José María Arguedas: la partida continúa
Martes 02 de diciembre del 2008
El libro que me dio es Tinko y Gabi en el Amazonas, cuya cuarta edición trae una cita que también tiene su historia. Me cuenta doña Isabel que, siendo muy niña y precoz lectora, acudió a una conferencia que daba Arguedas en el Museo de Arqueología y Antropología de Pueblo Libre. Ella estaba sentada fuera del auditorio cuando se le acercó un señor con sombrero que le dijo: “¿Qué haces aquí?” “Quiero escuchar al señor Arguedas, pero yo no hablo con extraños”, respondió.
El extraño la hizo ingresar a la sala, y le dijo: “Yo soy Arguedas”.
En la disertación, el escritor pronunció esta frase: “Un hombre y una mujer, cuando niños y niñas, deben inclinarse ante los libros para que, cuando adultos, no se arrodillen ante los hombres”.
La frase expresa el sentido de la obra de Arguedas: el de la lucha contra la opresión y la explotación, que en nuestro país, sobre todo en los años de aprendizaje arguedianos, se manifestaba como odio y desprecio hacia el indio.
En ensayo que en 1960 publiqué en la revista Tareas de Alejandro Romualdo Valle, registré lo que me había dicho Arguedas sobre sus lecturas juveniles: Gorki, Korolenko, el Moby Dick de Herman Melville. Pero una obra parece haberle impresionado más que todas entonces: Tungsteno de Cesar Vallejo.
Me dijo Arguedas:
“-Lo leí de un tirón, de pie, en un patio de la Universidad de San Marcos. Afiebradamente recorrí sus páginas, que eran para mí una revelación. Cuando concluí, tenía ya la firme decisión de escribir sobre la tragedia de mi tierra”.
Mario Vargas Llosa pretende que Arguedas proponía una utopía arcaica. Lo que era arcaico era el régimen semifeudal que reinaba en el agro peruano a inicios del siglo XX.
En mi ensayo de 1960 subrayé: “Contra la creencia infundada, que hemos oído sostener alguna vez, de que Arguedas aspira a una especie de autarquía cultural del indio, nos parece que lo dicho en su obra tiende hacia el mestizaje, no de la sangre, sino de las ideas, con las fuerzas del futuro”.
En su texto La literatura como testimonio y como una contribución, publicado con disco en la serie Perú Vivo que editó Juan Mejía Baca, Arguedas expresa: “hice cuanto me fue posible por contribuir a alcanzar el gran ideal que está bastante próximo: la integración del país que estaba, y aún está, desarticulado”.
Arguedas no quería peruanos arrodillados.
Por: César Lévano
cesar.levano@diariolaprimeraperu.com
Se
cumplen hoy 39 años de la muerte por mano propia de José María Arguedas. Ayer, desde temprano, pensé en dedicar esta columna al gran
escritor, al noble amigo. Y, de pronto, intervino el azar.
Ocurrió en la noche, cuando ya empezaba el vértigo del cierre de edición. Una dama pidió hablar conmigo un minuto para entregarme un libro. Era la escritora huancaína Isabel Córdova Rosas, que vive hace veinte años en Madrid, donde ha publicado 27 libros. Y aquí viene la sorpresa.
Ocurrió en la noche, cuando ya empezaba el vértigo del cierre de edición. Una dama pidió hablar conmigo un minuto para entregarme un libro. Era la escritora huancaína Isabel Córdova Rosas, que vive hace veinte años en Madrid, donde ha publicado 27 libros. Y aquí viene la sorpresa.
El libro que me dio es Tinko y Gabi en el Amazonas, cuya cuarta edición trae una cita que también tiene su historia. Me cuenta doña Isabel que, siendo muy niña y precoz lectora, acudió a una conferencia que daba Arguedas en el Museo de Arqueología y Antropología de Pueblo Libre. Ella estaba sentada fuera del auditorio cuando se le acercó un señor con sombrero que le dijo: “¿Qué haces aquí?” “Quiero escuchar al señor Arguedas, pero yo no hablo con extraños”, respondió.
El extraño la hizo ingresar a la sala, y le dijo: “Yo soy Arguedas”.
En la disertación, el escritor pronunció esta frase: “Un hombre y una mujer, cuando niños y niñas, deben inclinarse ante los libros para que, cuando adultos, no se arrodillen ante los hombres”.
La frase expresa el sentido de la obra de Arguedas: el de la lucha contra la opresión y la explotación, que en nuestro país, sobre todo en los años de aprendizaje arguedianos, se manifestaba como odio y desprecio hacia el indio.
En ensayo que en 1960 publiqué en la revista Tareas de Alejandro Romualdo Valle, registré lo que me había dicho Arguedas sobre sus lecturas juveniles: Gorki, Korolenko, el Moby Dick de Herman Melville. Pero una obra parece haberle impresionado más que todas entonces: Tungsteno de Cesar Vallejo.
Me dijo Arguedas:
“-Lo leí de un tirón, de pie, en un patio de la Universidad de San Marcos. Afiebradamente recorrí sus páginas, que eran para mí una revelación. Cuando concluí, tenía ya la firme decisión de escribir sobre la tragedia de mi tierra”.
Mario Vargas Llosa pretende que Arguedas proponía una utopía arcaica. Lo que era arcaico era el régimen semifeudal que reinaba en el agro peruano a inicios del siglo XX.
En mi ensayo de 1960 subrayé: “Contra la creencia infundada, que hemos oído sostener alguna vez, de que Arguedas aspira a una especie de autarquía cultural del indio, nos parece que lo dicho en su obra tiende hacia el mestizaje, no de la sangre, sino de las ideas, con las fuerzas del futuro”.
En su texto La literatura como testimonio y como una contribución, publicado con disco en la serie Perú Vivo que editó Juan Mejía Baca, Arguedas expresa: “hice cuanto me fue posible por contribuir a alcanzar el gran ideal que está bastante próximo: la integración del país que estaba, y aún está, desarticulado”.
Arguedas no quería peruanos arrodillados.
Arguedas siempre sorprende, a tal punto que una lectura de su obra, cualquiera que sea, deja al lector impresionado. Recuerdo que cuando leía, con alumnos, el cuento "Warma Kuyay" al llegar a "...sus pechos son como dos limones tiernos..." arrancaba risas y sonrosaba a más de una.
ResponderEliminarMuchas gracias Raúl por tu visita y por compartir tu experiencia
Eliminar