Hoy la resistencia a través de la cultura es muy necesaria (Una sugerencia perfecta para Venezuela).
Una entrevista a Ana Blandiana y Mircea Cartarescu, cara a cara
ANDRÉS SEOANE | 25/05/2018
Por su parte Blandiana, que amén de los escritores del boom, cita a Cervantes y Lorca, se centra en la poesía de Jordi Doce, Francisco Javier Irazoki y Martín López-Vega, así como de sus amigos Antonio Colinas y Jaime Siles. También considera la poesía una clave de la feria, pues opina que “estas ferias literarias a las que acuden miles de personas, prueban que la necesidad de regresar a la espiritualidad, de salvarse del mundo actual a través de la poesía, no es sólo una ilusión de los poetas, sino el sentimiento de un gran número de gente”.
Tomado de El Cultural
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"La poesía era el idioma para eludir la censura"
Ana Blandiana y Mircea Cartarescu, cara a cara
Son, sin discusión, las grandes figuras de las letras rumanas. Ana Blandiana, la poeta emblema de la lucha intelectual contra la dictadura de Ceaucescu, y Mircea Cartarescu, el candidato al Nobel capaz de fundir la tradición rumana con corrientes extranjeras como el boom, conversan en estas páginas sobre censura y libertad, el significado de la poesía y de ser escritor y sobre el presente y el futuro de Europa. Ambos ejercen de embajadores de Rumanía, cuyas letras brillarán entre las 363 casetas de la 77ª edición de la Feria del Libro de Madrid, que el autor inaugura este viernes. Además, repasamos el futuro de la literatura rumana junto a 7 jóvenes que nos descubren sus más secretas intenciones.
ANDRÉS SEOANE | 25/05/2018
En 1918, el fin de la Primera Guerra Mundial y el desmembramiento del Imperio austrohúngaro provocarían el surgimiento de la Rumanía actual, con la unificación de sus tres regiones históricas, Moldavia, Valaquia y Transilvania. En este siglo que se cumple ahora, el pueblo rumano ha transitado por 29 años de una férrea monarquía, constitucional solamente de nombre, y por 42 años de dictadura comunista, comandada en su epílogo por el duro régimen de Nicolae Ceaucescu, finalmente abolido en 1989. Siete décadas bajo regímenes represores y censores que se pueden rastrear en el ámbito de la cultura. Por un lado, muchos de los grandes creadores rumanos de estos años hicieron las maletas hacia lugares más tolerantes como Europa occidental o Estados Unidos, donde los Tristan Tzara, Mircea Eliade, Emil Cioran y Eugène Ionesco, entre otros, fueron reconocidos como grandes escritores y artistas. Otros, los que por diversos motivos se quedaron, hicieron de la resistencia cultural su forma de vida.
Entre todos aquellos que concibieron la literatura como testimonio y resistencia destaca Ana Blandiana, cuya poesía, publicada en España por Pre-Textos, se convirtió durante los años de Ceaucescu en emblema de la lucha contra la censura y la represión del régimen. Blandiana, pseudónimo de Otilia Valeria Coman, nació en Timisoara en 1942. Su padre fue un pope y maestro condenado como “enemigo del pueblo” por conspirar contra el Estado, anatema que se extendería a su hija. Perseguida y vigilada por el régimen, que le negó durante años el derecho a entrar en la universidad, y vetada en las imprentas desde los 17, la escritora llegó entonces a alcanzar gran repercusión internacional y a erigirse en voz del destino colectivo de los rumanos.
Poesía contra la realidad
Algo que consiguió desde la poesía, pues ella misma nunca se ha sentido escritora, sino poeta, condición que considera ajena al hecho de crecer en una dictadura. “Poeta no es algo que llegas a ser, naces así. Empecé a componer versos antes de saber escribirlos. Ser o no ser poeta no dependía de mí ni de las condiciones en las que vivía”, explica Blandiana, que reconoce que sin dictadura hubiera sido más libre, sí, “pero se trataría de una libertad que hubiera disfrutado de manera automática, de cuyo valor no hubiera sido consciente. Mientras que en una dictadura mi libertad es algo que yo inventaba, era mi obra, tanto en la vida como en la escritura, era el bien más escaso e impagable que tenía que cuidar para no deteriorarlo y no perderlo. Mi libertad abarcaba el sufrimiento, que siempre ha sido buena materia prima para la escritura”.
En esos años 80 en los que muchos rumanos enarbolaban los poemas de Blandiana como estandarte, comenzaba a publicar un joven Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), que por supuesto tuvo sus primeros y duros encontronazos con la censura. En realidad, el escritor editó cuatro libros durante esa década, tres volúmenes de poesía y su primer libro en prosa, Nostalgia, pero “todos ellos sin excepción fueron censurados. Conseguí imprimirlos porque mis escritos tenían un cierto componente fantástico que los hacían distanciarse de los hechos del día a día”, valora un Cartarescu que recuerda aquellos tiempos como desagradables. “Pero al menos tenía la literatura, que me ayudó a sobrevivir, que me hizo libre”.
Pregunta.- ¿Cree que la censura favorecía en cierto sentido la creación literaria?
Cartarescu.- No sé si tanto como favorecer, pero sí creó un ambiente especial. Casi todos los buenos artistas e intelectuales que vivieron en la Rumanía de aquellos años lograron resistir frente a la dictadura y acabaron preservando su propia libertad. Los de los ochenta éramos una hermandad de jóvenes poetas que devorábamos pan con poesía, sin hacer el más mínimo caso a la grandilocuente, ridícula y en ocasiones criminal dictadura que nos rodeaba. No vivíamos en esa Rumanía destruida, sino en la Castalia de Hesse, un mundo de libre pensamiento y de poesía.
P.- Es su lenguaje natural, pero ¿considera la poesía como la mejor forma de oposición literaria a una dictadura?
Blandiana.- Es posible. La realidad es que la poesía ha logrado eludir la censura más que otros géneros literarios, puesto que su lenguaje se basa en la metáfora, que es una comparación a la que le falta un término, y el término ausente tiene que ser intuido e inventado por el lector. La poesía nace siempre a mitad de camino entre el que la escribe y el que la lee, y fue a lo largo de muchos decenios el baluarte a través del que la gente respiraba las últimas moléculas de libertad. Es extraño cómo, de este modo, la poesía moderna se instaló en la conciencia pública cuando, en condiciones normales, hubiera conectado sólo con las élites intelectuales.
El falso papel del arte
Aquellos fueron los años en los que Cartarescu escribió El Levante, un poema épico que muchos consideran su mejor obra y al que hace un guiño manifiesto en su monumental novela Solenoide, gran éxito en nuestro país el año pasado. “Durante la dictadura nunca intenté publicarlo porque era una parábola muy evidente de la situación política de Rumanía. En vez de ello, lo leí entero en un famoso círculo literario de Bucarest, el Círculo de los lunes”, donde entusiasmó a los oyentes. Inmediatamente después de la revolución, el poema se imprimió y se convirtió en un libro de culto para los rumanos. “Pero mi auténtica sátira swiftiana contra el régimen de Ceaucescu, la que me robó la juventud, fue el tercer volumen de mi trilogía Orbitor (Cegador, que este otoño edita en España Impedimenta). Este libro posee el tono más combativo de cuantos he escrito. Un tono devastador inusual en mí”.
P.- Asegura que la fama, el mismo hecho de publicar o su condición de escritor, le resultan indiferentes, ¿qué papel considera entonces que cumple la literatura en la sociedad?
Cartarescu.- Me parece un poco falso hablar del "papel" que desempeña el arte en la sociedad. La literatura no es algo obligatorio. Es más bien como una iglesia: nadie te obliga a entrar, pero si quieres rezar, es el lugar donde hacerlo. De hecho, en ocasiones me pregunto si la literatura existe como institución: la busco y en su lugar solo encuentro libros. Solo los libros son reales; la literatura en sí misma, no. Escritor me suena un tanto impostado para definir lo que hago. No soy, ni he sido nunca, un “escritor profesional”, sino una persona que emplea la escritura para escucharse, hablar acerca de sí mismo y convertirse en algo que perdure.
Cartarescu, para quien sus textos empiezan y terminan en él mismo, acaba de publicar en Rumanía la última entrega de su diario, Un hombre que escribe, “la mejor definición acerca de lo que soy realmente. Nunca edito mis páginas. Todos mis libros nacen del primer borrador, están escritos de principio a fin sin ningún cambio. Es mi forma de ser honesto conmigo mismo, de ser auténtico, porque nadie puede editar su propia vida”.
P.- Cartarescu abandonó la poesía, pero Blandiana continúa escribiéndola. ¿Qué concepto tienen ahora de ella, para qué les sirve o por qué ya no lo hace?
Cartarescu.- La poesía poco tiene que ver con el arte de escribir poemas. Para ser aún más preciso, diría que las posibilidades de encontrar poesía en un libro de poemas en este mundo son ínfimas. La poesía es una mirada unificadora en el ámbito del saber. Ser un poeta de verdad, y no solo alguien que compone versos, supone ser capaz de ver la vida como un todo y como si la descubrieras por primera vez. Los poetas no vivimos en el mundo; es el mundo el que vive en nosotros. Damos forma y a la vez deformamos el mundo acorde a nuestra propia alma.
Blandiana.- La poesía se entromete en mi vida incluso cuando yo no quiero que lo haga. Es una forma de salvación de las marismas de las formas exclusivamente materiales de la existencia, y continúa siendo una forma capital de resistencia contra muchas cosas, aunque hayan cambiado los objetivos. Sirve para oponerse, por ejemplo, a la destrucción de la memoria o la corrupción y la indiferencia generalizadas. Existen miles de temas en los que ejercer la resistencia moral y estética a través de la poesía y en los que esta sigue siendo necesaria. La resistencia a través de la cultura es más necesaria hoy que ayer.
Dioses literarios
Este trato reverencial que ambos autores conceden a la literatura tiene su explicación al admirar la lista de personalidades artísticas y filosóficas de su país: Marin Sorescu, Tristan Tzara, Lucian Blaga, Mircea Eliade, Emil Cioran, Eugène Ionesco... Esta concentración de talento se explica para Blandiana en las peculiares características de la historia rumana. “Durante más de mil años hemos sido los únicos latinos en la encrucijada de tres imperios (el ruso, el turco y el austro-húngaro) de los que sólo nos podíamos defender mediante la inteligencia, la espiritualidad y el arte”.
Por su parte Cartarescu reconoce el valor de estos "dioses literarios", pero aprovecha para romper una lanza a favor de quienes se quedaron, “muchos a la altura de los grandes escritores de la historia y aún desconocidos para el mundo”. Nombres como los del poeta Tudor Arghezi; el novelista y dramaturgo Camil Petrescu; Max Blecher, considerado el Kafka rumano: la escritora feminista Hortensia Papadat-Bengescu; el visionario Nichita Stanescu; o el genial prosista Mircea Horia Simionescu.
P.- Muchos de ellos emigraron, ¿por qué ustedes no abandonaron Rumanía, qué les hizo permanecer allí?
Blandiana.- Lo terrible de la emigración no era tanto el hecho de que te ibas del país sino de que no podías volver nunca. He tenido siempre más miedo a la soledad que al sufrimiento. Además, había otra cosa: si yo me iba y abandonaba a mi gente mientras Ceaucescu se quedaba, significaba que él les resultaba más cercano que yo, algo que no hubiera podido soportar.
Cartarescu.- Decidí quedarme porque para mí era indiferente el lugar donde viviera. Mi país es allí donde reside mi familia. Puedo escribir en cualquier parte y realmente no me importa si permanezco totalmente desconocido para los lectores. No soy un desconocido ante mis ojos, y eso es más que suficiente para mí.
Europa, cultura y memoria
P.- Han pasado casi 30 años del fin de la dictadura.
¿La juventud rumana es consciente de todo lo que pasó, de todo lo que
sufrieron, o ya se ha convertido en un episodio del libro de historia
sin trascendencia en sus vidas?
Cartarescu.- Supongo que es algo natural. ¿Acaso le
importan a los miembros de mi generación los sufrimientos que acarreó la
Segunda Guerra Mundial, algo que no nos afectó directamente a ninguno
de nosotros? Sí, esas cosas nos importan, pero realmente no nos las
podemos llegar a imaginar. Muchos jóvenes se afilian a grupos de extrema
izquierda y niegan los horrores del antiguo régimen. Quizás eso
explique que la historia repita las mismas monstruosidades ideológicas
generación tras generación. El olvido es la forma habitual que elige la gente para poder seguir adelante, para continuar su camino. La alternativa, para muchos de ellos, sería abrazar la locura.
Blandiana.- La historia ya no es considerada una parte
necesaria en la cultura y en la formación de los jóvenes. De este modo,
se vuelven más fácilmente manipulables. La destrucción de la memoria,
que ha sido la condición primordial del comunismo para la "creación del
hombre nuevo", se perpetúa de este modo con otros fines, pero con los
mismos resultados. Olvidamos quiénes hemos sido, no entendemos quiénes somos, y no nos importa quiénes seremos. Sin memoria y sin historia perdemos nuestra identidad.
P.- Ambos son europeístas convencidos que creen en la
visión humanística del proyecto europeo, ¿cómo ven Europa y qué esperan
de ella en el futuro?
Blandiana.- Pertenecemos a un mundo en vías de
desaparición. Europa, con su bajísima tasa de natalidad, se hunde en su
propia historia, que ni siquiera cultiva. No es una fuerza demográfica y
no tiene modo de ser una potencia militar, sólo puede resistir a través de su cultura en la medida en que tenga el valor de asumir esta definición y de respetar sus propias tradiciones.
Cartarescu.- Más que ningún otro lugar del mundo en el
que hayamos habitado, Europa representa la cultura. Su columna vertebral
está hecha de libros, cuadros, canciones..., unidos todos ellos bajo el
esfuerzo filosófico de entenderse a sí misma. Permanecer juntos es la única forma de afrontar los terribles desafíos económicos, políticos e ideológicos de este mundo demente.
La tolerancia, la generosidad, el amor por el arte y por el
conocimiento… Esa es mi Europa. Vive en mis genes, en mi mente y en mi
corazón.
Un pesimismo al que contribuye la deriva política del continente, que
sin embargo Cartarescu no considera comparable al régimen de Ceaucescu. "Ceaucescu solo puede ser comparado con Franco o Pinochet, con Mao o Kim Ir Sen",
afirma rotundo. "Lo que existe ahora mismo en Europa es una fuerte
tensión entre la unidad y las fuerzas centrífugas. La revolución
tecnológica, los desafíos de la inmigración y el terrorismo
internacional han cogido por sorpresa a la gente más conservadora, y han
despertado en ellos el anhelo regresar a los tiempos pasados. Solo
espero que mi país no se sume a esta tendencia hacia la intolerancia que
observamos, no solo en Hungría y en Polonia, sino también en países
como Austria e Italia".
Poesía en auge
En ese contexto de defender la cultura se insertan eventos como esta Feria del Libro de Madrid. “Las ferias suponen un alto que da sentido a nuestras vidas aburridas de escritores”,
comenta Cartarescu. “Lo único deprimente son los libros: toneladas de
libros que se te caen encima y te entierran en una masa de celulosa,
recordándote cuán pequeño e insignificante es tu pobre trabajo”.
Profundo admirador de los clásicos latinoamericanos, el escritor asegura
no haber tenido ocasión de leer a muchos españoles contemporáneos, pero
destaca los nombres de Rosa Montero, Javier Marías y Vila-Matas.
Por su parte Blandiana, que amén de los escritores del boom, cita a Cervantes y Lorca, se centra en la poesía de Jordi Doce, Francisco Javier Irazoki y Martín López-Vega, así como de sus amigos Antonio Colinas y Jaime Siles. También considera la poesía una clave de la feria, pues opina que “estas ferias literarias a las que acuden miles de personas, prueban que la necesidad de regresar a la espiritualidad, de salvarse del mundo actual a través de la poesía, no es sólo una ilusión de los poetas, sino el sentimiento de un gran número de gente”.
Tomado de El Cultural
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