24/11/2024
LA HABITACIÓN DE ELISA
Quizás hay un ramo perfumando instantes
alguien debería proveerla
de flores antes de marchitarse la semana
y que canten con sosiego algunos pájaros
sin hacer turnos escabrosos
acostumbrados a serenatear
cerca de las ventanas solitarias
donde reine un alma que parezca isla del tesoro
isla: sonrisa rodeada por el canto propio y el silencio ajeno
tesoro: la palabra que se está gestando detrás de la sonrisa
Imagino la habitación queriendo ser oscura
para vencer la lámpara erguida cual David
con su piedra de luz
libertad plena para ver libros, computadora,
sofá acostumbrado y el ángel de la guarda
con ganas de leer antes que todos
la siguiente página
La infancia es un muestreo: padre madre
caramelos café con leche
cuadernos anotando frases de Scarlett O'Hara
embrión de sueño para un libro futuro
y la adolescencia de entregar
completamente el corazón a la literatura
mientras el pizarrón fingía tormentas de arena con tiza
sobre una lección de geografía
la radio desde los caserones enviaba sus canciones
Mírame, mírame, palabra escrita
quiéreme, quiéreme, palabra escrita
bésame, abrázame, palabra escrita
recuéstate en mi hombro, morenita,
¿y qué me darás, literatura, qué me darás, escritura?
La palabra que se está gestando
como un tesoro en esa boquita
Un tercer poema que le escribí a Elisa Lerner en el 2020.
Una joven Elisa Lerner |
PARA ELISA
Hace dos días hablamos con Elisa. Le gustaba recordar con Petruvska cosas de mujeres observadoras y memoriosas. Breves recorridos en la Caracas cultural, las comidas que hacíamos en su apartamento de San Bernardino. Cuando falleció su madre no la dejamos sola ni un instante. Éramos como chaperones de la tristeza mayúscula, pero también de vida con mamá.
Elisa me sorprendió cuando me preguntó si todavía tenía la fotografía que nos hizo Vasco Szinetar en la Casa de Bello. Le dije que se me había extraviado en uno de los apagones de la computadora. Una foto de cuarenta años atrás.
-Pide una copia a Vasco- dijo (como en una dulce orden) y a continuación le escribí a Vasco y Vasco me la envió inmediatamente. Se la puse ayer en la mañana a Elisa en su WhatsApp con dos poemas que le escribí. Aparte del poema que le hice sobre su amistad con Manuel Puig. Ella y Puig eran como gemelos sentimentales.
AQUELLA BONITA AMISTAD
Manuel Puig sonreía
como una cuchillada de medio lado
cortando burlonamente
la maldad circundante
Disfrutaba el evento de morir aplastado
por el vasto sol que se desprendía
desde el último piso de la tarde
Su camisa festiva flotaba en el silencio
que extendió visualmente para preguntar
con potente dulzura y ojos de águila
¿Conoces a mi amiga Elisa Lerner?
Manuel Puig la quería y admiraba
como hermana de cine y sensaciones
Esa vez me pidió que le hablara de Elisa
se quedaba callado y encallado en una dolorosa sobriedad
de muchacho desprotegido
presentía su escritura como un parto del cine
igual que la emoción que hizo escribir a Elisa Lerner
triste cereza en labios de Madame Butterfly,
cejas volando en el cielo de Marlene Dietrich
el encanto sin fin de Rita Hayworth
y Greta Garbo fingiendo que mentía en Mata Hari
La voz de Elisa entraba con frases inauditas
entonando un proceso capaz de esclarecernos
Le conté a Elisa lo que dijo Puig
y evadió esa emoción recordando
que cuando su madre falleció
mi esposa y yo la acompañamos
a comprar el traje de luto
“a una tienda que atendía con mucha gentileza
la madre de Harry Abend”
En algún instante posterior comentó
“Con Manuel y su mamá fui a la ópera”
Luego contó que pudo ser esposa a los 36 años
“Pero me dio pánico. Ya estaba encadenada a la escritura,
a la distraída ceguera del glaucoma, no sabía lo mínimo en cocina.
Y, menos mal, tuve una madre perspicaz que entendió y se amoldó
(incluso con orgullo), a mi manera de ser”.
Mucho, mucho antes, Manuel se estuvo despidiendo
igual que una música de barco.
Desplegó en su pecho la mano derecha
como quien presta juramento sobre el último piano
y dijo: “Para Elisa”
Elisa Lerner sobre Manuel Puig: “Manuel no era dócil. No le gustaba todo el mundo. Era muy observador” |
Tenía muchos amigos. Que me perdonen aquellos que ahora no recuerde. Siempre estaban pendientes de Elisa amigos como Nelson Hippolyte Ortega, Alejandro Varderi, Dinapiera Di Donato, Vasco Szinetar, Antonio López Ortega, Gisela Cappellin, Beatriz García, Faitha Nahmens, por nombrar algunos.
Después de recordar aquella fotografía, Elisa me dijo:
- Gisela Cappellin me envió tu poema: La escritora; no lo conocía, estoy muy emocionada, me ha encantado lo de que “ella habita su propio tesoro”
-¿Cómo estás de salud?
- Ha sido un año difícil para mí; en febrero: la misma semana, tuve dos caídas y luego al mes me comenzó un dolor insensato, era en la uretra. No pude aproximarme como unos cinco meses a la computadora. Una computadora que va lenta como un camello famélico por el desierto y ayer se negó a caminar. Lógico, estuve desesperada porque quisiera terminar de corregir esto. Queridísimo José, lo que todavía me habita como dádiva de la providencia es el diamante de la lucidez. Estoy por enviar a Antonio López Ortega una novela que he terminado, pero como la computadora falla tanto y mi vista sigue tan mal, Antonio la leerá y revisará.
Si en ese momento me hubiese dicho “dentro de unas horas moriré” no me habría asombrado tanto. Ella no evadía la sinceridad. Y rehacía su existencia día tras día. Vivía como si fuese un personaje de sí misma. Sabía resistir las amarguras, la indefensión ante las enfermedades.
UNA ESCRITORA SIN IGUAL
No hay repetición para aquellos días
en que descubrimos
su vasta inteligencia multiplicando asombros
las mujeres deseaban imitarla
y los hombres creíamos que eso era imposible
Hacía retoñar sorpresas
con frases únicas cuyo hábitat en lo viejo materno
solo era perceptible en el olor de los espejos
algún lápiz labial planeaba como posible halcón
persiguiendo en sus cielos la sonrisa
y las penumbras esperando
constituían un paréntesis de frialdad
en contraposición a la ropa blanca y a un mantel bordado
Muy cerca los detalles: libros agazapados
dispuestos a cazar el marfil redondeado
de una piel blanco papel y arrancarle
más palabras para que las páginas llevaran
al futuro todo lo que uno admiraba y exigía
de ella que estaba agonizando sin quejarse
a causa del amor extraordinario nunca visto
(escondido delirio de amor detrás de frases tan burlonas)
amor incendiado y sublime yéndose con su fuego para allá
para donde otros corazones ofrecían sentimientos más secos
sentimientos que iban y venían con la luz de unos árboles
inútilmente hastiados en aceras
imposible no admirar en su creación de historias
a la mujer procesada por ella misma en el altar
de un solo dolor que resolvía
hace treinta, veinte años y también ahora
en un santiamén de cero precipicio
Pero me dolió y me asombró de golpe y porrazo cuando supe que había fallecido. Porque ella se había estado despidiendo y no me di cuenta. No supe leer los mensajes que me enviaba. Estábamos tan felices de hablar con ella que solo decíamos ¿qué sabes de Nelson Hippolyte? ¿cómo titulaste esa novela? “te la enviaré calladita después que Antonio la lea”, envíala, envíala, por favor; y de repente comentaba: ¿Es otoño por allá? Una vez estuve en Génova y conocí esa luz que se filtra por las estrechas calles. Y manifestaba que se hallaba contenta porque había hablado con unas cuantas amistades en estos días.
Qué dolor tan verraco. Esto sí que es un dolor sin tamaño cuyo epicentro es ella. Me van a perdonar que sea tan incoherente hoy.
Elisa Lerner. Imagen tomada de Nuevo Mundo Israelita. |
Es que Elisa Lerner era como una hermana inmensa para todos nosotros. Si pudiera nombrar a todos los seres que la amaban aumentaría el dolor. Mejor me quedo con una pizca de olvido. Qué tristeza sin posibilidad de escape, como si mil abejas dejaran caer sus aguijones en la parte que uno esconde para no llorar. Benditas abejas del dolor. ¿Y la miel? No hay. No hay.
LA ESCRITORA
Sus libros son espejos
donde solo se mira la invisible carne,
inclusive sangra la ciudad ideal que no existió
porque no concibió a esa ciudadana
Palabras suyas horadan el mal gusto
que se ha fosilizado en los estratos
donde la ilusión se usa como un mérito
cuyo premio es la parafernalia.
La escritura que emana es como quien se pare a sí mismo,
se acomoda a sí mismo en el momento del parto
saca la cabeza y entiende de una buena vez
que afuera hay una historia
y debe rehacer las sensaciones
para que no se estrechen las paredes.
Es una herida para sonreír,
la salmuera de un mar antiguo que se torna lenguaje
su verbo ebulle incitando ajustes de memoria
sin que desaparezcan los sucesos
nacidos con el toque de su sexto sentido femenino:
-una soledad y un tormento pueden resultar paradisíacos
-un amor avasallante debería descender hasta el polen mínimo
-Una voz que levanta vuelo desde las ramas del abismo y no acepta
jaulas en el cielo que no sean urbanas
-La dama que habita su propio tesoro:
un toque de reencarnar a cada rato
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