Cuba sin mascarilla
La idealización de la Revolución cubana fue una peste (peor que esta del Covid-19 que padecemos) que contagió en Latinoamérica a muchos jóvenes y viejos con veleidades contestatarias, o inclinados hacia la ideología izquierdista. Hubo una admiración mesiánica y romántica hacia los connotados héroes de esa revolución como Camilo Cienfuegos, Huber Matos, Ernesto “Che” Guevara, Raúl Castro, Frank País, Fidel Castro y Juan Almeida, entre otros.
Imagen tomada de Comandante Huber Matos. |
Una buena porción de escritores e intelectuales se vieron encandilados por el resplandor heroico-pragmático de un hecho que cambiaba el mapa político del mundo. Enseguida prepararon maletas para realizar sus respectivos viajes turísticos a la isla y así respaldar, de manera tácita, esa utopía que llegaba como una nueva aurora de luz. Todo muy empalagoso, pintoresco y bucólico. El afiche del Che decoraba muchos cuartos juveniles en el mundo y a este respecto, hace años, Fernando Savater escribió: “Mis amigos libertarios y yo teníamos al Che por basura leninista, exportada con fines propagandísticos por un gran campo de concentración llamado Cuba; sus posters jesucrísticos, rodeados de veneración por progres blandengues, no nos merecían más que sarcasmos”.
Luego a la revolución se le acabaron sus cinco minutos de fama y cayó en eso que los sociólogos denominan “rutinización del carisma”. Perdió su magia y de utopía liberadora devino en dictadura estalinista, especie de maquinaria depredadora, mentirosa y mejor aceitada para la represión y el asesinato que la dictadura de Batista.
En Venezuela hemos ensayado/calcado el estilo de régimen a la cubana y como se sabe todo se ha ido por el círculo del inodoro.
A pesar de todos los desafueros de la dictadura, maquillados con eso del bloqueo y demás sofismas antigringos, la Revolución cubana para los ojos de muchos izquierdistas (uña en el rabo diría mi madre) sigue siendo la piedra angular de sus convicciones libertarias, y a sus héroes, muertos o defenestrados, los continúan manteniendo en un pedestal de veneración intocable.
Hoy la dictadura dinástica de los hermanos Castro deja ver su profundo resquebrajamiento y la gente, hastiada de tantas purgas, de tanta vigilancia del G2, de tantas privaciones de toda índole, exilios, encarcelamientos injustificados y sobre todo del hambre, ha decidido salir a la calle y gritar a voz en cuello todo lo que se le ha reprimido por años, especie de grito que ha retumbado de manera global. El escritor Leonardo Padura ha escrito: “Un grito que es también el resultado de la desesperación de una sociedad que atraviesa no solo una larga crisis económica y una puntual crisis sanitaria, sino también una crisis de confianza y una pérdida de expectativas”.
Como era de esperarse la represión y los juicios sumarios por traición a la patria han sido la respuesta de una dictadura que parece haber cumplido su ciclo de sangre e injusticia. En Venezuela hemos ensayado/calcado el estilo de régimen a la cubana y como se sabe todo se ha ido por el círculo del inodoro.
La Cuba de la dinastía/dictadura castrista ha subsistido a través de innumerables mitos y mentiras muy bien publicitadas/administradas. Un mito de gran repercusión fue el de los avances médicos vanguardistas. Hoy con la pandemia del Covid-19 se ha caído esa máscara (o mejor dicho esa mascarilla), dejando ver el rostro paupérrimo de una estructura sanitaria construida con los palillos de dientes de la ciencia ficción más elaborada.
El cacareado hombre nuevo devino en hombres y mujeres utilizando el ingenio de la viveza y la trampa para subsistir, donde la solidaridad entre camaradas era sólo un subterfugio y la gran conciencia revolucionaria era sólo noticia retórica del Granma (órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba). Este hombre nuevo creado por la dictadura sólo demostraba una cosa: puedes ocultar el hambre, pero ésta agudiza el ingenio.
Fidel Castro dijo una frase que define su rol político: “La historia me absolverá”, y claro que lo ha hecho, pero al mismo tiempo lo ha colocado en el pasillo de las dictaduras ilustres junto con Pinochet, Videla, Juan Vicente Gómez y otros deslustrados mandatarios que han destruido de manera sistemática a Latinoamérica.
Para Vargas Llosa estas protestas no son otra cosa que el preámbulo de un fin que inexorablemente llegará: “Las manifestaciones contra el régimen castrista que ocurrieron en varias ciudades y pueblos de Cuba los días 11 y, más diluidas, el 12 de julio, no acabarán con la Revolución cubana, pero sí constituyen un avance considerable sobre su deterioro y final destitución. Luego de 62 años de progresivo empobrecimiento, el pueblo cubano, estimulado por el caos en que se encuentra la isla, sin alimentos, con la incertidumbre del coronavirus y el deterioro de todas las instituciones, sin trabajo y escasez de vacunas y alimentos, ha perdido el miedo”.
La pandemia del Covid-19 posee algunos rasgos similares a eso que se llama revolución en el sentido de que todo lo trastoca, todo lo somete a un cambio implacable.
En las calles de La Habana hay un mural con una bandera cubana ondeante y dentro de la bandera, ocupando el centro, está el rostro de Fidel Castro, joven y con barba negra abundante, y para subrayar su eternidad casi de santo, su distintiva boina revolucionaria. Bajo la bandera la frase: “Revolución: Es cambiar todo que debe ser CAMBIADO…”. Frase que recuerda mucho, y la cual es ya una muletilla frecuente, “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. La frase aparece en la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa El Gatopardo y señala un principio básico de toda revolución. En Cuba desde la Revolución todo cambió, pero lo único que se ha mantenido inmutable durante 62 años es la dictadura castrista.
La pandemia del Covid-19 posee algunos rasgos similares a eso que se llama revolución en el sentido de que todo lo trastoca, todo lo somete a un cambio implacable. Para hacerle frente a la pandemia la gente en consenso adoptó algunas medidas de protección y luego están las vacunas en un intento por erradicarla.
Las dictaduras (del color y tendencias que sean) tienen en común con una pandemia que también todo lo transforman, pero en esos ajustes y cambios la muerte (o la cárcel) son su impronta distintiva. Al igual que una pandemia se combaten con esa vacuna insoslayable de la protesta ciudadana, como hemos hecho en nuestro país, los nicaragüenses con Daniel Ortega y como ahora lo ha hecho Cuba de forma audaz y determinante. El mejor epitafio para ese espejismo de revolución que devino en dictadura feroz y que arrojó al exilio (o las cárceles) a muchos cubanos es una frase del escritor Guillermo Cabrera Infante: “Todos llevamos a Cuba dentro como una música inaudita, como una visión insólita que nos sabemos de memoria. Cuba es un paraíso del que huimos tratando de regresar”.
Carlos Yusti en Barcelona, con la estatua de Colon al fondo, al final de la Rambla donde desemboca en el puerto. |
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