martes, 23 de diciembre de 2025

Alberto Hernández: Alacranes, la novela de Rodolfo Izaguirre, es la metáfora de un país fallido, maltratado por regímenes que se apoderan de todo hasta de la vida de sus habitantes

 



Tuve muchos amigos pero en la hora actual lo que tengo son más años y menos amigos. Dolorosamente, muchos han desertado con la complicidad de la Muerte. ¡ No me permitieron dar yo la vida por ellos !
De mis siete hermanos, pongamos por caso, solo quedo yo para decirlo. Tengo sobrinos, primos cercanos y lejanos, pero los veo poco. Es una fórmula mágica para que la familia exista y se mantenga unida. Me encontraba con mis hermanos dos o tres veces al año, sosteníamos gratas conversaciones y nos abrazábamos. Recuerdo al jesuita Mikel de Viana (hoy en Deusto) exclamar en la plaza de mi comunidad: “¡ La familia es un peo permanente !”. 
Ver a la familia una o dos veces al año es razonable. En cambio, sentimos más llevadera la familia que vamos adquiriendo. Veo, converso, paso más tiempo con mi amigo que con mi hermano más cercano. Sin embargo, he perdido a muchos viejos compañeros que creía eran amigos. Me refiero a los que quedaron anclados en el sarampión comunista juvenil y se volvieron adictos al chavismo y siendo poetas de altos vuelos no vacilaron en cuadrarse ante el comandante oscuro y ominoso y decirle:”¡ Ordene, Comandante !” o afirmar que hoy el mejor poeta venezolano es Hugo Chávez ... 
Dejaron de ser los amigos que tuve en el mundo de la cultura: cineastas, poetas, intelectuales y artistas plásticos. 
Dejaron de frecuentar mis pasos que igualmente eran los pasos suyos y no los volví a ver. Tienen, desde luego, el derecho de ser comunistas, chavistas o maduristas ... pero no puedo explicar, aceptar o perdonar que sean Rigolettos del sátrapa ... 
Mi caso no es único, pero el hecho es que dejaron de ser mis amigos porque cada vez que Chávez se ofuscaba llamándonos escuálidos, fascistas, traidores o vendepatrias en ningún momento alzaron la voz para decirle al caudillo que el fascista era él; decirle: Comandante, conocemos a Rodolfo Izaguirre desde hace más de sesenta años y nos consta que no es un fascista ni ningún traidor a la patria sino un venezolano que paga los impuestos, adora al cine, está bien casado y se empeña en escribir crónicas amables.
¡ Pero no lo hicieron ! Dejaron que Chávez siguiera ladrando sus ofensas, decapitara las jerarquías culturales, me negara la vida y prolongara la jactancia de sus equivocaciones en la mayor catástrofe política, económica, social y cultural en la historia del país.
¡ Antiguos amigos que chapoteando en el pantano de un necio socialismo permanecen callados ! ¡ Cómplices ! No han tenido el valor de distanciarse de la perversidad y de la brutal arrogancia del narcotráfico ... Doblegaron el espíritu ... ¡ Disolvieron su dignidad en aguas podridas ! 
¡ Se alejaron de la poderosa energía del arte y sucumbieron !
No los menciono porque ellos conocen sus propios nombres. 
Les llevo una gran ventaja porque a ellos los arrastra la Muerte, pero yo en cambio, moriré pronto porque tengo noventa años y, sin embargo ... ¡ pertenezco a la vida !



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Crónicas del Olvido

ALACRANES”, DE RODOLFO IZAGUIRRE

**Alberto Hernández**



1.-

Todo ser humano vive con un alacrán. Toda persona o personaje tiene el carácter del alacrán cedido por la realidad o la ficción. Un alacrán representa –simbólicamente- el accionar de quien forma parte de una narrativa del mal. La metaforización de la maldad, de lo espectral, suele ser parte de poéticas que –tanto en poesía como en narrativa- constituyen el constructo que las hace posibles. Sus referentes están en la representación de iconos, sujetos que la historia ha convertido en emblemas, en consignas o escenografías en las que se mueven los actantes confirmados por el tejido narrativo, la trama donde se activan estos símbolos, reales, oníricos o recreados por quien los elabora, los traza, los entrega en medio de verosímiles o inverosímiles eventos.  

Cada personaje es su propio alacrán. Su propia maldad o locura.

2.-

Releo “Alacranes” (Letras de Venezuela/ Dirección de Cultura de la UCV/ Imprenta Universitaria, Caracas 1968), de Rodolfo Izaguirre. Y aclaro: releo, pero con otros ojos, con otro entendimiento. La leí en los años 70 cuando era un adolescente. Ahora lo hago como si fuera el primer intento. 

Rodolfo Izaguirre y su hijo Boris.



Aunque cada vez que uno abre un libro no es el mismo libro ni es el mismo lector. Los libros cambian con el tiempo. También el lector. Los libros se transfiguran, porque el lector cambia y hace que la historia sea otra, aun cuando haya sido la misma que se instaló en la memoria y ahora emerge con un nuevo diseño, con una marca de agua diferente. 

Antonio Márquez Salas. Imagen tomada de aquí.


La novela de Rodolfo Izaguirre ganó, en 1966, el Premio de Prosa “José Rafael Pocaterra. El jurado estuvo compuesto por los narradores Antonio Márquez Salas y Guillermo Meneses, quienes consideraron que la obra se hizo acreedora a este premio “por la severa elegancia de su prosa, por el ambiente de poesía y dramatismo que la hace excepcional, por la agudeza de la observación y la capacidad de transferir a formas de arte la singular y viva experiencia de aspectos sorprendentes de la ciudad”.


Guillermo Meneses. Imagen tomada de aquí


 
Alacranes”, para aquellos días de bozo inaugural, se me presentaba como un crucigrama, lo que en el fondo realmente es, porque quien juega con las palabras, quien construye significaciones, produce en el otro la misma impresión de cuando ese alguien, lector ahora, resolvía el reto de los adjetivos, sustantivos, verbos y demás voces que nos ofrecía ese diagrama o recuadro de blancos y negros. O como un rompecabezas que debería armar. 

El alacrán está moviéndose entre las vigas del techo, se arrastra con su negra ponzoña en alto y la tenazas abiertas, negro, marrón oscuro, confundido con las cañabravas, hasta perderse entre ella y reaparecer más allá, cada vez más grande y gordo y, de pronto, encontrarse una mañana en patio, en medio de un ´circulo de llama azul y más allá del calor los niños que contemplan como se debate el bicho en el fuego…” (p. 13)

Una novela como “Alacranes” produce diversas reacciones, toda vez que la ruptura del tiempo y el espacio genera muchos viajes, muchos cambios, como si el lector estuviese frente a una pantalla: la película juega a los planos, desplazamientos, disfuminaciones, cambio abrupto de paisajes y diálogos. El film narra y describe y es capaz de convertir una imagen visual en una espiritual, como ocurre con todos los lenguajes artísticos. Pero en literatura la conversión sucede de otra manera: la lectura crea un vacío entre el plano de los personajes que encontramos en las páginas y los que arriban para ser reflexionados. Y todo gracias al cine. Los códigos del cine, su técnica, fueron traídos a la literatura. Autores como John Dos Passos, Faulkner, entre otros, fueron artífices de ese legado que hoy forma parte de la novela y hasta de los relatos más breves. 

3.-

“…pero lo que pasa es que nadie puede resistir tanto tiempo al tiempo, sobre todo cuando se vive entre muertos” (p. 34)

Se mueven el espacio y el tiempo. El narrador se desplaza de un lugar y de un tiempo como si jugara a armar figuras: se trata de anécdotas que se salen de la lógica, que se recrean en la lucidez misteriosa y hasta mágica de quien en la obra es personaje. O personajes que ambulan por una casa que está a punto de derrumbarse. El sueño respalda a la realidad. La ficción, la metaficción y la realidad se juntan para confundirse y hacerse un nuevo estamento narrativo. El texto se metamorfosea: transmigra, reencarna entre salto de tiempo y espacio hasta hacerse un conjunto fragmentario que se convierte en una metáfora. 

Así era esa casa: llena de alacranes. Todos tienen. Edelmira, incluso, con la diferencia de que ella se los llevó para la hacienda y no quiso dejarlos en la casa. La única que no llegó a tenerlos se marchó temprano y en lugar de un bicho ponzoñoso lo que quedó de ella fue una muñeca desguañingada sobre la colcha de la cama”. (p. 37)

Mujeres fantasmas se pasean por la casa, mientras los dos hombres aparecen y desaparecen del relato. El abuelo y Evaristo representan la fuerza, la violencia, los vicios, la tortura, el pasado y el presente político de un país que aún era un paisaje rural y hoy es el retrato de ese pasado. 

Cada sujeto lleva un alacrán en su interior. Símbolo de la maldad, del descrédito, de la maledicencia, del odio y hasta de amores desconocidos. 

La estructura de la novela tiene rasgos cinematográficos. Quien escribe esta novela es un hombre conocedor del cine. Es más, es un hombre de cine. El ritmo de la escritura, las rupturas indican que el autor está experimentando un texto desde su conocimiento del cine, desde su razonar como teórico del cine. El tejido dramático así lo indica, compuesto con elegancia en el uso de la lengua apegado al color local, a la Venezuela dominada por una demencia política que tiene en Evaristo la representación del torturador, el borracho machista que roba y maltrata hasta convertirse en un cadáver inflamado en el río Caroata. Un cadáver putrefacto: símbolo de lo que representa su gobierno. Un régimen que en el pasado encerró a sus mejores hijos en La Rotunda y luego en el Trocadero, como ahora en las mazmorras del siglo XXI: El antiguo El Dorado, Tocorón, Tocuyito, La Tumba del Helicoide, entre otras cárceles que han sido convertidas en cuevas para presos políticos.

Otros, cumplen un largo viaje por entre las tejas de los techos vecinos; los que avanzan desde casa de las Figueredo, por ejemplo, las mujeres locas de más abajo, y buscan meterse como ellas en el sueño de la casa y en los cerrados ojos de los muchachos con el único propósito de clavarles los aguijones en el corazón, y luego, los que a diario vienen con Evaristo desde los cuartos del Trocadero, los peores, los muy malignos, los sospechosos de crueldad y odio soterrado” (p. 44).

El poder, representado en diferentes tiempos, no cambia: es el mismo poder, el mismo crimen, los mismos abusos, la misma sangre derramada. 

“-No hagas caso, Edelmira, de lo que dicen. Eso de las torturas es pura mentira. Es una maniobra política de nuestros enemigos para desacreditar la Revolución que hemos hecho. No hagas caso –dice Evaristo, mientras se sirve agua de la pimpina y desaparece en su boca el trozo de carne ensartada en el tenedor”. (p. 67)

4.-

Pero si bien es cierto que los personajes son fantasmas que habitan en estas páginas, es la casa el verdadero personaje, que podría ser una imagen del país. Es una casa viva, orgánica, vegetal, animal, humana, fantasmal, memorial, sufriente.

Y las vecinas “bailamuertos”, las Figueroa, la abyección del afuera de la casa. El país atrasado, burdelero, trastocado por la persistencia de gobiernos militares (la narrativa nos lo dice de acuerdo con el contexto cronológico). Corren días de Gómez, días de Pérez Jiménez: regímenes maltratadores que se apoderan de todo hasta que, finalmente, son echados por quienes los pusieron en Miraflores

“-Se nos compara con la Gestapo, pero ¿quieres que te figa una cosa? Yo quisiera incluirme entre los que forman el gobierno, entre los que formamos parte de la Gestapo ésa de que se habla en los debates de la Constituyente, sin tener qué avergonzarme (…) Este país lo que necesita es eso –dice Evaristo dando con el puño un golpe en la mesa-. Un látigo. Este país es de los hombres que gobiernan”. (p. 68).

Los alacranes entran y salen de los cuerpos vivos y muertos. Cada alacrán es una narrativa. Cada alacrán es un carácter. Cada uno representa una dolencia, una muerte en casa, una muerte volátil, una vida muerta. Los alacranes simbolizan el alma de una casa, el espíritu de un país que no ha terminado de perfilarse como Nación.

Un país fantasma, fallido, habitado por muertos, los mismos muertos que Juan Rulfo inventó en “Pedro Páramo”. Años después en “Celestino antes del alba” y “El palacio de las blanquísimas mofetas”, de Reynaldo Arenas, el lector pudo sentir el mismo ambiente, la misma atmósfera, donde la muerte vive, donde la muerte se solaza en el hecho de ser un ente crítico. 

Esta es una novela metáfora. Una novela imagen, reflejo de ella misma, de los personajes que aún hoy siguen ambulando por la gran casa en la que habitan. La casa que se derrumba con unos muertos en su interior, con la excepción de alguien que agarra sus maletas y tira la puerta para escapar de tanta incuria.

Mujeres muertas. “una casa de viejas muertas, de beatas malignas llenas de alacranes”. (p.96). Mujeres vivas. Alacranes que brotan por sus ojos, por todos los huecos del cuerpo. Alacranes que caminan por las paredes, que se queman en el patio y terminan clavándose su propio veneno. 

Esta muestra magistral de Rodolfo Izaguirre se sigue escribiendo , porque su autor, según ha dado a conocer, trabaja el mismo texto desde algún tiempo. 

Los alacranes no mueren, se transforman. Casa de espectros, de la locura, país de fantasmas ambulantes.


      Promo Espacio Arte | Ensayista y escritor Rodolfo Izaguirre | VALETV Canal 5
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Rodolfo Izaguirre: Ensayista y crítico cinematográfico venezolano.


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Alberto Hernández. Fotografía de Alberto H. Cobo.


Alberto Hernández, es poeta, narrador y periodista, Fue secretario de redacción del diario El Periodiquito. Es egresado del Pedagógico de Maracay con estudios de postgrado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Es fundador de la revista literaria Umbra y colabora además en revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Ha publicado un importante número de poemarios: La mofa del musgo (1980), Última instancia (1985) ; Párpado de insolación (1989),  Ojos de afuera (1989) ganadora del 1r Premio del II Concurso Literario Ipasme; Nortes ( 1991), ; Intentos y el exilio(1996), libro ganador del Premio II Bienal Nueva Esparta; Bestias de superficie (1998) premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y diario Antorcha 1992 y traducido al idioma árabe por Abdul Zagbour en 2005; Poética del desatino (2001); En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (México, 2001);Tierra de la que soy, Universidad de Nueva York (2002). Nortes/ Norths (Universidad de Nueva York, 2002); El poema de la ciudad (2003). Ha escrito también cuentos como Fragmentos de la misma memoria (1994); Cortoletraje (1999) y Virginidades y otros desafíos.  (Universidad de Nueva York, 2000); cuenta también con libros de ensayo literario y crónicas. Publica un blog llamado Puertas de Galina. Parte de su obra ha sido traducida al árabe, italiano, portugués e inglés. 


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