Poeta, escritor y periodista, nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.
Vive en Génova, Italia.
En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado acreadores y artistas.
(Ha fundado y dirigido varios suplementos y revistas de literatura. Si se requiere información detallada sobre estas publicaciones, favor solicitarla a este correo: jipulido777@gmail.com)
Forma parte de la Antología Por ocho centurias, XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, Salamanca, España, entre otras.Ha sidoinvitado a festivales en Irak, Colombia, Brasil, Chile, España y Génova.Participó, en 2012, como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en Salamanca. En el 2018 y en el 2019 invitado al Festival Internacional de Poesía de Génova.
Publicaciones más recientes:
El puente es la palabra. Antología de poetas venezolanos en la diáspora.
Compilación: Kira Kariakin y Eleonora Requena, para Caritas.
Poeti Uniti per il Venezuela, Parole di Libertà (Poetas Unidos por Venezuela, Palabras de Libertad) publicado por Borella Edizioni, evento respaldado por la Associazione culturale Orquidea de Venezuela, con sede en Milán.
Poemario Heridas espaciales y mermelada casera editado porBarralibro Editores.
Richard Ford en la Biblioteca Jaume Fuster de Barcelona.Foto:Antonio Moreno
Estimados Liponautas
Los escritores suelen escribir bien, así que cuando sus peroratas son dirigidas hacia otra área sus ideas pueden estar tan mal o bien dirigidas como las de cualquier hijo de la panadera...
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La Gerencia
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Richard Ford: "Me reía con Carver de nuestro supuesto realismo sucio"
16 diciembre, 2015 01:00
Laura Fernández
Richard Ford ha resucitado en Francamente, Frank (Anagrama) a su peculiar 'alter ego', Frank Bascombe, el periodista deportivo que luego fue agente inmobiliario y ahora se ha convertido en un jubilado al que le asustan las caídas en el hielo, para hablar del huracán Sandy y todo lo que destruyó, y también de todo aquello que hace de la vida "una imprevisible maravilla".
Como Frank Bascombe, Richard Ford (1944) fue hijo único de padres mayores. Padres que le adoraban. Padres que nunca se tomaron muy en serio nada de lo que ocurría. "Crecí entre un montón de adultos", dice. Todos ellos le fascinaban. Se fijaba, desde niño, en todo lo que hacían y en cómo lo hacían. Trataba de descubrir por qué lo hacían. Luego, toda esa gente empezó a morir. "Empecé a tener que ir a un montón de entierros. Incluido el de mi propio padre, que murió cuando yo tenía 16 años", recuerda. La muerte, la muerte que acecha a Frank Bascombe, temeroso de resbalar, un día, en las escaleras del porche (porque un poco de hielo puede ser tan letal como un francotirador, a una determinada edad, o eso se repite, una y otra vez, el ex periodista deportivo y ex agente inmobiliario, lo más parecido a un álter ego que Ford ha tenido jamás), y no volver a ser el mismo, o no volver a ser en absoluto, está presente, desde el principio, en todo lo que escribe. Y lo está especialmente en ésta, en mucho sentidos, elegíaca antología, o los cuatro relatos que dan forma a una peculiar novela en cuatro partes que Ford quiso titular Let Me Be Frank With You, juego de palabras que en español se ha convertido en Francamente, Frank (Anagrama), y que, en su versión original, apela al artificio que constituye toda novela, por más realista que ésta sea.
"En los 60 hubo una generación de escritores, de la que formaron parte William Gass, Donald Barthelme y Robert Coover, que jugaban con esa idea de lo metaliterario. Yo crecí en esa época, consciente de que la literatura es artificio. Que nadie te está ofreciendo un ojo de la cerradura por el que mirar, sino que tú, como lector formas parte de una experiencia artística e intelectual cuando lees un libro. Así que con el título pretendía invitar al lector a vivir esa experiencia, a jugar a ese juego conmigo", dice el escritor. Está sentado a una butaca negra y sigue con la mirada a todo aquel que pasa junto a él, hasta que éste, sea quien sea, desaparece. Lleva encima una libreta, una diminuta libreta de bolsillo interior de americana, en la que anota frases que podría haber dicho Bascombe si en vez de un personaje "hecho de palabras" ("porque eso es lo que es", dice, "no soy la clase de escritor que considera que sus personajes están vivos, Frank Bascombe no existe", aclara), fuese un tipo de carne y hueso, y tuviese que enfrentarse a: 1) Tipos que regresan para pedirle cuentas por la que casa que les vendió y que ahora se ha llevado el huracán; 2) Curiosas ex inquilinas de la casa en la que vive que regresan para echar un vistazo al lugar en el que crecieron; 3) Ex mujeres que se han retirado a una residencia aquejadas de una enfermedad de la que no podrán escapar y 4) Amigos que en realidad nunca lo fueron y que quieren confesar un desliz antes de adentrarse en el Más Allá.
Para mí, la vida es una especie de carnaval. No me tomo nada demasiado en serio. Ni a mí mismo"
He aquí lo que esconden los cuatro relatos incluidos en Francamente, Frank, el regreso no esperado de Frank Bascombe, el tipo que protagoniza El periodista deportivo, El Día de la Independencia y Acción de Gracias. Ford, que creció en Jackson, Mississippi, en la misma calle que William Faulkner, en la misma manzana que Eudora Welty, que dijo de él que era "un chico inteligente pero un poco salvaje", recuerda que cuando ganó el Pulitzer (por algo que jamás volverá a escribir: una novela larga, muy larga, como El Día de la Independencia), le preguntaron qué le parecía que un tipo de Jackson, Mississipi ganara el Pulitzer y él respondió: "¿Que qué me parece? ¡Ni siquiera soy el único de mi manzana que lo ha hecho!".
Pregunta.- ¿De veras no tenía previsto resucitar a Frank? ¿Por qué tomaba entonces todas esas notas sobre cosas que podría haber dicho?
Respuesta.- Frank ha sido desde el principio una especie de herramienta. Como una voz que está ahí todo el tiempo. Un instrumento que me mantiene alerta. Me obliga a prestar atención a lo que me rodea. Para muchos escritores, lo verdaderamente valioso es el pasado. Para mí lo es el presente. Estar vivo es un milagro, y hay que celebrarlo. Como he dicho, crecí rodeado de gente adulta y llegó un momento en que esa gente empezó a morir. Aquello me enseñó a apreciar lo que tenía: la vida. Todo me parece interesante. Pero no lo que ha pasado, sino lo que está pasando ahora mismo. Para mí, la vida es una especie de carnaval. No me tomo nada demasiado en serio. Ni siquiera a mí mismo.
P.- ¿Fue el huracán Sandy el que le impulsó a hacerlo, en cualquier caso?
R.- Sí. Lo cierto es que jamás pensé que resucitaría a Frank. Pero luego ocurrió lo del huracán Sandy y verdaderamente me impactó. Pensé que, dado que Frank conocía bien Nueva Jersey, podría ser un buen narrador para la historia. Aún no sabía qué quería escribir, pero sabía que tendría algo que ver con las consecuencias del huracán. Los escritores vamos de un lado a otro en busca de algo que contar, y las ideas toman forma en tu cabeza sin que seas consciente de por qué lo hacen. Yo estaba en Nueva York cuando el huracán destrozó la vida de toda esa gente. Fui a la zona, vi lo que había pasado, me quedé sin palabras, y me dije que tenía que escribir sobre eso. Porque de eso va la literatura. La literatura tiene que sacudirte. Tiene que decirle al lector: '¡Eh, un momento! ¡Aquí está pasando algo! Deja lo que estás haciendo y echa un vistazo'.
La literatura tiene que sacudirte. Tiene que decirle al lector: '¡Eh, un momento! ¡Aquí está pasando algo! "
P.- ¿Por qué tomó la forma de cuatro relatos? ¿Por qué no escribir una novela?
R.- No creo que tenga la energía suficiente para sumergirme en una novela como las que he escrito. Tengo 72 años, no quiero embarcarme en cosas complicadas. No sé si voy a seguir vivo mañana. Prefiero ponérmelo fácil. Así que escribí un relato. Y luego escribí otro y cuando tuve un tercero me dije que el número tres no me gustaba y que escribiría un cuarto. Luego mi editor quiso que escribiera un quinto y yo le dije que no podía volver a ese momento. Cada libro tiene un momento. Se genera una atmósfera a su alrededor cuando lo escribes y cuando dejas de escribirlo, esa atmósfera se esfuma. Ya no puedes volver.
P.- Raymond Carver decía cosas maravillosas de usted, y fueron grandes amigos además de contemporáneos, de los dos se dijo que lo suyo era realismo sucio, aunque usted no ha estado nunca a gusto con la etiqueta.
R.- La verdad es que no. Solía reírme con Carver de nuestro supuesto realismo sucio. Fue muy divertido, en realidad. Fue cosa de la revista Granta. Cuando nos juntábamos decíamos: '¿Qué tienen de sucias nuestras historias? No hay sexo, no hay violencia, ¿qué es lo que les parece sucio?'. En cualquier caso, sirvió de algo. Hoy en día aún se habla de Carver.
P.- Ha hablado antes de otros escritores, escritores como Donald Barthelme y William Gass, ¿influyeron en algún sentido en su obra?
R.- Por supuesto. Leerlos me hizo descubrir que el realismo no es realismo en absoluto. El realismo no existe. La novela es artificio y hay muchas maneras de ser verosímil. Una historia crea la ilusión de realidad, pero es sólo eso, ilusión. No hay más verdad en mis historias que en las historias de Barthelme. Ambas son igualmente artificiales. He discutido mucho sobre ello últimamente con Colm Toibin. Para él, sus personajes existen, para mí, no. Son eso, personajes. Están hechos de palabras. Como todo lo que les pasa.
P.- ¿Y qué me dice del sentido del humor en sus historias? ¿Diría que existe un humor sureño?
R.- No sé si existe un humor sureño, aunque sí sé que el humor está presente en la literatura de William Faulkner y en la Flannery O'Connor, pero no es exclusivo de los escritores del sur, por supuesto. En mi caso, procede de muy distintos sitios. Por un lado, del cine. Cuando era niño podía llegar a ver tres películas al día. Y todas eran comedias. Luego están mis padres, que reían mucho, y se lo pasaban en grande. Y luego el lugar en el que crecí, en el que todo era absurdo. Crecer en un sitio en el que te dicen que las cosas son de una determinada manera cuando cada día tú compruebas que son justo lo contrario, es una buena manera de convertirte en un escritor que prefiera el humor, y el absurdo, a cualquier otra cosa.
A los americanos no les interesa la política, lo único que les interesan son los eslóganes"
P.- En Francamente, Frank, hay una presencia constante de la muerte, pero también del pasado, el pasado que simbolizan todas esas casas, el hogar perdido de quienes sufrieron las consecuencias del huracán, pero también del propio Frank, que se refiere a menudo a su pasado en el barrio en el que ahora vive, Haddam.
R.- La casa es tu refugio. El lugar al que vuelves, donde duermes, donde discutes con tu mujer. Es el lugar en el que inviertes más de todo: dinero y energía, sentimientos. Sabemos que estamos aquí de paso, pero nunca pensamos en la posibilidad de que ese refugio desaparezca. Para toda esa gente que perdió su casa en el huracán, todo desapareció. El lugar en el que habían visto crecer a sus hijos de repente ya no existía. Quería reflexionar al respecto, de ahí que en casi todos los relatos la casa sea importante. Y luego está la idea del hogar, que es una idea distinta. Uno puede sentirse en casa en cualquier parte, siempre que esté con alguien querido. La idea del hogar es algo más conceptual que físico.
P.- Bascombe es un demócrata convencido. Hay comentarios políticos en todos y cada uno de los relatos, pero se refiere, obviamente, al ex presidente Bush, y también a Obama, ¿qué cree que opinaría Bascombe o qué opina usted de alguien como Donald Trump?
R.- Oh, no creo que represente una verdadera amenaza. Nunca será elegido. Ni en las primarias de su partido, ni en las generales, en el caso de que llegara a presentarse como candidato republicano. En realidad no le interesa nada relacionado con la política, al propio Trump, sólo está ahí. Y cuando pierda, se irá. Desaparecerá. A menos que quiera quedarse y convertirse en una especie de agitador. En cualquier caso, su sola presencia asegura que los demócratas vuelvan a salir elegidos.
P.- ¿Cree que Hillary Clinton será la próxima presidenta de Estados Unidos?
R.- Creo que no ha hecho nada para serlo, pero lo será si Donald Trump sigue ahí. Si en vez de Donald Trump hubiera tenido otro rival, no le hubiera costado demasiado acabar con ella, pero no ha sido así. En cualquier caso, a los americanos no les interesa la política, lo único que les interesan son los eslóganes. Las pegatinas para el guardabarros del coche, que ahora están muy de moda. Todo el mundo tiene una. O un montón de ellas. Así es como dejan claro lo que opinan del mundo.
P.- ¿Ha cambiado mucho América desde que publicó El periodista deportivo?
R.- Bueno, entonces era 1986. No había internet, no había móviles, no había toda esa comunicación instantánea que tenemos hoy. Donde había pequeñas tiendas de barrio ahora hay sucursales de cadenas. Los viejos edificios se han convertido en aparcamientos para esas nuevas tiendas. Han subido los impuestos. Todo el mundo parece tener más dinero. Al menos, en Nueva Jersey. Pero también ha ocurrido que Nueva Jersey se ha hecho menos distinguible. Cuando yo llegué aquí, en 1976, era un lugar singular, muy distinto al resto, y ahora es como cualquier otra ciudad. Respecto a América, y la forma en que ha cambiado espiritualmente, no sabría decirlo. Estoy cerca de saberlo, pero aún ando preguntándomelo.
P.- ¿Quizá en la próxima novela? ¿Un nuevo Bascombe?
R.- Habrá un nuevo Bascombe, pero no será la próxima novela. La próxima novela la protagonizará un profesor. No sé. Pero, si sigo vivo para cuando la acabe, escribiré un nuevo Bascombe, sí. Y lo ambientaré en San Valentín. Bascombe hará un viaje en una de esas enormes autocaravanas. Será invierno. Uhm. Sí.
Érika Tucker, nuestra Shakti Ma: “Ya no pido permiso para amar”
José Pulido domingo 13 de junio de 2021
Érika Tucker: “Amé mi oficio, la fuente de artes y espectáculos; sé que mi transformación hizo que me convirtiera en alguien a quienes muchos ven intratable”.
Para los babilonios la espiritualidad quedaba en el hígado y para mis amigos sibaritas también. Aunque el poema de Gilgamesh está regido por lo que el corazón siente: “Cuando Enkidu escuchó estas palabras, se apaciguó su airado corazón”.
Los egipcios dijeron que el alma estaba allí, en esa palpitación. Los judíos entendieron que Dios le sopló la vida con su aliento al padre Adán y los pulmones se tornaron sagrados, como debe ser. Hay que cuidarlos.
Los griegos y Galeno pusieron orden y señalaron que todo queda en el cerebro, en la mente. Pero Aristóteles ya había afirmado que el punto central del hombre es el corazón y a pesar de Galeno, así se quedó: el corazón, inevitablemente, es aristotélico.
(Para hablar del corazón con plena libertad, he tomado ideas de un didáctico y brillante ensayo que escribió el médico y profesor Ricardo Zalaquett Sepúlveda, del Departamento de Enfermedades Cardiovasculares de la Pontificia Universidad Católica de Chile).
Corazón y amistad
¿Qué es lo que uno llama corazón? Ese lugar dentro del cuerpo en el que caben todas las emociones y sentimientos y cuyo espacio, asombrosamente infinito, sirve para guardar el caudal de lo que se ha sentido y de lo que se siente, aunque hasta las personas más distraídas saben que el corazón se deteriora si la cantidad de amarguras acumuladas supera a las reservas de amor existentes. Amar, por el escueto y sencillo deseo de hacer bien a lo que se ama, fortalece y alegra el corazón. Odiar perjudica el corazón porque engendra más odio.
En ese corazón infinito que todo el mundo tiene, hay un lugar dedicado a la amistad verdadera. Este es el caso que hoy me ocupa: a veces la amistad verdadera es la que ofrece una persona por el puro amor de ayudar a entender la vida. He estado pensando en una amiga que poco a poco se fue transformando en la amiga de mucha gente. Su voz transmite paz y comprensión. Hablé al inicio del corazón porque es una manera gráfica de explicarlo. Ella, mi amiga, quien hoy en día es una persona rodeada de múltiples aprecios, es como una nube de polen cernida por el sol —el suave brillo. Hablo de Érika Tucker, a quien una multitud de seguidores llama hoy en día Shakti Ma.
Érika
Siempre fue rebelde y hermosa su manifestación espiritual, pero Érika no sabía que había un camino para la libertad que exigían sus pies. Cuando la conocí parecía estar huyendo de ella misma pero también de la necedad colectiva. Me pareció un ser humano que había enfrentado todas las situaciones engañosas, como un lobo intuyendo el mecanismo de las trampas que le han puesto en la inmensidad de los bosques.
Su amistad era huidiza, pero su sinceridad permanecía inamovible como una roca. Nunca se rendía, nunca rogaba. En esos días formaba parte del equipo periodístico que se ocupaba de las páginas de arte de El Diario de Caracas y tenía un programa en la televisión donde le daba cabida a las agrupaciones de rock alternativo y demás música contemporánea que fuera interesante.
Cuando en alguna parte pronunciaban su nombre sin conocerla —Érika Tucker— se imaginaban a una rubia extranjera y eso constituía el primer choque. Luego descubrías su ironía, su lucidez, su irreverencia. Todos nos desperdigamos después que vendieron el periódico donde trabajábamos, pero teníamos noticias unos de otros porque entre amigos siempre hay puentes que no se desploman.
Shakti Ma
Un día leí que Érika Tucker, discípula de las enseñanzas que dejó Mahavatar Babaji, se había convertido en “la primera mujer en la historia de América reconocida como Mahamandaleshwar (regente espiritual de la tradición védica) y Madre Santa (SadhuiMataji) por las más altas jerarquías espirituales de la tradición védica”.
Esta mujer venezolana, cuya sabiduría crece junto con su humildad rebelde, mira sus pensamientos y observa todo sin juzgar nada. Su conciencia se ha alimentado con la experiencia de una vida profunda y sin adornos.
Todo lo que dice y escribe es de una poesía que fluye de un modo interminable en sentido contrario. La poesía que busca un origen en lo no formulado, en lo no expresado, en lo que todavía no se ha pronunciado.
Érika Tucker es un ser que genera oleadas de amor y serenidad con sólo pronunciar unas palabras. Ella contiene una verdad que torna sencillo todo lo complicado. Pero más allá de eso, Érika o Shakti Ma es como una mujer nacida en una colmena que produce lenguajes clarificadores. Y me pregunto a cada rato, ¿por qué la quiero como a una hija, como a una hermana, como a una madre y al mismo tiempo siento, al hablar con ella, que me falta mucho para nacer?
En su programa de televisión, Érika Tucker daba cabida a agrupaciones de rock alternativo y otros géneros
La entrevista
—¿En qué momento cambió tu vida?
—Mi vida cambió en el momento que yo cambié. Fue así. Pasó un hecho que triste y dolorosamente me produjo un cambio que conllevó una transformación. No fue tampoco de repente, ni el hecho en sí mismo: la partida de mi mamá en aquel accidente. Fue lo que arrastró en mí todo eso. Estar postrada durante tres meses me produjo un alto radical y literal. Momento igual de aquel golpe de Estado que me hizo reflexionar sobre los extremos. Se precipitaron quiebres de muchas estructuras adentro y afuera. Empecé a ver todo distinto, aunque fue como un proceso más bien, afortunadamente, corto. Comprendí la vida desde otra perspectiva que no estaba viendo ni sintiendo antes. Llegué a un despertar de un ser que desconocía por completo. Abrí un “canal” a todo lo que existe, lo trabajé y lo acepté: me abrí a creerme. Fue muy raro e inexplicable todo. A veces se dan confluencias entre lo visible y lo invisible, entre lo aparente y lo real, que generan esos sincronismos formidables que no te cambian: te transforman.
—¿Cuál es la enseñanza más poderosa que has recibido?
—Las enseñanzas se reciben siempre, día a día, pero no sé si todas generan un aprendizaje. Creo que la mayor enseñanza obtenida hasta hoy es la resolución en mí de la muerte. Aceptarla. Introducirme consciente en ese temor que es tan inevitable como esencial. Y ha sido así: resolverlo y lograr que no sea nunca más dolor, ni apego ni tristeza. La muerte es un cambio de la conciencia de un estado hacia otro.
—¿Qué le enseñas con más fervor a tus alumnos o seguidores?
—Desaprender, desprogramarse, abandonar la condena humana de la réplica y valorar totalmente la vida. Que se vive para disolver karma. Aquello que nos parece un gusto, manía, tendencia, atracción, es un rastro kármico, y si se detecta negativo abandonarlo por repetitivo y lo más probable afiliado al temor, y si por el contrario es positivo, debemos potenciarlo para que sigamos la ruta evolutiva. Y, por cierto, ni alumnos ni seguidores: gente como uno, pero en la misma. Alguna vez me dijeron: hay quienes caminan un poco más rápido, solamente eso, y han visto un poco más del sendero, por eso parece que enseñaran algo.
—Pensamos, hablamos, sentimos, creamos, destruimos. Somos seres muy extraños. ¿Qué crees que somos?
—Somos unas criaturas hermosas que hemos aprendido poco en todo este tiempo que hemos habitado el planeta. Criaturas dominadas por el ego hábil y, a su vez, pesaroso y descontrolado, incapaz de sentir más allá. Somos almas en cuerpos-mentes insaciables, dejándonos dominar por los sentidos. Somos entes programados que nos acostumbramos y adaptamos a todo. Gente de memoria corta y de afectos largos. Somos potenciales agentes de cambios y nos descreemos a nosotros mismos. Todo lo que habita bajo el sol —dijeron una vez músicos de las estrellas— está en perfecta armonía. Pero el ser humano está eclipsado por la luna.
—¿En qué crees con más certeza?
—Definitivamente, y sin dudas, en mí, en lo que percibo y siento. Creo haberme depurado lo suficiente de la mayor estupidez humana: creerse alguien o algo. Saber que no soy nada y soy todo es el axioma más complejo para una “mente-ego” que, a su vez, se concibe “alguien”. Y el asunto de ser nada ni nadie es complejo pero posible. Desprogramarse, despersonalizarse, amarse por encima de todo y, por ende, amar todo, es posible. Vivo con esa certeza, es lo que da fuerzas de seguir contemplando la gente en este mundo, hasta que pueda mudarme a otro, en el que ya todos sepan eso. Como me dijeron alguna vez: amar, amarse, es de valientes, y yo ya no pido permiso para amar.
—¿Por qué tu voz alivia el espíritu?
—Me abruma la pregunta, pero me alivia también, por todo el bullying que soporté siempre. Hoy sé que cuando hablo, entono, canto, nunca soy yo, entonces no me resiento y menos me exalto. Soy quizá ese mismo espíritu hablando que dice sentirse en alivio aunque no se sepa ni se reconozca.
—¿Qué opinas de esta época?
—Me encanta, como cualquier otra que crea o rememore haber vivido. Lo entiendo como el tiempo preciso de vida, ni un nanosegundo atrás ni otro adelante. Es una época, como todas y como siempre, muy experimental. Más cuando uno la vive así, experimentándola sin el rigor del juicio. Sé que todo guarda el registro como causa y efecto de toda acción posible. Uno se pregunta: ¿hasta dónde, qué insaciables, salvajes, crueles, vengativos, extorsionadores, negadores, ambiciosos, transgresores, podemos ser los humanos, al mismo tiempo que solidarios, recursivos, exploradores, comprometidos, entendidos? ¿Qué tanto más verdad? El ser humano no disuelve karma, y por eso replica siempre el mismo drama. El planeta siempre alineado y nuestra desafinada conciencia nos ofrecen el decorado necesario.
—¿Cómo vives?
—Vivo plena, tranquila, contenta, mucho y activamente conforme. Eso quiere decir que no me siento muerta en vida. Lejos estoy de los vicios que siento existen y el desamor que pretende extinguirnos, y así instalarse como condena humana. Reacia al conformismo cómodo, y lo más importante: me siento, vivo libre, dentro de esta cárcel o penitenciaria humana.
—Venezuela es el espacio común de las almas en el que crecí con el amor, el cuido, las relaciones y los afectos que me ayudaron a no extrañar nada. Es un país del que no me puedo apropiar, ni por nacimiento ni por recuerdos, y en el que no puedo crear añoranza. Al concepto país natal lo guardo en las entrañas y lo sostengo ante mí y ante cualquiera. Pero hoy en día, después de diez años fuera, lo desconozco, no por sus tierras poderosas en belleza, sino por lo que le hicimos como venezolanos. Tanta habladera de paja en cualquier cancha, entre traseros Belmont y par de razones Polar, entre otras muchas cosas, terminaron por confundirnos y distraernos. Se nos juntó el goce con la ignominia y los barriles de petróleo con la tomadera de whisky, mezcladito con misses, y todo eso nos hizo mucho daño. Nos creímos el mejor país con pocas pruebas, mala memoria y evasión constante. La Venezuela de la memoria es una visión perenne, una impregnación de amor. Eso nada puede aniquilarlo.
—Nada, nunca he dejado de comunicar(me), pero nunca. Ni con quienes quisieron incomunicarse conmigo aludiendo y eludiendo mi transformación. Eso aparece de vez en cuando como un resabio que siempre estoy sanándome, por lo que me gustaba y me gusta la gente que conocí en esta vida y la que estoy por conocer, estén vivos o muertos. Amé mi oficio, la fuente de artes y espectáculos, sé que mi transformación hizo que me convirtiera en alguien a quienes muchos ven intratable, menos comunicable —según—, y va por lo mismo en lo que me creo que soy: nadie, dentro de un medio donde todo el mundo se cree alguien.
53 VideoPodcast Erika Tucker-MadreShakti, y Felipe Viel
Poeta, escritor y periodista, nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.
Vive en Génova, Italia.
En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado acreadores y artistas.
(Ha fundado y dirigido varios suplementos y revistas de literatura. Si se requiere información detallada sobre estas publicaciones, favor solicitarla a este correo: jipulido777@gmail.com)
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