Si a Aldemaro Romero se le pidiera esa cosa llamada “currículum vital”, que se exige en las empresas notables cuando solicitan un empleado de jerarquía, tendríamos uno muy especial en el que se leería: “Hombre de voluntad sin títulos académicos, músico vocacional sin cuenta bancaria, venezolano integral con una herencia de oro: su infancia.
—El mejor recuerdo de mi infancia es mi padre, porque era ejemplar y porque me enseñó todo lo que sé. Me ha bastado con imitarlo y, aunque no he podrido llegar a ser tan bondadoso como él, todas mis actitudes van parejas con sus enseñanzas.
—Un día trajeron una pianola a la casa y la fiesta se hizo grande. Encaramado en el asiento de aquel instrumento fantástico, con los dedos puestos en el teclado, empezó mi noviazgo con la música bajo la complicidad de mi padre y su guitarra. Desde ese momento decidí que iba a ser músico. Como provengo de un medio extraurbano, mi primera música me llegó en las voces de los animales, junto con los arrullos de mi madre y las canciones que mi padre tocaba en la guitarra. Ese fue mi sedimento musical y es tan firme que ha soportado incólume toda la dilatada yuxtaposición de inquietudes y sonoridades que debe buscar y admitir un músico de nuestro tiempo. Soy, en suma –agrega Aldemaro– un sobreviviente. Porque de niño-músico llegué a ser hombre y músico. Todo ello a despecho de la incomprensión, de las malas escuelas y los peores maestros, del sistema torcido que exige la sumisión incondicional a cambio de títulos y premios y, especialmente a despecho del pseudobaldón de ser “artista”, en un medio esclavizado a los valores materiales.
—¿De qué manera mira su música?
—Acaso sea yo, más bien, un recopilador y el organizador de buena parte de un muy valioso acervo disperso. He trabajado en desventaja, en una larga tarea de rescate, recurriendo casi siempre y tan sólo a la memoria, pues no existe en nuestro medio un archivo tangible de la música del pueblo. Y en la labor de recrear la música popular de Venezuela, la más de las veces he tenido el santo de espaldas. Los críticos y los académicos, que los hay muchos, no ven con buenos ojos mi política de concesiones para lograr una divulgación masiva de nuestra música.
Tomado de El Nacional
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