para dar su testimonio, aunque no esté seguro su porvenir. Sábato plantea: "Pero para colmo nadie te podrá garantizar lo porvenir convirtiéndolo en esa asquerosidad que se llama hombre público y con derecho (¿derecho?) un chico como vos mismo eras. Al comienzo te podrás escapar y también deberás aguantar esa injusticia, agacha el lomo y sigue produciendo obras como quien levanta una estatua en un chiquero".
Cristóbal el transeúnte que se cuela, en las líneas de esta ciudad, no ha dejado nada por dentro, se ha vacunado de sí mismo, en medio de sus fantasmas, su embrujada vida, sostenida en fatiga y tensión, admitiendo que no vale nada si no lo acoge un signo, una palabra, una presencia, hasta morir de frió, solo.
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Autorretrato |
Entrevista (Febrero 2004)
Vielsi Arias. -¿Qué piensa tu familia de Cristóbal el pintor?
Cristóbal Ruiz. - Creo que no piensa nada, mi hermana cuando yo le digo, me voy porque tengo que trabajar, me dice - ¿conseguiste trabajo?- ella no cree que esto sea un trabajo, que me puede generar beneficios económicos.