sábado, 23 de noviembre de 2024

ADHELY RIVERO Y SU ÉNFASIS DEL AGUA EN “TIERRAS DE GADÍN”

 





ÉNFASIS DEL AGUA EN “TIERRAS DE GADÍN”

 POR ALBERTO HERNÁNDEZ

 

        Un lugar se hace énfasis de río, se viste de palabras. La orilla del silencio lo abarca y lo dimensiona, lo estrecha y lo convierte en olores y miradas. Entonces el lugar se revela con la fuerza de la corriente, con los misterios que encierra en su vientre multípara. Irrumpe con la felicidad de la lengua rebelde, aérea, acuática, abecedaria, telúrica, desenfada por ser lo que parece ser: asunto del alma y del polvo sanguíneo del origen.

      La poesía ha bla con tierra en la boca, con la mis ma que se lleva hacia el exilio, con el giro de los espejismos que el lugar dejado atrás reclama constantemente: una hilera de caballos, el mugido sideral de las bestias, voces lejanas que entran con el verano, la estrechura de un río en la memoria, la misma que Heráclito desencadena en pleno llano: nadie muere en el mismo río y el río no es el mismo cuando guarda silencio.

      ¿Qué espera el paisaje de nosotros? mientras Gadín nos observa quieto, ¿reposado, como un reptil sigiloso? Todo río es inteligente, traduce la tierra, la vitaliza, cavila mientras viaja.

Con la mirada, con el sesgo del ojo, la pa labra se transforma en silencio, en voz interna, luego es intento, afán, poema, para finalmente revelarse poesía, que es el silencio perfecto, porque el otro silencio es la muerte común y corriente, la que nos agota y hace huérfanos de lugar.

Me leo en este libro de Adhely Rivero. Vasto es el decir de sus páginas donde nos llenamos con lo tópico, acontecimiento de escritura, como habla María Fernanda Palacios: lo que pertenece a un lugar, no las presencias que lo llenan sino el sitio, la posición. No lo especial de la escritura sino ese incansable juego que la quiebra. Este sentido obvia las presencias,

el imaginario en el paso y chasqui dos de habitantes y fantasmas en el agua, en el polvo, en los atajos, en el barro, en los cascos del ca ballo que muelen la hierba.

La palabra que se enseña / a montar / corre apacible..., la misma que desecha la hora y la inflama con el agua de las torrenteras, en la mirada aturdida de quien silba bajito para reconocerse. Uno sabe que lo están escribiendo (superficie crítica de un texto anímico), que lo están haciendo grafía y silbo, amago de vuelo, que es masticar voz a la intemperie, porque este libro de Adhely es la plena desnudez de quien no olvida que el río es su propio viaje.

Qué aventura esta de navegar en la palabra, en su interno conmovible, ese río discursivo que nos recorre: Me das tu palabra y la tomo a bien / a decir verdad se siente agua / en toda la tierra / Es muy frío el sueño. /En la pureza del día / el invierno / en la casa / cumpliendo la orfandad / del cielo. (A través de la ventana de la casa del poeta, en el patio forrado de nervaduras, oigo el río, lo halo con este idioma de polvo para consagrarlo. Gadín crece en las páginas).

Tierras de Gadín es una mirada verbal. El paisaje es sólo el encuentro, más allá de él está el acento del infinito. Todo el día miramos al cielo, como buscando el nacimiento del río, esa línea entre las palabras, el silencio y la memoria.

Por el hueco de la escritura se nos cuela el tiempo, como pronuncia Paz. El tiempo, el que engaña, alucina y promete respuestas en la estadía susurrante de una gente escondida entre los versos, mojados por la disidencia del sueño o la vigilia. Clima interior, el tiempo es la con ciencia del que corre y no se agota, tanto en la tierra como en la página.

Llueve en el libro y las manos se nos mojan para que la candela no lo convierta en cenizas, que quien silba no sea barro consumido: Mi padre / con su rostro colorado de toro / me dijo que llueva o se nos quema el alma. El alma dice por la boca de un lugar, por la boca del poema bajo el cielo de Arismendi, donde hay un río que corre y no corre, que muere y resucita.

El hallazgo plural, la enunciación de la palabra heredada:  Encontramos la escritura / las tierras / la lectura dice..., la única herencia, el pasado, la grafía tutelar, la palabra para que después esté en el espesor del libro, porque atrás se quedaron el cielo eterno y las mareas del polvo, ese otro sitio borrado por la erosión de la distancia. ¿Por dónde pasamos, Adhely, que nos dejamos caer en pedazos a la orilla del Gadín y el Tiznados? ¿Quién nos hallará, el mismo río, entre caramas, en los linderos de la orfandad, tibios por la agonía bajo la lluvia, turbulentos y en paz, apaciguados por Dios? (Un animal blanco duerme

a mis pies mientras escribo esta nota. Se me hace paisanaje en el salón estudio de este poeta que me dice: Cuando pierdas el camino / mira el paisaje. / Permanece en el sitio si es de noche / hasta el amanecer. / Sube a un árbol y duerme. / Orienta el viento salobre de las vacas / que van a la quesera, y me encuentro con Andrés Delgado, con Agapito Medina, y es como ver a tus padres versando la tierra, con esas palabras que vaciaron en nuestros días donde se inscriben y el solar de morir).

Toda la riqueza del mundo se ha vuelto libro. La poesía es de agua, de polvo y silencio textual. Por allí vamos, compañero de duendes, tomados del origen, en ese asunto de decir lo que dio comienzo al principio fue el verbo, pero el principio mismo fue el silencio.


En la palabra sombra de la página 25 sigo siendo. Tierras de Gadín ocupa la respiración de quien lo huele y lo pronuncia.

Libro de agua, definitiva noción de una lectura.

Llegó al lugar, al muelle de la última página, con Francisco Madariaga:  Se es poeta por una amplia sonrisa de las aguas.




Tierras de Gadín by Dimitri Lipo

 

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Adhely Rivero nació en Arismendiestado Barinas,  Venezuela en 1954. Está residenciado en Valencia desde 1970. Licenciado en Educación mención Lengua y Literatura por la Universidad de Carabobo. Fue Jefe del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, donde dirigió la Revista Poesía y coordinó el Encuentro Internacional Poesía de Universidad de Carabobo. Ha obtenido varios premios por su trabajo poético, entre ellos el Premio de Poesía Facultad de Ciencias de la Educación (dos años consecutivos) U. C. Premio ‘Miguel José Sanz’ de la Facultad de Derecho de la Universidad de Carabobo. Premio de Poesía de la Universidad de Carabobo. Premio de Poesía Universidad ‘Rómulo Gallegos’. Premio de Poesía ‘Cecilio Chío Zubillaga’ de Carora. Premio Único de Poesía 40 Aniversarios de la Reapertura de la Universidad de Carabobo. Ha publicado los libros: 15 Poemas (1984); En sol de sed (1990); Los poemas de Arismendi (1996); Tierras de Gadín (1999); Los Poemas del Viejo (2002); Antología Poética (2003); Medio Siglo, La Vida Entera (2005); Half a Century, The Entire Life, (2009): versión al Inglés de Sam Hamill y Esteban Moore. Poemas (Antología editada en Costa Rica) (2009): Compañera (2012). Poesíe Caré, Poemas queridos (2016), Versión al italiano de Emilio Coco, publicado en Colombia. Está representado en varias antologías nacionales y en la antología italiana La Flor de la Poesía Latinoamericana de hoy, tomo I, II, editada en Italia, 2016. Ha participado en diversos e importantes Festivales de poesía a nivel nacional e internacional, entre ellos, el Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia, en 2007 y 2016. Festival Internacional de Poesía Al-Mutanabi en Suiza. 2008. Festival Internacional de Poesía de Bogotá, Festival Internacional de Poesía del Mundo Latino, México. Festival Internacional de Poesía de los llanos Colombo-Venezolano en Yopal, Colombia. Feria Internacional del Libro de Bogotá, Colombia, Feria Internacional del Libro de Caracas, Venezuela. Festival Internacional de Poesía de Venezuela. Festival Internacional de poesía de los llanos colombo-venezolano en Arauca, Colombia. Encuentro Internacional Poesía Universidad de Carabobo, Feria Internacional del Libro Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela. Bienal Internacional de Literatura “Mariano Picón Salas”, Mérida, Venezuela. Sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, alemán, francés y árabe. La revista POESIA le rindió homenaje en su número 156.

 

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Alberto Hernández

Nació en Calabozo, estado Guárico, el 25 de octubre de 1952. Poeta, narrador y periodista. Se desempeña como secretario de redacción del diario “El Periodiquito” de la ciudad de Maracay, estado Aragua. 

Fundador de la revista literaria Umbra, es miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo y colaborador de publicaciones locales y  extranjeras. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria.

Ha publicado los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996). Además ha publicado el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999).  Recientemente ha publicado «Poética del desatino» y «El sollozo absurdo».

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