sábado, 16 de mayo de 2015

Los Ricos también lloran, pero los Pobres lloramos más.




Verónica Cástro en la presentación de Los Ricos también lloran




Las élites también lloran, pero  la masa lloramos más.



Parece ser que los licenciados en las mejores universidades mundiales (todas en los EE.UU. o casi), los que van a ganar los mejores sueldos y ocupar los puestos más deseados sufren cosas tan vulgares como: miedo, inseguridad, angustia y timidez… vaya igualito que el resto de los mortales, eso sí con la cartera más llena.



Algo, que por cierto ya sabíamos desde que en 1979 la telenovela mexicana de éxito mundial Los ricos también lloran  lo contaran a 150 países en 25 idiomas, pero merece la pena recordar que los pobres lloran más... y con más motivos.





Si quisiera ser políticamente correcto, diría a estos atribulados licenciadoslo que les decía la profesora de Danza; Lydia Grant (interpretada por Debbie Allen) a sus alumnos de la Escuela de Arte de Nueva York: “La fama cuesta y es aquí donde vais a empezar a pagar”. Obviamente hablo de la serie de televisión Fama (1982 a 1987, creada por Sherry Coben, basada en la película del mismo nombre dirigida por Alan Parker en 1979). Y si ese día me hubiera levantado con peor talente, tiraría del repertorio del premio Nobel de Literatura, Camilo José Cela y los despacharía con un contundente: ¡Que se jodan!.


Camilo José Cela

Parece razonable aceptar que  las universidades dan una formación que es útil a sus estudiantes para poder ocupar trabajos con mejores sueldos que los que no han estudiado. Lo que ya no es tan evidente es que el conocimiento que imparten las universidades más prestigiosas sean tantas veces mejor, como las veces que su elitista precio lo es respecto al precio de las universidades más “normalitas”. Podría decirse que son las relaciones que se entablan con los otros alumnos y profesores las que explican ese diferencial en los precios de las matrículas, lo que los ingleses llaman networking. Dicho en español:“pagar para que te escojan los amigos”.






En 1972 Michael Spence presenta su tesis doctoral sobre teoría de la señalización, en 1973 publica un artículo sobre la señalización en el mercado de trabajo en la prestigiosa Quaterly Journal of Economics, basado en su tesis doctoral. En 1974 publica un libro generalista sobre el la teoría de señalización, obra de obligada referencia en esta materia. En 2001 obtiene el premio Nobel de economía (junto a Akerlof y Stiglitz) por estos brillantes estudios, en concreto por sus análisis de los mercados con información asimétrica. De estos brillantes trabajos me centraré en su análisis del mercado de trabajo




Las empresas desean contratar trabajadores, prefieren contratar a los trabajadores más productivos. En el mercado laboral hay trabajadores productivos y otros aún más productivos (a partir de ahora los más productivos).  En los procesos de selección de personal las empresas no pueden detectar que candidatos son los más productivos y cuales no lo son, solo consiguen identificarlos cuando ya llevan un tiempo trabajando para ellas. Si las empresas pudieran distinguirlos estarían dispuestas a pagar un salario alto a los candidatos más productivos y otro más bajo a los demás. El problema es que al no poder distinguirlos tiene que ofrecer a todos los candidatos el mismo sueldo:el bajo. Spence introduce los títulos universitarios como la señal que permite distinguir a los candidatos: los más productivos tendrán títulos universitarios, los demás candidatos no. Para que la señal funcione se requiere que los candidatos menos productivos no estudien y si estudien los más productivos. Si todos los trabajadores estudiaran las empresas se encontrarían en la misma situación de partida: incapaz de identificar a los candidatos más productivos, siendo inservible la educación como señal diferenciadora de productividades. Supongamos que efectivamente se produce esta diferenciación del comportamiento de los futuros trabajadores: los más productivos estudian y los menos productivos no estudian y por tanto las empresas les pagan un salario más alto a los candidatos que tienen un título académico porque son los trabajadores más productivos. Para que esto sea posible, los más productivos estudian porque su mayor productividad "congénita" les permite una mayor facilidad para estudiar, para aprobar y obtener el título. A los más productivos les compensa realizar el esfuerzo de estudiar y así obtener el premio de un mayor salario cuando empiecen a trabajar. Para los menos productivos, a pesar de saber que si obtienen el título tendrían un mayor salario, no les compensa realizar el tremendo esfuerzo que les supone sacarse la carrera, debido a su menor facilidad de estudiar originada en su menor productividad congénita. Se contentan con no estudiar (y ahorrarse el esfuerzo) y  ganar un sueldo bajo.


Michael Spence


Luego la teoría de la educación de Spence funciona como señal diferenciadora de la mayor productividad congénita. Nótese que no se requiere, no se necesita, que la formación obtenida incremente la productividad de los candidatos. Algo que tiene una cierta lógica, en un mundo de cambio tecnológico acelerado la vida útil de cualquier conocimiento práctico para las empresas es ínfimo, lo requerido es la capacidad de actualización permanente, curiosidad, cierto amor por lo nuevo. Atributos que los candidatos difícilmente van a aprender en ninguna facultad, atributos que deben tenerse de forma congénita, atributos que pueden identificarse con esa mayor productividad que requiere el modelo de Spence


No parece demasiado difícil, ni arriesgado extraer algunos corolarios a esta brillante y sencilla teoría.


1.- Cuanto mayor esfuerzo requiera estudiar, cuanto más injusticias y sufrimiento se padezcan mejor señal diferenciadora es el título académico y más poderoso el networking entablado con los compañeros de aula. Por un lado este sufrimiento arbitrario está acrecentando el coste, el esfuerzo de los menos productivos deberían realizar, lo que les ratifica en su decisión de no estudiar (reduciendo el número de candidatos con título) y por otro lado muestra a las empresas lo dóciles que son los titulados, la capacidad de sacrificio que han mostrado y que la empresa podrá usar en su beneficio. 


2.- Si la diferenciación lleva suficiente tiempo funcionando: los más productivos estudian y los otros no, puede llegar un momento en que se asimile título académico-productividad alta- salario alto, hasta el punto que se olvide la productividad en la cadena lógica de razonamiento. Es decir se asocie título académico a sueldo alto, e incluso las empresas y la administración pública dejen de chequear que efectivamente el candidato con título académico posee y aplica una productividad alta en su trabajo, dándose por descontada la alta productividad con la mera tenencia del título académico. Algo así como el síndrome del funcionario: estudiar, esforzarse, darlo todo hasta aprobar la oposición pública (señal que requiere la administración para la contratación del candidato) y una vez obtenida la plaza esforzarse poco o nada en su desempeño. 


3.- Si todos los candidatos tienen una carrera universitaria, esta deja de ser una señal útil. Se requiere otra señal, un refinamiento que realice la diferenciación: el máster. Es decir profundizar en la idea original del esfuerzo y sacrificio, si ya no son suficientes 5 años de estudios se amplían a 6 o 7 años, para acrecentar el coste de emitir la señal y reducir el número de candidatos que emiten la señal adecuada.


4.- Ante el riesgo de exceso de candidatos con título académico, otra alternativa es dificultar el acceso a la educación universitaria a una parte de los candidatos.  Externamente se observa que unos candidatos tienen título y otros no, luego un análisis simplista podría concluir que  la señal del título académico sigue siendo efectiva. Esta segregación, a una parte de los candidatos, puede basarse en el sexo de los candidatos, su religión, su capacidad económica, su residencia (rural o urbana), su orientación sexual, su raza, su color de piel y un largo etcétera de opciones de segregación.


Existen más variante pero suelen conjugar las ya descrita, por ejemplo la última reforma del ministro Wert del sistema universitario público español del 30 de Enero de 2015. En España el título universitario público está muy subvencionado, es decir la matrícula que paga el estudiante es una parte pequeña del coste de su formación. Se podría considerarse que hay muchos candidatos con títulos universitarios (grado). Luego la señal diferenciadora deja de ser funcional, sobre todo en una situación de poco empleo como se caracteriza esta eterna crisis económica. Solución, acortar a 3 años el título académico (grado), esto de hecho facilita la obtención del título de grado, no parece ninguna solución. Ahora bien, se permite que los máster o posgrados sean de dos años (en lugar de uno) y recordemos que los posgrados públicos no están subvencionados o tan subvencionados. Como muchos candidatos van a obtener sus grados con facilidad, la única forma de diferenciarse es obtener un máster. Es decir, se destruye la capacidad del título de grado como señal diferenciadora efectiva, con el terrible efecto desincentivador a medio y largo plazo: "¿para que estudiar si no sirve de nada? y lo que sirve no me lo puedo pagar". Como los máster públicos no serán tan baratos como el grado, muchos candidatos con el título de grado no podrán pagárselo y los que si puedan hacerlo es posible que decidan cursar un máster privado:  "total por la diferencia de precio, hago uno privado y tendré compañeros/amigos con mayor proyección de futuro". Finalmente la nueva ley si reducirá el número de candidatos que emiten la señal diferenciadora: tener un máster. Se ha segregado a una parte de los candidatos por su situación económica y se ha generado un importante negocio para las Universidades Privadas: se retrocederá en el tiempo, a cuando estudiar era cosa de ricos.



Ahora lloremos las penas de los licenciados en las mejores universidades.



by PacoMan


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Universidad de Harvard

La educación de élite produce "borregos excelentes", según un profesor de Yale


Son “súper personas”, el nombre que les dio James Atlas, editor de The New York Times Magazine y presidente de Altas & Company. Tienen varias carreras, practican deporte como si fuesen profesionales, pueden hablar en varios idiomas, manejan a la perfección un instrumento musical, han ofrecido ayuda en los rincones más desfavorecidos del planeta, y han convertido sus hobbies en una provechosa afición. Han estudiado en las grandes universidades, y el futuro está en sus manos. Tiene que estarlo, con tan brillante currículum. Pero también están llenos de miedo, inseguridad, angustia y timidez. Apenas muestran preocupaciones intelectuales y desconocen qué quieren hacer con su vida, más allá de ganar dinero a espuertas, seguir el camino que profesores y padres han construido para ellos, y conseguir la aprobación de los demás.

William Deresiewicz
Esta es la paradoja que late en la vida de los universitarios de los centros de élite americanos, mantiene el profesor de Yale William Deresiewicz, que ha expuesto su tesis en un ya célebre artículo publicado en The New Republic y en su libro Borregos excelentes: la mala educación de la élite americana y el camino a una vida plena, publicado por Free Press. Deresiewicz ha comprobado con sus propios ojos y ha vivido en su propia piel la frustrante experiencia del estudiante de Harvard, Yale o el resto de centros de la Ivy League, que los convierte en esos “borregos excelentes” del título: “Son excelentes porque cumplen todos los requisitos para entrar en una facultad de la élite, pero es una excelencia muy limitada. Son chicos que cumplirán todo aquello que les mandes, y que lo harán sin saber muy bien por qué lo hacen. Sólo saben que volverán a pasar por el aro”. No se trata de un nombre inventando por el escritor. Al contrario, fue el concepto con el que uno de sus alumnos se describió a sí mismo.

Universidad de Yale

Ganado para alimentar la máquina

Desde los años 60, asegura Deresiewicz, los valores que rigen los grandes centros educativos han cambiado por completo aunque, en apariencia, sigan defendiendo la excelencia y el auxilio de los más desfavorecidos. “Auto exaltación, estar a servicio nada más que de ti mismo, una buena vida pensada sólo en términos del éxito convencional (riqueza y estatus) y ningún compromiso real con el aprendizaje, el pensamiento, y con convertir el mundo en un mejor lugar” son los valores que, según el profesor, rigen el comportamiento de sus alumnos. Pero ellos no son los culpables, sino las víctimas. Entre la larga lista de responsables, Deresiewicz señala a los institutos privados, a los ambiciosos padres, al sistema de admisión, a las grandes marcas universitarias, a los empleos donde estos serán contratados y, en general, a la mentalidad de clase media-alta.





Cada vez que ven que la luz roja se enciende, tienen que pulsan el botón, pero hay un momento en el que dejan de decirles lo que tienen que hacer


El producto –es decir, los nuevos licenciados– parece perfecto. Pero, debajo de esa imagen homérica y dinámica del que algún día se convertirá en CEO de una gran empresa se encuentra latente una gran inseguridad. Esta se caracteriza, sobre todo, por una enfermiza aversión al riesgo. “Por definición, nunca han experimentado algo que no sea el éxito”, explica Deresiewicz. Y está en lo cierto. Los requisitos académicos y personales para ser admitido en cualquiera de estos centros son tan elevados que conseguir menos que un sobresaliente no es una opción. Por ello, “al no tener margen para el error, evitan los posibilidad de cometerlo”. Uno de sus alumnos miró a su profesor como si fuese un alienígena cuando le sugirió que quizá dedicar menos tiempo para el estudio le serviría para reflexionar sobre lo que ha aprendido. Otro manifestaba sentirse completamente inseguro ante la posibilidad de verse obligado algún día a comer solo.


Algo que se refleja en las estadísticas de salud mental de los estudiantes, que se encuentran en su momento más bajo de los últimos 25 años. “Es casi como un experimento cruel con animales”, explica en una entrevista con The Atlantic. “Cada vez que ven que la luz roja se enciende, tienen que pulsar el botón”. Entre todos esos requisitos se encuentran la música o participar en una organización caritativa, algo que Deresiewicz explica que no hacen para los demás, sino para sí mismos y sus currículos. “La experiencia ha sido reducida a su función instrumental”. Por ello, durante cuatro años, los que aspiran a matricularse en una gran universidad se dedican exclusivamente a tachar de su lista todos esos hitos que deben haber alcanzado, pero nunca llegan a reflexionar sobre si realmente desean ser ricos y poderosos.

El terrible mundo real

Una vez llegan a la universidad, esta no plantea ningún problema. No tienen más que seguir el camino preestablecido y todo irá bien. Además, los cursos no son muy exigentes, recuerda Deresiewicz. Se ha llegado a un “pacto de no agresión” entre profesores y estudiantes, por el cual los alumnos son “clientes” que reciben altas calificaciones a cambio de un esfuerzo mínimo. Mientras tanto, los profesores siguen profundizando en sus proyectos de investigación, lo que realmente garantiza que reciban incentivos económicos.


Es después de abandonar los estudios cuando la realidad se presenta amenazadora. “Por supuesto que están estresados”, recuerda el profesor. “Nunca han tenido la posibilidad de encontrar su propio camino. El problema es que hay un momento en el que dejan de decirles qué tienen que hacer”. Delirios de grandeza y depresión son dos de los grandes problemas a los que tienen que enfrentarse. El primero, ocasionado por el hecho de que sus padres les hayan dicho que son los mejores y los más listos desde su infancia, un refuerzo positivo que desaparece en el momento en que se dan cuenta de que, como decía David McCullough, no son especiales. Han dejado de medir su valía de forma realista, lo que provoca que su autoestima se desmorone a la primera de cambio.


Wall Street se dio cuenta de que las facultades están produciendo licenciados muy listos y completamente centrados en el trabajo, que no tienen ni idea de lo que quieren

Irónicamente, las personas que tendrían la posibilidad de hacer todo lo que quisieran, terminan siguiendo carreras muy similares. Que son justo aquellas en las que son necesarios trabajadores y líderes que sigan caminos preestablecidos, que se muevan únicamente por las ansias de dinero, estatus e influencia, y que no cuestionen el estado de las cosas. Es el caso de la bolsa americana. Como señala una cita del periodista de Newseek Ezra Klein que reproduce Deresiewicz, “Wall Street se dio cuenta de que las facultades están produciendo una gran cantidad de licenciados muy listos y completamente centrados en el trabajo, que tienen una gran resistencia mental, una buena ética de trabajo y ni idea de lo que quieren”.



En última instancia, recuerda el autor, se trata de lucha de clases. Pero no entre las clases bajas y las altas, sino entre los diversos escalones de las élites, a los que cualquier otro camino les parece una excentricidad. Como recuerda el periodista, el número de estudiantes de la mitad menos rica de la sociedad se ha reducido en la educación de élite desde el 46% de 1985 al 15% actual. Y como explicaba el fundador del Proyecto Minerva Ben Nelson, los habituales métodos de selección de los estudiantes de las universidades de élite no hacen nada más que dar preferencia a los más ricos, puesto que ellos son los que tienen el dinero para contratar a los mejores profesores y enrolar a sus hijos en las clases de música, fútbol americano, matemáticas, francés, béisbol, viajes al extranjero, economía y literatura que necesitan para garantizarse su puesto en la élite.

 Tomada de El Confidencial


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by PacoMan



En 1968 nace. Reside en Málaga desde hace más de tres lustros.



Economista y de vocación docente. En la actualidad, trabaja de Director Técnico.



Aficionado a la Ciencia Ficción desde antes de nacer. Muy de vez en cuando, sube post a su maltratado blog.


Y colabora con el blog de Grupo Li Po


5 comentarios:

  1. Muy interesante tu artículo. No conocia este enfoque del mercado de trabajo y de las élites norteamericanas. Me ha recordado al gran Wright Mills.

    Un saludo,

    Carlex.

    PD: Tomo nota de tu blog de ciencia ficción, escribe más porfa ;-)

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  2. Muchas gracias por dejar tu comentario Carlex. BIENVENIDO AL BLOG

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  3. Este desaguisado de la universidad ya comenzó con Zapatero y otros anteriores. El hecho de "universalizar" los estudios universitarios casi como si formaran parte de la educación básica obligatoria hacía que los principios de excelencia y mérito quedaran destruidos. Para que las "élites" pudieran "distinguirse", se inventaron un doctorado para el que había que hacer previamente un curso. Otro tipo de distinción son los máster. Es decir, en lugar de tener un programa educativo y de ayudas con un criterio medianamente objetivo, lo reducen todo a un único parámetro: la pasta.

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  4. Es decir, extender la educación universitaria al conjunto de la sociedad está bien, pero explicando lo que se está haciendo, que es destruir el concepto de Universidad como un lugar de excelencia científica. Lo bueno podría ser que se destruye ese factor de distinción de las élites, en este caso las dinerarias, pero se hurga más en la herida al volver a crear otra distinción más. Y así sucesivamente. Lo del ministro Wert no es más que una actualización a la época de crisis de lo que se viene haciendo desde hace décadas en España. La diferencia entre unos gobiernos y otros es que unos son más populistas que otros y lo "maquillan" de forma diferente.

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    1. Gracias Lino Moinelo por dejar tus comentarios en el blog. Gracias por la lectura

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