miércoles, 24 de junio de 2020

“Historia de la mierda” de Dominique Laporte.





Crónicas del Olvido

“HISTOIRE DE LA MERDE”, DE DOMINIQUE LAPORTE

**Alberto Hernández**

1.-

Debo imaginar que escoger el tema y escribir la “Histoire de la merde” para Dominique Laporte debió no ser muy difícil. La dificultad estuvo en investigar las tantas deposiciones que dieron al traste con la fama perfumera de la Francia que habría de venir después. O, mejor dicho, que logró, que los franceses, en lugar de taparse la nariz o botar los excrementos en sitios sanitarios, crearon, digo, los franceses, unas fragancias para evitar quebrantos y susurros indigentes.

Confieso que el tema llama la atención por el título que Dominique Laporte le añadió a su búsqueda. Confieso también que en la medida en que leía los capítulos cambiaba de pañuelos y descubría que los safriscos o sifrinos franceses siempre han sido parte de los malos olores, razón por la cual son los mejores perfumistas de la tierra.

Y si alguien se ofende que huela. Y que lea este libro, huélale a quien le huela.

Publicado por la Editorial Pre-Textos en Valencia, España, en 1980, el volumen viene ilustrado con muy coquetos y cómodos “asientos de pórfido horadado, del siglo IX”, donde los muy donosos rabos o glúteos, vulgo nalgas o culos decorosos, eran puestos para aliviar el alma, pero más el cuerpo. 

Imágenes que se encuentran en el Museo del Louvre. El diseño para esta publicación o para otras que no conozco es de Laurence Wajeman, “según F. Liger”. Sabrá él.

La Francia, y la Europa, de aquellos años casi olvidados, respiraba el aliento de la tierra pútrida, gracias a los intestinos y vejigas de los cagadores y meadores de la gran comarca. De manera que había que buscarle una solución al asunto: desalojar las heces y los orines de las calles de París y enterrarlos como a los muertos, porque, en definitiva, se trata de despojos que están muertos, aunque luego se descubrió que, como abono, dan vida.

Pero antes de eso, el cuento, el relato que enloquecía las células olfativas y le amargaba la vida a quienes a la hora de la comida tenían que cerrar las ventanas de la casa para evitar los vientos urbanos provenientes de las calles.

Bueno, vayamos al libro y dejemos que los malos olores hagan su trabajo.

2.-

El índice nos lleva a leer los capítulos de esta interesante labor de buceo:

El oro de la lengua, lustro de los Scybalos”; “Limpiar la puerta de casa, amontonar contra la muralla”; “La Cosa colonial”; “Non olet”; “El Maquillaje” y “Digo lo mismo que Shakespeare (sic)”.

Todo un compendio de inhalaciones (nasales) llevará a un futuro donde la elegancia hizo del baño un claustro sagrado. Pero antes, ¡ay!, antes.

Un poco de tiempo para entrar en detalles. Dice el autor:

“En el verano de 1539, el 15 de agosto, día de María la Purísima, la inmaculada preñada por el Verbo, aparece la ley de Villers-Cotterets, anunciación a Francia del verbo real, que consagra el uso del francés para la administración de la justicia, el registro del Estado Civil y la escritura de las actas notariales…”.

Pues bien, estos edictos hacen hincapié en la higiene, la limpieza de calles y demás aseos urbanos con el debido uso de “la insólita belleza de su lengua”, es decir, del francés y no del latín u otra que le añada a la suciedad alguna impostura.

El Rey de Francia, Francisco, firma los edictos, donde señala que la gente ya no puede circular por la ciudad a pie ni a caballo por el desorden y la suciedad en las calles…dice “que nuestra buena villa y ciudad de París y sus alrededores está en muy mal estado y arruinados y abandonados hasta tal punto que en muchos lugares no se puede circular tranquilamente… sin gran peligro e inconveniente y de que tal ciudad y sus alrededores llevan a sí largo tiempo y sigue todavía tan sucia, tan llena de lodos, basuras, escombros y otros desperdicios que cada uno va dejando…”, etc. Es decir, el monarca dicta el edicto con varios artículos, donde señala la presencia de excremento que la gente lanza a las calles, por eso:

Art. 4.: Prohibimos vaciar o arrojar a las calles y plazas de la citada villa y sus alrededores, basuras, agua de colada, agua infectada o de cualquier otro tipo, así como retener en las casas durante tiempo orines y aguas corrompidas o infectas; así, les instamos a acarrearlas y vacarlas de inmediato al arroyo y echar luego un cubo de agua limpia para darles curos”.

Imaginamos que el arroyo era una suerte de canal, no un río, porque no era habitual contaminar la naturaleza rural. Y después, quien no cumpliera con tales requerimientos debía pagar multa. Igual dice de los criadores de cerdos, cochinos y sus derivados, digo, por si alguien se siente aludido por la grasa y el olor. Aves, conejos, etc., que deben ser llevados fuera de la ciudad para ser alimentados. 

Bueno, es largo el asunto. Edicto con muchos artículos. En resumen, se comenzaba a tener conciencia de que la mierda y sus también derivados eran de un asco que hacía daño a las respingadas narices de los perfumados parisinos.

Este libro habla de la limpieza de la lengua como si se tratase de un texto de gramática, fonética y fonología mientras la ñoña y orines franceses corrompían la calma y travesuras de los habitantes de la Ciudad Luz, que para aquellos días usaba velas, lámparas de aceite, otra vez, etc.

3.-

La mierda escrita no huele”, dejó dicho Barthes y, al parecer, para los que no tienen olfato, la que se escribe es la que hiede. En todos los casos, pertinentes o no, la “merde” sigue teniendo uso literario en estas páginas, toda vez que el autor se afinca en la lengua mientras el detritus sigue su camino. Lengua y excrecencias no hacen juego, pero siempre acompañan.

En el segundo capítulo, los edictos siguen: hay que limpiar las puertas de las casas. No amontonar basura, desperdicios o despojos intestinales o vesicales en las calles, y así, hasta que alcance la educación y las buenas costumbres. Que son buenas y hacen falta, aunque duelan o huelan.

4.-

Evidentemente el Estado es una cloaca”.

Así comienza el capítulo titulado “La Cosa colonial”, donde el autor se despepita acerca de la podredumbre, los cadáveres que no se entierran y que son tan pestilentes como las heces. Un juego macabro donde la comparación no está sujeta a ninguna moral. Todo hiede cuando se pudre, hasta las nubes.

Un estudio sobre tumbas y sepulcros nos habla de la polisemia de las capillas y los urinarios. Todo un compendio, una bodega de alusiones que prestigian el lado ocroso de la historia. La historia también hiede. No se salvan los gobernantes, tiranos que hieden y naufragan en la “merde” de sus malos juicios.

“Non olet” es el título del capítulo a seguir:

Habla de los tributos: “La leyenda, transmitida por Suetonio, cuenta, en efecto, que habiendo reprobado Tito a su padre Vespasiano que estableciera un impuesto sobre la orina, éste le dio a oler el primer dinero de tal impuesto a su hijo y le preguntó si olía mal. A lo que Tito le contestó que no, añadiendo que, sin embargo, procedía de la orina”.

Este impuesto fue extendido a los excrementos, a la excelsa “merde”, de los hombres y los animales, “bajo el nombre” de ´criságiro´. También dieron en llamarlo ´oro lustral´o ´de expiación”.

En ese capítulo habla de los perfumes, de los “singulares preparados”.

Toda una historia. Todo un volumen que es necesario revisar cada vez que vayamos al baño, porque
No hay olor bello, lo bello no huele”.

Una poética de la nomenclatura nasal.

(***)

Habla luego del “Maquillaje”, para ocultar digamos que las muecas producto de los malos olores que colman la pituitaria y demás segmentos olfativos. Shakespeare aparece envuelto por la decencia del discurso donde la “merde” juega papel relevante.

Quien quiera leer que busque el resto.

El mal olor me retira.

(***)



Por todo lo anterior, la humanidad inventó a Patrick Süskind, quien escribió El Perfume y nos “desgració” (o agració, depende del lector) con un crimen digno de una novela policial. Pero esa es otra historia. O la continuación de los buenos y malos olores.

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Pueden leer en linea o descargar en formato pdf  el libro la Historia de la mierda pulsando aquí.




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Alberto Hernández. Fotografía de Alberto H. Cobo.


Alberto Hernández, es poeta, narrador y periodista, Fue secretario de redacción del diario El Periodiquito. Es egresado del Pedagógico de Maracay con estudios de postgrado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Es fundador de la revista literaria Umbra y colabora además en revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Ha publicado un importante número de poemarios: La mofa del musgo (1980), Última instancia (1985) ; Párpado de insolación (1989),  Ojos de afuera (1989) ganadora del 1r Premio del II Concurso Literario Ipasme; Nortes ( 1991), ; Intentos y el exilio(1996), libro ganador del Premio II Bienal Nueva Esparta; Bestias de superficie (1998) premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y diario Antorcha 1992 y traducido al idioma árabe por Abdul Zagbour en 2005; Poética del desatino (2001); En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (México, 2001);Tierra de la que soy, Universidad de Nueva York (2002). Nortes/ Norths (Universidad de Nueva York, 2002); El poema de la ciudad (2003). Ha escrito también cuentos como Fragmentos de la misma memoria (1994); Cortoletraje (1999) y Virginidades y otros desafíos.  (Universidad de Nueva York, 2000); cuenta también con libros de ensayo literario y crónicas. Publica un blog llamado Puertas de Gallina. Parte de su obra ha sido traducida al árabe, italiano, portugués e inglés. 


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