Estimados Amigos
Hoy tenemos el gusto de compartir otra incursión literaria de nuestro amigo Carlos Yusti, donde nos hace participes de su primera labor como escritor y editor de una revista cultural en Valencia, la de Venezuela. Continuamos así nuestra labor de rescate de la historia local de a cultura.
Deseamos disfruten la entrada.
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Hoy tenemos el gusto de compartir otra incursión literaria de nuestro amigo Carlos Yusti, donde nos hace participes de su primera labor como escritor y editor de una revista cultural en Valencia, la de Venezuela. Continuamos así nuestra labor de rescate de la historia local de a cultura.
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Animales literarios en el paisaje
“Lo más importante no es ya la existencia de Krakers, sino las ideas que profesan, pues de hecho, el grupo pudiera desaparecer, mas no así las ideas, que provocan un daño terrible y en nada ayudan sino que obstaculizan el desarrollo de la joven poesía y arte venezolanos...”.
Javier Brizuela (grupo literario Labraga).
La adolescencia es una etapa irreal. A veces transcurre sin traumas ni contratiempos, otras es una etapa sometida a vaivenes inesperados y singulares. De la mía recuerdo con nitidez mis primeras lecturas de Herman Hesse y ese tiempo blando (algo daliliano y frenético) que pasé con el grupo literario.
El grupo nació por azar. Un buen día sin razones de fondo todas las tardes merodeaba por la plaza Sucre en el centro de la ciudad de Valencia. Cerca estaba la escuela de teatro Ramón Zapata que hoy todavía funciona. A la cita de cada tarde llegaba Judith Pezzente, antigua condiscípula de clases en el liceo Martín J. Sanabria. Después se incorporó Juan Aponte Celis, estudiante de ingeniería en la UC que leía mucho a Nietzsche, Humberto González, que fue mi profesor de castellano y literatura, y Argenis Azuaje, también maestro.
Agazapados en la sombra de un café discutíamos (por horas) de lo humano y lo divino, de nuestras lecturas, de la crisis política que aguijoneaba al país y de lo acartonado que era el mundo literario y cultural a nuestro alrededor. Cuando teníamos algo de dinero llegábamos como náufragos sedientos a la orilla de la barra en algún bar. Al poco tiempo se fueron anexando Alexis González, José Pérez, José Vicente Arcila y un pintor llamado Gerson Barrientos, que tenía una prótesis en una pierna y uno de los mejores hígados que recuerde.
En una de esas interminables reuniones, en las que nos enfrascábamos con regularidad, surgió el nombre del grupo y la idea de editar una revista. El nombre, Animales Krakers, lo tomamos de una película de los hermanos Marx, en referencia a esas galletas con figuras de animales. Como cada miembro había adoptado a un animal (o un insecto) que reflejaba como espejo las peores y mejores cualidades, el nombre era inmejorable, y si a esto le añadimos nuestra intención de realizar un quiebre, un crack con ese medio literario anodino oficial de la godarria valenciana, las piezas del rompecabezas fueron encajando en sus lugares respectivos. En todo esto había como un juego. El nombre de la revista, Zikeh, surgió de una lluvia de nombres metidos en un sombrero y apuntaba a la psique, del griego psyché, “alma”.
Delante del café de la miseria, como decía Umbral, evaluamos nuestras finanzas y eran nulas, así que ingeniamos algunos planes para recolectar dinero. Sorteamos un sin fin de peripecias y dificultades, pero logramos un incipiente capital para editar el primer número. A la sazón de tres o cuatro años como grupo editamos cuatro números. Era una revista editada en multigrafo, tenía cien páginas y su formato era como de un cuaderno escolar a lo ancho. El contenido estaba conformado por poemas, cuentos, ensayos y un etcétera variopinto. Como no teníamos quien ilustrara los textos tuve que realizar los primeros dibujos. Otra característica de la revista fue su lenguaje soez y en muchos casos escatológico. Las razones de esta elección nunca fueron claras, quizá nuestra mayor pifia, nuestra mayor inocentada. Pensábamos que así éramos creativos, rebeldes y efectistas.
Después de que el grupo se disolvió, con sus traumas respectivos, seguimos siendo amigos, pero ya sólo nos reuníamos para jugar dominó, celebrar los cumpleaños y esas cuestiones domésticas tan propias de los seres normales. Muchos hoy, creo, dejaron por completo la escritura y como es natural han engordado lo previsto y es hasta lógico si uno está a merced de la vida hogareña.
La pasión por la lectura nos llevó a conformar un grupo y de ese impulso inicial llegamos hacia ese otro paso vital de la escritura. Susan Sontag ha escrito: “Y el impulso de escribir casi siempre se desata por la escritura. La lectura, el amor a la lectura, es lo que incita el sueño de ser escritora”. No creo que en tiempos de Zikeh algunos de los integrantes del grupo soñara con convertirse en escritor, más bien publicábamos nuestras urgencias tipográficas por el gusto de hacerlo. Cuando se edita una revista, o se comienza a escribir, uno en verdad se hace muchas expectativas, cree que el mundo literario dará un giro completo o que la literatura es lo que uno hace y todo lo demás es sólo monte y culebra, para emplear una expresión del argot.
Muchas veces me pregunto qué motivó a mis compañeros del grupo Animales Krakers a dejar la escritura, por qué abandonaron. Quizá carecían de talento o descubrieron que, a veces, llevar al papel esas formidables ideas que elucubramos, esas intensas metáforas que pensamos, cuando las escribimos se nos resisten, y en el papel sólo quedan remedos menores de nuestros grandes pensamientos. Quizá tuvieron la suficiente entereza autocrítica para saber que sus escritos eran sólo materiales sin trascendencia. La literatura de todos los tiempos es un mapa florido de fracasos rutilantes y de malogradas experiencias con el arte de escribir, incluso muchos escritores geniales han sido unos fracasados sin remedio.
Además hacer equilibrios en esa cuerda tensa de lo que llaman vida literaria en la que se desatan las envidias, villanías y demás odios subalternos de colegas y allegados es doblemente frustrante. Enfrentar esos molinos de vientos trasmutados en camarillas, mafias y cofradías literarias que se reparten los premios, las becas y la calderilla del subsidio del Estado y los pocos espacios en las revistas literarias (o páginas culturales), es tremendamente desalentador. Leonardo Sciascia le dijo en una oportunidad a Gesualdo Bufalino que escribir era sencillo, pero que publicar libros era una aventura realmente siniestra, y él lo decía con profundo conocimiento después de haber publicado una veintena de libros y haber alcanzado éxito y una relativa notoriedad.
Por qué he insistido en publicar, seguir editando revistas y por sobre todo he seguido con la escribidera, como decía mi madre, no lo sé. En los días de la revista Zikeh todos éramos inéditos y esa condición nos resguardaba del fracaso, pero editar la revista fue el paso a nuestra extinción como grupo, como gente común que escribía algo y se lo leía a los demás sin otra pretensión que compartir y pasar un rato distinto. Había en todo esto un dejo de irresponsabilidad y falta de seriedad. Luego la vida, con sus horarios y obligaciones de gravedad y cosa, te ponen en su sitio, y vuelves a ser un tipejo del común que cuando joven tuvo la peregrina idea de escribir. Si yo sigo escribiendo lo hago desde esa irresponsabilidad amable que aprendí en el grupo, y en libro de apuntes de Elias Canetti leí una frase que él anotó, pero perteneciente al libro de Job 32:18, que puede explicar en algo el motivo por el cual sigo en la escribidera: “...porque lleno estoy de palabras, y me apremia el espíritu dentro de mí”.
Tomada de Letralia
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Carlos Yusti en Barcelona, con la estatua de Colon al fondo, al final de la Rambla donde desemboca en el puerto. |
Carlos Yusti (Valencia, 1959). Es pintor y escritor. Ha publicado los libros Pocaterra y su mundo (Ediciones de la Secretaría de Cultura de Carabobo, 1991); Vírgenes necias (Fondo Editorial Predios, 1994) y De ciertos peces voladores (1997). En 1996 obtuvo el Premio de Ensayo de la Casa de Cultura “Miguel Ramón Utrera” con el libro Cuaderno de Argonauta. En el 2006 ganó la IV Bienal de Literatura “Antonio Arráiz”, en la categoría Crónica, por su libro Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasión. Como pintor ha realizado 40 exposiciones individuales. Fue el director editorial de las revistas impresas Fauna Urbana y Fauna Nocturna. Colabora con las publicaciones El correo del Caroní en Guayana y el Notitarde en Valencia y la revista Rasmia. Coordina la página web de arte y literatura Códice y Arte Literal
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