Conversación con Alirio Díaz
“ESTE ES UN PAÍS LLENO DE LOCOS Y DE ARTISTAS”
**Alberto Hernández**
**Fotografía: Gil Montaño**
“La guitarra puede llegar a ser el alma de un país. En Venezuela hay una gran raigambre en esto de trabajar con la música de la tierra”.
“Mi segunda patria es Italia, pero en Venezuela existe un gran amor por las selecciones populares”.
Cercado por el recuerdo de Antonio Lauro y Pedro Oropeza Volcán, Alirio Díaz retorna al lugar en el que por primera vez vio y constató la existencia del desierto. Verificó la presencia de los sonidos, los acordes de la naturaleza.
—Soy de La Candelaria, un caserío a unos 30 kilómetros de Carora. Pero también soy de Carora.
Una madrugada atendió al llamado del Morere y se dolió de su padre y de la muerte de la corriente amarilla. “Fue un río, ya no queda nada de eso. El color de la tierra y la inmundicia denuncian su extinción”.
En la oscuridad de aquella hora decidió abandonar la casa del padre, quien era muy poco afectuoso. Era un padre duro, muy rígido, como cuenta el artista larense. “Nos pegaba con un rejo, pero un día tomé otro camino, el largo camino hacia Carora”. Fueron treinta largos kilómetros, bien caminados por un muchacho de 16 años. Ya los hermanos se habían ido al estado Zulia, “por aquello del petróleo. Yo buscaba otra cosa, la cultura, que estaba en Carora”.
—¿Qué se llevó de La Candelaria?
—Los recuerdos y las ganas de aprender. En mi caja de viaje llevaba muchos sueños, mapas, y dos libros que conservo: la Divina Comedia de Dante y el Método de guitarra de Fernando Carulli. Recuerdo que recitaba mucho a Dante y a Santillana.
Un día de febrero de 2002: la muerte de Héctor Mujica.
La noche se hizo con los acordes de Lauro. La conversación se realizó en la habitación de Beatriz Guzmán. La cama de la viuda de Ludovico Silva sirvió de escritorio y asiento para quien se entrevistó con el guitarrista y para el poeta Harry Almela. La fundación que lleva el nombre del autor de In vino veritas albergó nuestras palabras y la música de Natalia y el Concierto de Aranjuez. Alirio Díaz ha hecho de ambas piezas una fórmula perfecta. El genio de la guitarra celebró al poeta y filósofo con la maestría de siempre, como si hubiese estado ante el auditorio más exigente. “Es que esta casa es una fiesta siempre”, se le oyó decir en el recibo de la estancia a Beatriz.
—Vengo de Carora, de enterrar a mi amigo Héctor Mujica. Es una tragedia para mí y para el país la muerte de Héctor —confió en la intimidad del encuentro.
De inmediato, recurrí a las páginas del autor de cómo a nuestro parecer para saber del deseo de Héctor Mujica de quedarse definitivamente en su tierra: “...cuando muera, querría estar con sus huesos calcinados en la misma tierra, la misma que el labriego sin agua hizo de ella cielo, cielo azul, cielo de cosmonautas, el cielo que don Cecilio encontró (...) a treinta años de su hamaca caroreña”.
Y entonces, con los huesos de don Chío Zubillaga Perera y Héctor Mujica, sembrados en la misma heredad de Rodrigo Riera, Alirio Díaz habló de don Chío, “el mentor de todos nosotros”.
—¿Qué tiene Carora que ha dado tanto talento, tantos artistas?
—Mira, Carora fue ciudad colonial. Allí se acentuó la esclavitud, mucho sufrimiento. De eso surgieron muchas manifestaciones. El tamunangue, la zaragoza, por ejemplo, hacen que Lara sea un estado muy musical. Hay como una memoria anclada que hace que aparezcan músicos, escritores, poetas, historiadores... toda una camada de gente que ha dado tanto a este país. Es decir, las tradiciones son capaces de producir todo eso. Ese auge durante la colonia española tuvo que ver con esa multiplicación de artistas y creadores. Fíjate, un clero esclavista. Esa casta eclesiástica produjo muchos dolores, dejó marcas. Hasta grandes obispos caroreños jugaron papel importante durante la historia. Claro, don Chío fue el padre de todos. Él hizo toda una generación.
—¿Qué hizo Cecilio Zubillaga Perera por esa generación?
—Pasado el cansancio de los 30 kilómetros que separan La Candelaria de Carora, supe de don Chío. Recuerdo que llevaba en mi avío unas alpargatas nuevas y mi ropita. Claro, no tenía un centavo. Mira, hizo mucho. Pregúntale a mucha gente, y tendrás muchas respuestas sobre la maestría, las enseñanzas de don Chío. Sus palabras, sus libros, su manera de ser, de estudiar el mundo. A mí me ayuda mucho. Yo fui portero de un cine, del Salamanca. Él me dijo que debía enseriar mi camino. Que yo era artista. Y me aconsejó irme a Trujillo, a estudiar con Laudelino Mejías. Ese día, lo digo siempre, nací de nuevo. Allá estudié con él mientras trabajaba en una tipografía. Sí, me enseñó teoría, solfeo y armonía.
—Maestro, insisto en Carora. En la literatura de muchos caroreños se registran muchas cosas...
—Sí, fíjate tú, en Carora la gente se “cruzaba”. Es decir, se casaban familias con familias, primos con primas. Por eso encontramos tantos medio locos y locos. Y tú sabes que de eso al arte hay pocos pasos. Imagino entonces —como en muchos otros pueblos de Venezuela— esto habría pasado.
—Eso quiere decir que estamos llenos de locos y artistas.
—Bueno, sí, este es un país lleno de locos y artistas.
De izquierda a derecha Alberto Hernández y Alirio Díaz:. Fotografia de Gil Montaño. |
Caracas y la Escuela de Música
Luego de la experiencia trujillana con Laudelino Mejías, el futuro guitarrista siente la necesidad de irse a Caracas. Pero don Laudelino no lo dejaba ir, hasta que lo hizo y en el año 1945 arriba a la capital, donde logra inscribirse en la Escuela Superior de Música José Ángel Lamas. Allí estudia con Raúl Borges.
—¿Fue en 1950 cuando se marchó a España?
—Sí, ese año viajé Madrid y estudié en el Conservatorio de esa ciudad con Regino Sáenz de la Maza. Bueno, después viajé a Siena y se me cumplió un sueño, estudiar con Andrés Segovia, mi maestro. Llegué a ser su asistente.
—¿Y ese mismo año fue su primer concierto?
—Así es.
Los dedos largos, delgados y morenos de Alirio Díaz fueron hechos para tejer las cuerdas de la guitarra. De allí que su instrumento sea lo más cercano a su cuerpo y a su espíritu. “Mi dama”. Con esos dedos el insigne músico ha tocado a Vicente Emilio Sojo, Antonio Lauro e Inocente Carreño, sólo para mencionar a los más relevantes músicos del país.
En la habitación de Beatriz, luego de adelantar algunas palabras —ya contenidas en esta entrevista— y de tocar para el público amigo de la fundación, Alirio Díaz, para ilustrar un ejemplo, tomó la guitarra y le dio por tocar como si se tratara de una bandola. También como el cuatro, “el artífice del cambur pintón”, como él mismo dijo de la afinación del noble instrumento nacional.
—Entonces, maestro, ¿qué relación existe entre la guitarra y el cuatro?
—La guitarra puede imitar el cuatro. Fíjate, te da más matices. La imitación de instrumentos es una tradición que viene desde el Renacimiento. Eso dio origen a otros instrumentos. Por ejemplo, yo hice El diablo suelto y ahora en todos mis conciertos lo piden. Hacer que la guitarra suene como el cuatro es tener una visión de país. Fíjate, lo que se hace en Europa está de capa caída, en lo folklórico. Lo que hicieron los rusos, los españoles... eso se ha venido abajo. No ha habido restauradores de estos hermosos sonidos.
—Y ahora que habla de Europa, ¿qué siente hoy desde Venezuela, ahora que está radicado aquí?
—Mi segunda patria es Italia. Cuando descubrí Nápoles pensé haber encontrado un filón, porque España dejó mucho en Nápoles. Un poco de melodía. La música napolitana es sencilla, entonces hice una recopilación de cuatro autores napolitanos y sentí los 300 años que España estuvo allí.
—¿Y Venezuela?
—Bien, positivo. Existe un amor por las selecciones populares. El arpa, la bandola, hay que aprovechar a los buenos cuatristas. Hay mucha calidad. Imagínate un concierto para bandola y orquesta sinfónica. Eso significa que existe más tradición aquí que en Europa. Nada de eso lo ves en Alemania, Inglaterra, Italia. Bueno, Vivaldi estilizó. Por allí quedó algo de Tchaikovski. Y en España, Manuel de Falla, entre otros. Mira, en América, la ópera, como en España, hizo mucho daño. En Italia, no hubo evolución. Bueno, son rasgos muy generales. Podemos decir que en Venezuela hay una gran raigambre en esto de trabajar con la música de la tierra.
(Esta conversación ocurrió en Maracay en febrero de 2002. Muchas fueron las cosas que se quedaron en el morral por razones de espacio. Hoy, para celebrar la existencia del maestro larense en sus 86 años, la retomo para disfrute de quienes se sienten cerca de nuestra música, pero sobre todo para muchos, jóvenes y no tan jóvenes, que tendrán la oportunidad de saber un poco más de este hombre nacido en Venezuela el 12 de noviembre de 1923, quien nos ha dado tantas alegrías).
Alirio Diaz - A. Lauro - Seis por Derecho
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Alberto Hernández, es poeta, narrador y periodista, Fue secretario de redacción del diario El Periodiquito. Es egresado del Pedagógico de Maracay con estudios de postgrado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Es fundador de la revista literaria Umbra y colabora además en revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Ha publicado un importante número de poemarios: La mofa del musgo (1980), Última instancia (1985) ; Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989) ganadora del 1r Premio del II Concurso Literario Ipasme; Nortes ( 1991), ; Intentos y el exilio(1996), libro ganador del Premio II Bienal Nueva Esparta; Bestias de superficie (1998) premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y diario Antorcha 1992 y traducido al idioma árabe por Abdul Zagbour en 2005; Poética del desatino (2001); En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (México, 2001);Tierra de la que soy, Universidad de Nueva York (2002). Nortes/ Norths (Universidad de Nueva York, 2002); El poema de la ciudad (2003). Ha escrito también cuentos como Fragmentos de la misma memoria (1994); Cortoletraje (1999) y Virginidades y otros desafíos. (Universidad de Nueva York, 2000); cuenta también con libros de ensayo literario y crónicas. Publica un blog llamado Puertas de Gallina. Parte de su obra ha sido traducida al árabe, italiano, portugués e inglés.
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