lunes, 6 de mayo de 2019

RETAZOS PARA UN PAÍS ESCRITO DE MEMORIA.






Crónicas del Olvido

RETAZOS PARA UN PAÍS ESCRITO DE MEMORIA

**Alberto Hernández**

1.-

Sobre la misma tierra”, como decía el novelista, nos queda mucho terreno que pisar.

Anormales —o más allá de la certeza de serlo—, lubricamos el discurso impelido por un país donde la locura cabe perfectamente en el final de un poema escrito por un personaje de Faulkner. Que nadie lo subestime, somos así, paranormales.






Todos los personajes de Gallegos eran la crisis que somos. Cada uno hizo de su parcela nacional un trozo de vergüenza, de decoro o de misterio. Más allá de la normalidad, nuestro novelista metió la mano en la carne podrida de un país que no termina de saberse Nación. De allí que aún, a esta altura del siglo, seamos el acento de esos personajes. Son nuestra representación.





2.-

La mano junto al muro” revisa el horizonte donde no queda lugar para pensar. Somos un país extraño, demasiado pequeño para lo grande que nos creemos. Nos deslizamos con placer sobre la brasa de un parloteo incesante. Paranormales, no sabemos si ser reales o un invento clásico de nuestra desmesura.


Guillermo Meneses


Merecemos una crítica a nuestros enfermos asuntos. Una mujer, una prostituta, roza la piel de un hombre que la busca. Era aquella costa la visitada por el turismo sexual que bajaba de los mercantes y yates provenientes del resto de la tierra. La miseria nos tatuaba a diario. El novelista, Guillermo Meneses, sólo nos dibujó en el vicio, en la traición, en el descuido, en la arrogancia de quienes nos dieron la sangre de hoy. Eso hemos sido, una mano sucia contra un muro derruido.




3.-


País portátil” que nos lleva de lado y lado.



Líquidos bajo el plomo de una guerra de verbos gastados, terminamos en la penúltima página de una novela premiada. Adriano González León nos introdujo en la maleta de una historia donde la violencia nos arrojó a muchos años de atraso, los mismos que hoy nos apuntan con el hierro de marcar reses.


Adriano González León




Por entre los eucaliptos de la vieja estación venían ellos: verdes, amenazantes, con metralletas y fusiles. De nuevo se iniciaron las carreras, los empujones, el retroceso al cerro”. Esa ha sido nuestra historia, un retroceso hacia el cerro, hacia la pobreza, hacia la violencia, hacia el dolor, hacia nuestra más autóctona estupidez.


4.-


Las historias de la calle Lincoln” se han quedado en la piel reseca del olvido. La mano que la escribió es la artritis de un duende que camina entre botellas e indigentes tirados en las calles de la gran ciudad. La mendicidad tiene sentido muchas veces. Carlos Noguera parece haber olvidado los rincones de Sabana Grande, el Callejón de la Puñalada, los placeres con aquellos que lo acompañaron, los que hoy son sombra y olvido. Aquel país metido en la Lincoln se ha desdibujado. El autor pasó a ser parte de lo que confirmaba como antiestético.


5.-


Cien años de soledad” para quienes despertaron frente al dinosaurio y no supieron que los edificios de la gran ciudad no regaban cagarrutas en los parques del mundo. Gabriel García Márquez regresa a su viejo lar. En el pueblo que lo vio nacer sólo quedan los huesos de los monstruos prehistóricos que se han instalado en nuestro patio doméstico.


6.-


Varios títulos encerrados en una biblioteca que sólo una sola mano podrá extraer escondido de “Los pequeños seres”. Salvador Garmendia supo retratarlos, hacerlos la parte que nos toca, la que somos realmente, esa oscura materia que transita por las calles entrenadas por la desidia, la maledicencia y la celebración repentina. Somos seres anónimos con la pretensión de pasar a la historia subidos en las ancas de un caballo. Somos simples seres manipulables, hechos con papel maché y alambres para ser movidos en un escenario de sonámbulos. Podemos despertar, eso es posible. Podemos ser otra novela.


7.-


Cuando en los lomos del siglo veintiuno el llano, MdeJ., tío Ricardo, la tía Trina y la perra Anémona, lloren una vez más ante la muerte aparente del desierto: Yo, Rey de los Chigüires, no dejaré huellas en las arenas de mi reinado”. Así empieza “Palabreus”, de José Vicente Abreu. Y comienza como se comienza un siglo decadente como éste que nos ha tocado. Un siglo donde caballos, asnos, perros y orangutanes han resucitado para regresarnos al desierto, donde no quedarán huellas, marcas o pivotes para decir que se estuvo allí. Sólo algunas palabras, algunos sonidos huecos, algunas groserías.


8.-


Victoria de Stefano desató la memoria. En “La noche llama a la noche” hizo de la novela un personaje. Noveló la novela, la cabalgó con personajes que aún suben y bajan las escaleras de un país romántico, asido de la nostalgia. No se detuvo en el andamiaje aunque le dio cuerpo con huesos firmes. Una novela del país que ella vivió con la densidad de los gritos y susurros de aquellos días de los años sesenta.



Ese país, el dibujado aquí, el siempre a la orilla de un precipicio, no aprendió la lección. No entendió el cuento de Monterroso. O como dibujó alguien por allí: el dinosaurio no nos entendió, en la creencia de que quien trazaba la hora menguada estaba en el Paraíso. Y de lejos veía a los demonios, vestidos con el traje de un tiranosaurio rex de metal.


9.-


Lo dijo Manuel Bermúdez en el pórtico que abrió en “El invencionero” de Denzil Romero: “El lector... va a tener la dicha de ver la reconstrucción de paraísos derribados por el tiempo”, y no falló el “dictum” de quien vio y leyó este país, porque Bermúdez y Romero lo pasearon, lo tuvieron al alcance de sus reflexiones, lo amasaron con manos amorosas y lo dejaron para que otros le siguieran los pasos. Sin embargo, la invención de país, la invención de esta anécdota, sigue siendo un estadio alucinante. Nada de lo que nos queda se puede decir que nos pertenece. Estamos de paso sobre el filo de un cuento, como en la saliva del tonto de la novela de Faulkner.





10.-


Por El Valle del Lucero no se va a ninguna parte”, excelente entrada para leer “Los caballos de la cólera”, donde Eduardo Casanova nos vierte completos. Novela paisaje humano en el que destaca una tierra de espanto y miedo, crímenes y desolación. Un boceto de país que nos arrastra y nos ahoga. “Tierra pisada con dolor de siglos”, dice el autor. Los personajes recorren todas las páginas y se salen de ellas para someternos a las lecciones de una realidad emergente, tiesa, como el cuero aquel, como la porfía del poema hecho cantata, como una marca en la frente. Son los caballos de la ira, los del apocalipsis, los de las tantas escaramuzas que se convirtieron luego en una épica enfermiza.





11.-


Israel Centeno parece venir de las sombras. Acosado por tantos personajes, ha recreado un país, el que carga a diario en cualquier parte del mundo. “Criaturas de la noche” lo empuja a decir de los extraños que se mueven en la niebla y corren hacia la luz en búsqueda de cómplices. La soledad los aturde, los hace innecesarios. Caracas es un cuento de miedo. En el Ávila alguien siempre espera. No sabemos.


12.-



ay tantas tierras y una sola. En “La otra isla” hay siempre una sola isla, aunque Coche y Cubagua se peleen el derecho a ser llamadas como la Isla Madre. Francisco Suniaga la ha descubierto para este país que no termina de decirse como tal. Una navegación literaria que abarca los sueños y la realidad bajo el intenso sol testigo de un crimen. La noche también la vio a la orilla de la playa, desnuda y con algunos signos para investigar. La muerte, lo forense, nos ha hecho socios del miedo.

Francisco Suniaga


13.-




Un libro de notas. Un tomo que compendia un país, lo dibuja con sangre, con pólvora, con las huellas digitales de un grupo de hombres cuyo apellido era “Falke”. Federico Vegas lo traduce desde el presente, desde el ADN de un pariente que dejó su cuerpo, la piel y sus huesos, en medio de la invasión, aquella de la década de los 20 del siglo XX. Una historia en libretas, entregadas el 13 de julio de 1929, un poco antes de aquella fallida aventura, como las tantas procuradas en esta tierra de ya poca gracia.


 Federico Vegas .Imagen tomada de Ideas de Babel




14.-


Cubagua navega en la desmemoria. Es la isla abandonada y es la novela que se mira desde su lomo en los estantes, pero que pocos toman para hojearla. “Cubagua”, de Enrique Bernardo Núñez, nos reta, nos llama desde su silabario de emociones. Una novela insigne, una novela fundacional, un relato de aquel país sin mapa, desmembrado, fantasmal, evocador. Una novela que nos designa y asigna el deber de verla en nosotros y el derecho de sentirnos ella. Una de las mejores novelas que se han escrito en este país. Una narrativa que nos descubre desnudos, muertos, vivos desde la sombra del tiempo.


15.-


Casas muertas” sigue siendo un recuerdo. El pueblo de Ortiz nos repara el instante de pasar por sus calles aún solitarias. El país enfermo. La Venezuela desnutrida, apegada al disgusto de ser gobernada por una dictadura. Los estudiantes presos en la memoria de otra novela de Miguel Otero Silva. La malaria como realidad y metáfora. La peste militar y la ira parroquial. La muerte con los ojos abiertos y el paisaje con la sequía del tiempo. 

Una novela que le abre las puertas a otro que, el relato del petróleo en el oriente del país: “Oficina N° 1”. Y así el país hasta estos días en “Cuando quiero llorar no lloro” o en “La piedra que era Cristo” y la muerte de su autor, y la “Fiebre! Que se quedó atrás en el gomecismo, hasta la muerte de quien escribió estos títulos y la agonía de un país que está a punto de resucitar.

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Alberto Hernández. Fotografía de Alberto H. Cobo.


Alberto Hernández, es poeta, narrador y periodista, Fue secretario de redacción del diario El Periodiquito. Es egresado del Pedagógico de Maracay con estudios de postgrado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Es fundador de la revista literaria Umbra y colabora además en revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Ha publicado un importante número de poemarios: La mofa del musgo (1980), Última instancia (1985) ; Párpado de insolación (1989),  Ojos de afuera (1989) ganadora del 1r Premio del II Concurso Literario Ipasme; Nortes ( 1991), ; Intentos y el exilio(1996), libro ganador del Premio II Bienal Nueva Esparta; Bestias de superficie (1998) premio de Poesía del Ateneo de El Tigre y diario Antorcha 1992 y traducido al idioma árabe por Abdul Zagbour en 2005; Poética del desatino (2001); En boca ajena. Antología poética 1980-2001 (México, 2001);Tierra de la que soy, Universidad de Nueva York (2002). Nortes/ Norths (Universidad de Nueva York, 2002); El poema de la ciudad (2003). Ha escrito también cuentos como Fragmentos de la misma memoria (1994); Cortoletraje (1999) y Virginidades y otros desafíos.  (Universidad de Nueva York, 2000); cuenta también con libros de ensayo literario y crónicas. Publica un blog llamado Puertas de Gallina. Parte de su obra ha sido traducida al árabe, italiano, portugués e inglés. 

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