domingo, 1 de noviembre de 2020

LA CORTE MALANDRA DE JOSÉ PULIDO.





Crónicas del Olvido


**Alberto Hernández**

1.-

José Pulido “imagina” el mundo donde, rezagados mentales, pandillas, mujeres abandonadas, madres y desmadres, niños expósitos convertidos en farallones sociales, matones románticos y solitarios, prostitutas soñadoras y hasta un cura y un comandante, organizan cada uno de los cuentos que en un libro conforman un país titulado Los héroes son villanos tímidos (Otero Ediciones, Caracas 2013), en el que el también autor de Pelo blanco (1987) entra y sale asistido por voces escabrosas y una visa que lo lleva directo a los lectores.

Imagina, digo, en lugar de captar con todos los sentidos, ese tejido donde los malos y buenos sentimientos se juntan, y construye el relato de un territorio que explica su tragedia desde la propia tragedia, desde el seno de sus más cercanos crímenes, desde la inocencia encriptada en un disparo contra la humanidad de quien se atraviese en la vía. O desde el constructo de la venganza.



(Un desvío en el viaje para revelar una experiencia previa a la entrada al libro de Pulido, me permite ser parte de una urbe en la que muchos ya no pronuncian sus nombres propios. La cristiandad de una llamada nominal, aunque sea para el más débil de los saludos.

Una cola de fantasmas, asistida por santeros de variadas y dudosas promociones, brujos diplomados, quirománticos siderales, policías utópicos, magos de semáforos, tragadores de candela, militares líricos y expertos en materialismo dialéctico, maestros irredentamente eufónicos y afónicos, revolucionarios de apretada agenda comercial, capitalistas sonrientes, buceadores de niñas y damas libertinas, tanteadores de espasmos y, pare usted de contar, espera el turno para realizar la compra semanal en una muy iluminada tienda esotérica atendida por un antillano adornado de oro y collares. Pegado de una imagen de Santa Bárbara reposa en eterno silencio un Chávez tallado en madera. A su lado, cinco santos varones, la Corte Malandra, la misma que el narrador desliza por las páginas terribles de este libro que tiene como portada la referencia de un país destartalado, hundido en la violencia y caos cotidianos, en el amontonamiento social en una colina –topos uranus flagelado por la propaganda- cubierta por un cielo que anuncia tempestad, como reza el viejo y ya anacrónico canto federal).



2.-

Este es un libro de cuentos que no se lee: se respira con el mismo ritmo de los verbos que lo accionan. La realidad ya no es tal: la ficción tan eficiente es el miedo que hemos traído de la calle y llevado a la casa en la bolsa donde van estas anécdotas/ víveres, tan de todos los días que nos hemos casi acostumbrado al duelo, al luto con fin de semana larga y patria incorporadas, como puente vacacional con próceres edulcorados por un lamento estático. Somos el cuento de una sensación decretada por el poder. La metáfora de una mentira. Somos el instante de un susto. El susto mismo, pero sin la estadística de quienes desde la poltrona de la opinión ejecutiva resbalan y se sientan a ver el paisaje como una película de la cual hay que resaltar las bonanzas de un Estado que recoge los muertos y los deposita en la morgue. Aunque nunca aprendió a leer a Poe.

Entonces, la densidad de una anatomía perforada. El cuerpo abierto de un anónimo que tiene como apellido la carne abollada por un proyectil o rasgada por un cuchillo.

3.-

Un muchacho que asesina mientras ve su chorro de meados caer sobre la tierra de su barrio, por prefigurar un instante en el patio de cualquier vecino. Un muchacho que oye las voces de un ángel (flexión poética para no desbrozar la esquizofrenia que se ha aposentado sobre ciertos espacios urbanos y mentales). Un tipo que mata, que se descuelga de la vida y dispara desde sus 15 o 17 años de edad para sumarle a su cuenta personal 17 o más cadáveres, es el emblema de una bandera sin estrellas. O sí, la única estrella es él, el símbolo de una organización que se ha hecho masa, colectivo en una sociedad insana. El narrador mira y cuenta, respira y huele, oye y se duele. Relata desde su paseo por el país, por el mapa que le ha tocado ocupar y percibir. Hace historia desde una ciudadanía dolida. Tanto como se sienten los personajes, dolidos desde la perversión e inocencia de niños empujados por el infierno. Entonces Yimi Loreto es la sombra de un fantasma que hace cola para matar y luego ofrendar a su único amigo, Batman, la referencia afectiva que lo destaca como ser humano.

Y desde este génesis adánico, no por plácido sino por iniciático, José Pulido nos regala una lectura dura, áspera a veces, pero también ingenua desde quienes nos auscultan como actantes (porque los personajes nos miran y hasta nos juzgan. También nos matan). Una lectura que, como afirma Héctor Torres en el prólogo, es “un sabroso volumen”, afirmación que podría redondearse como “sabrosamente dolorosa”, aunque suene mal.




Infidencia o nota casi bene desde la Corte de los Milagros:


(Confieso que esta lectura, al margen del olor del mar que Irma Melecia a diario consume, me dejó estático en la misma ventana que se ha hecho personaje literario en mis andanzas. Veo a través de ella un nubarrón que viene de la costa. Veo una nube que descarga su rabia sobre mi ciudad. Siento que alguien se ahoga en su casa. Oigo un trueno y un disparo. Identifico en la cola de la tienda esotérica los nombres de una lista que se ha ido borrando con la lluvia. Veo los mismos fantasmas de José Pulido. Veo gente extraña, desfigurada, hinchada. Pero también veo otra gente que lleva una carga distinta. No se trata de hacer sociología. Veo un país literariamente enfocado. Hasta ahora. En todo caso, llueve. Abro la nevera y un huevo triste me mira desde el frío.)

La Corte Malandra se confunde con un largo poema, con la manera de escribir de este poeta/novelista que también se atreve, desde su inteligente periodismo, abordar el imaginario y la realidad de una geografía que se dibuja sin necesidad de trazos.


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José Pulido. Fotografía de Gabriela Pulido Simne



José Pulido:

Poeta, escritor y periodista, nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.

Vive en Génova, Italia. 

En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado a creadores y artistas.

(Ha fundado y dirigido varios suplementos y revistas de literatura. Si se requiere información detallada sobre estas publicaciones, favor solicitarla a este  correo: jipulido777@gmail.com)

Forma parte de la Antología Por ocho centurias, XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, Salamanca, España, entre otras. Ha sido invitado a festivales en Irak, Colombia, Brasil, Chile, España y Génova. Participó, en 2012, como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en Salamanca. En el 2018 y en el 2019 invitado al Festival Internacional de Poesía de Génova. 

Publicaciones más recientes:

El puente es la palabra. Antología de poetas venezolanos en la diáspora.

Compilación: Kira Kariakin y Eleonora Requena, para Caritas.

Poeti Uniti per il Venezuela, Parole di Libertà  (Poetas Unidos por Venezuela, Palabras de Libertad) publicado por Borella Edizioni, evento respaldado por la Associazione culturale Orquidea de Venezuela, con sede en Milán.

Poemario Heridas espaciales y mermelada casera editado por Barralibro Editores.



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Alberto Hernández. Fotografía de Alberto H. Cobo.


Alberto Hernández, es poeta, narrador y periodista, Fue secretario de redacción del diario El Periodiquito. Es egresado del Pedagógico de Maracay con estudios de postgrado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Es fundador de la revista literaria Umbra y colabora además en revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Ha publicado un importante número de poemarios: La mofa del musgo (1980), Última instancia (1985) ; Párpado de insolación (1989),  Ojos de afuera (1989) ganadora del 1r Premio del II Concurso Literario Ipasme; Nortes ( 1991), ; Intentos y el exilio(1996), libro ganador del Premio II Bienal Nueva Esparta; Bestias de superficie (1998) premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y diario Antorcha 1992 y traducido al idioma árabe por Abdul Zagbour en 2005; Poética del desatino (2001); En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (México, 2001);Tierra de la que soy, Universidad de Nueva York (2002). Nortes/ Norths (Universidad de Nueva York, 2002); El poema de la ciudad (2003). Ha escrito también cuentos como Fragmentos de la misma memoria (1994); Cortoletraje (1999) y Virginidades y otros desafíos.  (Universidad de Nueva York, 2000); cuenta también con libros de ensayo literario y crónicas. Publica un blog llamado Puertas de Galina. Parte de su obra ha sido traducida al árabe, italiano, portugués e inglés. 




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