lunes, 25 de noviembre de 2024

José Pulido: Elisa Lerner era como una hermana inmensa

 



24/11/2024


LA HABITACIÓN DE ELISA


Quizás hay un ramo perfumando instantes

alguien debería proveerla 

de flores antes de marchitarse la semana

y que canten con sosiego algunos pájaros

sin hacer turnos escabrosos

acostumbrados a serenatear 

cerca de las ventanas solitarias

donde reine un alma que parezca isla del tesoro

isla: sonrisa rodeada por el canto propio y el silencio ajeno

tesoro: la palabra que se está gestando detrás de la sonrisa

Imagino la habitación queriendo ser oscura

para vencer la lámpara erguida cual David 

con su piedra de luz

libertad plena para ver libros, computadora,

sofá acostumbrado y el ángel de la guarda

con ganas de leer antes que todos

la siguiente página

La infancia es un muestreo: padre madre 

caramelos café con leche

cuadernos anotando frases de Scarlett O'Hara

embrión de sueño para un libro futuro

y la adolescencia de entregar 

completamente el corazón a la literatura

mientras el pizarrón fingía tormentas de arena con tiza

sobre una lección de geografía

la radio desde los caserones enviaba sus canciones

Mírame, mírame, palabra escrita

quiéreme, quiéreme, palabra escrita

bésame, abrázame, palabra escrita

recuéstate en mi hombro, morenita,

¿y qué me darás, literatura, qué me darás, escritura?

La palabra que se está gestando 

como un tesoro en esa boquita


Un tercer poema que le escribí a Elisa Lerner en el 2020. 


Una joven Elisa Lerner



PARA ELISA

Hace dos días hablamos con Elisa. Le gustaba recordar con Petruvska cosas de mujeres observadoras y memoriosas. Breves recorridos en la Caracas cultural, las comidas que hacíamos en su apartamento de San Bernardino. Cuando falleció su madre no la dejamos sola ni un instante. Éramos como chaperones de la tristeza mayúscula, pero también de vida con mamá.

Elisa me sorprendió cuando me preguntó si todavía tenía la fotografía que nos hizo Vasco Szinetar en la Casa de Bello. Le dije que se me había extraviado en uno de los apagones de la computadora. Una foto de cuarenta años atrás. 

Elisa Lerner y José Pulido. Fotografía de Vasco Szinetar


-Pide una copia a Vasco- dijo (como en una dulce orden) y a continuación le escribí a Vasco y Vasco me la envió inmediatamente. Se la puse ayer en la mañana a Elisa en su WhatsApp con dos poemas que le escribí. Aparte del poema que le hice sobre su amistad con Manuel Puig. Ella y Puig eran como gemelos sentimentales.


AQUELLA BONITA AMISTAD


Manuel Puig sonreía 

como una cuchillada de medio lado

cortando burlonamente

la maldad circundante

Disfrutaba el evento de morir aplastado

por el vasto sol que se desprendía

desde el último piso de la tarde 

Su camisa festiva flotaba en el silencio

que extendió visualmente para preguntar 

con potente dulzura y ojos de águila

¿Conoces a mi amiga Elisa Lerner?

Manuel Puig la quería y admiraba

como hermana de cine y sensaciones

Esa vez me pidió que le hablara de Elisa

se quedaba callado y encallado en una dolorosa sobriedad

de muchacho desprotegido

presentía su escritura como un parto del cine

igual que la emoción que hizo escribir a Elisa Lerner 

triste cereza en labios de Madame Butterfly, 

cejas volando en el cielo de Marlene Dietrich

el encanto sin fin de Rita Hayworth 

y Greta Garbo fingiendo que mentía en Mata Hari

La voz de Elisa entraba con frases inauditas

entonando un proceso capaz de esclarecernos 

Le conté a Elisa lo que dijo Puig

y evadió esa emoción recordando

que cuando su madre falleció

mi esposa y yo la acompañamos 

a comprar el traje de luto 

“a una tienda que atendía con mucha gentileza 

la madre de Harry Abend”

En algún instante posterior comentó

“Con Manuel y su mamá fui a la ópera” 

Luego contó que pudo ser esposa a los 36 años  

“Pero me dio pánico. Ya estaba encadenada a la escritura, 

a la distraída ceguera del glaucoma, no sabía lo mínimo en cocina. 

Y, menos mal, tuve una madre perspicaz que entendió y se amoldó  

(incluso con orgullo), a mi manera de ser”.

Mucho, mucho antes, Manuel se estuvo despidiendo

igual que una música de barco.

Desplegó en su pecho la mano derecha

como quien presta juramento sobre el último piano  

y dijo: “Para Elisa”


Elisa Lerner sobre Manuel Puig: “Manuel no era dócil. No le gustaba todo el mundo. Era muy observador”


Tenía muchos amigos. Que me perdonen aquellos que ahora no recuerde. Siempre estaban pendientes de Elisa amigos como Nelson Hippolyte Ortega, Alejandro Varderi, Dinapiera Di Donato, Vasco Szinetar, Antonio López Ortega, Gisela Cappellin, Beatriz García, Faitha Nahmens, por nombrar algunos.

Después de recordar aquella fotografía, Elisa me dijo:

- Gisela Cappellin me envió tu poema: La escritora; no lo conocía, estoy muy emocionada, me ha encantado lo de que “ella habita su propio tesoro”

-¿Cómo estás de salud?

- Ha sido un año difícil para mí; en febrero: la misma semana, tuve dos caídas y luego al mes me comenzó un dolor insensato, era en la uretra. No pude aproximarme como unos cinco meses a la computadora. Una computadora que va lenta como un camello famélico por el desierto y ayer se negó a caminar. Lógico, estuve desesperada porque quisiera terminar de corregir esto. Queridísimo José, lo que todavía me habita como dádiva de la providencia es el diamante de la lucidez.  Estoy por enviar a Antonio López Ortega una novela que he terminado, pero como la computadora falla tanto y mi vista sigue tan mal, Antonio la leerá y revisará.

Si en ese momento me hubiese dicho “dentro de unas horas moriré” no me habría asombrado tanto. Ella no evadía la sinceridad. Y rehacía su existencia día tras día. Vivía como si fuese un personaje de sí misma. Sabía resistir las amarguras, la indefensión ante las enfermedades. 


UNA ESCRITORA SIN IGUAL


No hay repetición para aquellos días

en que descubrimos

su vasta inteligencia multiplicando asombros 

las mujeres deseaban imitarla 

y los hombres creíamos que eso era imposible

Hacía retoñar sorpresas

con frases únicas cuyo hábitat en lo viejo materno

solo era perceptible en el olor de los espejos

algún lápiz labial planeaba como posible halcón 

persiguiendo en sus cielos la sonrisa

y las penumbras esperando 

constituían un paréntesis de frialdad

en contraposición a la ropa blanca y a un mantel bordado

Muy cerca los detalles: libros agazapados

dispuestos a cazar el marfil redondeado 

de una piel blanco papel y arrancarle 

más palabras para que las páginas llevaran

al futuro todo lo que uno admiraba y exigía

de ella que estaba agonizando sin quejarse 

a causa del amor extraordinario nunca visto

(escondido delirio de amor detrás de frases tan burlonas)

amor incendiado y sublime yéndose con su fuego para allá

para donde otros corazones ofrecían sentimientos más secos

sentimientos que iban y venían con la luz de unos árboles

inútilmente hastiados en aceras

imposible no admirar en su creación de historias

a la mujer procesada por ella misma en el altar 

de un solo dolor que resolvía

hace treinta, veinte años y también ahora

en un santiamén de cero precipicio


Pero me dolió y me asombró de golpe y porrazo cuando supe que había fallecido. Porque ella se había estado despidiendo y no me di cuenta. No supe leer los mensajes que me enviaba. Estábamos tan felices de hablar con ella que solo decíamos ¿qué sabes de Nelson Hippolyte? ¿cómo titulaste esa novela? “te la enviaré calladita después que Antonio la lea”, envíala, envíala, por favor; y de repente comentaba: ¿Es otoño por allá? Una vez estuve en Génova y conocí esa luz que se filtra por las estrechas calles. Y manifestaba que se hallaba contenta porque había hablado con unas cuantas amistades en estos días. 

Qué dolor tan verraco. Esto sí que es un dolor sin tamaño cuyo epicentro es ella. Me van a perdonar que sea tan incoherente hoy. 

Elisa Lerner. Imagen tomada de Nuevo Mundo Israelita.

Es que Elisa Lerner era como una hermana inmensa para todos nosotros.  Si pudiera nombrar a todos los seres que la amaban aumentaría el dolor. Mejor me quedo con una pizca de olvido. Qué tristeza sin posibilidad de escape, como si mil abejas dejaran caer sus aguijones en la parte que uno esconde para no llorar. Benditas abejas del dolor. ¿Y la miel? No hay. No hay.


LA ESCRITORA


Sus libros son espejos

donde solo se mira la invisible carne,

inclusive sangra la ciudad ideal que no existió 

porque no concibió a esa ciudadana

Palabras suyas horadan el mal gusto

que se ha fosilizado en los estratos 

donde la ilusión se usa como un mérito 

cuyo premio es la parafernalia.

La escritura que emana es como quien se pare a sí mismo,

se acomoda a sí mismo en el momento del parto

saca la cabeza y entiende de una buena vez

que afuera hay una historia

y debe rehacer las sensaciones

para que no se estrechen las paredes.

Es una herida para sonreír,

la salmuera de un mar antiguo que se torna lenguaje

su verbo ebulle incitando ajustes de memoria

sin que desaparezcan los sucesos 

nacidos con el toque de su sexto sentido femenino:

-una soledad y un tormento pueden resultar paradisíacos

-un amor avasallante debería descender hasta el polen mínimo

-Una voz que levanta vuelo desde las ramas del abismo y no acepta 

jaulas en el cielo que no sean urbanas

-La dama que habita su propio tesoro:

un toque de reencarnar a cada rato



Yo, Elisa Lerner




Elisa Lerner Nagler (Premio Nacional de Cultura, mención Literatura 1999)





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