lunes, 25 de marzo de 2019

El Círculo de los Tres Soles de Rafael José Muñóz.

Por Alberto Hernández







Crónicas del Olvido

EL CÍRCULO DIFUSO: RAFAEL JOSÉ MUÑOZ


**Alberto Hernández**

En Guanape, Rafael José Muñoz entabló amistad con la muerte. Una interminable conversación con tal señora propició los obituarios a algunos amigos: “Ha muerto cristianamente el señor Jesús Sanoja H.” “Ha muerto cristianamente el señor Juan Liscano Velutini…”, y así hasta él, por eso la muerte no logró sorprenderlo porque ya el pacto había sido realizado.

Al poeta Muñoz lo aporrearon demasiado, le arrancaron pedazos de piel para adornar los brazos de las prostitutas de las dictaduras. Al poeta Muñoz le siguieron los ojos por las calles porque caminaba como bebiendo licores venenosos. Al poeta Muñoz le rompieron los labios porque besaba sólo con silbar. Y así lo hicieron, así lo machacaron contra la corriente de los ríos que vienen de la muerte: “Por aquí va la muerte caminando/ con su pesada carga de cabellos”.

La palabra lo conminó a los abismos. A esa locura que mostraba la luz de la poesía. En la calle lo miraban mal porque “tengo el don de la adivinación. Tengo poderes mentales para detener esa camioneta que no puede golpearme”. Una locura que se traduce en ser distinta a la locura material de sus compatriotas. La guerrilla le enamora con esa cabellera de la década de los sesenta y lo lleva a causar destellos en su casa.

El poeta Rafael José Muñoz, el cómplice de los “3 Soles”, el loco de la palabra envuelto en el círculo del trío de estrellas seculares. Poeta oscuro, difícil y extraviado. Poeta de nadie porque no se pertenece: Nadie tiene una costilla de ángel para atrapar esa demencia, esa divinidad del oleaje. Nadie lo conoce porque él no conoció a nadie. Los satélites lo persignan. Zoroastro lo saca del fondo y lo revienta contra las antiguas rocas de la planicie.

Cuando recogió el barro completo en “El Círculo de los Tres Soles”, con palabras de su amigo Juan Liscano, dijo: “Hoy entrego este libro a la imprenta. Está hecho de visiones. Tocando piedras de iglesias perdidas, lo escribí. El cacho de la vaca, el orín de las estrellas, los chivitos preñados y en cacería, los treinta y siete kilómetros que me separan de Luis Jaramillo, las canéculas del sordo Pérez Marcano, todo eso está allí. Bastaría decir que pelucón, pelucao; pero no; existen otras razones (…) le pediríamos permiso a Machado Zuluaga para ordenar los ojos de una vaca; o trasegaríamos todos los pormenores que exige Remberto. No se puede complacer a todos. Mejor es una pavana para una niña mugrienta”.

Cada sonido en Muñoz es un estruendo interior. Códigos personales con la “vil” intención de que no entendamos, pero también para que entendamos que no entendemos nada, que la poesía es ese misterio que puede llegar como una puñalada a cada hombre, a cada animal alojado en el miedo convertido en solapa. Envuelto por iridiscentes regiones donde la magia y la gnosis copulan sin cesar, Rafael José Muñoz descubrió las profundidades de los horóscopos, acarició con lengua de vacuno los restos del ave fénix de las cartas de navegación de la oscuridad, y se sentó a meditar sobre la existencia de las columnas del esoterismo.

Margulló las manos en la sangre de los asesinos y la hizo ver en las canciones extrañas de la vejiga de una mujer árabe, abrasada de fuegos viscerales.

Ensalmó el lomo de los perros y afirmó con vehemencia que la muerte no existía: “Voy con mis sandalias azules de paseo”, como si nada importara el polvo de los astros que más de una vez se acumuló en sus ojos alucinados.

Sobre el misterioso mago cayeron las lluvias que, repetidas en temporadas, aguaron los corazones de latón. Un día de viaje a lejanías desconocidas, dijo para todos:

En la perola N° 156 de la Historia Universal hay una maraquita que el Niño Jesús le regaló a los Reyes Magos”, y murió por varios años allá en Moscú, donde la locura ligera y atrabiliaria lo recogía de sus tardes opacas. ¡Qué triste ese país y qué triste seguirá siendo!

Cada mirada del poeta, cada letra del hombre, cada grito tras paredes de herrumbre, cada arrechera ontológica, cada lentitud frente a la agresión, cada tortura parado sobre el ring de metal y de espanto…eran un silencio nuevo para reconstruir y jugar con las sombras, porque ya con la muerte la jugada estaba hecha. Y mofó los aguaceros bajo toldos y lamentos de ancianas ociosas, y no vaciló un instante en lanzarle cuchillos y dagas oxidadas para reconciliarse con Juan Bodín, con los albitences, con la luna, con la pradera, con los números arcaicos, con los números primos, con las llagas de Dios, con los temibles calzoncillos de Urano, con todo, porque sabemos que él llevaba todas la desgracias para convertirlas en truenos, dameros, diamantes, perfil de faunos, muerte cadenciosamente sonora. Jugaba también al estruendo.

Y entonces nos enteramos, hace algunos años, de que después de desafiar automóviles, cabillazos, cigarros prendidos en alguna parte sagrada del cuerpo, el poeta Muñoz tomó el camino de ser inmortal porque murió para que nadie tuviese nada ordinario qué decir de sus andanzas por esta tierra, por estas praderas de desprecios.

Desde estos soles materiales que nos miran estar vivos, elevo esta copa de licor para celebrar tu distancia, porque hoy –cualquier día es bueno- me dio la puta gana de volver a tener aquí conmigo –en este espacio de imposibles milagros- la sinrazón de estar ante un texto cerrado como una puerta, por la que muchos no pueden acceder.

(Texto publicado en el libro “Cambio de sombras”, Edición de Sobrevivientes Asociados y Ateneo de Guardatinajas “Soñadores del río Tiznados”, Maracay 2001)








Cargado por Felicita Cartonera Ñembyense






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Alberto Hernández. Fotografía de Alberto H. Cobo.


Alberto Hernández, es poeta, narrador y periodista, Fue secretario de redacción del diario El Periodiquito. Es egresado del Pedagógico de Maracay con estudios de postgrado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Es fundador de la revista literaria Umbra y colabora además en revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Ha publicado un importante número de poemarios: La mofa del musgo (1980), Última instancia (1985) ; Párpado de insolación (1989),  Ojos de afuera (1989) ganadora del 1r Premio del II Concurso Literario Ipasme; Nortes ( 1991), ; Intentos y el exilio(1996), libro ganador del Premio II Bienal Nueva Esparta; Bestias de superficie (1998) premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y diario Antorcha 1992 y traducido al idioma árabe por Abdul Zagbour en 2005; Poética del desatino (2001); En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (México, 2001);Tierra de la que soy, Universidad de Nueva York (2002). Nortes/ Norths (Universidad de Nueva York, 2002); El poema de la ciudad (2003). Ha escrito también cuentos como Fragmentos de la misma memoria (1994); Cortoletraje (1999) y Virginidades y otros desafíos.  (Universidad de Nueva York, 2000); cuenta también con libros de ensayo literario y crónicas. Publica un blog llamado Puertas de Gallina. Parte de su obra ha sido traducida al árabe, italiano, portugués e inglés. 

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