ENTRE LA LÍNEA Y
LA SOMBRA
POR SERGIO QUITRAL
“No busco, encuentro”
(Picasso)
La Antología Poética de Adhely
Rivero (Editorial Gadín, 2003) es la retrospectiva poética de su autor a lo
largo de dos décadas, asociado a esta poesía que canta al paisaje y a la
memoria de la tierra natal, permite ver cómo ha evolucionado gradualmente desde
15 Poemas (1984) a Los poemas del viejo (2002) bajo un mismo
ambiente temático: el llano o la tierra como espacio de silencio y tensión
verbal. La mayor hazaña ha sido aquí la de continuarla en el tiempo no como
material de experimentación sino como norte de un trabajo asociado al origen, a
la pertenencia. Este vitalismo de la tierra y sus habitantes comienza a
volverse progresivamente un vitalismo del individuo, de las fuerzas del
individuo y culminan, por decirlo metafóricamente, con la pérdida del reino en Los
Poemas del Viejo.
La continuidad de 15 Poemas, de
asombro hacia la palabra unida a la añoranza no va a crear una nueva forma de
decir las cosas, sino la exigencia a futuro de perfeccionar, de volver táctil
la palabra, donde la inmediatez del ojo es la línea que dibuja y siente
dinámicamente “Montado sobre / los pulmones del animal / como raya de sol /
Cada uno va en lo suyo”, “Por este filo de monte / la luna pasa / en el alma”.
Aparece En sol de sed seis años después conformando junto a su siguiente
libro Los Poemas de Arismendi (1996) una unidad global con un leve viaje
hacia lo descriptivo, es decir hacia la quietud. En estos dos últimos libros se
impone la economía verbal y cierta filosofía de la belleza centrada en la
exterioridad, en el disfrute visual, en señalar hasta fuera en dirección a la
palabra”.
En sol de sed y Los poemas de Arismendi
van encaminados a perfeccionar el lenguaje, unificar contenido y forma, a crear
una unidad gestual donde el espacio de la hoja en blanco es también el espacio
físico real del paisaje, donde el lenguaje, símbolo de este continuo pulir y
confrontarse, es gesto en el vacío, de efecto visual y sonoro.
En cada poema se evidencia al poeta en un
estado de optimismo y se conoce tempranamente en él una actitud de claridad
interior, de no debatirse, de estar apaciguado en su secreta certeza, “Nada
esperes del camino / el paisaje y la bestia / aparece un río /cuando lo
deseamos” con grandes posibilidades líricas, “Cuando corras ganado / me dice
vas a sentir la lejanía”. El carácter observador y pasivo del poeta es “una
actitud” ante el paisaje y ante su poesía.
En Los poemas de Arismendi nos
encontramos con cierto reposo, se ha ganado una nueva confianza en el espacio
visual, los textos son más largos y sentimos una evocación sensorial mucho más
holgada, ocupada por la tierra y los esfuerzos que implican su control. Los
protagonistas: individuos anónimos, animales, gente que transita por esos
parajes buscando comercio son descritos con curiosidad o indiferencia y en
ellos se trasluce el ánimo del poeta.
Aquí todo el llano es evocado y sin embargo
se nos presenta como algo que “que está sucediendo”, como algo desnudo y
congelado ingrávido y atemporal “Un cementerio en la sabana /… Los cráneos
enteramente cobrizos / y el cielo muy azul”, se trata al parecer de soldados en
medio de la belleza de un cielo despejado, la atemporalidad propia del llano es
aquí disfrutada con apegos a los ojos, en estado perfecto de “presencia”, de
invariabilidad”, de “eterno aquí y ahora” Aquí como otros poemas, el ojo del
poeta esconde la crítica a la miseria y sin embargo es la tierra quien lo acoge
con amor y en ciertas formas los protege.
Con Tierras de Gadín hay menos
raptos emocionales, pero si un estado de euforia interna y contenida “Delante
de mí alguien pasa / de prisa en su caballo / Deja los cascos marcados de sudor
/ lleva carne fresca roja / en las ancas de la bestia / Temprano había un
venado / en el rebaño”, no se trata de una tragedia, es un regocijo visual ante
el calor y las fuerzas que dominan la naturaleza. Decíamos que hay un tiempo
detenido y en suspenso en este modo de escribir a trazos, de bocetear las
imágenes, que aciertan cuando lo hacen, a sugerir en vez de describir “La
palabra que me enseña / a montar / corre apacible / Duro es el acto / de
sostener la línea del cuerpo / en la pendiente del lomo / El viento me empuja a
la tierra / Pierdo la silla / los estribos / y se va el caballo / oigo la voz /
en el aire”. Aquí la sugerencia es la fuerza del poema, los versos van
inclinados y suaves, se resbala en ellos la vista y ese magnífico: pierdo los
estribos y se va el caballo. Los poemas gozan de un tiempo en el que parecieran
que hay que flotar temporal. Asimismo, en toda la poética riveriana hay un
constante recurso de hablar consigo mismo. “Nos sostenemos para oír / lo
profundo del suelo”, “Estamos apartados / en el mismo cerco” “nos recogemos en
la sala / para vencer la pesadilla”. En ese espacio nace la confrontación con
la vida natural en combinación con un aspecto formal: el peso de la palabra.
Aquí la palabra es sopesada, afilada y amellada como parte de la dureza del
espacio físico. Ese encuentro de efectos sonoros, de ruido, de palabras como
carne que corta el cuchillo. “Junto con los animales se vive / se tasa el aire
/ y el atajo”. Se trata de un espacio abierto a sus propias durezas, que la
frase hace dúctil y su respiración interior moldeada a su modo. “Cuando llueva
estaremos llegando / al hueso / de subir agua / a la tanquilla que el viento
vació /… es muy interesante ver como el corte de estos versos está dispuesto
para producir un efecto de fatiga.
La descripción de este mundo lejano y del
que el autor siente ya no formar parte, es la materia prima de Tierras de
Gadín con la cual se abre un nuevo ciclo.
Vemos continuamente la
unión de lo descriptivo y reflexivo, la actitud del poeta en su papel de
artista de la imagen, es un pintor local cuya mirada se detiene continuamente
en los gestos silenciosos del llano. Así, de cada verso se obtiene una burbuja
poética autónoma que crea un derrame de visiones con un trasfondo filosófico y
a veces moral”. “Siempre falta un animal / que la tierra cobra en los lamederos
/ Dios es tan ínfimo / en la soledad de un hombre / que silba con la boca
seca”. En sol de sed, Los poemas de Arismendi y Tierra de Gadín comprenden un
periodo de nueve años de trabajo y son la obra central del autor en donde la
tierra es el sujeto y el hombre y sus actividades solo un complemento. Con Los
poemas del viejo en cambio, hay otra actitud. Aquí el “yo” pasa a ser el sujeto
y la tierra el predicado, el telón de fondo, también como identidad, es decir,
ocupando su lugar de presencia pasiva, pero es recién aquí donde se produce un
enfoque nuevo frente a lo anterior. Este cambio comienza a notarse cuatro años
antes, con su libro Tierras de Gadín.
A partir de Tierras de Gadín asistimos a la búsqueda de unidad con el paisaje sabiendo no pertenecer ya a este, “otro día voy atrás / distante / buscando tener toda esta tierra (…) Aroma de yerba molida / en los cascos / El río tiene tembladores / y yo revuelvo las aguas / con largas varas / apaleando el miedo…”, el ser interior confundido es aquí el río revuelto en relación con el padre, figura tutelar que está en perfecta sintonía con su mundo, “que pertenece”, por su propia integridad natural. Lo más admirable de este libro es su verdad dolorosa, un estado de “ser” vital del individuo y de las cosas, que es asumido por el poeta apegados a los mínimos gestos “Me da sólo / un manso caballo / para que aprenda /… Apenas puedo mirar / a mi padre (…) murmurar / este no se queda en el campo”. Me da la impresión de que en la medida en que Rivero se aleja de la experiencia, mejor la domina con este decir velado, no directo, esta sugerencia visual y auditiva y este estado paciente de todo hombre que es “nadie” frente al universo. “Todos llegaron contando / la vaquería / bañaron los caballos / y se fueron al corral / sobre los tramos / Estaban enamorados de esta vida / Al fondo de la casa / bajaba la noche / y me dije / estos van a ser ladrones de ganado / me cerca la euforia / la sabana se hacía oscura / cuando dábamos la vuelta / al patio”. Este estado de claridad en el poeta, una certeza mientras cae la oscuridad alrededor, esta soltura y madurez que es desenfado nos distancia tremendamente de 15 Poemas y nos acerca a lo que el poeta tiene que decir en esta nueva fase que es hablar de sí mismo. Si 15 Poemas es el libro de la separación “estarás triste de no ver la estela silenciosa” la despedida y el recuerdo de la infancia “Búscame después de llover / Ponme la canción / Voy por la cigarra de esta tarde “ Los dos libros posteriores dejan afuera al yo o lo transforman en algo que pareciera tener raíces en ambos mundos “Se cae el ombligo / y lo entierran Me plantan cara al camino / (…) Este suelo me da pie / vengo a vivir la tierra”, la tierra no rechaza al poeta. “Un orden en el tiempo / trae la morada”. Tierras de Gadín en cambio ha retomado el camino hacia sí mismo. Han transcurrido dieciocho años desde su primera publicación.
Esta euforia que siempre es contención,
donde no cabe la hipérbole ni la exageración es la marca personal de Adhely
tiene especial mérito no por ser el primero en aunar “forma” y “tema”, sino por
representar un mejor logro formar frente a poetas anteriores de los que
asumimos influencias. Su fuerza expresiva radica en su intuición musical. “Un
resplandor de viento / canta sequía verano / para que llueva”, en la conciencia
del “peso de cada palabra”, en este estado de “ser” en que se encuentra el
poeta y en lo que cree debe decir.
Ahondar sobre el factor musical e inspirado
en los últimos doce años, desde 15 Poemas a Los poemas de Arismendi es establecer
también una sola unidad lírica, el poeta ha estado ocupado en este tiempo en
“acerar” un lenguaje, en perfeccionar un lenguaje “pongo la cabeza a buscar /
la resonancia de mi padre” o “se cae el ombligo / y lo entierran / me plantan /
cara al camino” “Dios en el aire de la casa / y en la claridad del cielo / la
lluvia”, “Solo en la sombra de esta osamenta”, “Corazón tan grande idolatría”,
“Toda la tierra tiene amo / alambre en la cintura / por donde rompe el viento
son ejemplos de esos estados luminosos y de mancomunión lírica y visual, que es
el resumen de esta unidad interior. Tierra de Gadín y Los poemas de
Arismendi no tienen estos pequeños raptos que abren el poema como un
descubrimiento luminoso, pero son más francos e interiores, más biográficos, se
ha sacrificado la filigrana por la verdad personal. Los poemas del viejo son
para el ojo crítico extremadamente importante, no se trata de meros poemas al
padre, sino de la unificación metafórica, este efecto de “suplantación en que
el poeta se va a envejecer a través de su padre cuyas fuerzas menguadas por las
faenas de toda una vida ven el brillo, el último resplandor vital en el
compañero silencioso que es el cuerpo. Aquí por supuesto hay un portavoz, el
padre que es el espejo de lo que sería la posible vida futura, alguien que
reúne los principios, “el honor” y nuevamente el férreo método descriptivo es
usado para poner en boca del anciano aquellas imágenes que forman parte de su
patrimonio personal, de su reino y su poderío: “tengo un cuero de tigre en la
sala / cuando venía de noche / él estaba distraído y yo lo vi primero"
Hemos visto como la poesía de Adhely, ahora
con pleno control de su técnica ha pasado por varios planos interiores. Este es
más oscuro y amargo, pero es también el de la plena madurez. Para
un poeta lo más difícil es quizá encontrar su medida justa, desobedecer
las reglas creadas por él mismo y buscar caminos diferentes, audaces, probar la
emoción de ir más lejos: “A dónde va uno después de tanto llano / animales de
día y de noche / Si me ponen a pedir un deseo / voy a pedir que me dejen en lo
mío / Allí es donde puedo estar bien. La
búsqueda de la unidad interior es “es esplendor” que otros han alcanzado, pero
no el poeta. Toda la poética de Adhely
se ha debatido hasta ahora en la búsqueda del ser.
En esta unidad secreta
de “Hombre-tierra” rota por sus nuevas adaptaciones. Entre la separación del sentir y el ser.
Este “a dónde va uno” es la síntesis de un
libro de todas las cosas aprendidas, los aparejos del poeta en el sentido de
estarse volviendo sujeto de la acción. De comenzar a confrontarse con las
propias herramientas verbales que han hecho hasta ahora al mundo reconocible. Los inéditos que acompañan la antología
ahondan sobre la interioridad y siguen la misma secuencia de estado de pérdida.
Esta ruptura con la tierra de sus padres,
establecida por la necesidad de crecer, es un fuerte centro de gravedad en la
obra de nuestro autor. Quizá este mítico Ixtlán que representan Los poemas del
Viejo y los inéditos nos sirvan para establecer la preocupación por el hombre,
símbolo de la existencia universal que procede directamente de la tierra, pues
todo paisaje nos lleva finalmente a nosotros mismos, nos somos parte del “el
paisaje” sino que “nos contemplamos a través en él”. La euforia de juventud, el
asombro ante el lenguaje, um arsenal de visiones y recuerdos de la tierra de
origen, la admiración hacia quienes
están más integrados a la naturaleza que el propio autor, la visión existencial del lenguaje, un arsenal de
visiones y recuerdos de la tierra de origen, la admiración hacia quienes están
más integrados a la naturaleza que el propio autor, la visión existencial del
lugar que ocupa el hombre en ese espacio como rector o Dios olvidado, son los puntos donde convergen la poética de
Adhely Rivero, señales que permiten a su autor ver que su destino era ser la
voz de esos llanos, la voz de esos
espacios abiertos. Toda esta obra parece
recorrer un camino de la objetividad hacia la subjetividad, de la vitalidad o
el desaliento, de la pertenencia a la pérdida del tiempo vital, de la cercanía
al extrañamiento, de la temporalidad a la intemporalidad.
Para finalizar quiero hacer mención de las
portadas que forman parte del cuidado de la obra. En esta Antología Poética se trata de
una imagen de Reverón, una figura humana hecha de alambre, con la cual el autor
parece apuntar siempre hacia la esencialidad, hacia el hueso, hacia la línea
(Los dibujos de Biel en la portada Los
poemas del viejo) hacia el grafismo, (los dibujos de José Abreu en 15
poemas) hacia lo mágico y lírico, y esta esencialidad de la línea alberga las sombras interiores, el relleno,
la poesía es la claridad de este estado de ser más oscuro, pero la actitud
consciente del poeta no es la que más interesa, es el “yo” del poeta
el que está en juego, y finalmente queda su poesía para saberlo, bien
decía Spinoza: “los intentos que hace el hombre por descubrir la naturaleza,
son los intentos que hace la naturaleza por descubrirse a sí misma”.
Revista Poesía Número 156 by Dimitri Lipo
Adhely Rivero nació en Arismendi, estado Barinas, Venezuela en 1954. Está residenciado en Valencia desde 1970. Licenciado en Educación mención Lengua y Literatura por la Universidad de Carabobo. Fue Jefe del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, donde dirigió la Revista Poesía y coordinó el Encuentro Internacional Poesía de Universidad de Carabobo. Ha obtenido varios premios por su trabajo poético, entre ellos el Premio de Poesía Facultad de Ciencias de la Educación (dos años consecutivos) U. C. Premio ‘Miguel José Sanz’ de la Facultad de Derecho de la Universidad de Carabobo. Premio de Poesía de la Universidad de Carabobo. Premio de Poesía Universidad ‘Rómulo Gallegos’. Premio de Poesía ‘Cecilio Chío Zubillaga’ de Carora. Premio Único de Poesía 40 Aniversarios de la Reapertura de la Universidad de Carabobo. Ha publicado los libros: 15 Poemas (1984); En sol de sed (1990); Los poemas de Arismendi (1996); Tierras de Gadín (1999); Los Poemas del Viejo (2002); Antología Poética (2003); Medio Siglo, La Vida Entera (2005); Half a Century, The Entire Life, (2009): versión al Inglés de Sam Hamill y Esteban Moore. Poemas (Antología editada en Costa Rica) (2009): Compañera (2012). Poesíe Caré, Poemas queridos (2016), Versión al italiano de Emilio Coco, publicado en Colombia. Está representado en varias antologías nacionales y en la antología italiana La Flor de la Poesía Latinoamericana de hoy, tomo I, II, editada en Italia, 2016. Ha participado en diversos e importantes Festivales de poesía a nivel nacional e internacional, entre ellos, el Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia, en 2007 y 2016. Festival Internacional de Poesía Al-Mutanabi en Suiza. 2008. Festival Internacional de Poesía de Bogotá, Festival Internacional de Poesía del Mundo Latino, México. Festival Internacional de Poesía de los llanos Colombo-Venezolano en Yopal, Colombia. Feria Internacional del Libro de Bogotá, Colombia, Feria Internacional del Libro de Caracas, Venezuela. Festival Internacional de Poesía de Venezuela. Festival Internacional de poesía de los llanos colombo-venezolano en Arauca, Colombia. Encuentro Internacional Poesía Universidad de Carabobo, Feria Internacional del Libro Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela. Bienal Internacional de Literatura “Mariano Picón Salas”, Mérida, Venezuela. Sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, alemán, francés y árabe. La revista POESIA le rindió homenaje en su número 156.
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Sergio Quitral nació en 1964, en Chile, residenciado en Venezuela desde 1980. Profesor egresado de la Universidad de Carabobo en Ciencias Sociales. Ensayista en temas de arte y poesía, colaborador de "Tuna de Oro" y revista "Poesía" en la UC. Profesor de Arte del Centro Piloto Luis Eduardo Chávez, del Ateneo de Valencia. Libros publicados: "La promesa que nos hace la Noche", 1er. Premio Bienal "Roque Muñoz", editado por Secretaria de Cultura Gobierno de Carabobo, en la colección María Clemencia Camarán (2002). "La balsa de Medusa" Colección Primer Libro Poesía de la Universidad de Carabobo (2002). "Aquel Viento sin Nombre", edición personal Hermana Poesía (2004). "Sobre tigres, hombres y sueños" Premio Conac, Poesía Concurso Nacional de las Artes, edición "Cada día un libro" (2006) “El reino del pájaro silencioso”, Colección Breves Contemporáneos, editorial El Perro y la Rana, 2009.Caracas. El fuego protector", editorial El Perro y la Rana, 2013,Caracas.
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