viernes, 24 de julio de 2020

EL MENSAJE SIN DESTINO DE MARIO BRICEÑO-IRAGORRY.





“MENSAJE SIN DESTINO”, DE MARIO BRICEÑO-IRAGORRY

**Alberto Hernández**

“Siempre he creído necesario contemplar los problemas del país a través de otros ojos, y en consecuencia, no me guío únicamente por lo que miran los míos. A los demás pido prestada su luz; y el juicio de mis ojos, así sea opaco ante los otros, lo expongo al examen de quienes se sientan animados a una común inquietud patriótica”.


1.-
¿Hacia qué destino se dirige el país? ¿Cuál sería el mensaje para su perdurabilidad? ¿Con qué recursos morales, intelectuales, culturales, políticos o sociales podría moverse hacia el lado donde habitan la buena educación, la paz, el progreso económico, la solidaridad? ¿Quién podría en los próximos meses encontrar el mensaje y el destino para sacudirnos el pelaje de la transgresión, el crimen, el latrocinio y la vulgaridad de un régimen que viola todas las normas?
Esas preguntas caben aún en las páginas que nuestro autor dejó escritas. El pensamiento político venezolano ha estado bien representado en ensayistas, académicos y estudiosos de nuestras comunes tragedias, entre ellos Mario Briceño-Iragorry a través del volumen “Mensaje sin destino”, libro que ha contado con varias ediciones, la primera en 1951 con el título “Mensaje sin destino. Ensayo sobre nuestra crisis de pueblo”.

La definición de pueblo hoy es una ambigüedad. Ha sido usada para hacer y deshacer, pero sobre todo para destruir la verdadera concepción del término “pueblo”, razón por la cual hoy es necesario optar por el de ciudadano. No porque el primero nos parezca odioso sino porque ha sido muy manoseado, lo cual lo hace inútil a esta altura de los distintos abusos que comete el poder con ese pueblo que “vota” por él y es convertido en esclavo, en mendigo, como es el caso de la Venezuela de estas horas aciagas.

2.-

Volver a nuestros clásicos es una necesidad. Volver a don Mario Briceño-Iragorry se torna imperioso, porque a través de sus líneas podremos ver más claramente lo que nos pasa hoy. Su estudio, precisamente, se afinca en ese término: “Pueblo”.

En tal sentido, nuestro ensayista advierte que el pueblo venezolano no tiene conciencia histórica, y por tanto no es un “pueblo histórico”.

Para el caso, más que el “pueblo político” (en sí bastante informe), nos interesa el pueblo en función histórica”. Y justamente no somos “pueblo” en estricta categoría política, por cuanto carecemos del común denominador histórico que nos dé densidad y continuidad de contenido espiritual, del mismo modo que poseemos continuidad y unidad de contenido en el orden de la horizontalidad geográfica”.

En conclusión, Briceño-Iragorry califica al conglomerado social de “pueblo antihistórico”. Afirma el autor que el venezolano no ha alcanzado a asimilar “su propia historia en forma tal que pueda hablarse de vivencias nacionales, uniformes y creadoras…”

El estudio de Mario Briceño insiste en esta manera de concebir a quienes forman parte del hábitat de este mapa que se ha agitado en medio de convulsiones que lo han llevado, no sólo a perder espacio, sino a ser maltratado por fuerzas internas y externas, como está ocurriendo hoy en pleno siglo XXI.

Hace una crítica a los historiadores porque “en la mayoría de los trabajos de historia nacional se ha dado , con marcadas excepciones, notoria preferencia a una historia de tipo litúrgico y de criterio ´calvinista´”. Es decir, una visión demasiado rígida y apegada a los cánones de costumbres ajenas a nuestra formación histórica.
3.-

Un planteamiento de nuestro autor se centra en el militarismo, vieja herencia que tiene sus raíces en la misma Independencia, donde se forjaron los héroes uniformados. 
“La historia bélica, que hasta hoy ha tenido preferencia en la didaxia, ha sido para el pueblo venezolano como punto de interés permanente, donde ha educado el respeto y la sumisión hacia los hombres de presa”.

Los hombres de presa” son los militares acostumbrados a repeler, recibir órdenes, meter la barriga y sacar el pecho, y llenarse de medallas de adorno. Y se afinca el ensayista: “Porque nuestra historia no ha sido los anales de grupos que formaron las sucesivas generaciones, sino la historia luminosa o falsamente iluminada, de cabecillas que guiaron las masas aguerridas, ora para libertad, ora para el despotismo”. Nos toca en estos días la del despotismo, el abuso, el disparo a mansalva, la burla, el relincho de falsos periodistas, la mofa del poder hacia los desvalidos, la muerte por hambre, enfermedades y persecución. 

Briceño-Iragorry afirma que los historiadores no han hecho bien su trabajo. Y habla de los de su época, quienes se han centrado más que todo en el áurea romántica de los eventos que les ha tocado registrar.

Lamentablemente andamos lejos de gozar la recia posición constructivista que nos ponga en posesión de aquellos instrumentos de educación cívica. Se rinde “culto” a los hombres que forjaron la nacionalidad independiente, pero un culto que se da la mano con lo sentimental más que con los reflexivo”. Y aún ocurre en el estamento político: Bolívar y Manuelita Sáenz, Negro Primero y el permiso a Páez para morir en plena batalla de Carabobo. La versión dionisíaca, cursi, si se quiere, de los libertadores. Semidioses que han salido de una “historia” sesgada, sensiblera, “bolivarianamente” idiota. Por eso aconseja “formar una teoría ejemplar de lo bolivariano”.

Negro Primero. Por Pedro Centeno Vallenilla.

Habla nuestro autor de la “liturgia de las efemérides”, de que “Hemos dado prioridad a la parte teatral de las circunstancias” y de la historia como una “hipérbole histérica”. Por todo eso, responsabilidad a las deficiencias de nuestra educación.

4.-

Para no abundar más, dejo a los lectores las siguientes ideas de don Mario Briceño-Iragorry:

“En Historia, lejos de existir acontecimientos que pudieran catalogarse como pasmos o silencios en el devenir social, existen metástasis que explican la presencia de procesos que sufrieron retardo en su evolución natural. En Historia no hay cesura. Su ley es la continuidad”.

Razón por la que “nuestro país es la simple superposición cronológica de procesos tribales”, que sólo han sustituido “un fracaso por otro fracaso”.

Queda a los lectores continuar revisando estas páginas para que esa continuidad no sea rota por la desmemoria, y que logre al fin el destino del mensaje enviado.


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Alberto Hernández. Fotografía de Alberto H. Cobo.


Alberto Hernández, es poeta, narrador y periodista, Fue secretario de redacción del diario El Periodiquito. Es egresado del Pedagógico de Maracay con estudios de postgrado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Es fundador de la revista literaria Umbra y colabora además en revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Ha publicado un importante número de poemarios: La mofa del musgo (1980), Última instancia (1985) ; Párpado de insolación (1989),  Ojos de afuera (1989) ganadora del 1r Premio del II Concurso Literario Ipasme; Nortes ( 1991), ; Intentos y el exilio(1996), libro ganador del Premio II Bienal Nueva Esparta; Bestias de superficie (1998) premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y diario Antorcha 1992 y traducido al idioma árabe por Abdul Zagbour en 2005; Poética del desatino (2001); En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (México, 2001);Tierra de la que soy, Universidad de Nueva York (2002). Nortes/ Norths (Universidad de Nueva York, 2002); El poema de la ciudad (2003). Ha escrito también cuentos como Fragmentos de la misma memoria (1994); Cortoletraje (1999) y Virginidades y otros desafíos.  (Universidad de Nueva York, 2000); cuenta también con libros de ensayo literario y crónicas. Publica un blog llamado Puertas de Gallina. Parte de su obra ha sido traducida al árabe, italiano, portugués e inglés. 

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