domingo, 31 de diciembre de 2023

UN HOMBRE SILBA CON LA BOCA SECA EN LA FRONTERA INVISIBLE DE ADHELY RIVERO

 


Crónicas del Olvido

UN HOMBRE SILBA CON LA BOCA SECA

(Luego de leer “Frontera Invisible” de Adhely Rivero)

**Alberto Hernández**


El hombre renovó sus votos con su mismidad. No se hizo de rogar por el bullicio citadino; sin embargo, tomó en préstamos algunas imágenes y escribió poemas donde la polis, la urbe organizada en su caos, siguió siendo la casa donde escribió sus libros, donde estudió, tuvo familia, se enamoró las veces que quiso y calmó sus ímpetus ante la vacilación: no cambió su manera de decir, de cantar en lo solo, de dejarse llevar por las ilusiones pasajeras. El hombre, el poeta, se refundó con el retorno a la ciudad porque en la tierra natal ya no era el mismo aunque seguía siendo campesino. 

El hombre que escribió este libro, “Frontera invisible”, marcó en la tierra una línea para poder saberse parte de un mapa. Cruzó el borde de ese país hacia uno vecino, a caballo o en vehículo mecánico, a sabiendas de que no había diferencias entre el discurso suyo y el del otro. El mismo idioma, el mismo cabalgar, la misma postura y hasta los mismos desafueros.

Los mismos animales del monte pastando bajo el extenso cielo llano.  

Adhely Rivero es ese hombre: pese a los viajes, traducciones, halagos, tentaciones y lecturas sigue siendo el mismo de su origen: el que se trajo el campo a la ciudad y el que hizo de la ciudad parte de su campo. Por eso, en “Frontera invisible” no hay alcabalas que  prohíban el ingreso de sus voces. Por eso esa frontera no visible permite que ambos paisajes se entrelacen, pero siempre el acento, el tono y la postura del hombre en la puerta de tranca con el ojo abierto para seguir mirando y describiendo el dónde, el lugar de donde se viene. El botalón de los primeros días.

Aquí hay varios libros. En esta puesta en marcha de estas páginas nos encontramos con poemas ya leídos en otros volúmenes. Es una suerte de antología en la que se configuran novedades, textos nuevos que se hacen con los pretéritos para concebirse hallazgos en los lectores que no conocen la poesía de Adhely Rivero. Es, digamos, un nuevo libro con textos vertidos gracias a la novedad de la magia poética, siempre concebida como un nuevo nacimiento. 

La ciudad es, entonces, parte crítica, como un geografía riesgosa, pero complementaria, pese a eso, a su peligrosidad, a su desconocimiento:

“A la ciudad se debe entrar desarmado”, porque andar armado es cosa de cobardes. 

La metrópolis abunda en personajes, en símbolos, en signos, en lenguajes. Todo eso lo traduce la voz del que llega y hasta medita acerca de los que van y vienen, se quedan o se marchan. Y éstos se humanizan o se convierten en “Esos perros que deambulan por la ciudad”

No deja de estar en estas hojas poéticas la épica de quienes cruzan fronteras a caballo, a pie por las trochas, temerosos. No deja de ser parte del éxodo quien cambia de paisaje, pese a quedarnos en el aturdimiento provocado por la desmesura de las lejanías: en eso atiende el lugar y sus accidentes: es extensión y encuentros, pero también pérdidas. 

“Nos fuimos al país más vecino…”, pudo haber sido a lomo de bestia, en tiempo pasado, en medio de guerras y escaramuzas o persecuciones. 

Otro paisaje descubierto por el ojo del hombre venido de la sabana es el mar, ese animal acuático que “lo corroe y lo borra todo”. Tan extenso como la tierra dejada atrás por el cuerpo sigue siendo el terruño un mar de ilusiones, la memoria vital.

Adhely Rivero afirma con esta línea, como una insistencia:

“Voy a leer un poema antes de morir”,

es decir, el poema, el de su tierra abierta, ancha de cielo: el mar imaginario que Lazo Martí pudo advertir como una ola en el aire. “Mar y llano”.

Este paisaje, el de los primeros años, también contiene la historia del país: sus personajes siguen intactos en la memoria colectiva, sobre todo en la memoria de los pueblos más alejados de la urbe. Allí las anécdotas, los cuentos de camino, los arrochelamientos para compartir la juglaría y el relato.

 La poesía de Rivero es un costado de nombres anónimos y eventos que le atañen en persona, pero también se mueven en medio de sujetos conocidos, como el fusilado general Piar, entre otros.

Finalmente, la espera, el viejo que mira el horizonte, la frontera borrada por el polvo; el viejo sentado en su silla de cuero, como aspirando el olor de su muerte.

De tanto silbarle a la soledad, la boca se le seca.







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Adhely Rivero nació en Arismendiestado Barinas,  Venezuela en 1954. Está residenciado en Valencia desde 1970. Licenciado en Educación mención Lengua y Literatura por la Universidad de Carabobo. Fue Jefe del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, donde dirigió la Revista Poesía y coordinó el Encuentro Internacional Poesía de Universidad de Carabobo. Ha obtenido varios premios por su trabajo poético, entre ellos el Premio de Poesía Facultad de Ciencias de la Educación (dos años consecutivos) U. C. Premio ‘Miguel José Sanz’ de la Facultad de Derecho de la Universidad de Carabobo. Premio de Poesía de la Universidad de Carabobo. Premio de Poesía Universidad ‘Rómulo Gallegos’. Premio de Poesía ‘Cecilio Chío Zubillaga’ de Carora. Premio Único de Poesía 40 Aniversarios de la Reapertura de la Universidad de Carabobo. Ha publicado los libros: 15 Poemas (1984); En sol de sed (1990); Los poemas de Arismendi (1996); Tierras de Gadín (1999); Los Poemas del Viejo (2002); Antología Poética (2003); Medio Siglo, La Vida Entera (2005); Half a Century, The Entire Life, (2009): versión al Inglés de Sam Hamill y Esteban Moore. Poemas (Antología editada en Costa Rica) (2009): Compañera (2012). Poesíe Caré, Poemas queridos (2016), Versión al italiano de Emilio Coco, publicado en Colombia. Está representado en varias antologías nacionales y en la antología italiana La Flor de la Poesía Latinoamericana de hoy, tomo I, II, editada en Italia, 2016. Ha participado en diversos e importantes Festivales de poesía a nivel nacional e internacional, entre ellos, el Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia, en 2007 y 2016. Festival Internacional de Poesía Al-Mutanabi en Suiza. 2008. Festival Internacional de Poesía de Bogotá, Festival Internacional de Poesía del Mundo Latino, México. Festival Internacional de Poesía de los llanos Colombo-Venezolano en Yopal, Colombia. Feria Internacional del Libro de Bogotá, Colombia, Feria Internacional del Libro de Caracas, Venezuela. Festival Internacional de Poesía de Venezuela. Festival Internacional de poesía de los llanos colombo-venezolano en Arauca, Colombia. Encuentro Internacional Poesía Universidad de Carabobo, Feria Internacional del Libro Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela. Bienal Internacional de Literatura “Mariano Picón Salas”, Mérida, Venezuela. Sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, alemán, francés y árabe. La revista POESIA le rindió homenaje en su número 156.

 


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Alberto Hernández

Nació en Calabozo, estado Guárico, el 25 de octubre de 1952. Poeta, narrador y periodista. Se desempeña como secretario de redacción del diario “El Periodiquito” de la ciudad de Maracay, estado Aragua. 

Fundador de la revista literaria Umbra, es miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo y colaborador de publicaciones locales y  extranjeras. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria.

Ha publicado los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996). Además ha publicado el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999).  Recientemente ha publicado «Poética del desatino» y «El sollozo absurdo».

Enlaces relacionados:


Disfruten el video del "Recital de Poesía" con los poetas Enrique Mujica, Carlos Ochoa y Adhely Rivero




"Recital de Poesía" con los poetas Enrique Mujica, Carlos Ochoa y Adhely Rivero el 7 de diciembre





La honda gratitud de Adhely Rivero hacia el entorno natural en su Mundo Poético



El poeta Adhely Rivero será homenajeado en la Filuc 2023



Los Poemas Queridos de Adhely Rivero



III Concurso literario de la Facultad de Derecho “Miguel José Sanz” en 1980



SEPARADOS EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO (3)



sábado, 30 de diciembre de 2023

Venezuela desde hace 15 años tiene una tasa negativa de producción de conocimiento, pero lo importante es Yulimar Rojas y la Vinotinto

 



Venezuela es el único de los grandes países latinoamericanos con tasa negativa de producción de conocimiento


En un artículo del Boletín de la ACFIMAN se estudia cuantitativamente el progreso y estado actual de las actividades de investigación en el país durante el período 1970-2022, usando como variable bibliométrica el número de artículos y obras publicadas


Las comparaciones son antipáticas pero necesarias cuando se trata de medir avances en áreas neurálgicas para una nación, como lo es el sector de ciencia, tecnología e innovación. Esto fue lo que se hizo en una publicación de la edición más reciente del Boletín de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela (ACFIMAN), donde se evidencia “la dramática realidad de la investigación y desarrollo y, en general, de la generación de conocimiento en el país”.


En el artículo “Producción de conocimiento en Venezuela 1970-2022”, se sostiene que “la empedernida y exclusiva caída desde 2009, que ya lleva 15 años, es sin duda lo más deslustrado en la historia del quehacer científico, tecnológico y humanístico de Venezuela”. Los autores de este estudio cuantitativo son el doctor Ismardo Bonalde, investigador titular y jefe del Laboratorio de Temperaturas bajas del Centro de Física del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) e Individuo de Número de la ACFIMAN; y Barbara Montañes, licenciada en Física de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y Profesional Asociada a la Investigación (PAI) del IVIC.


Variable bibliométrica




Según los autores, desde 2009 Venezuela es el único país (de los 14 con mayor producción) con tasa negativa de generación de conocimiento en América Latina y el Caribe: pasó del quinto lugar en 2006 al décimo primero en 2022. Para este análisis, se compara a Venezuela con Brasil, México, Argentina, Chile, Colombia, Perú, Ecuador, Cuba, Uruguay, Costa Rica, Panamá, Paraguay y Bolivia. Al utilizar como variable bibliométrica el número de artículos y obras publicadas (y analizar sólo a aquellos con más de quinientas publicaciones anuales en los años recientes), más de la mitad de los países independientes del subcontinente (33) y de los territorios caribeños dependientes (14) fueron excluidos.


En 2017, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) propuso más de doscientos indicadores para monitorear los avances en ciencia, tecnología, innovación e industria a nivel mundial. Bonalde y Montañes se decantaron por artículos y obras (artículos regulares, resúmenes arbitrados, artículos de revisión, notas y reportes técnicos, reportes de casos médicos, libros y capítulos de libros), por ser el indicador de la generación de conocimiento que se usa con mayor frecuencia. Para el estudio, usaron la base de datos Science Citation Index (que en 1997 pasó a ser Web of Science, WoS), con una gran extensión en cuanto a cantidad de revistas clasificadas (más de 34 000 en todas sus colecciones) y tiempo (desde el año 1900).


Remando en dirección opuesta

“Siempre se pueden emplear otras maneras de evaluar, pero es importante y necesario que sean objetivas y cumplan con estándares internacionales para hacer comparaciones válidas”, aclara el doctor Bonalde. “Sería un error aislarnos y empezar a definir nuestros propios conceptos y valores, que nadie más va a utilizar”.


Según el académico, “cualquier variable numérica o bibliométrica puede ser cuestionada si el análisis es desfavorable. Pero pudiéramos evaluar, como una forma indirecta de medida, cómo la generación de conocimiento impacta directamente al sector productor de bienes y servicios y a las actividades culturales y humanísticas. En Venezuela, la producción de conocimiento es extremadamente baja según parámetros bibliométricos. También es muy pobre el desarrollo del sector productivo y de todo lo relacionado a la cultura y sociedad. Sin embargo, el desarrollo del conocimiento en el país ha estado bastante desvinculado del crecimiento industrial y comercial, por lo que no podemos usar tal asociación como medida”.


Más del 1 % de la producción de conocimiento

Venezuela es el único de los grandes países latinoamericanos con tasa negativa de producción de conocimiento

Pasillos de la UCV (Wikipedia)

De acuerdo con la investigación, las universidades venezolanas concentran el 75 % de la producción nacional de conocimientos.


De las siete universidades y un instituto de investigación analizados (Universidad Central de Venezuela, UCV; Universidad de Los Andes, ULA; Universidad Simón Bolívar, USB; Universidad del Zulia, LUZ; Universidad de Carabobo, UC; Universidad de Oriente, UDO; Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, UCLA y el IVIC), la UCV, con 23,1 % del total, supera a las demás. Le siguen la ULA (15,7 %), el IVIC (14,2 %) y la USB (13,4 %), una de las más pequeñas del grupo.


“Aquí debemos leer con cuidado los resultados”, explica el doctor Bonalde. “La UCV y la ULA (así como también la UC, la UDO, la UCLA y LUZ) son mucho más grandes que el IVIC y de mayor tamaño que la USB”.


En el ámbito nacional, se tomaron como referencia aquellas instituciones académicas que contribuyen con más del 1 % de la producción total de conocimiento.


Áreas de conocimiento predominantes

El hecho de que estas siete universidades y el IVIC acaparen la producción de conocimiento -en un universo de más de cien instituciones académicas en todo el territorio nacional- “implica que la inmensa mayoría de las organizaciones educativas universitarias en el país no tienen las condiciones ni los recursos adecuados o no están diseñadas para desarrollar actividades de creación de conocimiento. Esto debe revisarse”, sugieren los autores.




En el artículo publicado en el Boletín de la ACFIMAN, Bonalde y Montañes opinan que debe reforzarse la ingeniería, que obtuvo un 23,9 % del total de las publicaciones por áreas del conocimiento. Aunque creen que las ciencias naturales (69,2 %) y la medicina (43 %) están en la cima de la clasificación por razones justificadas, “una relación fuerte de los medios académicos y sus áreas de ingeniería con el sector productor de bienes y servicios es absolutamente necesaria para apoyar al sostenimiento de la economía”.


Históricamente, cada sector (ciencia e industria) se ocupó de crecer por su cuenta, “hasta 2008 la ciencia y hasta comienzos de este siglo el sector empresarial”, recuerda Bonalde. “El Gobierno nunca actuó como catalizador de esa relación, ni directa ni indirectamente. Por el contrario, el Estado se dedicó a financiar a las universidades e institutos y a subsidiar al sector empresarial. Con esos avales económicos, no hubo necesidad de encuentros: la universidad no necesitaba recursos privados o empresariales y el sector productor no necesitaba ser competitivo”.


Caso Locti

Una buena política fue la promulgación de la Ley Orgánica de Ciencia, Tecnología e Innovación (Locti) en 2001, especialmente su reforma del 2005. No obstante, su impacto no fue evidente. “Funcionó en favor de la academia y el sector productor por poquísimos años. En 2010 el Estado cortó esa iniciativa y desde entonces ambos sectores, académico e industrial, transitan (aunque no necesariamente como consecuencia de ese rompimiento) por el sendero de la miseria y el desconcierto”, insiste el Individuo de Número de la ACFIMAN.


Incluso, durante los años de mayor disponibilidad directa de recursos Locti (2007-2009), la producción de conocimientos se desplomó. Justo en 2007, Colombia desplazó a Venezuela del quinto lugar en la clasificación regional y subió su índice de producción hasta alcanzar a Argentina y Chile en pocos años. “Aquí vemos un ejemplo de la relevancia de tener a disposición indicadores de comportamiento, como lo es el estudio presentado por nosotros”, dice Bonalde. “Tengo la certeza de que la Locti fue una iniciativa de avanzada en comparación con otras implementadas en la región latinoamericana. Creo que no se le dio el tiempo suficiente a la Locti de 2005 (o una versión mejorada para los intereses de la ciencia y la industria) para ver el efecto seguramente muy positivo que hubiese tenido. Ahora la empresa nacional está en recesión y presionada fiscalmente”.


La diáspora venezolana


Los autores también evaluaron la contribución de la diáspora venezolana a la producción total de conocimiento. Para ello, consideraron todos los artículos con autores cuyas afiliaciones refieren a una institución venezolana y a otra extrajera, sin un autor cuya afiliación fuese solamente a instituciones venezolanas o que indicase a una instancia venezolana como dirección permanente.


Los resultados indican que la participación de los venezolanos radicados permanentemente en el exterior sin colaboraciones en Venezuela es cercana al 20 % hoy en día. El rápido aumento (casi 2,5 veces) del aporte de la diáspora en 2016 coincide con la salida de un gran número de ciudadanos con formación de posgrado a países como España, Ecuador y Estados Unidos (EEUU).


Para Bonalde, la contribución de la diáspora debe ser individualizada y conocida “para no incluirla como parte de nuestro desarrollo (aunque pobre) local. Las instancias gubernamentales y tomadoras de decisiones deben tener claro el estado y la condición local de nuestras áreas científicas, sociales y humanísticas para decidir correctamente el rumbo de las mismas”.


Venezuela es el único de los grandes países latinoamericanos con tasa negativa de producción de conocimiento


Fachada del Centro de Física del IVIC (www.ivic.gob.ve)

Una oportunidad


El panorama es calamitoso: deterioro político, económico y social del Estado, caída sostenida del Producto Interno Bruto (PIB), malas políticas de financiamiento, daño a las estructuras generadoras de conocimiento, inadecuadas formas para mantener en el país al talento profesional y quiebre de la calidad de vida de esa reserva humana.


¿Se vislumbra una luz al final del túnel? El doctor Bonalde confía en que sí. “Ahora mismo, como nunca antes, los académicos y empresarios están conscientes de la necesidad de un acercamiento, en el peor momento histórico para ambos sectores, y tienen la mayor disposición para hacerlo una vez se recuperen las condiciones apropiadas”.


“Producción de conocimiento en Venezuela 1970-2022” está disponible en el Boletín de la ACFIMAN (Volumen: LXXXIII, Número: 2, Año: 2023, Páginas: 1-11).


Tomado de la ACFIMAN




Producción de conocimiento ... by Dimitri Lipo



viernes, 29 de diciembre de 2023

Las calladas maneras de Dios, un Cuento de Rafael Simón Hurtado

 




Las calladas maneras de Dios (ficción)

El cuento “Las calladas maneras de Dios”, de Rafael Simón Hurtado, -reconocido con Mención Honorífica en la 2da. Edición del Premio Anual de Cuentos “Salvador Garmendia”. 2017-, pone el acento en el tema del abuso sexual y la violación de menores de edad por parte de miembros de la Iglesia Católica; pero sobre todo, hace énfasis en la cultura del silencio que ha dañado la autoridad moral de la mayor representación de Dios en la tierra. El personaje central de la historia es el mayordomo del Papa, quien narra, en cuanto testigo de excepción, cómo el Papa, suprema autoridad de la Iglesia, sucumbe ante el agobio de los pecados cometidos por la institución que representa..




“Además de la espada y el hambre,

existe una tragedia mayor:

el silencio de Dios,

que no se revela más y parece haberse recluido en su cielo,…”.

JUAN PABLO II







1



Gracias a mi trabajo tengo el privilegio de oler cada mañana la intimidad del Santo Padre, percibir el rumor de sus pensamientos aun cuando no me mire. Soy el administrador del calor de sus aposentos y mantengo abiertas las ventanas para que el aire ventile el tamo de las alfombras. Mi nombre es Ángelo Gabriele y soy el mayordomo del Papa. Súbdito por decisión propia de las necesidades del hombre más santo del mundo, en quien Dios destinó el cuidado de las almas.


Cuando despierta, lo oigo murmurar una oración matinal con la que compensa un sueño de sobresaltos, y con la que agradece a Dios por sacarlo intacto del infierno de sus pesadillas. Sentado en el borde de la cama ora, y cada vez que lo veo en este entrañable instante, no dejo de sorprenderme de cómo el impulso de sus palabras lo eleva cinco centímetros sobre su cama al encuentro de Dios, en un envión de reconocimiento y amor mutuo.


Lo ayudo a levantarse. Mediante cortos pasos afinca cada pie como si los posara sobre harina cernida. El polvo blanco de la luz que entra por la ventana lo alza sobre el piso, abandonando tras de sí la debilidad de unas sábanas de las que emana la fragancia tenue de su respiración nocturna. De rumbo al baño olvida pedazos de sí mismo: la dentadura en el vaso de agua, sus pantuflas de felpa roja que ocultan unos pies de sangre azul, y el cuerpo ahuecado del pijama, que deja al descubierto unos huesos duros como una armadura.


Cuando entra a la sala de baño, también olvida la puerta abierta. De su interior surge una fosforescencia celestial que ilumina el cuerpo desnudo sentado en la taza del inodoro, desde donde brota el inconveniente de olfatear hasta sus más recónditas secreciones. En virtud de estas visiones, sé de su preferencia por el papel toilette de seda, los jabones de baño chino y el aroma de los perfumes de factura francesa. Sé de la marca de la afeitadora con la que se rasura, y por el vapor que niebla los espejos, sé de su gusto por el agua caliente y la urdimbre y la trama de la toalla con la que seca su fe.


Cuando fui nombrado su mayordomo, elegido como depositario de su confianza de entre un número de mil aspirantes, ya dominaba el servicio de la hospitalidad, pues desde mi temprana juventud me gustó la idea de ayudar a los otros a sentirse bien, a apoyarlos en sus gestiones domésticas. Ello siempre me trajo problemas con mi padre, a quien nunca pude convencer de que mi vocación nada tenía que ver con los atributos de un alma caritativa, o con alguna disposición para la redención o la aprobación constante de los demás. Tampoco escondía una orientación desviada de mis preferencias sexuales. Sencillamente, adoraba el orden y la excelencia, y me complacía anticiparme a la voluntad de todos.


Por eso, cuando supe de la oportunidad de servir al Papa, no lo dudé ni un momento, pues era como alcanzar la plenitud del servicio, aunque eso supusiera abdicar a mi propia vida. Con lo que nunca soñé fue en convertirme en la sombra de aquel cuerpo repleto de tantas angustias, en el testigo principal de una duda esencial ante Dios.


Era frecuente ver su figura concentrada en la quietud y en el silencio de su despacho, que yo vigilaba para que no se vieran afectados sus morosos y sagrados momentos de escritura. Allí dejaba pasar el tiempo y la vida embutido en el sillón, a veces, con los ojos cerrados, como quien piensa mejor en una sombra absoluta; o leía, cavilando en su cama, hasta la hora de la siesta, abandonándose a la vida abstracta con la que gozaba de la ausencia de los relojes.

Fotograma de la película "Habemus Papam".


2



Cuando lo seguía por los corredores del Vaticano, me parecía caminar en el rastro de aire tenue que dejaba su cuerpo en movimiento, a través del túnel solitario, lento y silencioso de sus pasos. Un pasillo apropiado con el que se ponía a salvo de la angustia de una realidad que lo hacía fingir otra vida. Llegó al extremo de ordenarme el uso de zapatillas de lana sorda, para no oír mis pisadas.


-“La mayor felicidad es la quietud; el silencio”, me decía.




3


Esta condición la implantaba incluso en sus comidas, en las que la frugalidad hacía de árbitro del placer: Un pequeño, -muy pequeño-, trozo de carne, pescado o pollo, según el día, reposaba mudo en el centro de un único plato, depositado en medianas hojas de lechuga, tomates y frijolitos tiernos. El gusto de una salsa hecha de aceite de oliva y pesto de hierbas, trababa la guarnición. Y una rodaja de pan de almendras, venía a colmar los cuatro bocados que eran pasados con discretos sorbos de vino blanco o tinto, según el trozo de carne previsto en el menú. No había lugar para la sobremesa, pues, por decisión propia, se había negado el recurso de una grata conversación con otros comensales.


De esta manera fui testigo de cómo cada uno de los gestos del hombre a quien llegué a admirar con devoción, anunciaba la anulación de sus facultades perceptivas, poniendo el ego bajo sus pies. Pronto dejó de ver y admirar el paisaje, de oír las melodías sin más auxilio que su memoria, de olfatear los aromas de su propio cuerpo, o de sentir el contacto de un apretón de manos; mucho menos la confianza de un abrazo.


(Debo advertir aquí que la estampa que ahora registro, sólo desea dejar un dibujo rápido del asombro de haber estado tan cerca del misterio, y haberlo visto develado. De ninguna forma tiene la intención de traicionar confidencialidades ni delatar secretos. No pretendo ingresar a la lista infame que revela una historia de mayordomos desleales, de documentos filtrados y comisiones secretas, ni la de aquellos sirvientes que, amparados en la confianza concedida, denuncian la corrupción que crece bajo la túnica de San Pedro. Mi única intención es delinear el rostro de un ser atormentado, sobre cuyas espaldas pesaba el fardo de dos mil años de pecado).


Mi primera alarma se produjo una noche, cuando el pensamiento y los sueños del Papa se tocaron en el delirio de la madrugada. Ya se me había advertido del insomnio del Santo Padre, pero no pude evitar sorprenderme y preocuparme cuando lo vi caminando en círculos por toda la habitación, impaciente y tembloroso.


Fotograma de la película "Habemus Papam".


4



Según me decía, de la oscuridad de su cabeza brotaban las voces reales de la muchedumbre en la plaza de San Pedro. Católicos confirmados en la fe, herejes convertidos por la Iglesia, e infieles iluminados, de pronto, en la verdad divina, atenazados por la elipse de las columnas de Bernini, le reclamaban la absolución de sus propias vilezas y la reiteración de la promesa de la vida eterna. Podía oír con claridad no sólo las voces de la feligresía alrededor del obelisco, sino también la de cada uno de los miembros de todas las congregaciones del mundo. Las palabras le llegaban como murmullos claros e individuales a su cabeza.


Cada noche, cuando el insomnio lo vencía, arrastraba pesadamente las zapatillas de terciopelo, hasta llegar al balcón. Desde allí, se dirigía a una multitud espectral, con los ojos encendidos, los cabellos revueltos y el camisón del pijama empapado en sudor. De frente a la gran plaza vacía, con los tres dedos usados para la consagración papal, bendecía, aterrorizado, a una muchedumbre inexistente. Verlo así, me hacía recordar la fotografía oficial que lo retrató el día de su toma de posesión, cuando, de espaldas en el palco de la basílica, miró emocionado a la vociferante multitud en la plaza, como un coloso que abrazaba a la totalidad de la raza humana.


Durante esas mismas noches de desvelo me llamaba, con un grito ahogado, para buscar sosiego en las infusiones de un té de manzanilla que calmara los sonidos de su pecho.


-“Ángelo, -suplicaba-, no me dejes solo”.


Luego de apagar las luces de su habitación, lo asaltaba el temor a la oscuridad del poder.


La angustia se agudizó cuando abrió en twitter la cuenta: @santopadre, por recomendación de la curia, con la que se pretendía hacer accesible, en una ficción de cercanía, la comunicación del trono pontificio. Disponer de un destino como éste en la red, para él no era sino una indecencia, pues la verdad es que no podría atenderlo personalmente.


-“Hoy los mensajes no pueden ser simplemente transmitidos, deben ser compartidos personalmente, y cuando digo personalmente me refiero a que mi aliento debe empañar el cristal de las miradas”, se quejaba.


Y si a ver vamos, tenía razón, pues con sus múltiples ocupaciones, poco tiempo le quedaría para enviar sus respuestas a los millones de feligreses que le escribirían esperanzados de obtener una bendición o una recomendación, aunque fuesen en textos no más extensos que un versículo bíblico.


-“Además, -decía-, “el dichoso twitter es un trazo de palabras que si bien obra como un susurro mundial, incansable y polifónico, es absolutamente efímero”.


La cuenta casi estalla el día que decidió hacer pública la expulsión de más de cuatrocientos sacerdotes de su ministerio por comprobados casos de abuso sexual a menores de edad. Los mensajes, procedentes de todas partes del mundo, -en italiano, español, alemán, francés, inglés, portugués, polaco, árabe, coreano, chino, africano, ruso, y hasta en latín-, aunque reconocían el valor de su decisión, también exponían al Papa a las críticas más acerbas, denigrándolo en 140 caracteres. Algunos de los mensajes recibidos, en días sucesivos, segundos tras segundos, horadaban la tranquilidad del Sumo Pontífice, pues los trinos aparecían en la pantalla de su celular, escritos con las señas de identidad de los pecadores, con sus nombres y apellidos.


@santopadre El sacerdote Phil G., de Bristol, guarda en su computadora las fotografías de sus estudiantes desnudos.

@santopadre El párroco de Arbizu, Tomás J., desde hace 2 años, abusa de la hija pequeña de Asunción, la esposa del tendero del pueblo.

@santopadre El sacerdote Adão, de Cale, se fugó del país luego de que el padre de un niño de 12 años, lo enfrentó por abusar de su hijo.

@santopadre El cura Ramiro C. hace tocaciones a los pacientes inconscientes en la UCI del Hospital de F., mientras le suministra la unción de los enfermos.



5


Aquellas voces, globales, inagotables, simultáneas, para nada tuvieron la condición de lo fugaz, por el contrario, más allá de las redes sociales, comenzaron a reproducirse como un sonido ensordecedor en su cabeza. Durante los días, en las homilías y reuniones de trabajo, y durante las noches, en su habitación.


Hubo un caso que lo sacudió, particularmente. El sacerdote John G., de Boston, había abusado de cientos de niños en 30 años de sacerdocio. Además de que la Iglesia debió compensar con millones de dólares en indemnizaciones y terapias a las víctimas, el condenado a cadena perpetua, murió estrangulado por un joven recluso, que según se supo después, había sido uno de los niños violados.


Estos delitos en la Iglesia no eran nuevos. Todos lo sabían. Muchos se lo atribuían a una crisis del celibato sacerdotal, regla ancestral con la que alguna vez se quiso regular la relajación en los hábitos sexuales y la hipocresía de los sacerdotes. Él, en el fondo, -un ser de espíritu monacal, de soledad y oración-, pensaba como el Apóstol Pablo: “Una conciencia cauterizada, promovida alternadamente por el celibato y el divino perdón, puede estimular a los sacerdotes sexualmente hambrientos, a imponerse como depredadores, con ventajas sobre sus víctimas, desde el confesionario”.


Anotó en su diario: “El pecador obstinado, dispensadas una y otra vez sus culpas se hace insensible a las amonestaciones del espíritu, como la piel del animal ultrajado con un hierro ardiente se vuelve duro ante el dolor”.


Un episodio de su propia juventud de seminarista vino como una pesadilla a turbar aún más sus pensamientos. Recordó la vez en la que él mismo fue intimidado con la excomunión por un obispo que visitaba el seminario, si contaba lo que había visto.


-“¡Que el Hijo del Dios viviente te maldiga, si algo cuentas de lo que has descubierto!”, lo amenazó el hombre vestido de sotana, roquete y chal, con una cruz in péctore.


… tuvo que convivir con aquella imagen, que con los años se tornó confusa, decadente, repugnante; que nunca pudo ni siquiera revelar en el confesionario, pues el recuerdo de sí mismo, arrodillado, declarando el asco y la antipatía que le causaban aquella ofensa a Dios, descubierta en el baño del seminario, le imponía la imagen del obispo, como un demonio de hábitos negros, que ofrecía entre sus piernas, debajo del hábito arremangado hasta su cintura, la hostia blanca de la comunión al efebo también arrodillado y desnudo.



6


Ni la Biblia-ni los Sacramentos-ni la Moral Cristiana-ni la Espiritualidad-ni la Liturgia-ni el Derecho Canónico-ni la Pastoral-ni la Catequesis-ni la Iglesia-ni la Fe-ni Dios-ni Jesucristo, pudieron borrar aquel retrato de su conciencia. Ahora volvía, en imágenes virtuales, a través de la red. Oponiéndose a las virtudes, multiplicándose en excesos, para sobrealimentar el abismo del sexo hasta los límites de la anarquía de la imaginación.


Tenía escrito en su diario: “De manera similar a cómo el gusto puede corromperse por la exuberancia de agresivos sabores, el deleite sexual, hartado por lo erótico, puede hacerse más ofuscado para distinguir la belleza, menos capaz de impresiones nobles y más deseoso de sensaciones artificiosas, que con facilidad llevan al extravío de los sentidos”.


Creo que su nombramiento como Papa llegó para exacerbar estos recuerdos y estas convicciones. Ya era evidente para mí que una marcada distancia interior lo mantenía al margen, incluso de las conversaciones en las audiencias públicas. Era una curiosa manera de excluirse, al ofrecer el vacío como respuesta. No concluía las frases, sonreía con economía, llevaba la inacción hasta el absurdo, como si experimentara un placer morboso en el silencio, ofreciendo la ficción de una subjetividad que había permanecido enclaustrada. Su vocación de silencio se imponía sobre el dominio de la palabra, como si hubiese pensamientos que no necesitasen expresarse.


Registró en su diario: “Voy camino al voto de silencio, pero como una decisión personal y no una penitencia. No usar la voz para no tener que maldecir las inmundicias de una religión que ampara en su claustro al mal; voy, para vaciarme de mí mismo, y así Dios pueda ocupar mi cuerpo plenamente”.


Además del diario escrito, era frecuente verlo conversar también frente a una pequeña grabadora. Muchas veces lo vi sentado en su escritorio levantando el artefacto con la mano derecha, a la altura de la boca, dictando unas confesiones como quien susurra las memorias de sus pecados en un confesionario, -el armario que alguien había calificado en un twitter como “el closet de pederastas y pedófilos”-. Durante estos períodos, que ocurrían durante las primeras horas de la noche, el rostro se desenmascaraba de la amabilidad de las reuniones oficiales, mostrando la facción endurecida, tosca y taciturna de quien sufre calladamente.


Aunque solía guardar el aparato en una gaveta bajo llave, una de aquellas mañanas que olvidó el artefacto sobre la mesa del escritorio, no pude resistir la tentación. Estar tan cerca de las íntimas reflexiones de un hombre como aquél, me hacía creer que, revestido por el manto de la invisibilidad de mi servicio, podía tener acceso a sus pensamientos.


Le di play al grabador. De su interior emergió la respiración de una voz sin el vigor de los sermones, exhausta, dominada por el cansancio y el miedo reverencial de ser oído por Dios.


-“…ni siquiera puedo buscar el auxilio externo que me excuse de mi deber. Padezco de una soledad completa y desconocida. Siento el vértigo de quien hace equilibrios sobre un pedestal. Como Cristo en la cruz”.


Había avisado días antes que necesitaba estar a solas como Jesús lo había estado en el desierto, para encontrar las respuestas a través de la plenitud de la oración. Para ello requería orar en absoluta clausura, por lo que debía recluirse, sin anunciar el lugar en el que lo haría. Debía experimentar las limitaciones del cuerpo y de la mente, mediante el agotamiento, el hambre y el destierro.



7


La noche que salió rumbo a cumplir con lo propuesto, lo seguí en secreto. Se evadió por los Jardines del Vaticano; cruzó los patios, y abriéndose camino entre los cedros y pinos, dejó tras de sí la gloria de estatuas y monumentos. Ya en la calle, yendo apresurado sobre la silenciosa penumbra nocturna de la ciudad, yo imité sus pasos como una sombra.


La ciudad exhibía todo aquello que él intentaba rechazar: la codicia de riquezas, la soberbia, la satisfacción de los sentidos, y el poder, que en su caso se ofrecía como mezcla de opulencia y frívola gloria humana. El trayecto no tardó más de treinta minutos, a pie, a través de unas calles extrañamente desiertas, pero suficientemente iluminadas. Las luces artificiales enfatizaban el recuerdo de las emblemáticas y sangrientas tragedias del Coliseo romano; traían la evocación de las ambiciones dinásticas de los Borgia y los Médici, y revivían relatos tan vergonzosos como el de los cuerpos herejes quemados vivos en los teatrales juicios de la Santa Inquisición, o el silencio del disimulo papal ante el holocausto judío, desde la víspera misma de la gran guerra.


El templo escogido para la expiación fue una catedral en las afueras cercanas del Vaticano, una construcción antigua que había sobrevivido a terremotos, incendios y reparaciones. Un edificio de altas columnas, pomposos ventanales, con un campanario mudo, en donde se había enseñoreado hacía tiempo un universo de escombros, pero que tenía la particularidad de guardar una reliquia cristiana. El último sismo que había debilitado finalmente sus cimientos, lo inutilizó para las ceremonias religiosas, pero lo preservó para el homenaje de las ruinas sagradas. Las puertas de bronce se mantuvieron abiertas, y por allí pudo pasar el hombre de túnica blanca. Necesitaba sosegar con una oración humilde sus inquietudes, y por eso escogió el menoscabo de un templo muy parecido a él, - piedra envejecida y rota, que resucita para contar su historia.




8


Ya adentro, el sigilo de sus pasos fue roto por los trozos de vitrales que el viento desprendía como restos mutilados de ángeles, monarcas, vírgenes y santos. Traspasó en absoluto sometimiento los sesenta y ocho metros de largo que iban desde la puerta hasta el altar. Sólo se detuvo cuando alcanzó a mirar los mosaicos de la bóveda que cubrían, con las alegorías de los apóstoles y el rostro de Cristo, el ara cubierta de polvo. Sobre el baldaquino que arropaba la larga mesa, reposaba el relicario de un pedazo de pan enmohecido que había sobrado de la última cena.


Desnudó su cuerpo al frío que entraba por grietas y rendijas, y posó sus pies en el piso de mármol. Luego de tomar de encima de la mesa un Breviario, inició una plegaria. Apretó los ojos mansamente, para escuchar la oración del viento en los callejones de la ciudad; de pie, inmutable, hasta el amanecer, como si el templo fuese el confesionario de sus faltas y su sentencia.


-“Tuya es la palabra que imagina. / Tuyo es el sentido de la luz. / En mi casa no hay puertas ni ventanas, / sino espejos que devuelven la verdad. / Si miento sancióname la trampa / poniendo en mi rostro el pecado malhechor. / No vengo en vano a pronunciar una palabra, / ni a fingir con simulacros el ruego de perdón. / En ti confluyen mis confusiones y amarguras. / En ti consigo el principio de la paz”.


Desde mi punto de observación, alcancé a oír emocionado aquella plegaria, y ver el cuerpo despojado en la losa gélida entregado al propósito de una enmienda, personificada en una impotencia de humanidad.


“El mal existe, Ángelo, y el infierno es su metáfora”, me dijo, haciéndome saber, finalmente, que ya me había visto.



DECIDIÓ RENUNCIAR, a sabiendas de que la decisión provocaría maquinaciones, inquietudes y miedos. En su pobre alma ya no cabía la duda de que el Vaticano era una morada de hienas en cuyas bocas salivaba la traición.


Anotó por última vez en su diario: “Tras examinar ante Dios repetidamente mi conciencia he llegado a la certeza de que ya no tengo fuerzas para ejercer el ministerio. Sacudida mi fe por la merma de la fuerza de mi espíritu, reconozco mi incapacidad…”.


Sobrevinieron después su última audiencia oficial, su último discurso, y la inhabilitación de su anillo de Pescador y su cuenta de twitter, como muestras insignes de la sede vacante. Las campanas de todas las iglesias y basílicas tañeron a la vez el clamor público de la renuncia. Luego vino el traslado temporal a su residencia provisional. Allí se mantuvo aislado, conmigo como pontífice entre él y la realidad.



9


No oyó el ruido de clausura de los postigos, ni la partida de la Guardia Suiza cuando la custodia fue levantada; no supo del vocerío de la opinión pública, ni de la celebración del cónclave cardenalicio que nombró al nuevo Papa; tampoco pudo oír el torbellino de las alas de los ángeles revoloteando en la cúpula de San Pedro por el golpe del rayo caído como un signo de iluminación desde el cielo.


Sólo pudo escuchar, cuando ya no esperaba nada, mientras oraba en el más absoluto silencio de rendimiento y dolor en la pequeña capilla de su nueva residencia, los pasos tenues de otro hombre vestido de blanco como él.


-“Ore por mí Santo Padre”, le dijo, cuando alcanzó a reconocerlo.


-“Y usted por mí”, respondió el nuevo Obispo de Roma.


Compartieron una breve invocación. Hablaron en voz muy baja, alejados de los oídos indiscretos. Y mirándose, como quienes saben que no se volverán a ver jamás, los dos hombres, en un abrazo blanco y fraterno, se dijeron adiós.


Antes, en susurro de confesión, dijo algo al oído del nuevo Papa. Por un brevísimo y casi imperceptible instante, en esa fracción del tiempo en la que un ojo parpadea por un grano de polvo en el aire, los rostros de ambos se balancearon entre las cuerdas del puente colgante de sus miradas; el puente colgante que se mecía sobre el abismo espiritual por el que uno entraba al templo y el otro salía de él.


La mañana que fui a buscarlo para acompañarlo a la misa privada que celebraría en la capilla de su nuevo departamento, algo había cambiado en la habitación. La cama estaba vacía, e intacta. No fue necesario recoger nada. Todo estaba igual que el día anterior. Cuando traspuse el umbral de la puerta con discreción, vi cómo la luz que se filtraba a través de una claraboya en el techo, había sido tapada con una delicada tela de lino oscuro para apagar los rastros de color. La cámara lucía siniestra; y la penumbra, como un manto de niebla, apenas dibujaba las siluetas de la sotana blanca, la Mitra, el Báculo y la Casulla, puestas en un rincón del cuarto.




10


Lo hallé en la bañera, en un espacio reducido y húmedo, en medio del vapor del agua caliente, al resguardo de la maldad de los otros, completamente desnudo; flexionada ligeramente la columna, la cabeza sobre el tronco, los brazos sobre un pecho que respiraba tenuemente, y los muslos y las piernas arqueados sobre el abdomen, como si hubiese encontrado el extraviado útero de su madre, del que esta vez no saldría más, y en donde ahora podría pensar en la bondad del mundo; solo, como Dios, en silencio.


Publicado 10th May 2018 por bibliontecario



Tomado de Biblióntecario


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Rafael Simón Hurtado. " Al fondo la Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá en MaracaiboEstado Zulia


Rafael Simón Hurtado

Escritor y periodista venezolano. Licenciado en comunicación social egresado de la Universidad Católica Cecilio Acosta (Maracaibo, Zulia). Ha obtenido el Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia (años 1990 y 1992), el Premio Nacional de Periodismo Científico (2008),  el Premio de Periodismo “Jesús Moreno” (Universidad de Carabobo, 2009) y el Premio Nacional de Literatura “Rafael María Baralt" (2016). Ha publicado el libro de cuentos Todo el tiempo en la memoria y las crónicas literarias “Leyendas a pie de imagen, croquis para una ciudad”. Fue editor-director de la revista cultural Laberinto de Papel y de las publicaciones de divulgación científica Saberes Compartidos y A Ciencia Cierta, todas de la Universidad de Carabobo. 



Ficha tomada de Letralia.


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