jueves, 26 de agosto de 2021

LA “CONSTANCIA DE LA LLUVIA”, DE RICARDO RAMÍREZ REQUENA por Alberto Hernández





Crónicas del Olvido

“CONSTANCIA DE LA LLUVIA”, DE RICARDO RAMÍREZ REQUENA

**Alberto Hernández**

1.-

Todo el año 2013 fue compilado en un diario que Ricardo Ramírez Requena maceró mientras convalecía de una dolencia, en medio de las tribulaciones nacionales. La enfermedad lo hizo apostar por estas páginas que se recogen ambiciosas en la proporción de su calidad cuyo título invita a pasearlas por la ciudad donde él vive, Caracas.

“Constancia de la lluvia”, Premio XIV Concurso Anual Transgenérico 2014, es un inventario de su vida personal y de la vida pública de un país que se refleja en cada una de sus palabras. Pero también es un relato en el que un personaje interrumpe el viaje de su permanencia en el libro y queda suspendido por el desgano de quien contaba su historia a través de una ficción paralela. 

Este cruce de emociones: la vida íntima, familiar, literaria y viajera a través de libros que nombra y lee Ramírez Requena, es también la respiración de Ismael Da Silva, un personaje que recorrió parte del ánimo de este diario que el autor nacido en el estado Bolívar y radicado en la capital nos entrega para disfrute de su escritura. 

Caracas es la matriz de este relato fragmentado. Cada día es una breve historia. Cada día es un recuerdo colgado en el vocerío de la calle o en el silencio del hogar. En la pastosa frecuencia de quienes inhalan el país donde ocurre un dislate histórico, donde se mueven con precipitada frecuencia las lluvias de la depresión, de las alegrías instantáneas, de libros que se leen mientras el curso de las horas también tienen un hondo significado en cada palabra que nuestro autor escribe.

Detalles, pequeños detalles, el significado de las cosas, el signo invaluable de la vida, la rebelión de unas masas que detienen sus huellas, las borran y las vuelven a calcar en el mismo sitio. Un país dividido, el rompecabezas de un proceso de pérdidas y alcances personales y colectivos que desembocan en fechas que van desde enero hasta un diciembre opaco y sin aliento.

“Constancia de la lluvia” es un diario que se parece a una novela, como los diarios que son novelas y las novelas que son diarios. El lector se queda adherido a las páginas desde el primer momento de sus líneas. Desde el génesis, desde la primera mordida de la manzana Ricardo Ramírez Requena nos deslumbra con la elegancia de su estilo, con la transparencia de sus testimonios, con la belleza de cada uno de los trozos de existencia que deja en estas hojas.

Aquí está el país y la casa. Aquí están los sueños y las derrotas. Aquí navega un barco al garete, el que nos han incautado, el mapa y sus accidentes geográficos y afectivos. Aquí está el espíritu de un hombre que ha sabido enfrentar una enfermedad con la valentía de sus palabras, la nobleza de su respiración y la mirada inquieta sobre un paisaje que se desmorona en el afuera y se reconstruye en el adentro del poeta que es también nuestro autor.

2.-

Podría afirmar desde este libro abierto que Utopía está en todas partes y la distopía es la presencia absoluta de una isla invisible. El mismo Ramírez Requena nos aproxima a esta definición, a este instante del sueño que se convierte en un estado del alma colectivo indeseado, porque el país que él describe es el mismo que el lector derrama desde el inventario de su emocionalidad.

La escritura aparece en cualquier estado, estadio o lugar:

“Escribo apresurado en el Metrobús antes de llegar al trabajo. Definitivamente el movimiento, como generador de la creatividad y el pensamiento, existe. Caminar. Dejar fluir. Postergar la escritura. Postergarla y luego dejar todo salir. 

¿Tiene sentido este diario como registro escritural?” (p.50).

Esas palabras trazadas por el escritor fueron escritas el sábado 4 de mayo de 2013. Ya tenía andado varios meses de enjambres, de colmenas que la ciudad procura a la imaginación. Un libro de ensayos, fragmentos para otros libros, para relatos y hasta para la reconstrucción del personaje que se quedó a medio camino porque ya el aburrimiento desgastaba el ánimo. Pero el personaje siguió en el libro hasta la última página, porque dejarlo en suspenso nos permite como lectores imaginar varios desenlaces.

Y sí tiene sentido un diario como escrutinio, como carpeta abierta, como registro de una vocación verbal que seguramente encontrará otros años para hacerlos un diario nuevo. Y esos días por venir tienen cabida en esta expresión: “Si la vida del hombre es tiempo, entonces no puede ser esclavitud”, domingo, 5 de mayo de 2013 (p. 53).

Ismael Da Silva es un desconocido por conocer, un personaje que viaja, que nombra los sitios por donde pasa, que dialoga con el autor del diario y con los lectores. De su boca emergen  oraciones que caben en nuestro diario existir: “El oro, al fin y al cabo, busca a los hombres” (p. 66), y menciona los lugares donde la ambición se detuvo un tiempo y permitió que la vida y la muerte contaran sus astucias. La constancia de continuar revelando la opacidad humana. 

La voz de Ricardo Ramírez lo dibuja así: “Además del Diario de Da Silva, que es un divertimento, un ejercicio de la pluma, nada tengo que hacer aquí” (p. 82. Lunes, 20 de mayo). Pero se contradice, sí tiene que hacer: el diario avanza, se contiene, se recoge, se explaya, respira, vive, habla:

“La realidad de la palabra no acepta imposturas. Acepta ser reutilizada, simbolizada, representada, pero no aceptará nunca imposturas” (p. 82).

3.-

También, como lector, soy un diario. Duermo para luego despertar con el libro en las manos. El tomo reposa al lado de mi cama. Me hace guiños la portada. Café, agua, crema dental. El sol por la ventana y un gajo de loros como si fueran mangos en un árbol infértil.

Me recojo en la mañana y leo:

“Es imposible salir de la isla sin permiso. Se condena con la muerte”, y entonces cavilo y me miro el ombligo. Delineo el mapa nacional. Miro hacia el caribe. Y me ahogo, remo hacia mis adentros, hacia el diario de mi amigo:

“A la sociedad venezolana no le interesa la universidad más que como trampolín para un trabajo. Pero eso ahora ha cambiado. Ya casi no es necesario. El desprecio por lo intelectual es infinito…” (p. 100, viernes, 31 de mayo), me revuelvo en la silla y caigo en la marea de Ismael Da Silva: 

“Seamus dice que en el fondo del mar están los restos de Utopía y Cubagua…” (p. 101, martes, completas). Se cruzan las ideas, se confunden. Se hacen una sola. El autor y el personaje. Son el diario, la novela en ciernes. La utopía hecha borradura. 

Y he aquí el desenlace:

“…Al frente, entonces, vemos una ciudad vieja: Abraxas. Y luego, al final del documental, un nombre: Utopía” (p. 104). El país soñado, el borrado, el destruido, el imaginado. Y después:

“La literatura me ha enseñado que somos una sumatoria de soledades y que en esa soledad puede encontrarse la libertad” (p. 109, viernes, 7 de junio). 

Esa utopía, ese deseo, la libertad.

4.-

Regreso al texto de Ricardo Ramírez signado el martes 2 de junio, y de ese día rescato estas palabras:

“Abundamos en este sitio los enfermos de Crohn y de artritis. Hay una monja, gordos, flacos, jóvenes y ancianos: la enfermedad une a la humanidad; nos recuerda que somos frágiles mamíferos. Así sin el superior”. (p. 126).

Y los testimonios continúan su avance. El relator confirma su entereza. Más allá de la dolencia física está la vitalidad del espíritu. Ramírez celebra la vida con su esposa, con sus padres. Viaja a Valencia, a San Cristóbal, sueña con estudiar en otros países. Respira y se place en el paisaje de la ciudad. La desnuda, la critica, la analiza, la ama desde el dolor de verla aporreada, apostemada, golpeada. Y se adentra en el comportamiento de una ciudadanía también vapuleada, indefensa mientras en la UCV algunos pensadores la revisan y la ponen de revés en el sentido de querer rehacerla o refundarla.

He aquí la tierra que habita en medio del agobio:

“Hay poco espacio para respirar en este país, bajo este gobierno. Es una atmósfera vil, llena de veneno, resentimiento, vulgaridad. El país que alguna vez se soñó no fue, y quién sabe si será alguna vez. Vivimos en resistencia perpetua y parece que solo nos queda la honestidad y el escribir: la honestidad en el escribir”. (p. 130).

Y de esa vida que recorre nuestro tiempo, el temor, la angustia de ser lo que somos hoy en esta tierra en la que no nos entendemos:

“Así son los días: una frágil sensación de logros, donde el ladrón, el asesino, respira sobre tus hombros”. (p. 136)

Cito en la medida en que las palabras se apegan a un sendero coherente. El tejido de estas reflexiones del autor envuelve las horas de la noche en la que me sumerge la lectura. Sigo el diario en la nocturnidad. Las sombras no detienen la voz del libro:

“…el escritor de diarios no debe mentir: cuenta sus experiencias de ese día con sinceridad. Hay una ética. Es un arte y una responsabilidad”. (p. 154).

La historia, esa costra que nos designa, que nos ubica, que nos pone en la exacta dimensión de nuestros aciertos y defectos también pasa por estas hojas volantes que nuestro autor continúa llevando a cuestas:

“El venezolano pasó por un proceso fuerte desde el siglo XIX al XX: pasar de ser hombre épico a ser un hombre cívico. No lo hemos logrado realmente”. (p. 163).

El uniforme, la “gorra”, las charreteras siguen acosando al mismo hombre del pasado. Somos ese mismo sujeto. Somos ese mismo pedazo de crónica arrasada por la maledicencia y por los deseos ligeros de notables y desaforados.

La lectura sigue: el diario nos desvanece, nos refunda. Autores, ensayos cortos, reminiscencias, semblanzas, calles, perros, esquinas, árboles, nombres familiares. Las universidades, las escuelas, los poetas, los locos, el mundo. La cultura, esa persistencia, el ángulo de todos los síntomas.

“Vivimos un Romanticismo tardío. Mejor denominarlo así  para no entrar en detalles alrededor del concepto de Modernidad (iniciado en 1070, o en el Renacimiento, o en la reforma y el Barroco, o en la Ilustración). Vivimos una Romanticismo tardío, un extraño manierismo, un curioso rococó”. (p. 188).

5.-

Una lluvia tenue, abigarrada por la luz que la penetra, sacude los árboles del patio. Llueve en algunos trozos  de tierra. El trópico es porfiado, malcriado, retrechero. Y también algunas voces que se sumergen, emergen, se extravían, dan en el blanco o se resbalan en el silencio. La poesía, esa niña de perfil afilado, vertebrada por los tantos nombres que la invocan o la escriben.

La lectura del país, hurgar en sus lunares, en las grietas de su discordancia. “Geográficamente, Venezuela es una isla del Caribe que reniega del Caribe, rodeada de montañas y algunos buenos ríos. Nostálgica de frío” (p. 204). 

Y queda la idea flotando, amalgamada, testaruda, caribeña.

El 3 de noviembre, una oración nos sacude:

“…el país va camino al infierno”. (p. 241).

La respiración del lector también busca la manera de afinar la realidad, no desecharla, preservarla lo mejor posible más allá de la actual, criminal y doliente.

Poemas, citas, colas en el Seguro Social, sin Navidad. Viaje en autobús hasta San Cristóbal. Retorno en avión. Lecturas, siempre hay lecturas. El diario casi cierra sus alas. Lluvia y sol. Una cervecita para matizar el último día del año.

Y comienza el 2014 con Czeslaw Milosz. Llueve de nuevo. El poema se estira como un gato. Margarita, la Isla y su resplandor. Termina el relato, esta forma de decir mundo, universo, pequeños detalles, voces, balbuceos. Diario de todo un año. Final, hasta el momento.


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(Ciudad Bolívar, 1976)

Poeta, narrador y Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Textos suyos han sido publicados en España, México, Colombia y Venezuela. Ha sido colaborador de Los Hermanos Chang, Prodavinci y Ficción Mínima, entre otras publicaciones digitales, así como de Literales del diario Tal Cual y el Papel Literario de El Nacional. Ha sido profesor en diferentes universidades venezolanas. Finalista de la Semana de la narrativa urbana (2010) y del Concurso de cuentos de la Policlínica Metropolitana (2011 y 2013). Con el poemario Maneras de irse, resultó finalista del I Premio Equinoccio de Poesía Eugenio Montejo (2011). Con su libro Constancia de lluvia resultó ganador del XIV Concurso Anual Transgenérico (2014). Actualmente se desempeña como director de La Poeteca de Caracas

Tomada de PoesiaVzla


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Alberto Hernández. Fotografía de Alberto H. Cobo.


Alberto Hernández, es poeta, narrador y periodista, Fue secretario de redacción del diario El Periodiquito. Es egresado del Pedagógico de Maracay con estudios de postgrado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Es fundador de la revista literaria Umbra y colabora además en revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Ha publicado un importante número de poemarios: La mofa del musgo (1980), Última instancia (1985) ; Párpado de insolación (1989),  Ojos de afuera (1989) ganadora del 1r Premio del II Concurso Literario Ipasme; Nortes ( 1991), ; Intentos y el exilio(1996), libro ganador del Premio II Bienal Nueva Esparta; Bestias de superficie (1998) premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y diario Antorcha 1992 y traducido al idioma árabe por Abdul Zagbour en 2005; Poética del desatino (2001); En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (México, 2001);Tierra de la que soy, Universidad de Nueva York (2002). Nortes/ Norths (Universidad de Nueva York, 2002); El poema de la ciudad (2003). Ha escrito también cuentos como Fragmentos de la misma memoria (1994); Cortoletraje (1999) y Virginidades y otros desafíos.  (Universidad de Nueva York, 2000); cuenta también con libros de ensayo literario y crónicas. Publica un blog llamado Puertas de Gallina. Parte de su obra ha sido traducida al árabe, italiano, portugués e inglés. 



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