sábado, 20 de julio de 2013

Elinor Ostrom, trabajando dentro de la economía, pero consciente de sus límites, enriqueció nuestro vocabulario para entender cómo los seres humanos pueden colaborar de manera efectiva y constante"

Adios Elinor Ostrom (1933-2012)





15|06|2012


Elinor Ostrom en el recuerdo (1933-2012)

Por David Bollier

Elinor Ostrom ha fallecido esta mañana de un cáncer. El mundo ha perdido una mente valiente y creativa. Tenía 78 años, era profesora de la Universidad de Indiana, y fue la primera mujer en ser galardonada con el Premio Nobel de Economía, en 2009. Sin su trabajo pionero y de alcance mundial, es probable que los bienes comunes no hubieran sobrevivido a la “tragedia de los comunes”, mito infligido por Garrett Hardin en 1968. Tampoco hubieran pasado a convertirse en un reconocido paradigma de gobernanza de recursos compartidos, ni en un marco teórico orientador para la oleada actual de activismo y políticas en su defensa.

En los 70’s, la economía viró rápidamente hacia una especie de fundamentalismo religioso. Se convirtió en una disciplina obsesionada por el “individualismo racional”, los derechos de propiedad privada y los mercados, a pesar de que el universo de actividades humanas trascendentes es mucho más amplio y complejo. Lin Ostrom fue pionera en un abordaje diferente, más humanístico, para pensar en “la economía” y la gestión de recursos. En un principio se enfocó en los derechos de propiedad y en los “recursos comunes”, es decir aquellos recursos colectivos sobre los que nadie tiene control exclusivo o derecho de propiedad, como los recursos pesqueros, las tierras de pastoreo y las aguas subterráneas. Más adelante, su trabajo evolucionó hacia un estudio más amplio de los bienes comunes como un rico paradigma socio-ecológico y trans-cultural. Trabajando dentro de las ciencias sociales, Ostrom comenzó a construir una nueva escuela de pensamiento dentro de la narrativa económica estándar, mientras abría nuevos caminos fundamentales.

Tan importante fue, que Ostrom construyó una red global de investigadores y una vasta literatura que explora cómo la gente puede cooperar en la gestión de los recursos compartidos. En la Universidad de Indiana, ella y su esposo, el politólogo Vincent Ostrom, en 1973 fundaron el “Workshop in Political Theory and Policy Analysis”, un crisol de donde surgió gran parte del pensamiento seminal sobre bienes comunes. A nivel internacional, ayudó a iniciar la “Asociación Internacional para el Estudio de los Bienes Comunes”, una red académica cuyos centenares de miembros han desarrollado una rica literatura que documenta como gente común y corriente crea instituciones y reglas ecuánimes para gestionar recursos compartidos de manera sostenible. Gran parte de esta literatura se puede encontrar en la Digital Library of the Commons, que está asociada con el Workshop de la Universidad de Indiana.

Evitando las abstracciones matemáticas de los economistas convencionales, Ostrom salió de las aulas e hizo trabajo de campo en África, Asia y América Latina. Ella fue a observar sobre-el-terreno las realidades de la cooperación en toda su humana dimensión; realidades que luego se convirtieron en la base de su teorización creativa sobre cómo funcionan los bienes comunes, y cómo no. Esa es, en gran medida, la razón por la cual el trabajo de Ostrom ha sido tan perdurable: se basa en ciertas observaciones empíricas que no son fáciles de obtener. Trabajando dentro de la economía, pero consciente de sus límites, enriqueció nuestro vocabulario para entender cómo los seres humanos pueden colaborar de manera efectiva y constante. Lin Ostrom estuvo activa hasta el final. El mes pasado, Ostrom publicó un nuevo libro, con Amy R. Poteete y Marco A. Janssen como co-autores, que se las toma con eso de “mi método es mejor que el tuyo, mi disciplina es mejor que la tuya”, prejuicio que ella consideraba destructivo. El libro, “Working Together: Collective Action, the Commons, and Multiple Methods in Practice”, describe las ventajas del uso de varios métodos de investigación diferentes para estudiar un problema. Tuve el raro privilegio de conocer a Lin Ostrom en octubre de 2009, el fin de semana antes de que ganara el Premio Nobel. Yo estaba hablando en un evento organizado por la comunidad, no un encuentro académico, sobre bienes comunes en Bloomington, Indiana, su ciudad natal. Así es como reflexioné sobre Ostrom en aquel momento:

Quizás porque no es economista, Ostrom fue capaz de ver que las teorías de libre mercado fallan al explicar muchas cuestiones de importancia económica. Tal vez porque es mujer, estuvo más atenta a los aspectos relacionales de la actividad económica — las maneras en que las personas interactúan y negocian entre sí para forjar las reglas y los acuerdos sociales informales. Los aspectos sociales, morales y políticos, que ella advirtió durante los 60’s como estudiante de posgrado, pueden darnos muchas pistas importantes sobre cómo las comunidades pueden gobernarse a sí mismas y administrar los recursos colectivos. No todo es acerca de la economía (en la interpretación tradicional).

En este post de 2009 revisé la brillante carrera de Ostrom y su enorme contribución a las ciencias sociales y a la economía de los bienes comunes. Pero quizás lo que más recuerdo de ella, era su generosidad y amabilidad. Ella nunca se detuvo en formalismos o credenciales. Creo que esta sensibilidad y apertura es lo que hizo de Lin Ostrom una pensadora tan fértil: ella estaba dispuesta a participar abiertamente con la gente y los fenómenos, en sus propios términos. Incluso después de ganar su Premio Nobel, Ostrom mantuvo los pies en la tierra, y siguió actuando como una colega más. Después que diera una charla en la conferencia de la Asociación Internacional para el Estudio de los Comunes en la India el año pasado, estaba Lin rodeada por camarógrafos de televisión en la Sala Verde, pero se las arregló para hacerme unos “pulgares hacia arriba”.

Más tarde supe que había tenido que salir apresuradamente de aquella conferencia para cumplir con algunas organizaciones de base en Asia y luego reunirse con algunos altos funcionarios del gobierno, para después hacer otras seis paradas antes de llegar a casa. Esto era al parecer su nueva rutina luego de recibir el premio Nobel. A la edad de 75 años, Ostrom intensificó sus viajes y actividades de divulgación alrededor del mundo, como si tuviera que sacar el máximo provecho de su tiempo restante para educar a otro ministro, dar otra conferencia sobre economía o asistir a otro encuentro universitario más. El pensamiento reconfortante es que, entre las miles de personas a las que llegó y los cientos de colegas con quienes trabajó, su legado sigue vivo.


Tomado de Derecho a leer


Actualizada 02/04/2024



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