Venezuela en el corazón de Juan
Marinello
Por: Enrique
Román
Fecha: 2012-02-18 Fuente: CUBARTE
Fue una tarde de sorpresas en Caracas. En primer lugar, la visita a la
Casa de Nuestra América José Martí, centro de devoción por el Apóstol cubano,
hija de los acuerdos entre Fidel y Chávez y de la admiración y el conocimiento
de la vida de Martí por parte de intelectuales venezolanos.
La segunda sorpresa fue el obsequio de un libro, en sí mismo un auténtico
descubrimiento: Juan Marinello: Venezuela en el corazón, compilación y
amplio prólogo biográfico de Ramón Losada Aldana. Era el fruto de la admiración
por ese martiano fundamental, uno de los intelectuales más importantes de
nuestro país y de América Latina en el siglo XX y también uno de los marxistas y
políticos más descollantes de ese mismo período.
La relación de Marinello con Venezuela se inicia muy tempranamente. No podía
ser de otro modo. Nacido en 1898, Marinello forma parte, con Mella y Villena,
del grupo de iniciadores de las ideas y las luchas tanto martianas como
marxistas, que sacudieron y marcaron la escena política de nuestro país, y que
ensancharon su mirada y sus proyecciones a todo el continente.
La proyección americana de estas ideas y luchas hacía una escala muy
particular en Venezuela. De allí venía el ejemplo bolivariano, cuya visión
integradora era afín a la ideología de aquellos jóvenes revolucionarios.
Decía Marinello: "Bolívar es el único héroe que sintetiza y concentra la
historia y el porvenir de nuestros pueblos, porque fue el único que tuvo aliento
para representarlos en el momento difícil del nacimiento. Debe ser, en la guerra
de independencia que ahora empieza, la más alta referencia y el mejor
vínculo".
De manera más concreta, las luchas venezolanas de aquel momento fueron asumidas como propias por aquellos jóvenes cubanos.
Así, el repudio a la dictadura de Juan Vicente Gómez y la solidaridad con los luchadores venezolanos encontró un eco inmediato en nuestra juventud de los años 20, años fundacionales. Consta en el libro el manifiesto de lucha “por la redención de Venezuela”, de autoría atribuida al joven Marinello, que asevera: lucharemos sin tregua por la redención de Venezuela y condena los crímenes espantosos de Juan Vicente Gómez y su posible asistencia a un próximo Congreso Pan Americano. Encabezan las firmas del documento Rubén Martínez Villena y Juan Marinello Vidaurreta. Y entre ellas, la mayoría pertenecientes a integrantes del Grupo Minorista, aparece la de Julio Antonio Mella.
Pero esta solidaridad no se detiene en las manifestaciones públicas. Marinello es un testigo clave en la Causa 7 de 1933, iniciada para investigar el asesinato del revolucionario venezolano Francisco Laguado Jayme, y en que se procesa al derrocado Gerardo Machado y a dos de sus secuaces. Laguado formaba parte de un grupo de jóvenes exiliados que, en 1920, huían de la persecución de un tirano para caer pocos años después en el espacio de otro igualmente brutal. Aquí se identificaron con la lucha antimperialista y antimachadista y Laguado fundó la revista Venezuela Libre en 1921, que se convirtió en 1926 en América Libre y que irritó al tirano en Caracas. Refiere Marinello la participación de los exilados venezolanos en la fundación y funcionamiento de la Universidad Popular José Martí (…) Es justicia proclamar que su aporte contribuyó visiblemente al fortalecimiento de la conciencia antimperialista de nuestros jóvenes luchadores.
Marinello fue testigo de excepción de aquella causa, por haber acompañado a
Laguado Jaime como su representante legal en gestiones para impedir su
deportación a Venezuela aún durante el gobierno de Alfredo Zayas en Cuba, y
luego, en 1929, por haber indagado sobre su desaparición, cuando se le informó
que Laguado había sido conducido a la fragata Máximo Gómez con el supuesto fin
de deportarlo a México. Laguado en realidad, relata Marinello (Cuando
los tiburones fueron verdugos) fue arrojado a los tiburones en el saliente
conocido por el Pescante del Morro, al pie de esta fortaleza.
La vertiente literaria de su conocimiento de Venezuela está ampliamente demostrada en numerosos artículos, pero sobre todo en los que dedica a la novelística de mayor relieve de una época, en que aparecen, como parte de una misma hornada, la argentina Don Segundo Sombra, la colombiana La Vorágine y sobre todo la venezolana Doña Bárbara.
Es que en Marinello la apreciación y el interés estético marchaban al mismo paso y de conjunto con su militancia política y con su vocación redentora, que tenía que pasar por el conocimiento de las mismas entrañas de nuestros países, heridos de caudillismo y explotación, abundantes en heroísmo rural, enfrentamiento con la naturaleza y amores y personalidades duros y complejos.
De 1937 es su ensayo Tres novelas ejemplares, que revisa luego en 1971 en Treinta años después. Notas sobre la novela latinoamericana, donde concluye: Los narradores de la época obedecen una orden inexcusable y cumplen con su función mostrando el conflicto entre gana y ley, entre pasión y razón, y también ―otra vez―, entre civilización y barbarie. Vendrán después nuevos temas y nuevas perspectivas (…) pero lo aportado por los escritores que supieron descubrir su poder quedará en el tiempo como una escuela necesaria y fecunda.
Marinello no llegó a Caracas sino hasta 1946, donde lo recibió la intelectualidad venezolana, que junto a representantes de diferentes instancias sociales, colmó el Coliseo Municipal para escuchar su conferencia a los escritores venezolanos. En ese viaje y en otros conoció el país, y publicó luego varios artículos sobre lo visto y sentido durante su recorrido, en particular su visita a Zulia, donde el extraordinario desarrollo petrolífero contrastaba con la extracción brutal de aquellas riquezas por compañías transnacionales.
La vertiente literaria de su conocimiento de Venezuela está ampliamente demostrada en numerosos artículos, pero sobre todo en los que dedica a la novelística de mayor relieve de una época, en que aparecen, como parte de una misma hornada, la argentina Don Segundo Sombra, la colombiana La Vorágine y sobre todo la venezolana Doña Bárbara.
Es que en Marinello la apreciación y el interés estético marchaban al mismo paso y de conjunto con su militancia política y con su vocación redentora, que tenía que pasar por el conocimiento de las mismas entrañas de nuestros países, heridos de caudillismo y explotación, abundantes en heroísmo rural, enfrentamiento con la naturaleza y amores y personalidades duros y complejos.
De 1937 es su ensayo Tres novelas ejemplares, que revisa luego en 1971 en Treinta años después. Notas sobre la novela latinoamericana, donde concluye: Los narradores de la época obedecen una orden inexcusable y cumplen con su función mostrando el conflicto entre gana y ley, entre pasión y razón, y también ―otra vez―, entre civilización y barbarie. Vendrán después nuevos temas y nuevas perspectivas (…) pero lo aportado por los escritores que supieron descubrir su poder quedará en el tiempo como una escuela necesaria y fecunda.
Marinello no llegó a Caracas sino hasta 1946, donde lo recibió la intelectualidad venezolana, que junto a representantes de diferentes instancias sociales, colmó el Coliseo Municipal para escuchar su conferencia a los escritores venezolanos. En ese viaje y en otros conoció el país, y publicó luego varios artículos sobre lo visto y sentido durante su recorrido, en particular su visita a Zulia, donde el extraordinario desarrollo petrolífero contrastaba con la extracción brutal de aquellas riquezas por compañías transnacionales.
O su reporte de la asunción de la presidencia de la República de Rómulo Gallegos, y luego sus palabras en el acto de reivindicación que, tras el golpe de estado de que éste es víctima pocos meses después, organizan numerosas fuerzas políticas cubanas el 18 de diciembre de 1948 en el Parque Central de La Habana ―con marcado protagonismo de los comunistas, cuyo partido ya presidía Marinello. Ante el depuesto presidente, que había buscado asilo en Cuba, hablaron desde Jorge Mañach hasta Marinello, incluyendo a Fernando Ortiz, Raúl Roa, Emilio Roig, Manuel Bisbé, y Vicentina Antuña, entre otros. Marinello, en un artículo posterior se lamenta de que Gallegos ―en definitiva limitado por su propia militancia política― se haya unido a las consignas anticomunistas al uso en los inicios de la guerra fría.
Más de cincuenta artículos y numerosas cartas, publicados en Cuba y hasta casi el momento de su muerte, reproducidos por la prensa venezolana, y otros provenientes de su labor como columnista frecuente en sus periódicos, sobre todo en épocas de exilio ―incluidos sus recuerdos de amigos como Federico García Lorca o Antonio Machado―, aparecen en esta recopilación, laboriosamente editada y probablemente incompleta.
“La tierra matriz de la libertad latinoamericana”; así llamó Marinello a la patria de Bolívar, y así la reconoció desde su juventud hasta el final de su fructífera vida. De vivir hoy, en tiempos del ALBA y la revolución bolivariana, hubiera visto, hecha realidad, aquella premonición que anunció en el Parque Central de La Habana a Rómulo Gallegos: aquel diálogo callado que un día sostuvieron en el corazón de Caracas la estatua gloriosa y el peregrino iluminado ―Bolívar en su gloria y Martí en su obra―, se reanudará en plática inusitada: el padre y el hijo festejarán el cumplimiento de su anhelo más hondo.
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