Alberto Hernández
** Larga historia la del libro. Desde los primeros días cuando las piedras hablaban, el hombre dejó escrito su destino. Los petroglifos aún contienen mensajes no traducidos, razón por la cual la escritura sigue siendo un maravilloso encuentro con el conocimiento.
**Desde la década de los noventa se celebra, oficialmente, el Día Mundial del Libro. España fue uno de los bastiones más importantes para que la UNESCO lo decretara.
Antes las piedras hablaban. Decían de las cosas que el hombre pensaba y soñaba. Las piedras respiraban con dibujos que el humano ser de aquellos tiempos tallaba en la superficie para que fuesen leídas bajo los astros, bajo el sol y la lluvia, en medio de una tormenta. Los petroglifos fueron los primeros libros creados para dejar la historia como herencia del futuro. Las piedras continúan diciendo: están allí a la vista de todos en montañas y museos. La gran paradoja: el libro del futuro también será como una piedra. El papel será sustituido por herramientas tecnológicas que se asemejan a un pedazo de roca por las características materiales de su presencia.
Más adelante, la madera fue el soporte de las palabras. De esa vieja tradición nos vienen las palabras biblos, nombre de una ciudad fenicia que comercializaba el papiro y liber, palabra latina que significa “corteza interior de un árbol”. Por siglos la madera sirvió de superficie para la escritura de mensajes que aún se pueden observar en algunos museos arqueológicos del mundo. De la madera a la arcilla. De allí las tablas de Mesopotamia, las cuales se introducían en un horno, por allá por el tercer milenio a.C. sumerios y asirios escribían sobre el barro cocido con un lápiz al que llamaban cálamo. Era una escritura en forma de cuña, por lo que dieron en llamarla escritura cuneiforme. Un importante hallazgo permitió informar acerca de más de 20 mil tablillas del siglo VII a.C. en la biblioteca real donde los reyes de Asiria tenía talleres de copistas y de conservación. De modo que podemos hablar de una verdadera organización encargada de mostrar el pasado en el futuro.
En Egipto usaron el papiro, así como el rey de Pérgamo, Eumenes, creó el pergamino. Los griegos y los romanos escribieron en cilindros, en rollos.
Los chinos escribían, aún lo hacen los artistas, sobre seda, con pinceles y pigmentos vegetales. También en muchas culturas se escribía sobre huesos, bronce, cerámicas y escamas. En la India, por ejemplo, lo hacía en hojas de palma seca. Y desde hace muchos decenios, el cuerpo humano ha sido soporte de escritura. Es decir, se le puede considerar como un libro gracias al tatuaje. Pero más allá de lo visual, la memoria humana ha sido considerada como un libro viviente.
Del cuerpo y el papel
Desde su aparición sobre la tierra el hombre ha usado el cuerpo para comunicarse. Cuando la oralidad aún no afloraba, usaba las señas con las manos, con las piernas, los ojos, las cejas, todo el rostro. Gruñidos y quejidos emergían de su interior para dar a significar algún malestar o alegría. La palabra articulada trajo los dialectos, las lenguas, los idiomas, que pasado todo el proceso arriba señalado llega con la imprenta de Gutenberg al papel.
El cuerpo quedó atrás, no como soporte de escritura, sino como preocupación significativa. Una vez usado el papel gracias a la tecnología, el libro se hace colectivo, se multiplica y los idiomas emergen para identificar culturas. La traducción facilitó el conocimiento de otros mundos, hasta hoy cuando la informática, la tecnología de punta abre las puertas de nuevas posibilidades para el llamado libro electrónico, iPod y Ipad.
El cuerpo se integra al papel, se hace una relación melliza en la medida en que hombre y libro se encuentran: significado y significante, las caras de una sola moneda. La palabra, un universo.
Sobre este aspecto, los escritores Peter Greenway en su novela The Pillow Book, habla del cuerpo como portador de escrituras, de mensajes. Igualmente, Ray Bradbury, en su relato Farenheit 451, hace lo mismo.
Antecedentes de una fiesta
Vicente Clavel Andrés a la izquierda |
El 6 de febrero de 1926, el último rey de España antes de la segunda república, Alfonso XIII, le dio cuerpo al Decreto real para crear la Fiesta del Libro Español. Vicente Clavel Andrés, escritor español nativo de Valencia, fue el de esta idea. La celebración se hizo tan importante que se arraigó en Barcelona y se movió por toda la provincia catalana, hasta que se fundió con el día del patrono, San Jorge (Diada de Sant Jordi), cuando se intercambian flores y libros entre parejas y amigos. Esta tradición produjo el propósito del Día Internacional del Libro el 23 de abril de 1993, cuando la UNESCO tomó la propuesta para celebrar el libro, defender los derechos de autor, fomentar la lectura, la industria editora y la protección de la propiedad intelectual.
Esta fecha recuerda, porque coinciden, supuestamente las muertes de de Miguel de Cervantes (realmente murió el 22 de abril y fue sepultado el 23), William Shakespeare (para esa época regía el calendario juliano en Reino Unido por lo que bardo inglés murió el 3 de mayo) y el Inca Garcilaso de la Vega, así como la muerte de el poeta William Wordsworth y del escritor español de lengua catalana Josep Pla.
Desde comienzos de este siglo, cada gran ciudad es tomada como Capital Mundial del Libro. El año pasado le tocó a Conakry en Guinea. Este año será Atenas.
El libro: una nota
El libro revela su importancia porque contiene las palabras, los sonidos del universo. De allí nos viene la cultura. Se trata del instrumento que lleva en su interior no sólo el motivo de consulta, sino de aprendizaje forma, así como de divertimento. La ciencia, la tecnología, las humanidades, todo el conocimiento humano está en los libros. Las bibliotecas son consideradas por las sociedades civilizadas lugares sagrados, sitios donde el hombre, niño o adultos, puede encontrar sabiduría y paz. He allí su importancia.
Con la llegada la tecnología más avanzada, se tiene la duda de si el libro de papel desaparecerá. Opiniones encontradas dan fe de que ambas propuestas seguirán vigentes, aunque las nuevas generaciones son poco dadas a enfrascarse en un libro de largo aliento por la rapidez del tiempo en que vivimos. No obstante, existen formas de acercar a los ciudadanos al libro, tanto al de papel o tradicional como al electrónico.
Sea como sea, el libro es una verdadera nota. Un placer que arroja saber y tranquilidad, angustias, alegrías y tristezas. Es decir, todos los sentimientos.
El mundo, el universo todo, está dentro de los libros. Inclusive, lo que no existe está en los libros. Celebrar su existencia es prolongar la civilización. Es hacer del humano una persona más cercana a su interior cálido, vivo y amable. Una sociedad sin libros sería una sociedad primitiva, más violenta que la tenemos, más idiotizada que la tenemos, más indolente que la tenemos.
Celebrar cada año la presencia del libro nos aleja del martirio de la oquedad.
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Alberto Hernández
Fundador de la revista literaria Umbra, es miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo
y colaborador de publicaciones locales y extranjeras. Su obra
literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el
año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria.
En Venezuela ha publicado sus trabajos en la Revista Nacional de Cultura, Imagen, Solar, Poda, et al.
Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo. en “Crear en Salamanca”, página digital de la ciudad castellana. Igualmente, en Cervantesmileshighcity de la ciudad de Denver, Estados Unidos. Y en diferentes blog nacionales e internacionales.
Ha publicado ensayos y textos poéticos en las revistas Turia de España, Arcos de la Frontera, Piedra de molino, España, en Il foglio volante de Italia, ; , entre otras.
Ha participado como conferencista o lector de su obra en varias ediciones de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo (FILUC), en Venezuela.
En 2012 recibió de manos de las autoridades rectorales la máxima condecoración de la Universidad de Carabobo, la Orden “Alejo Zuloaga”, en el marco del X Encuentro Internacional de Poesía de la UC.
En 2018 fue reconocido en la XVII Edición del Premio Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana por su novela “El nervio poético”.
Ha publicado los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996). Además ha publicado el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999). Stravagnza (Italia 2012), 70 poemas burgueses (Caracas 2014), Ropaje (Cancún, México. 2012), Los ejercicios de la ofensa (Estados Unidos. 2010)
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