viernes, 6 de marzo de 2020

LOS ESPAÑOLES, LOS ITALIANOS Y LOS PORTUGUESES DE LA CASA


Imagen tomada de Sociedad Genealógica "El León de La Cordillera


Crónicas del Olvido


LOS ESPAÑOLES, LOS ITALIANOS Y LOS PORTUGUESES DE LA CASA



**Alberto Hernández**


1.-


En estos días de apuros, de emergencias sicológicas y físicas, cuando las utopías se deshicieron para abrirnos las puertas y los ojos a la realidad, vuelvo –esta primera persona me obliga a someterme a mis pecados y santidades- a pensar en lo que hemos sido, somos y seremos. Y lo digo con toda la carga de mi sangre revuelta, la africana de la abuela materna, la indígena plasmada en el blanco y la europea que sigue correteando cada vez que abro la boca para pronunciar y pronunciarme.



Somos de todos los lugares y tiempos. Los venezolanos somos un plural abierto. Nuestra hematología siempre comienza. Es un estado tan histórico que resuena en el pasado y se instala en el futuro, entre los traspiés del presente. Pero eso somos, un accidente convertido en gracia y en tragedia. 



El país que inventamos, el que se hizo paisaje, dudosa Nación o territorio no es más que la ficción que muchas veces sentimos en las novelas de costumbres, en la simbología de nuestras tentaciones, en la algarabía heredada, en la sombría traslación de muchos dolores.



Pero como somos un todo plural sanguíneo, cromático, lingüísticamente universal, también somos ese alboroto irresponsable a veces, necesario otras veces. Hemos sido una sobra de la historia, un trozo de rebeldía. Un instante de gozo, un retazo de suficiencia y arrogancia. 



Hoy nos toca volver a vernos, a ser lo que no hemos sido. O lo que al menos no habíamos advertido.



2.-



Todo lo que diga aquí es de mi absoluta cercanía con esas sangres, con las que nos hicieron. Sangres romances, sangres retraídas, vivaces, sanas o enfermas, iletradas o académicas. Sangres de todos, campesinas o urbanas, agrícolas o industriales. Porfiadas, imbéciles o agraciadas por bendiciones. Otras, perversas por la designación de eventos indeseables. Hemos sido eso y habíamos intentado mejorarnos y hemos decaído para luego levantarnos y volver a vernos en el rostro sereno de nuestro aborigen cutáneo, en el negro que llevamos en el ritmo, y las tres raíces europeas que “nos llegaron”, que nos han marcado.



Y desde esta confrontación, desde esas líneas de la mano que nos guía, tres que seguimos siendo en familia, en amistad, en constancia verbal o afectiva: España, Italia y Portugal, tres países que arribaron a Venezuela para hacerse con nosotros y nosotros reconocernos en sus acentos. 



3.-



El primer español de mi sangre que logré conocer muy niño fue al canario Alejo Hernández. Un viejecito de baja estatura, de boina y “múcuras” castizas. Y una úlcera en una de sus piernas, lo que producía cierto desagrado, que era superado por su amabilidad y manera de abrazar a mi padre. Lo llamábamos tío Alejo. Y amaba a mi padre, un hombre alto y fornido con pinta de Ernest Hemingway. Vivía tío Alejo en “Los isleños”, un enclave campesino cercano a Valle de la Pascua, fundado por canarios, de allí el nombre.


Y después los españoles de tantas provincias de la península que se instalaron en ese pueblo llanero: agricultores, vendedores de hortalizas, curas, etc. 



Y siempre el acento, el marcado acento verbal de esos españoles, a quienes tratábamos de imitar y andar con sus hijos, quienes se hicieron llaneros, tanto o más que muchos nacidos de padres llaneros.


Y estaban los italianos, constructores, pasteleros, agricultores. Recuerdo que en Valle de la Pascua, en una famosa panadería solíamos comprar los “recortes”, panes y trozos de pasteles dulces y salados que adquiríamos a precios muy baratos, puesto que eran, precisamente, los cortes de la sobra industrial que consumíamos como merienda. Una bolsa grande de panes de todo tipo para regocijo de la familia. Y pocos años después llegó la familia italiana en el romano Vincenzo Di Caro, el “zio” cuyos hijos son nuestros primos. Más cercano el mundo campesino que heredamos de las calles de la bella Italia.

Y los portugueses, madrugadores en sus panaderías, en sus ventas de verduras. Y así, en Lisboa, me tocó saberme pariente de los Rodrígues Loreto, hijos de una prima de mi padre, quien casó con un portugués de la península. 



Y para recogerme temprano, la sangre canaria de abuelo Andrés Delgado Jiménez y la africana caribeña de mi abuela Gregoria Orozco, el resumen del color de mi piel y el rebenque de mi nariz quevediana, que don Andrés ostentaba orgulloso sin saberlo.



4.-



Se preguntarán el porqué de esta crónica. También a veces yo me lo pregunto. No arribo a menesteres genealógicos. No me anima ese contrato con escudos o banderas, porque no las tengo ni las quiero. Pero me enorgullece el ser del que vengo, con todos los tropiezos, miradas angulares, momentos festivos, instantes trágicos, pasiones y desganos. 



Soy ese ser que ya no es. Soy el que se reconoce en esas sangres, en todas, en la que somos los venezolanos, los que llevan muchas vidas, lápidas y libros en esta tierra, y los que recién se toparon con esta geografía. Somos todo eso, hasta el reclamo de quienes no viven aquí: eso somos.



Por nuestra casa, por nuestros patios, calendarios e insomnios, han pasado todos sus acentos, sus encargos, sus emociones, su recuerdo y hasta su olvido.


(Crónica escrita hace meses y que mantenía en resguardo para que saliera cuando ella lo pidiera)



*******

Alberto Hernández. Fotografía de Alberto H. Cobo.


Alberto Hernández, es poeta, narrador y periodista, Fue secretario de redacción del diario El Periodiquito. Es egresado del Pedagógico de Maracay con estudios de postgrado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Es fundador de la revista literaria Umbra y colabora además en revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Ha publicado un importante número de poemarios: La mofa del musgo (1980), Última instancia (1985) ; Párpado de insolación (1989),  Ojos de afuera (1989) ganadora del 1r Premio del II Concurso Literario Ipasme; Nortes ( 1991), ; Intentos y el exilio(1996), libro ganador del Premio II Bienal Nueva Esparta; Bestias de superficie (1998) premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y diario Antorcha 1992 y traducido al idioma árabe por Abdul Zagbour en 2005; Poética del desatino (2001); En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (México, 2001);Tierra de la que soy, Universidad de Nueva York (2002). Nortes/ Norths (Universidad de Nueva York, 2002); El poema de la ciudad (2003). Ha escrito también cuentos como Fragmentos de la misma memoria (1994); Cortoletraje (1999) y Virginidades y otros desafíos.  (Universidad de Nueva York, 2000); cuenta también con libros de ensayo literario y crónicas. Publica un blog llamado Puertas de Gallina. Parte de su obra ha sido traducida al árabe, italiano, portugués e inglés. 

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