Monseñor Luis María Padilla, Párroco de Borburata y Capellán de la Base Naval auxiliando a un combatiente herido.
Fotógrafo: Hector Rondón Lovera
World Press Photo 1962
Pulitzer 1963
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Retrato del teniente Luis Antonio Rivero Sanoja |
Venezuela está repleta de episodios como éste. Poco estudiado y menos difundido, este período incómodo y oscuro de nuestra historia reciente, guarda lecciones de lectura pendiente.
Tanque en la calle de Puerto Cabello |
Rafael Simón Hurtado
A Ysabel
Ruiz, por enseñarme que los derroteros
que separan ficción y realidad suelen unirse.
A Carlos Mena, por contarme una y otra vez lo que vivió en El Porteñazo cuando era Infante de Marina.
A Tadeo Cedeño, por conducirme a los deudos del Teniente Luis Antonio Rivero Sanoja.
A Luis Antonio Rivero (hijo), por permitirme hurgar en el álbum familiar y en las pertenecías del protagonista de estos asuntos.
A María Cristina Ortega de Rivero (viuda), por mostrarme desde su perspectiva, a un hombre que fue signado por el destino para encarnar la tragedia de su generación.
Sólo
podré vencer
si
dispongo de buenas armas,
las
cuidaré aplicando el principio
primero
mis armas y después yo.
Fragmento
del Código de honor del Infante de Marina
*******
Personaje:
FABIÁN
NOGUERA
ACTO ÚNICO
Escenario: cámara negra. En el lateral
izquierdo tiene que existir una foto de reservistas y una gaveta con muchos
libros y en el derecho un uniforme militar en un perchero. En el centro una
silla, una mesa con una botella de ron y el diario El Nacional. Al abrirse el
telón debe escucharse de fondo la
Marcha Épica de la Armada.
El ex – sargento de la Infantería de Marina Fabián Noguera tiene 33 años
y lleva un pantalón caqui con elásticas, una camisa azul claro, una corbata marrón
de pepitas blancas y unos zapatos patentes. (El escenario tiene que recrear el
interior de una pensión porteña). Cuando
entra toca la foto, lo hace con lentitud, debe hacerlo como si la acariciara.
FABIÁN NOGUERA: (Tocando la foto de reservistas.) Nos
creíamos destinados a grandes cosas. ¿Recuerdan muchachos? Ahora comprendo que
la patria y el partido y todas esas guarandingas en que nos metimos era pura
paja. Sacrificamos todo y ¿para qué? ¡Mírenme! No soy ni la sombra del hombre
que fui. ¿Recuerdan el atentado que le hicieron a Betancourt en el 60? ¡Debo
estar loco! Les hablo como si vivieran y estoy dale que dale con las preguntas.
(Pausa.) Ustedes no tienen recuerdos, pero yo sí. Lo recuerdo
como si hubiese ocurrido recientemente. Salió en la televisión diciendo
pistoladas con las manos llenas de vendas. ¡Parecía una momia! (Pausa.) Marycarmen me reprochó que me
riera de Betancourt, pero cómo no alegrarme esa noticia, ¿acaso no fue él el
que nos hizo la vida cuadritos? No sólo me alegré del atentado, sino que
lamenté que la bomba no lo hubiese chamuscado completico. (Pausa.) ¿Saben cuál es el problema más grande que tiene la
humanidad? ¿Lo saben? Bueno, como no
lo saben lo diré: el problema más grande que tiene la humanidad es creer que el
interés colectivo vale más que el personal.
Les pongo mi caso: por pensar en los demás me olvidé de los míos. Cuando Marycarmen
salió embarazada no estuve pendiente. Aquella tarde de la noticia del embarazo
en vez de quedarme con ella para celebrar, me fui a una de esas reuniones que instaban
a sacrificarnos. ¡Ningún sacrificio vale la pena! ¡Ninguno! (Se desplaza de un extremo al otro del
escenario.) ¡Hizo bien en irse a Colombia! ¡Hizo bien en abandonarme! (Nostálgico.) Mi hijo tiene siete años y
nunca lo he visto. Sólo sé que nació en Valledupar y que no debe saber que yo,
Fabián Noguera, luchaba para que él y todos los niños de este país fueran
felices. (Tocan la puerta reiteradas
veces con violencia.) Se preguntarán, ¿quién tumba la puerta? Bueno, la tumba
el dueño de esta pocilga, pero no la voy abrir, total, no tengo como pagarle. Se
preguntarán, ¿por qué no le doy el frente? Y la respuesta es que no se lo doy
por vergüenza. La vergüenza de esperar la quincena de un trabajo que conseguí
gracias a un betancurista. Escucharon bien, conseguí el trabajo de maestro
gracias a una marmota betancurista. (Pausa.)
¡No me vean así! ¡No crean que fue fácil aceptar ese trabajo que me
ofreció! Dime Ramírez, ¿qué podía hacer? La carrera militar estaba acabada, la
mujer me había abandonado y el recuerdo de lo que vivimos acá en La Alcantarilla no se ha
podido borrar de mi mente. (Mira
desafiante la foto de reservistas.) ¿No les parece que he sufrido
suficiente? ¿No les parece que ganar el sueldo de un maestro es suficiente
castigo? Ya verán, dentro de un momento volverán a tumbar la puerta. (Pausa larga.) Mejor hablemos de otra
cosa. . ., hablemos del Centro de Adiestramiento de la Infantería de Marina. .
., hablemos de CAIM. (Yéndose por sus
recuerdos.) Sol y tuna era CAIM. . ., trote y mierdera era CAIM. . ., orden
cerrao y charapo era CAIM. Pero también era supervivencia en la mar; cancha de
gases, polígonos de tiro y el orgullo de ser un Infante de Marina Venezolano. (Reflexivo.) Allá empezó todo. Cuando
tocaban los honores al Pabellón Nacional y la bandera descendía poco a poco, gritábamos
el célebre lema que todavía se grita en el componente. Ese que dice: ¡Un día
más para la armada, un día menos para nosotros! Y sentíamos una alegría
sabrosa, la alegría del deber cumplido. (Se
dispone a salir.) Mejor me voy antes de que vuelvan a tumbar la puerta, no
quiero que me vean con los nervios alterados. (Se detiene.) En nuestro licenciamiento el Teniente de fragata
Morles me dijo: Prepare el discurso de su contingente. (Pausa.) Ya para esa época era un romántico idealista, así que
escribir el discurso fue fácil para mí, tanto, que recuerdo con ardor uno de
sus párrafos, el que decía: “La tropa alistada es el corazón, los brazos, las
extremidades de la institución. Quizá no seamos el cerebro. Pero cabe destacar
que un cerebro sin corazón, sin brazos, sin extremidades: no tendría ninguna
utilidad.” Mi discurso gustó. El mismo Teniente al entregarme la baja gritó a
todo pulmón: ¡Si no fueras tan
recluta, estaría convencido que eres un gran político! (Sonríe.) ¡Qué tiempos aquellos! Yo quería ser oficial, de veras
que lo quería y como no era posible reenganché. Era mejor ser sargento que nada
y no lo niego, como sargento no me fue mal, es más, tenía hasta la vida
acomodada. Con unos reales que me prestó mi hermano Miguel, más los que tenía
reunidos, instalé a Marycarmen en una bonita casa cerca de Playa blanca. Pero por andar jugando al héroe lo
perdí todo. ¡Todo! (Pausa.) Nuestra
generación estaba destinada a salvar la patria. ¿Y qué ganamos? ¡Dime Ferrer!
¿Qué ganamos? (Pausa larga.) Te
pregunto y sé que no respondes porque la respuesta es muy dolorosa. (Se dirige a la silla. Se sienta. Toma la
botella que está sobre la mesa, la abre, echa un chorrito de licor en el piso y
se toma un gran trago.) ¡A su salud muchachos! ¿Dónde quedé? ¡Ah sí! En que
por andar jugando al héroe lo perdí todo. Ustedes ni sufren ni se acongojan pero
acá la vaina está bien jodida. (Toma el
periódico de la mesa.) Vean, este es el periódico de hoy, ¡11 de noviembre
de 1969! Vean el titular del artículo del maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa
que salió en El Nacional. Mejor se los leo. El titular dice MUERA LA INTELIGENCIA. Prieto
Figueroa tomó la expresión del General Millán Astraí, porque los gobernantes de
este país le temen a una verdadera reforma educativa. Los militares han tomado
las escuelas y sólo porque pedimos aumento. Por pedir aumento nos reprimen. (Pausa.) En Maracaibo dos mil educadores
fueron agredidos por carabineros y el gobernador se lavó las manos como
Pilatos. ¡Que él no ordenó aplicar la fuerza!, ¡que él no es culpable! Y bla,
bla, bla, bla. Lo cierto es que
ninguno de los carabineros fue destituido de su cargo por tamaña barbarie y el
gobierno bien gracias. Estamos mal muchachos, estamos mal. (Pausa.) Si estuviera mandando un caudillo hasta se justificarían
tamañas acciones, pero resulta que el Presidente es un hombre de letras, es el
doctor Rafael Caldera ¿se dan cuenta? Si un hombre de letras mancilla e
irrespeta la educación qué quedará para el resto. (Se empina la botella.) ¡El infierno es éste! ¡El infierno no es el
que nos enseñan cuando nos preparamos para la comunión! (Pausa.) Y tan bien que estábamos en el Batallón Rafael Urdaneta:
la vida arregladita, ya hasta nos habían ascendido a Sargento primero. (Fija la vista en la foto de reservistas.) ¡No
me veas así Ramírez que no te estoy echando la culpa de nada! Yo solito me metí
en aquél embrollo. En el movimiento sólo estaban ustedes, ustedes eran los que
tenían contacto con la alta oficialidad y sólo porque insistí me dejaron
entrar. (Pausa.) Mejor recordemos
cuando fuimos a llevarle serenata a Marycarmen. ¡Qué contenta se puso! Todavía
tengo grabado el brillo de sus ojos. (Pausa
larga.) Al poco tiempo de esa serenata me dio la noticia del embarazo; ella
intuía que esperaba un niño, así que me dijo: Le pondré a nuestro hijo Juan
Francisco y me pidió que comprara la cuna y la ropita del bebé. ¡No lo hice! ¡No
lo hice por andar pendiente de otras cosas! Por andar en lo que no debía no
presenté a mi hijo. . ., él no lleva mi apellido. Lleva el apellido de Marycarmen.
(Pausa.) ¡Juan Francisco Colmenares!
Sí, así se llama: ¿verdad que es bello el nombre de mi hijo? Cada vez que voy a
dar clase repito mentalmente su nombre. Repetirlo me calma. (Pausa.) Por cierto, no les he comentado
por qué estoy en la casa. Estoy acá porque anoche nos lanzaron bombas
lacrimógenas y planazos. Nos estábamos quedando en el plantel desde que empezó
la huelga. (Enfático.) ¡Nos dispusimos
a permanecer en el plantel hasta que nuestras demandas fueran tomadas en
cuenta! Pero que va, lo que recibimos fue la más cruel de las represiones: a la
maestra Marisol uno de los uniformados la tomó por el cabello y la arrastró por
el pasillo, al director Gilberto lo esposaron y lo tiraron en la jaula como a
un vil delincuente y a mí, a mí me dieron un planazo que me cruzó toda la espalda.
(Pausa.) Ahora que comento lo del
plantel diré lo que pasó con sus mujeres. ¡Ellas fueron asesinadas en el liceo
Miguel Peña el día del alzamiento! Asesinadas por pensar en el interés
colectivo. ¡Por pensar en el maldito interés colectivo! (Pausa.) Las recuerdo, vaya que las recuerdo. Eran revolucionarias
a carta cabal. La vida de ellas era estar arengando las doctrinas del
movimiento de izquierda. ¡Y ya no existen! Como no existen muchos de los
mejores jóvenes de nuestra generación. (Pausa.)
Con ustedes fue más simple. Murieron y ya, y aunque me cueste confesarlo: los
envidio. Como lo oyen, los envidio. (Pausa.)
Ya que los estoy poniendo al tanto de lo que pasa en el país, acá les va
otra bomba. En el Centro de Adiestramiento para maestros rurales de El Mácaro, ayer
a las tres de la mañana, la fuerza pública entró en el local y las maestras que
allí dormían fueron sacadas a la carretera. (Tira
el periódico con ira. Se desplaza por el escenario.) ¡Es mejor no enterarse
de nada! Tomaré la resolución de no leer estas noticias. El pastor que conocimos
en Carúpano tenía razón, los periódicos son apocalípticos; sólo quieren que el
mundo se acabe. (Pausa.) Marycarmen
no sufrió el mismo destino de Mercedes y Susana porque me abandonó el jueves 10
de mayo del 62. Lo recuerdo clarito, ya que ese día Betancourt inhabilitó el
Partido. (Pausa.) ¡Hizo bien en
abandonarme! ¡Hizo bien en irse a Colombia! De no haberlo hecho hubiese muerto,
pues en Playa blanca la cosa estuvo bien fea. (Pausa.) Las palabras que usó para abandonarme fueron estás: ¡Te
dejo Fabián! ¡Te dejo porque tú no me das la atención que merezco! Intenté
detenerla pero fue en vano. Marycarmen se caracterizó siempre por ser una mujer
resuelta en sus decisiones. Ojalá esté bien. . ., ojalá ella y mi hijo estén
bien. (Pausa.) Tanto dolor, ¿para
qué? Si pudiera regresaría el tiempo y enmendaría las cosas. Si pudiera los
cuidaría como lo más sagrado. (Pausa.) Y
tan bien que la pasamos la noche de nuestro ascenso en el bar restauran El
Luchador. Allí hasta nos pusimos a cantar los boleros de Daniel Santos. Bonito
recuerdo. ¿No les parece? (Se desplaza
hasta la gaveta, la abre, extrae la foto ganadora del Pulitzer de 1963
y la señala en todas las direcciones.) ¡Vean al cadáver más bello que ha
producido la historia! El soldado que aparece con el cura es el subteniente Luis
Antonio Rivero Sanoja y mírenlo allí, mírenlo aferrándose a la vida. (Pausa.) Ésta imagen narra la tragedia
de una generación que se creyó destinada a salvar la patria. A veces pienso que
fui yo el que le dio muerte. Porque (Hace
como si tuviese un FAL en las manos.) a todo lo que se movía ¡pam! Le disparaba, a
cualquier silueta que veía ¡pam! Le disparaba, estaba en automático. Actuaba
como en la cancha de tiros instintivos: apuntaba, respiraba y ¡pam! Por eso
siento que fui yo el que le quitó la vida. (Pausa.)
Todo era confuso. Estábamos cercados por los soldados del Batallón
Carabobo. Los tanques estaban por doquier y se habían cortado las
comunicaciones. ¿Qué podía hacer? ¡Díganme!
¡No se queden callados! ¿Qué puede hacer un sargento al mando de un pelotón de
infantes de marina en esa situación? (Pausa.)
Ya sé que no responden porque están muertos. A ti Ferrer. . ., te vi con un
hoyo en la cabeza de este tamaño y a ti Ramírez. . ., las esquirlas de una granada te cosieron el
cuerpo. (Pausa.) Debí morir con
ustedes, pero no, al parecer estoy condenado a contar esta historia por el
resto de mis días. (Pausa larga.) Tengo
la sospecha de haberlo matado. O quizá lo mataste tú Ramírez o tú Ferrer. ¡No
lo sé! Pero de esto si estoy seguro: ¡El subteniente Rivero es el cadáver más
bello que ha producido la historia! Y miren como es la vida. La bronca no era
con él ni con ninguno de los soldados del Batallón Carabobo. (Pausa.) Es pecado matar a un hombre y matarlo
sin tener nada en su contra es peor. Me gustaría escribir una carta a cada madre
de los soldados que maté, me gustaría explicarles que disparaba porque eran
ellos o yo. (Cae de rodillas y empieza a
llorar desconsoladamente.) Es
mentira que cuando el clarín de la patria llama hasta el llanto de la madre
calla. ¿Creen que la madre de este hombre ha dejado de llorar? ¿Creen que la
señora Luisa Sanoja ha dejado de llorar a su hijo? Pues no, no ha dejado de
llorarlo ni un día. ¿Qué cómo lo sé? Lo sé porque hablé con ella. Fui a San
Carlos a hablar con ella. (Se levanta. Se
desplaza por el escenario.) ¿Sabían que el subteniente Rivero era de San
Carlos? (Pausa.) Yo tampoco lo sabía.
Con la señora Luisa hablé poco. Verla con el alma rota me acrecentó el complejo
de culpa. Sin embargo, hablé lo suficiente como para saber que era un buen
hijo. Con su esposa hablé un poco más. (Pausa.
Fija la vista en la foto de reservistas.) Tuve que mentirles. Les dije que
era un compañero de promoción. No me juzguen, el fin lo justificaba. (Pausa.) Me enteré que era el capitán
del equipo de voleibol de su batallón y que iba a comprar una casa en Valencia para
su mujer y su hijo recién nacido. Pero la muerte pulverizó este proyecto en un
instante. (Pausa.) María Cristina Ortega
me dijo que su esposo murió por una mala estrategia militar y pensándolo bien,
eso fue exactamente lo que ocurrió. (Pausa.)
Los detalles de la conmoción de su muerte me la dieron los sancarleños. Los
sancarleños aún recuerdan la misa que ofició el párroco Patricio Palacios en la
catedral por el oficial caído en acción. . ., recuerdan el cortejo
multitudinario que lo condujo por la calle Silva hasta el cementerio municipal
y los cartuchos de fogueo que en dicho cementerio fueron percutidos en su
honor. (Pausa.) Cuando me contaron estos
hechos. Imaginé a los soldados del batallón Carabobo en el acto fúnebre
vestidos de gala. Imaginé los sables desenvainados, los tambores al redoble y
los fusiles al hombro. Incluso, visualicé la Condecoración de la Cruz
de las Fuerzas Terrestres Venezolanas que le confirió el ejército por rendir su
vida en el cumplimiento del deber. ¡Qué desperdicio! No hay nada peor que una
condecoración post portem. (Pausa larga.)
Al llegar a donde está enterrado me puse a llorar como un niño. Me senté en
el banquito y observé la foto que sus familiares colocaron en el panteón. . .,
la foto de un hombre sano y fuerte. (Vuelve
a mostrar la foto ganadora del Pulitzer de 1963.) No como esta en que yace exánime.
(Pausa.) Le pedí perdón, le dije que
también me gustaba el voleibol y muchas cosas. (Pausa.) ¿Qué si después de eso abandoné San Carlos? No, aún me
faltaba visitar al hijo así que fui a conocerlo. El hijo del subteniente Rivero
estudia segundo grado en el Grupo Escolar Eloy Guillermo González. (Pausa.) Lo vi cerca de la cantina. Mi
primera reacción fue abrazarlo pero me contuve; pensé que así de lindo se debe
ver mi hijo. (Pausa.) En vez de
abrazarlo le estreché la mano sin mencionar palabra alguna y desde ese momento
tengo grabada su imagen. Cierro los ojos (Tocándose
la sien.) y lo tengo aquí.
De pronto se vuelven a escuchar golpes en la
puerta.
FABIÁN NOGUERA: (Mirando la foto de reservistas.) ¡Muchachos,
vienen a desalojarme!
VOZ EN OFF DEL
DUEÑO DE LA PENSIÓN :
¡Tumben la puerta, este maestrito mala paga; hoy no dormirá bajo techo!
Fin
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Este monologo fue publicado inicialmente en el número 12 de la revista Memoralia correspondiente a a los meses de enero-diciembre de 2015
Rafael Simón Hurtado.
Escritor y periodista venezolano. Licenciado en comunicación social egresado de la Universidad Católica Cecilio Acosta (Maracaibo, Zulia). Ha obtenido el Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia (años 1990 y 1992), el Premio Nacional de Periodismo Científico (2008), el Premio de Periodismo “Jesús Moreno” (Universidad de Carabobo, 2009) y el Premio Nacional de Literatura “Rafael María Baralt" (2016). Ha publicado el libro de cuentos Todo el tiempo en la memoria y las crónicas literarias “Leyendas a pie de imagen, croquis para una ciudad”. Fue editor-director de la revista cultural Laberinto de Papel y de las publicaciones de divulgación científica Saberes Compartidos y A Ciencia Cierta, todas de la Universidad de Carabobo.
Ficha tomada de Letralia.
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Francisco José
Aguiar, Cojedes, Venezuela, 1.985. Narrador, poeta y dramaturgo. Licenciado en Educación Mención Castellano y
Literatura por la Universidad Nacional Experimental de los Llanos Occidentales
Ezequiel Zamora (UNELLEZ). Cursó el Taller de Formación Teatral que auspició la
Compañía Nacional de Teatro (CNT) en el año 2014. Es tallerista de la Casa
Nacional de las Letras Andrés Bello y miembro activo de la Sociedad Bolivariana
Capítulo Cojedes.
Enlaces relacionados:
José Antonio Abreu: “Educación artística se afirma como eminente derecho social de nuestros pueblos”
Actualizada el 29/10/2023
Sin duda se trata de una época oscura y llena de toda la desgracia a nivel particular y colectivo que conlleva la guerra. La lectura de este monólogo nos traslada a una realidad y unos hechos desconocidos para muchos. Gracias a la exhaustiva documentación e impecable trabajo literario de Francisco José Aguiar muchos hemos podido acercarnos al significado de esta internacionalmente conocida imagen de Héctor Rondón. Gracias, un trabajo impecable
ResponderEliminarGracias alfmega Marín. Disculpa la tardanza.
EliminarUn trabajo maravilloso y muy bien logrado, el esmero puesto en la documentación y su construcción se sienten en el texto, felicidades Pancho.
ResponderEliminargracias por la lectura Héctor Nuno González. Disculpa la tardanza.
EliminarMuy buen trabajo amigo... sigue haciendo lo que amas, que ese es el primer paso para alcanzar el éxito... un abrazo
ResponderEliminarGracias por la vidsita amable desconocido.
Eliminarmuy buen trabajo
ResponderEliminargracias por la lectura amable desconocido.
Eliminar"Un escritor profesional es un amateur que no se rinde." FELICIDADES QUERIDO AMIGO...
ResponderEliminargracias por la visita amable desconocido.
EliminarEl soldado que sostiene el padre Padilla es un cabo primero de la marina
ResponderEliminarEs el Sub teniente Ejército infantería Rivero Sanoja Luis Antonio, no es un cabo primero de infantería de Marina. Este es un error que he leído varias veces, pero la verdad es ésta, este teniente cojedeño, se hizo famoso después de muerto por esta foto ganadora del premio Pulitzer...
EliminarAmable desconocido, Podrías facilitarnos la fuente?
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