Estimado Amigos
Hoy tenemos el gusto de compartir un nuevo ensayo de nuestro amigo el escritor valenciano, afincado en el estado Bolívar, Carlos Yusti.
Deseamos disfruten del texto.
Hoy tenemos el gusto de compartir un nuevo ensayo de nuestro amigo el escritor valenciano, afincado en el estado Bolívar, Carlos Yusti.
Deseamos disfruten del texto.
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Aunque
parezca anómalo la escritura es una actividad en solitario, pero la
vida del escritor es todo lo contrario y allí están esos versos de
Alberto Caeiro: No tengo ambiciones ni deseos. /Ser poeta no es una
ambición mía./ Es mi manera de estar solo.
Al
parecer se equivocaba Fernando Pessoa, a través de la voz de su
heterónimo Caeiro, ser poeta es estar solo en la multitud, cuestión que
aplica para los escritores en general.
Voltaire
escribió que lo más funesto de la profesión de escritor era la inquina y
envidia de los otros escritores, sin mencionar a los necios que mezclan
espíritu de venganza y fanatismo para hacerle la vida a cualquier
escritor un infierno portátil que le acompañará hasta la tumba.
Retrato de Voltaire, por Nicolas de Largillière |
Mi
ideal de escritor era ser carcomido por el insomnio y el hambre que
encerrado en su desaliñada buhardilla, y de espaldas al mundo, se
enfrascaba a su tarea de escritura sin impórtale que su gran obra se
publicara. Pero esta idealización romántica del escritor escondido en su
torre de marfil jamás tuvo adeptos entusiastas entre mis amigos de
farra y bohemia literaria. Para ellos el escritor ideal era ese que se
inmiscuía en los vaivenes sociales y era un militante fervoroso por la
redención de los pueblos sojuzgados.
Por
un tiempo estuvo bien visto que escritores y poetas nadaran a
contracorriente, que fueran el tóxico idóneo para espantar las moscas
de la rutina y el bostezo social. Nunca declarados abiertamente de
izquierdas, pero cuya actitud de desaliño y desplanche contracultural
los ubicaba en esa orilla de intelectual progre. Esto les permitió darle
mucha plusvalía curricular a su estado incivil y entrar por la puerta
de servicio a las instituciones (burguesas) culturales que despreciaban,
pero las cuales les permitiría subir un nuevo peldaño social y retomar
su obra con más fiambre contestario.
Si
uno no es un Rimbaud de barriada pobre es necesario fajarse bastante
para convertirse en un lector más o menos solvente y luego comenzar a
garrapatear los primeros poemas y los primeros gritos de literatura
incomprendida y toda esa broza tan panfletaria, pero eficaz. Si estudias
es sencillo obtener un título en letras que te certifique como
escritor, pero si eres autodidacta y quieres escribir el ambiente se
vuelve enrarecido y tus amigos de antaño (con los cuales hiciste algunos
maratones en las barras de los peores bares de la ciudad) ya graduados
en letras, y con cargo cultural incomparado, han desarrollado ciertas
pezuñas y algunos hábitos siniestros de “llena esta planilla para
escribas en la revista” o “recibimos tu artículo para el suplemento,
pero al director no le convence el tono”…A pesar de todo uno sigue en
ese vuelo sin motor que es a fin de cuenta la escritura.
Con
el pasar del tiempo uno se percata que los escritores conforman un
gremio como los demás donde hay muchos que hacen las veces de
escritores, en donde sobra mucha carpintería literaria y poca creación,
mucha gramática encuadernada sin vida y por supuesto están los
consabidos escritores de café y farra que en la cabeza tienen muchos
Macondos por escribir, pero que jamás llegan a papel alguno. También hay
escritores-profesores preocupados por la tesina de acenso y el ensayo
de literatura comparada para cerrar con broche dorado el año sabático.
Por supuesto sobran los relacionistas públicos de siempre que consiguen
las becas, los premios, las páginas culturales y los cargos de cultura,
para ellos la escritura ha quedado reducida al informe del mes o al memo
correspondiente.
Henri Michaux |
La escritura creativa sigue siendo una actividad de solitarios. A menudo a muchos escritores su trabajo los ha llevado a estar más solos. Samuel Beckett cuando lo llamaron para informarle que había ganado el nobel de literatura, sólo atinó a decir: “Que gran calamidad”. Todo aquello acabaría con su morosa y solitaria tranquilidad. Desde hace años se había apartado de todo (y de todos) e incluso estaba sometiendo su escritura a una depurada aproximación al silencio. Henri Michaux, antes de morir, le comentaba a Cioran que le habían llamado de una editorial para publicar sus poemas en una edición de cincuenta mil ejemplares, cuando el lo que quería era volver al principio cuando apenas publicaba un delgado libro que alcanzaba apenas el tiraje de 40 ejemplares. Juan Carlos Onetti terminó tumbado en una cama en España acompañado de su mujer y un perro. Ernesto Sábato en completa soledad comenzó a pintar unos cuadros fríos y oscuros. La lista podría incluir a Clarice Lispector, César Vallejo, Roberto Arlt, Alejandra Pizarnick, Argenis Rodríguez y un extenso etcétera.
Juan Carlos Onetti |
Terminar
solos y traspapelados con los personajes ficticios es un fracaso menor
en comparación con ese que tiene que ver con la creación o como lo ha
escrito Enrique Vilas-Mata: “En cualquier caso, el auténtico y
verdadero gran fracaso del escritor, aquel que alcanza a tantos, llega
siempre con puntualidad, generalmente muy temprana. Es un fiasco
doloroso, íntimo. Llega cuando no podemos reproducir con fidelidad lo
que a acabamos de pensar y querríamos haber escrito. Llega cuando
comprendemos que no hemos podido ser fieles a la ambiciosa idea que nos
habíamos propuesto al comenzar un libro o un artículo”.
No
sé a dónde me llevará la escritura. Desconozco cual es el destino de
este vuelo sin motor, si me estrellaré como tantos otros o seré capaz de
planear con cierto arte y aterrizar lo mejor posible.
Siempre me resultó trágica, con risa nerviosa de fondo, esa anécdota de Raymond Roussel quien después de publicado su primer libro (costeado de su bolsillo ya que tenía bienes de fortuna) salió a la calle muy envarado a dar un paseo, con su libro bajo el brazo, sintiéndose un artista, un gran escritor. Su paseo sólo buscaba que la gente al verlo se precipitara a felicitarlo por su libro o que al menos lo reconociera y lo saludara como un autor editado, pero nada. La gente pasaba a su lado y lo ignoraba por completo. Deprimido y al borde de un colapso nervioso se sentó en el banco de una plaza y sintió el metal frío del fracaso mordiéndole las entrañas.
Las
palabras te llevan a todos lados y a ninguno. La realidad no satisface
nuestras expectativas y hay una urgencia de enriquecerla, magializarla
leyendo mucha literatura. Escribir es muchas veces un malentendido, es
ese día en el que cargas el paraguas y no llueve, es como cuando quedas a
encontrarte con la mujer que amas en un sitio determinado y no
encuentras el sitio. Escribir es tratar de que la realidad se desplace
hacia la desnudez poética, para que lluevan paraguas en un día radiante,
es esa mínima posibilidad para que la vida se torne una elemental
metáfora, algo simple en su metafórica complejidad o como escribió
Enriqueta Arvelo Larriva: “Sencilla como ese hilo sin perlas”.
Tomado de Arte Literal
Carlos Yusti
Tomado de Arte Literal
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Carlos Yusti (Valencia,
1959). Es pintor y escritor. Ha publicado los libros Pocaterra y su
mundo (Ediciones de la Secretaría de Cultura de Carabobo, 1991);
Vírgenes necias (Fondo Editorial Predios, 1994) y De ciertos peces
voladores (1997). En 1996 obtuvo el Premio de Ensayo de la Casa de
Cultura “Miguel Ramón Utrera” con el libro Cuaderno de Argonauta. En el
2006 ganó la IV Bienal de Literatura “Antonio Arráiz”, en la categoría
Crónica, por su libro Los sapos son príncipes y otras crónicas de
ocasión. Como pintor ha realizado 40 exposiciones individuales. Fue el
director editorial de las revistas impresas Fauna
Urbana y Fauna Nocturna. Colabora con las publicaiones El correo del
Caroní en Guayana y el Notitarde en Valencia y la revista Rasmia.
Coordina la página web de arte y literatura Códice y Arte Literal.
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