Victoria de Stefano: "Escribo por y desde la liberación del lenguaje"
MARITZA JIMÉNEZ
05/12/2018
La fílosofo y escritora ítalovenezolana recibió recientemente la Orden di Cavaliere del gobierno de Italia
En el caso de Victoria de Stefano, podría afirmarse que “la literatura y la filosofía son empleos afines del espíritu”, como dijera hace poco el poeta Franco Bordino. Filósofo de profesión, egresada de la Universidad Central de Venezuela en 1962, producto de su apasionada entrega al estudio y el arte, es su obra ensayística en la que destacan los títulos “Sartre y el marxismo” (1975) o “Poesía y modernidad, Baudeaire” (1984).
Victoria De Stefano nació en Rímini, Italia, el 21 de junio de 1940 y a los 6 años se traslada con su familia a Venezuela, donde contrajo matrimonio con el también filósofo Pedro Duno, militante de izquierda, con quien tuvo dos hijos y vivió en en La Habana, Argel, Zurich, París, Barcelona y el Chile de Salvador Allende. A su regreso al país, trabaja como investigadora en el Instituto de Filosofía de la UCV e imparte clases de Estética, Filosofía Contemporánea y Teoría del Arte y Estructuras Dramáticas en las Escuelas de Filosofía y de Arte en la UCV.
Pero la novela, ese género que ambiciona a la vida como totalidad, presidió su aproximación a la escritura ya desde 1971, con “El desolvido”. Desde entonces, su producción ha sido intensa: “La noche llama a la noche” (1985), “El lugar del escritor” (1990), “Cabo de vida” (1993), “Historias de la marcha a pie” (1997), “Diarios 1988-1989. La insubordinación de los márgenes” (2010), “Lluvia” (2013), y esa de próxima edición, cuyo nombre, tomado de Gauguin, adelanta: “Vamos, venimos”.
Sin embargo, se dice una escritora de lectores tardíos, a pesar del prestigio de que ha gozado en la comunidad literaria, reafirmado con los reconocimientos recientes de la revista “Cuadernos Hispanoamericanos” de España, el homenaje en la Feria del Libro de Chacao, y la Orden di Cavaliere della Repubblica Italiana que le otorgó el presidente de ese, su país de origen.
¿En qué momento descubre, o siente, que sería escritora?
-Yo nunca pensé quiero ser escritora. Simplemente desde muy joven empecé a leer y a escribir, leía mucho, difícil que pasara un día, una noche sin leer. Mi padre era un gran lector, mis hermanas leían, y en el colegio nos llevaban todas las tardes a la biblioteca, era una biblioteca decorosa pero ahí leí casi todo Julio Verne, Mark Twain, "La Cabaña del tío Tom". Casi todos los escritores dicen que cuando existe la avidez, esa curiosidad por leer, deriva necesariamente en el deseo de escribir. Virginia Woolf decía que no hay escritor sin experiencia, el escritor no surge por generación espontánea, la lectura, las buenas lecturas a las que joven llega por instinto o porque está atento a lo que escriben los escritores que admira, son su experiencia. Empecé a ejercitarme joven en la escritura, cuando leía o escribía me olvidaba del mundo literalmente. Escribí una novela, después ensayos, otra novela, otra novela, otros ensayos, entonces pensé, 'bueno, parece que soy una escritora'. Pero además, yo era profesora, y a los profesores se nos paga por recogernos a leer y estudiar. Leer para dar clases es una gran escuela de formación, es un ejercicio de memoria, de aprendizaje y una voluntad de comprensión.
-¿Cómo se relacionan en su novelística la memoria y el lenguaje? Dos aspectos que la crítica ha destacado en su escritura. Uno siente una escritura que se adentra en los detalles cotidianos o el recuerdo, casi como una cámara cinematográfica, pero que en realidad lo que está allí es el deleite del lenguaje.
-La pasión por el lenguaje la tuve desde muy niña, leía continuamente el diccionario, me encantaban las palabras que no eran de uso corriente. Sentía una gran necesidad de aprender el español, porque mi lengua materna, la que mis padres hablaban en casa, era el italiano, a pesar de que aprendí a leer y escribir en español. Leía con un cuaderno y un lápiz, palabra que no conocía la apuntaba, además llenaba mis cuadernos con citas, bosquejos, bocetos de cuentos, estrofas que imitaban poemas. -La memoria -continúa- es fundamental, pero la memoria del escritor no es la de “Funes el memorioso”, sino que pasa por un proceso de distanciamiento de lo personal en el que intervienen momentos de ficción, desdoblamientos, libertades imaginativas, cambios de estilos, saltos, brincos, rupturas, digresiones. Yo no escribo para mí, no escribo para nadie, escribo desde y para la liberación del lenguaje, de lo que lo tiene cautivo. Si lo logro o no ya es otra cosa.
-José Donoso decía que el que se exilia ya no vuelve a tener patria. Tú naciste en Italia. Llegaste a Venezuela a los 6 años. Luego viviste, directa o indirectamente, un largo periplo por el mundo. ¿Cómo marcó esa experiencia su vida y su escritura?
-Yo no experimenté la venida a Venezuela como un exilio, sino como un cambio de país, de hogar, tal vez por la edad, lo viví más bien como un volver a nacer, como un principio inaugural. ¿En ese principio inaugural estaba la escritura? Creo que sí… Para mis padres quizás fue más que un exilio una pérdida, pero a nosotros jamás nos lo hicieron pensar.
-¿Cree que la novela es un género en crisis o vive un proceso de renovación?
-Todos los géneros literarios y las artes en general a lo largo de la historia han entrado en crisis, crisis y renovación van de la mano, los estilos literarios responden a cambios históricos, el barroco, el clasicismo, el romanticismo, el realismo, el naturalismo, la modernidad son respuestas a nuevas experiencias, esos cambios que no habríamos considerado posibles, se nutren de vuelta a ciertas tradiciones olvidadas, proscritas, para ser recuperadas con nuevos atavíos no por prurito de novedad sino por las variables que impone el proceloso mar del tiempo-ahora. No quiero sonar didáctica pero el arte es crisis, las líneas seculares de continuidad se fracturan, se recomienza una vez más con los desechos, los fragmentos, los cabos perdidos, mezclándolos, entreverándolos.
-¿Está repercutiendo la actual diáspora venezolana en el arte y la escritura?
-Obviamente que sí, aunque es demasiado pronto para un diagnóstico, se han ido muchos jóvenes muy bien formados, sin duda darán mucho de sí estén donde estén, pero el mundo para los jóvenes de hoy tiene otras connotaciones más amplias y abiertas que para los jóvenes de hace treinta años, ellos enfrentan esta crisis global, me parece a mí, con más entereza y menos nostalgia, la nostalgia puede ser una carga muy abrumadora.
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